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jueves, 6 de septiembre de 2012

CAPITULO 9

Peter la ayudó a sentarse mientras ella intentaba controlar sus alborotados sentidos y componer una apariencia tranquila. Observó cómo, sin camisa, Peter cruzaba a zancadas el apartamento y pasaba por la cocina para abrir la puerta que conducía al lateral del taller y la terraza. Las cicatrices de su espalda no presentaban un aspecto aterrador, pero era doloroso verlas. En el omóplato izquierdo tenía un tatuaje, un sol negro atravesado por una espada de color escarlata. Parecía tan rudo y excitante como el resto de él. E igual de peligroso. Lali empezó a sentir que el frío se apoderaba de ella. La helada realidad la atravesó cuando Rick Grayson entró en la cocina, buscándola de inmediato con su mirada color miel al tiempo que mantenía una distancia prudencial entre Peter y él. 
—¿Estás bien, Lali? —Tenía los ojos entrecerrados y la mano apoyada en la culata de su arma mientras observaba cómo Peter cerraba la puerta. 
Lali clavó los ojos en Peter. Sus ojos eran todavía más feroces que antes, más brillantes y aterradores, iluminados por un fuego interior, que conseguía que el corazón de la joven latiera a toda velocidad por la excitación y el pánico.
 —¿Lali? ¿Por qué no vienes conmigo fuera y hablamos un rato? —Rick no había apartado los ojos de Peter.
 Lali negó con la cabeza antes de pasarse los dedos por el pelo y esbozar una sonrisa burlona. Rick había hablado con ella de esa manera en el entierro. «Sólo deja que Sienna y yo te abracemos, Lali». Su esposa y él estuvieron a su lado en todo momento mientras ella se tambaleaba ante el ataúd de Thiago. «Todo irá bien, Lali. Ya verás. Todo irá bien. Estaremos aquí un minuto y luego se acabará todo». Rick era el marido de su mejor amiga. Sienna había llorado y sufrido con ella. Y Rick había tratado de consolarla como si fuera una niña que necesitara una mano que la guiara.
 —Rick, éste es Peter Lanzani. —Señaló a Peter con la mano.
 Estaba apoyado contra la encimera de la cocina con los brazos sobre el pecho desnudo y le daba la espalda para mirar al sheriff 
 -Rory lo contrató.
 El sheriff no le quitó la vista de encima mientras ella se obligaba a ponerse en pie. Lali  no quería moverse. Quería hacerse un ovillo y hacer desaparecer el dolor que crecía en su interior.
 —Lali, cariño, tienes la barbilla magullada —le dijo Rick—. Ven afuera conmigo un minuto, ¿quieres? 
Lali se frotó la barbilla y frunció el ceño antes de acercarse al espejo que colgaba de la pared. Se pasó los dedos por la pequeña magulladura y luego por el cuello, donde estaba apareciendo otra marca. 
—El también tiene sus propias magulladuras —afirmó, dirigiéndose a Rick—. Me hizo un chupetón y yo le hice otro. 
Rick la miró con los ojos entrecerrados y ella sintió que un profundo dolor le desgarraba las entrañas. 
—No tenemos nada de que hablar, Rick. —Recogió el bolso y se dirigió a la puerta.
-Yo creo que sí, Lali. —El sheriff se movió entre ella y Peter. ¿Para protegerla? 
Lali  miró a Peter y vio la advertencia en sus ojos. No, nadie se interpondría entre ellos y sobreviviría a menos que él lo permitiera. Pero, por ahora, Peter se limitaba a observar y esperar. Ella se volvió hacia Rick.
 —Nos interrumpiste cuando estábamos a punto de cometer un error y de veras te lo agradezco. —Su sonrisa era quebradiza y temblorosa—. Pero no fue culpa suya. Creo que fui la primera en morder, aunque puedes preguntarle su opinión si quieres. En lo que a mí respecta, me voy a casa. 
—Lali, alguien llamó para informar que estabas siendo acosada por este hombre. —Rick la cogió del brazo cuando pasó por su lado—. Tengo a mis ayudantes tras esa puerta. Estás protegida, cariño, lo sabes. ¿Quieres que eche a este hombre? 
Ella le miró sorprendida.
 —¿Qué? 
—Ya lo has oído, Lali —dijo Peter con voz áspera—. Cree que te estoy acosando y quiere meterme en la cárcel por ello. ¿Vas a aprovechar la oportunidad de deshacerte de mí? 
—Cállese. —Rick se volvió hacia él con una tensa expresión de cólera—. No le conozco, pero sé que ya ha tenido un encontronazo con un ciudadano de este pueblo. Y no me importa quién sea usted. No permitiré que presione a Lali. —El no ha hecho nada excepto conseguir que pierda la paciencia —intervino la joven—. Por el amor de Dios, Rick, usa los ojos en vez de dejarte guiar por las sospechas. Mírale los hombros. —Agarró el picaporte y le dirigió a Peter una mirada fría y dura.
-Arréstame a mí por los arañazos que le he hecho, pero déjale en paz. -
Eso era entre ellos dos. Peter y ella  lo sabía. No permitiría que nadie más interfiriera en aquel asunto. No ahora. Cuando la puerta se cerró tras ella, Petrr miró al sheriff y contuvo una sonrisa burlona. Rick Grayson era un buen hombre. Había sido marine. Confiaba en la ley. Creía en el condado que había jurado proteger. Pero eso no quería decir que no estuviera en la lista de nombres que Peter pensaba comprobar, ni que confiara en él. Peter había aprendido de la peor manera posible que no se podía confiar en nadie 
—¿Tiene alguna identificación? —Rick estaba fulminándole con la mirada. Peter  bajó la mano, ignorando la manera en que el sheriff sujetaba la culata del arma. Sacó la cartera del bolsillo trasero y la abrió antes de mostrársela. Rick tomó la identificación, la miró y se la devolvió lentamente. 
—Lali es una buena amiga, señor Lanzani. —Era una advertencia—. Y en este pueblo cuidamos de nuestros amigos. 
—¿En serio? —Peter arqueó una ceja con aire burlón. No había notado que se hubieran esmerado mucho en proteger a Lali.
—. Bien, sheriff Grayson, me alegra saberlo. Y estoy seguro de que Lali también se lo agradecerá. 
Rick le sostuvo la mirada con serenidad. 
—No le haga daño se las verá conmigo —le advirtió finalmente antes de encaminarse a la puerta. Una vez allí, se giró y volvió a brindarle una dura mirada—. Ándese con cuidado, señor Lanzani, no es bueno tenerme como enemigo. Y tenga por seguro que si le hace daño a Lali  se convertirá automáticamente en mi enemigo.
 Rick abrió la puerta y salió. La puerta se cerró a sus espaldas con suavidad, pero sus palabras habían cargado el aire de tensión. Peter bajó la mirada a sus manos. Unas manos llenas de cicatrices. Había agarrado a Lali como si ella no fuera frágil ni débil, pero él sabía que lo era. Le había dejado marcas. En toda su relación, jamás le había hecho una sola marca; siempre había tenido cuidado de ello.
Se frotó el hombro y vio una mancha de sangre en los dedos. Le palpitaba el labio y la marca que ella le había dejado en el pecho. Lali  había sido salvaje. Ambos lo habían sido. Como si de repente se hubieran liberado algo y se hubiera desatado la lujuria de ambos. Peter iba a asegurarse de liberarlo de nuevo. 
Lali cerró la puerta de su casa de un portazo. La gruesa madera de roble resonó ante la violencia del acto y atravesó sus nervios con una aplastante oleada de tensión. Podía sentir las sensaciones eléctricas por todo el cuerpo, vibrando en su mente y envolviéndola en una abrumadora marea de pánico. Oh, Dios, ¿qué había hecho? Dejó caer el bolso al suelo y subió a su habitación a toda velocidad. Se arrancó las prendas que la cubrían, las arrojó a la cesta de la ropa sucia, y puso el agua de la ducha tan caliente como pudo antes de colocarse bajo el chorro y frotarse el pelo y la piel. Quería arrancar de su cuerpo las sensaciones que él había provocado. Quería quitarse su olor. Todavía podía olerlo. Todavía podía sentirlo. Apoyó la cabeza contra la pared de la ducha y respiró hondo, conteniendo un sollozo. La había tocado otro hombre.  la necesidad de alcanzar el éxtasis, de sentir las caricias y los besos de otro hombre.
Peter era sólo una sombra cuando la Harley aceleró y se alejó de su vista. No dejó de mirar los faros traseros hasta que ya no pudo verlos. Después bajó de nuevo la mirada al sonriente rostro de Thiago . Una lágrima cayó sobre el cristal. 
—Me dejaste —musitó otra vez—. ¿Qué voy a hacer, Thiago? Dímelo. —Sintió que se quedaba sin respiración y que se le encogía el estómago con el dolor de la pérdida—. Dime, ¿qué voy a hacer ahora?

Peter estacionó la Harley en el aparcamiento oculto donde estaban los demás vehículos de la unidad de Operaciones Especiales. Apagó el motor e inspiró profundamente. Maldición, no deseaba estar allí. Había querido subir la colina hasta la casa y pasarse la noche haciendo el amor con aquella esposa que le hacía sentir más caliente que el fuego en invierno y que le fascinaba más ahora que hacía seis años. Negó con la cabeza. Volver a conocerla otra vez, descubrir todo aquello que le había ocultado su mujer cuando estaban casados, sólo reforzaba el temor de haber cometido el mayor error de su vida al haber creído que Lali no podría soportar el horror al que le habían sometido. Llegaba tarde a la reunión porque había estado dando vueltas en aquel condenado apartamento, jurando que podía sentir a Lali. Lo habría jurado, habría jurado sobre una pila de Biblias que la había oído susurrar su nombre. Y no había sido la primera vez. Había ocurrido en demasiadas ocasiones a lo largo de los últimos años. Durante los terribles meses que pasó en el infierno de Fuentes, había creído muchas veces que su Lali estaba a su lado. Limpiándole la frente, con los ojos llenos de lágrimas, rogándole con voz angustiada que la dejara ayudarlo. Entonces intentaba tocarla, y veía sus propias manos ensangrentadas por los intentos de escapar o por los guardias que había intentado matar. Y ella lloraba. En esas horribles pesadillas ella siempre lloraba.

En cuando llegó a la carretera principal, encendió las luces y tomó el camino de vuelta al taller. La casa en la colina estaba a oscuras. No había luces, nada que indicara que allí hubiera alguien. Pero Lali no dormía. Estaba observando. Podía sentirla. Y el coche de Duncan no estaba allí, lo que quería decir que ella no le había invitado a tomar una copa. Aparcó la Harley, se bajó y se quedó mirando la ventana del dormitorio que había compartido con Lali. Sabía que su esposa todavía dormía en la misma cama. ¿Seguiría abrazándose a la almohada de Thiago o se habría deshecho de ella? Negando con la cabeza, subió las escaleras del apartamento que había encima del taller, sabiendo incluso antes de desconectar la moto qué le esperaba arriba.
 —Te estás buscando problemas —le advirtió Rory cuando puso el pie en la terraza. Su hermano se levantó de la silla de plástico que había junto a la puerta y lo miró fijamente mientras Peter, con el ceño fruncido, abría la puerta y entraba. El apartamento estaba en silencio, vacío. Justo cómo debía estar. La fina cuerda que le servía para detectar la entrada de cualquier intruso permanecía intacta entre el marco y la puerta delantera, y Peter recuperó el palillo que todavía estaba pegado en la cerradura de la puerta trasera. Aun así, entró sin hacer ruido, sintiendo que Rory le seguía en silencio, y revisaron juntos el apartamento antes de entrar en la cocina.
-Maldición, necesito algo más fuerte que una cerveza —suspiró Rory mientras sacaba dos botellines del frigorífico y le ofrecía uno a Peter
—. Me ha llamado Duncan Sykes para echarme una buena bronca por haberte contratado. Afirma que tú eres el responsable de que Lali haya anulado su cita de esta noche. 
Peter se permitió sonreír con satisfacción. 
—Yo me encargaré de ella. —Giró el tapón de la botella y lo lanzó al cubo de la basura antes de tomar un largo trago. 
—Eso es lo que dijiste la otra noche —gruñó Rory con los ojos azules encendidos de ira—. Maldita sea, tuve que verla llorar cada vez que posaba sus ojos sobre mí durante casi dos años. No podía soportar mirarme. Y ahora que parece a punto de recuperar su vida, apareces tú, y en lugar de decirle quién eres, pones su mundo patas arriba. 
—No me cabrees, Rory. —Peter no quería escucharlo
—. ¿Para qué has venido aquí esta noche? Rory soltó un bufido.
 —El abuelo se cansó de verme dar vueltas por la casa. Me dijo que me pegaría un tiro si no me largaba. Peter casi soltó una carcajada. Típico de su abuelo. —Puedes usar el cuarto de invitados. —Petrr se encogió de hombros—. Por cierto, despide a Timmy. Que sea lo primero que hagas por la mañana. 
Rory lo miró cada vez más irritado. 
—Vamos, Peter. Timmy es el único soporte económico de su madre. 
—No, no lo es. Sólo pierde el tiempo fumando detrás del taller cuando nadie mira, y le cuenta a Mike Conrad todo lo que hace Lali. Échalo. 
—Maldita sea. Fue Lali quien lo contrató. Volverá a cabrearse conmigo. 
—No te morderá. —Peter volvió a encogerse de hombros. No, no mordía, pero podía conseguir que cualquier hombre se quedara paralizado ante su furia. Si estaba cabreada, tiraba a matar. Cuando se le llenaban los ojos de lágrimas y comenzaba a tirar cosas, era el momento de retirarse a las colinas hasta que se calmara. No era violenta; sin embargo, sabía cómo hacer que un hombre se sintiera miserable con sólo una mirada. 
—Puede que no muerda, pero sabe muy bien cómo pararle los pies a cualquiera — comentó Rory—. La primera vez que intenté apartarla de los coches y meterla en la oficina, me dio un puñetazo en la mandíbula. 
Peter disimuló su sorpresa. Lali jamás le había pegado. Ni siquiera le había dado un puñetazo a la almohada cuando estaba enfadada.
 —Duerme un poco. —Señaló el dormitorio con la cabeza—. Tengo que salir de nuevo. 
—Puedo ir contigo. —Rory se puso en pie—. Sé cómo cubrirte. Tú me enseñaste. -Bueno, eso era cierto. Hacía toda una vida de ello. 
—Esta noche no. —Peter negó con la cabeza. No quería testigos, ni sombras, ni nadie que le siguiera la pista. Y sin duda alguna, no quería que Rory se viera envuelto en todo aquello—. Duerme un poco. Mañana tendrás que lidiar con Lali. 
—Maldito seas —masculló Rory haciendo una mueca—-. Volverá a darme otro puñetazo.
 —No te acerques a ella cuando se lo digas. Tiene un swing corto. —Peter se dirigió a la puerta, la abrió y se deslizó en la noche. 
Lali no estaba segura de poder mantener alejado a Duncan con la pobre excusa que le había dado. En un principio había pensado que no tendría problemas porque él jamás había protestado cuando había tenido que cancelar una cita, o porque la relación que mantenían era tan platónica que casi era ridícula. Ya era tarde cuando oyó su coche deteniéndose en el camino de entrada. Estaba sentada en la salita terminándose la botella de vino que Duncan había abierto unos días antes. Al mirar hacia la ventana donde se reflejaban las luces del vehículo, Lali se dio cuenta de varias cosas a la vez. Por alguna razón, los hombres creían que era una persona fácil de manejar. Thiago la había visto como a una débil e indefensa mujer a la que tenía que proteger. Duncan se burlaba a menudo sobre su «pasatiempo favorito», el taller. E incluso Rory parecía cuestionar cada movimiento que hacía últimamente. Y ahora, ni siquiera podía cancelar una cita sin que alguien cuestionara su decisión. Se levantó del sofá, se estiró la camiseta que llevaba sobre unos pantalones cortos de seda y se dirigió a la puerta con la copa en la mano. Al abrirla, miró fijamente la expresión de irritación que manifestaba el atractivo rostro de Duncan mientras levantaba los nudillos para golpear la puerta. Estaba vestido con la misma pulcritud de siempre. Una camisa de manga corta blanca, pantalones de pinzas color beige y mocasines negros. Siempre lo había visto arreglado y perfectamente peinado, y esa noche no era una excepción. Duncan observó la copa y el rostro de Lali, antes de reparar en la barbilla y el cuello femenino. Sí, ella sabía que las marcas seguían allí. Una en la mandíbula y otra en el cuello. Eran marcas diminutas, pero pensar en el placer que había recibido a cambio hacía que se le revolviera el estómago por la culpa... y el deseo. 
—¿Puedo pasar? —preguntó él. Su voz suave se contradecía con lo que sentía. Sonaba paciente, afectuoso. No obstante, Lali  podía ver la ira que irradiaban sus ojos. 
—Claro. —La joven dio un paso atrás, tomó un sorbo de vino y permitió que él pasara—. Ya es medianoche. ¿No es un poco tarde para salir de casa? 
—No tengo toque de queda. —Ahora ya no disimulaba su furia. Lali se pasó los dedos por el pelo y regresó a la salita. Ese era su santuario, una habitación en la que Duncan raras veces entraba. Prefería la cocina, y nunca había subido al segundo piso. Sin embargo, la siguió, deteniéndose en el umbral, frente a la chimenea, y clavó los ojos en la repisa de ésta mientras Lali se sentaba en uno de los sillones y doblaba las piernas bajo el cuerpo. Había un indicio de incomodidad en la cara de Duncan, un destello de dolor que hizo que Lali sintiera una opresión en el pecho. El había sido un buen amigo durante años, y habría sido un buen amante o marido, si su cuerpo, su corazón, hubieran estado dispuestos a aceptarle. 
—No has retirado sus fotos —dijo Duncan en voz baja—. Como si pensaras que, cualquier día, volverá a casa. Que entrará por la puerta con los brazos abiertos.
 Lali miró la repisa de la chimenea y luego la larga mesa junto a la ventana donde había más fotos. Quizás debería haberse deshecho de ellas antes, pero no había podido. 
—Dejar de pensar en él no ha sido fácil. —Se encogió de hombros con incomodidad—. Pero estoy segura de que no has venido a estas horas de la noche para hablar conmigo sobre si mi marido volverá o no a casa. 
—Thiago está muerto, Lali —le recordó él con impaciencia—. Tú jamás has aceptado ese hecho. Ésa es la razón por la que nuestra relación no ha avanzado. Porque tú no puedes aceptar que él se ha ido.
A Lali le había llevado tres años aceptar que Thiago no volvería nunca y durante todo ese tiempo había tenido aquellas horribles pesadillas. Al principio habían estado llenas de sangre y, más tarde, de furia y dolor. La joven había estado convencida de que su marido seguía vivo, de que estaba herido, y en esas pesadillas Thiago le rogaba que fuera con él. Luego, una noche, dejó de tenerlas, y Thiago desapareció de su vida para siempre. 
—Sí —dijo ella asintiendo con la cabeza—. Acepté eso hace mucho tiempo, Duncan. Pero te advertí, cuando comenzamos a salir, que no estaba buscando amor. 
El apretó los labios con ira. 
—Ni sexo —escupió—. Apenas me has dejado besarte, aunque, al parecer, los rumores de que te acuestas con el nuevo mecánico son ciertos. —La señaló con el dedo—. Reconozco un chupetón cuando lo veo. 
—No estoy acostándome con Peter. -Lali tuvo que contener la frustración y la ira—. No importa lo que la gente vaya diciendo por ahí.
 —Pues te aseguro que no estás haciéndolo conmigo —replicó Duncan, entrando en la habitación—. Dime, Lali, ¿todas estas fotos te dan calor por la noche? —Levantó el brazo para señalar la repisa de la chimenea y la mesa—. ¿Te darán hijos? ¿Te abrazarán cuando llores por él?
 Iba alzando la voz, a medida que la cólera aumentaba en su interior. Finalmente, Duncan se había dado cuenta de que las advertencias que ella le había hecho los meses pasados habían sido sinceras. No quería más que su amistad.
 —¿Quieres abrazarme mientras lloro por él? —preguntó la joven con frustración. Se levantó del sillón y cogió la botella de vino y el vaso antes de salir de la salita—. ¿Es eso lo que quieres, Duncan? 
Colocó el vaso y la botella sobre la encimera en forma de L de la cocina antes de girarse hacia él. 
—Acaso cuando Peter te marca la cara y el cuello, ¿lloras por Thiago después? —se burló Duncan de una manera odiosa y repulsiva, siguiéndola a la bien iluminada cocina. 
—Detente. —Lali lo miró con cautela por encima del hombro y se movió al otro lado de la encimera, donde se sentía más segura. Jamás había visto a Duncan tan furioso. De hecho, no recordaba siquiera verlo ligeramente enfadado. Pero estaba claro que en ese momento sí lo estaba y mucho. Lo miró tras la pobre protección que le ofrecía la encimera, observando aquella amarga cólera en su cara y también en sus ojos. Tenía los labios apretados y la expresión tensa. —Crees que no sé por qué dejaste que el mecánico llegara tan lejos, ¿verdad? —la acusó con furia—. Te estás engañando, Lali. Lo sabes. 
—Es medianoche, Duncan —dijo la joven—. No me apetece discutir este tema ahora, de lo contrario, te habría invitado a venir. No estas en posición de cuestionar mis actos o mis decisiones. 
—El es como Thiago —afirmó fulminándola con la mirada—. Por eso lo quieres. Por eso has permitido que te marque, porque te recuerda a Thiago. Pero no es él, Lali.
-Vete. —Lali se irguió lentamente y se dirigió al teléfono seguida por la desdeñosa mirada de Duncan—. Quiero que te vayas ahora mismo. —
--¿Porque no puedes soportar la verdad?
-Porque estás fuera de ti —respondió Lali. Cogió el teléfono y fulminó a Duncan con la mirada antes de añadir
—: Vete. -Él miró el teléfono. —Venga, llama a ese hijo de perra —la instó—. Vamos, Lali, hazlo. Estará por ahí con cualquier prostituta porque tú no eres lo suficientemente mujer para retener a un hombre en casa. No a un hombre como Thiago, ni, desde luego, a un desgraciado como Peter Lanzani.
-Entonces no te importará irte, ¿verdad? —le espetó ella fríamente. 
—¡Ni hablar! —Él la sorprendió al acercarse rápidamente, y Lali se dio cuenta de que Duncan estaba mucho más furioso de lo que había creído en un principio. Había marcado ya el primer dígito del 911 cuando el teléfono salió volando de su mano. Reaccionando rápidamente, la joven se echó hacia atrás para evitar la mano que intentaba agarrarle la muñeca. Justo en el momento en que los dedos de Duncan se cerraron sobre ella, se oyó un gruñido furioso. Una mano más grande, más ancha y más morena apresó la muñeca de Duncan y, ante la mirada estupefacta de Lali, la apretó y la retorció hasta poner a aquel bastardo de rodillas obligándole a soltar un grito agudo, casi femenino. Lali  miró alarmada a Peter, tomando nota de la camiseta y del chaleco de cuero, de los vaqueros descoloridos y los zahones negros. De las botas de motorista y la expresión gélida de aquel rostro que parecía cincelado en piedra. Si la joven no intervenía de alguna manera, Duncan sería hombre muerto. La furia helada de Peter  era más profunda esta vez que cuando había apretado entre sus dedos el cuello de Mike Conrad. 
—Estoy cansada de que te dediques a atacar a los hombres que me rodean, Peter —le dijo con firmeza, sin cólera, como si simplemente estuviera haciendo una observación—. Podría haberme encargado de él yo sola, ¿sabes? 
Peter la miró mientras Duncan jadeaba a sus pies.
 —Suéltalo. —Ella arrugó la nariz como había hecho con Thiago  las pocas veces que le había visto enfadado de verdad—. No merece la pena que manches el suelo de sangre. De verdad, eso sólo conseguiría cabrearme.
 —Sé cómo deshacerme de un cuerpo —replicó él, deslizando la mirada por la camiseta y los pantalones cortos que ella vestía—. Sería muy fácil.
 —Oh, estoy segura de ello, pero luego me remordería la conciencia y tendría que contárselo a Rory. —Lali se encogió de hombros con despreocupación—. Aunque, al menos, tendría una buena excusa para hacer que Rory te despidiera. 
—Te aseguro que él me ayudaría —rugió Peter. 
Pero ella empezó a vislumbrar una grieta en su coraza de hielo
—. ¿Por qué no te dejas de rodeos y me dices lo que quieres en realidad, Lali? —Que dejes de comportarte como un matón y que sueltes a Duncan antes de que os eche a los dos a patadas de mi casa y llame al sheriff —le respondió ella a gritos, porque ya estaba cansada de tener que tratar con hombres testarudos. Él arqueó una ceja. —Suéltalo, maldita sea. —Recogió el teléfono que había caído del soporte y lo colgó mientras les dirigía a ambos una mirada indignada. Al menos, Peter  había aflojado los dedos que apresaban la muñeca de Duncan—. Va a acabar vomitando si no lo haces y no quiero tener que pasarme la noche limpiando. 
Duncan, desde luego, parecía a punto de vomitar. La presión en su muñeca tenía que ser muy dolorosa, aunque Peter parecía sujetarlo como si no le costara ningún esfuerzo.
-Lárgate. —Peter lo soltó lentamente y dio un paso atrás permitiendo que Duncan se levantara con dificultad. El que antes había sido un modelo de pulcritud, tenía ahora la camisa arrugada y sus pantalones estaban sospechosamente húmedos en la entrepierna, pero Lali  no se molestó en mirarlo. Se sentía como si ella misma fuera a vomitar cuando Duncan se apresuró a salir de la casa. Peter lo acompañó hasta la puerta, cerró de un portazo y luego regresó a la cocina. Apoyando las manos en la encimera, la joven inclinó la cabeza e intentó controlar la ira y el dolor que la invadían. Maldición. Hasta ahora, siempre le había caído bien Duncan, y juraría que había discutido ampliamente con él sobre todas aquellas cosas irritantes del amor y del sexo, y las razones por las que no estaba preparada para comprometerse. 
—Jamás deberías haberlo dejado entrar en casa. —Peter se detuvo delante de la encimera—. Por el amor de Dios, Lali, creí que a estas alturas sabrías que no era prudente permitir que ese hijo de perra te viera mientras llevas mi marca. 
Ella siguió con la cabeza inclinada. ¿Cuántas veces se había reído de Thiago cuando le había dicho algo parecido? Siempre lo hacía cuando estaba irritado con ella o cuando simplemente se comportaba como un hombre. Tendría que haber sido más prudente la vez que se había marchado sola con Sienna, durante su primer año de casados, porque cuando se emborrachó y se torció el tobillo, él no había estado allí para impedirlo. Debería haber sido más prudente la vez que había intentado arreglar una fuga de agua del sótano ella sola, porque había acabado empapada y el sótano se inundó. Y, como esos, había habido cientos de ejemplos en los que Thiago  siempre le había reprochado su falta de prudencia.
—¿Por qué no te marchas tú también? —le preguntó alzando la cabeza—. Ya deberías saber que no es prudente cabrear a una mujer que ya está cabreada.
Y ella debería haber sido más prudente al permitir que Rory se hiciera cargo de la contratación del personal. 
—Lali, pequeña, mírame —dijo él con voz ronca—. Si te hubiera hecho daño, habría tenido que matarle. Me habría encantado matarle.
 —Y luego yo hubiera tenido que cargar con la culpa. —Lali  ladeó la cabeza con una sonrisa amarga en los labios.
 —No. El único culpable aquí es él, por ser lo suficientemente estúpido como para tocarte. ¿Acaso no sabes que los hombres aún no han aprendido a mantener las manos apartadas de aquello que no les pertenece?- Lali  alzó la cabeza sorprendida. 
—¿Crees que te pertenezco?
 No se sobresaltó cuando Petrr extendió la mano para tocarla. Aunque, durante años, había tenido que contener un estremecimiento cada vez que otro hombre intentaba acariciarla y besarla.
 —No le perteneces a él. —Acarició con la punta del dedo la rozadura que le había provocado su barba en la barbilla—. La testosterona es a veces muy peligrosa. Deberías haber esperado antes de hablar con él.

6 comentarios:

  1. Hola! Soy nueva lectora, acabó de leer toda tu novela y ME ENCANTOOOO!!!!!

    MASS!

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  2. Jajajajajaja me encanta lo celoso y protector que es Peter, siempre está amenazando matar a los que aunque sea voltean a ver a Lali.

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  3. mas mas mas mas mas mas mas mas mas ma sma mas mas ma sma masm asmas mas mas mas mas we need more :)

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  4. Me encanta que los capitulos sean tan largos.

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  5. Peter tan protector y celoso,la considera suya a pesar d k hizo k pensase k estaba muerto.Me equivoque con el sheriff,x suerte,defiende a Lali.

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