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sábado, 1 de diciembre de 2012

Capítulo 28

Chiiiiicaas holaaaa cuanto tiempoo ¿cómo estáis todaaas? Bueno me quería disculpar por no haber subido en tanto tiempo, pero ya sabéis estudiar es lo primero, pero ya estoy aquí otra vez y ahora si voy a subir. Nada más chiquis gracias por leer . Un besazo a todas! Y gracias por vuestros comentarios!

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Lali le dio la espalda a la chimenea cuando oyó que Peter bajaba las escaleras. Sus ojos se encontraron un instante antes de que él deslizara la mirada a las fotografías que había tras ella.
De repente, su mirada se paró y la joven vio la sombría tristeza que titiló en los ojos masculinos durante un segundo.
—Fuiste una novia muy guapa —dijo él con suavidad, deteniéndose delante de ella con las piernas sólidamente plantadas y aquellos negros zahones de motorista enfatizando la pesada protuberancia en la bragueta de los vaqueros.
Dios, su gruesa erección amenazaba con romper los pantalones y Lali se moría de deseo. Lo deseaba como si hubieran pasado años desde la última vez que la había tocado en vez de sólo unos días.
—Thiago hacía que cualquier mujer pareciera hermosa a su lado —susurró la joven con tristeza—. La cámara lo adoraba.
—Y él te adoraba a ti. —No era una pregunta.
—Me amaba. —Sabía que lo había hecho—. Pero algunas veces me pregunto si me amaría ahora.
Peter ladeó la cabeza, observó las fotografías durante un instante y su expresión se suavizó mientras asentía lentamente.
—Lo haría. —Buscó la mirada de Lali de nuevo—. El hombre de esa foto sabía cómo amar. Cómo vivir. Se le ve en la cara. —Pero ya no lo hacía. No amaba y vivía para ese amor. Lali lo aceptaba. No le quedaba más remedio que hacerlo.
Dio un paso hacia él dejando traslucir todo el deseo que sentía, la necesidad que la había atormentado durante los últimos días. Peter había sido sincero con ella en el parque, le había abierto los ojos y le había mostrado a qué se enfrentaba ahora. No más sueños, ni más hermosos recuerdos del pasado.
Peter entrecerró los ojos cuando la joven dejó caer la cazadora al suelo.
—¿Una noche más? —le preguntó.
—Tantas como quieras darme —respondió él.
—¿Hasta que tengas que marcharte?
Peter se humedeció el labio inferior con la lengua y la joven sintió que la atravesaba una oleada de deseo.
—Hasta que tenga que irme —convino él.
Lali emitió una pequeña risa mezcla de amargura y provocación.
—¿Y quién dice que me va a importar que te vayas? —Avanzó lentamente hacia él, mirándole con los ojos entrecerrados—. ¿Sabes qué, Peter?
—¿Qué, Lali? —El modo en que arrastró las palabras puso sobre aviso a la joven del peligro que corría, pero no le importó.
Lali estaba haciendo algo que iba a provocar que la zurrase, y ella quería que lo hiciera.
Levantó el dedo y lo deslizó por su torso.
—Quizá sea mejor que te vayas.
—¿Qué quieres decir? —Por debajo del tono ronco y áspero de su voz había un indicio de aquel suave acento que ella siempre había amado.
Lali sonrió, se pasó la lengua por el labio superior y le lanzó una mirada juguetona.
—Sólo estaba pensando en voz alta. Has conseguido que comience a olvidarme de mi marido, así que sobreponerme a tu partida debería ser fácil. Tampoco es que hayas estado mucho tiempo por aquí, ¿verdad?
¿Se habían oscurecido los ojos de Peter? ¿Parecían más feroces?
—No me presiones, pequeña —le advirtió con suavidad.
Lali sonrió lenta y dulcemente antes de morderse el labio inferior y provocarle con la mirada.
—¿Acaso no quieres oír la verdad?
Peter la agarró de las caderas y una luz salvaje y hambrienta iluminó aquellos feroces ojos azules.
—Ésa no es la verdad —gruñó él.
Lali se puso de puntillas, le acarició el labio inferior con la lengua y luego se lo mordió. Con fuerza.
Él dio un respingo. Entrecerró los ojos y se lamió con la lengua aquella pequeña herida antes de estrecharla contra su cuerpo, presionando su erección contra el vientre de la joven.
—Pero te irás, Peter —siguió ella—. Como el viento. Igual que mi marido. —Miró de reojo las fotos.
La sonrisa cariñosa de Thiago se burlaba de ella en los marcos. Sus ojos azules, tan llenos de amor, tan suaves por el deseo, le mentían cada vez que los miraba.
Aquella era la parte más difícil de aceptar. La que le hacía desear no haber sabido nunca quién era Peter. Todo hubiera sido más fácil. No le habría amado con aquella profundidad y decirle adiós no le hubiera dolido tanto como le dolía ahora. Podría haber dejado que Peter se marchara sin una queja, porque le habría odiado por robar algo que pertenecía a su Thiago. Pero ¿cómo podía odiar al hombre que Thiago era ahora?
—Despídete de mí, Peter —le dijo—. Tienes toda la noche para hacerlo. Porque si tienes intención de salir de mi vida, éste puede ser un buen momento para que nos digamos adiós. No voy a llorar por otro hombre. Que me condenen si me convierto en un santuario viviente para otro.

Aquello lo excitó aún más.
Peter sentía cómo el impulso de dominar se hacía más fuerte ante el reto de Lali, ante su desafío, ante el hecho de que esa noche iba a ser su última noche.
Deslizó la mirada sobre su rostro, notando el leve temblor en el labio inferior que le recordaba que ella lo estaba presionando a propósito.
Aquellos suaves ojos grises estaban empañados por luces y sombras, y por las emociones que los desgarraban a ambos. Peter quería ser tierno. Quería que el último recuerdo de su mujer estuviera lleno de ternura. Pero no era ternura lo que ella quería. No era ternura lo que crecía en el interior de Peter.
 Peter vio el dolor en sus ojos y las lágrimas contenidas.
¿Qué le estaba haciendo a Lali? ¿Y a sí mismo?
 
Mi corazón palpita por el tuyo.
Mi alma vive por la tuya.
Mi cuerpo, mis manos, mis labios,
te aman sólo a ti.
 

La besó como un hombre que sabía que aquél sería el último beso que disfrutaría de los labios de la mujer que amaba. Que sería el último roce de sus lenguas, el último gemido de deseo, la última vez que disfrutaría de la suavidad de su cuerpo.

La cama de Lali volvía a oler a él. Cuando se despertó a la mañana siguiente, Peter la acunaba contra su cuerpo como si fuera una manta, y ella suspiró ante la certeza de que jamás dejaría de amarlo. Nunca. Y sólo Dios sabía qué ocurriría cuando terminara esa misión.
Le rozó el brazo con la mano sintiendo la aspereza del vello oscuro y por un momento se dejó llevar por el deseo que sentía por él.
Peter había sido salvaje. Apasionado. Tras tomarla en las escaleras, la había llevado de nuevo a la cama como si no pudiera tener suficiente de ella. Como si Lali no pudiera tener suficiente de él.
—Vuelve a dormirte —murmuró Peter a sus espaldas, y aquel tono, ronco por el sueño, le recordó los tiempos en que estaban casados.
—Pero ya estoy despierta —replicó con voz queda, casi en un susurro.
—Aún no es de día.
No, no lo era. Pero ella no quería desperdiciar ni un solo segundo de su tiempo con él.
—¿Alguna vez te has levantado para ver el amanecer? —Rodó sobre la espalda y lo miró a los ojos.
Las espesas pestañas le sombreaban las mejillas. Los pómulos de Peter no eran tan marcados como habían sido antaño y podía ver el lugar exacto donde se le había roto la nariz.
Dios, qué infierno debía haber soportado. Y había estado solo. ¿Cómo lo había resistido?
—A veces —dijo él entre dientes.
—Me encanta el amanecer. —Lali miró a la ventana. Daba al este y les permitía observar las primeras luces del alba—. Es cálido, incluso en invierno. Es como ver un nuevo comienzo. Una nueva razón para levantarse de la cama. Si el sol puede salir cada mañana, entonces hay una razón para la esperanza.

Peter abrió los ojos. Por una vez, su mirada no era feroz. Ni oscura. Lali apenas pudo contener un grito de sorpresa. Eran los ojos de Thiago. La mirada irlandesa. Como gemas titilando con amor y risa en su oscuro rostro.
—Eres muy rara —masculló antes de cerrar los ojos de nuevo y estrecharla más contra sí para apoyar la cabeza contra su cuello.
La joven le acarició el brazo que descansaba sobre su cintura y sonrió ante el gemido adormecido que él emitió antes de volver a abrir los ojos y mirar de reojo el reloj.
Peter se había demorado en despertarse tanto como pudo. Eran las seis. Dentro de dos horas se cursaría la orden de arresto contra Delbert Ransome. Tenía que estar preparado.
Se levantó de la cama y se la quedó mirando.
—Tengo que ir al apartamento.
Ella apartó la vista, apretó los labios y volvió a mirar hacia la ventana. Peter supo que le estaba haciendo daño otra vez. Y se le encogió el corazón al herirla de esa manera, haciéndole sentir que no era querida. Que no era amada. Cuando era todo lo contrario.
—Genial. Vete. —Le señaló la puerta con la mano—. Voy a ducharme.
Peter se inclinó sobre Lali manteniendo la sábana entre ellos y le acunó el rostro con las manos. La miró fijamente a los ojos, de aquel color gris suave, tan llenos de vulnerabilidad. Como si esperara algo más de él. Como si le suplicara que hiciera realidad un sueño imposible. El no podía cumplir los sueños de Lali, pero tampoco quería hacerle más daño. No podía permitirlo. Herirla lo destrozaba más que cuando pensó que moriría en aquella celda donde Fuentes le había confinado.
—Gatita. —Le mordisqueó los labios. Se los besó. Se permitió saborearlos sólo por un momento—. Si me quedo, jamás estaré listo a tiempo. Y tu seguridad es lo más importante para mí, pequeña. Más de lo que puedas imaginar.
Ella le sostuvo la mirada, más suave ahora, con una extraña sonrisa bailándole en los labios, y le rodeó los hombros con los brazos.
—¿Me echarías de menos si me ocurriera algo, Peter?
El sintió una punzada en las entrañas al pensar que pudiera su-cederle algo. Incluso un simple arañazo.
—Estallaría un infierno si algo te ocurriese, Lali —susurró mirándola fijamente, sintiendo que las emociones que había contenido durante tanto tiempo amenazaban con escapar a su control, y eso no podía consentirlo. No podía permitirlo—. Perdería la poca cordura que me queda, cariño. Y ni a ti ni a mí nos gustaría que pasase eso.
Enredó los dedos en el pelo de Lali mientras ella se movía sensualmente bajo su cuerpo, y no pudo evitar saborear sus labios otra vez. Unos labios dulces e hinchados por los besos que le había dado durante toda la noche. Que se fundían con los suyos y lo hacían arder de pasión. Unos labios que le recordaban la erección que le palpitaba entre las piernas.
—Dios, me dejas sin sentido. —Se apartó de ella, se pasó la mano por el pelo y recogió los calzoncillos y los vaqueros del suelo.
Se los puso mientras la joven se incorporaba en la cama y lo miraba con aquellos cálidos y somnolientos ojos grises. Se metió el miembro rebelde bajo los calzoncillos y los vaqueros, y se subió la cremallera lentamente observando la provocativa mirada de Lali.
—Me parece una vergüenza desaprovechar eso —comentó la joven levantándose de la cama y mostrando su desnudez con orgullo.
Peter sintió que se le secaba la boca al verla rodear la cama. La curva de su trasero lo tentaba. La piel desnuda de la unión entre sus muslos, aquellos pechos altos y orgullosos, y los pezones duros y enrojecidos. Maldición. Sentía tanta necesidad de follarla ahora como la primera vez que la había tomado.
—Me voy a la ducha —dijo Lali.
El gimió.
—Y yo al apartamento. Llámame antes de bajar, así podré vigilarte.
—Lo haré.
La joven cerró la puerta del baño y él se obligó a terminar de vestirse.

jueves, 29 de noviembre de 2012

Capítulo 27


Cuando llegó al aparcamiento, se giró hacia él y Peter se detuvo en seco.
Si no había visto determinación en los ojos de Lali la otra noche, ahora sí la veía. Dolor desnudo, ira y seguridad en sí misma.
De nuevo volvió a preguntarse dónde demonios estaba la mujer con la que se había casado. Esa no era su pequeña indefensa, pero maldición, le excitaba más de lo que nunca lo había hecho.
—No estoy jugando contigo. —Peter puso las manos en las caderas y la fulminó con la mirada—. Maldita sea, Lali, estoy intentando ser honesto. No quiero hacerte daño.
Ella permaneció bajo las farolas del aparcamiento con el pelo cayéndole sobre la cara y los hombros .Tenía una mano apoyada en la cadera y la otra colgando al costado.
—No quiero tu honradez —le espetó con desprecio—. Quédatela.
Se dio la vuelta y echó a andar.
—¿A dónde diablos vas? —La alcanzó en un par de zancadas, la agarró del brazo y tiró de ella para detenerla—. ¿De regreso a ese maldito bar para que los vaqueros pueda olisquearte como lobos en celo? Ni hablar.
—Oh Dios mío, ¿el señor nada-de-compromisos está celoso? —El tono sarcástico en la voz de Lali le estaba sacando de quicio. Podía sentirlo. Como si la temperatura aumentara en su interior llenándolo de lujuria, de un oscuro y voraz deseo de dominarla—. Tienes razón. No eres mi marido. Mi marido tenía el buen juicio de no decirme qué era lo que podía o no hacer.
Ella nunca se había enfrentado a él de esa manera durante su matrimonio. Sarcástica y desafiante. La joven se había contenido ocultándole su verdadera identidad. El amor que surgió en el interior de Peter al comprender que ahora estaba frente a la verdadera Lali amenazó con ahogarle. Sintió un inmenso orgullo y, maldita sea, también miedo.
Ya no era el hombre que ella había amado seis años antes. El hombre que le susurraba nanas irlandesas y que musitaba «para siempre» en gaélico porque sabía que escucharlo hacía que la joven se estremeciera de placer.
Ahora era un hombre herido, lleno de cicatrices. Había cambiado, y admitirlo ante ella podía matarlo. Su esposa quería respuestas. Exigía respuestas. Y cuando descubriera que cuatro años antes él se había negado a volver con ella, le odiaría. Le odiaría porque se daría cuenta de que él había pensado que ella era débil. Débil e incapaz de manejar al monstruo que había sido entonces. Y aquello destruiría el orgullo de Lali.
Peter había tejido una red tan enmarañada que ahora no sabía cómo salir de ella.
—¿Qué quieres de mí? —gritó la joven, provocándole un estremecimiento al ver que sus mejillas estaban llenas de lágrimas.
—¡No te atrevas a llorar! —le espetó—. No uses las lágrimas contra mí, Lali.
No podía soportar sus lágrimas. Eran lágrimas silenciosas. Jamás la había visto llorar.
Lali negó con la cabeza y se pasó la mano por el pelo. Se dio la vuelta y empezó a andar.
A Peter le llevó unos segundos comprender exactamente qué era lo que ella pretendía. Estaba caminando. Pasando de largo la moto y alejándose de él.
—Lali, no. —Acortó la distancia que los separaba, la agarró del brazo y se colocó frente a ella—. Tenemos que hablar de esto.
—No hay nada de qué hablar —respondió la joven—. No puedes llegar a cualquier pueblo, encontrar una chica a la que follarte durante unas pocas semanas y luego largarte. —Liberó el brazo de un tirón—. Dios, Peter. Me rompes el corazón y ni siquiera te importa.
—¿Cómo puedo romper algo que pertenece a otro hombre? —gritó él con celosa frustración—. En esa maldita casa hay fotos de Thiago por todas partes. Aún tienes su ropa en el armario del dormitorio que compartiste con él. Y mira esto. —Le levantó la mano, mostrando la alianza de oro que brillaba bajo las farolas, con el corazón roto porque la llevaba en la mano derecha y no en la izquierda—. Mira ese anillo, Lali. Todavía llevas su anillo.
Su propio anillo, el que ella le había deslizado en el dedo, le ardía contra el muslo. Peter lo llevaba siempre con él, metido dentro del bolsillo, formando parte de su ser.
Lali  lloraba ahora desconsoladamente. La respiración se le entrecortaba por los sollozos y sus ojos grises estaban húmedos y brillantes como diamantes por el dolor, resquebrajando el alma de Peter.
La joven abrió los labios, levantó la mano como si fuera a decir algo y, de pronto, resonó el eco de unas sirenas.
Lali se dio la vuelta justo a tiempo para ver que el todoterreno del sheriff se detenía en medio del camino y que Rick Grayson se apeaba de él. Le dirigió una mirada a la joven y después clavó los ojos con dureza en Noah.
—Entra en el coche, Lali. —Rick le señaló con la cabeza el asiento del pasajero.
—Lali, no lo hagas. —Peter permaneció inmóvil aunque todos sus instintos le gritaban que no la dejara ir con el sheriff. Rick no era sospechoso, pero Lali seguía siendo su esposa. Era suya y se iría con él—. Por favor. —La miró fijamente, deseando que recordara el peligro.
La joven paseó la mirada entre ambos hombres y Peter percibió un brillo de duda en sus ojos.
Rick permaneció en silencio, observándolos con el ceño fruncido y una mano apoyada en la culata de su arma.
—Deja que yo te lleve a casa —dijo entonces Peter—. Sólo te llevaré a casa. Te lo juro.
A Lali se le escapó un sollozo.
—Me estás matando.
—Lo sé, pequeña. —Por supuesto que lo sabía. Lali ni siquiera imaginaba que aquello también lo estaba matando a él.
La joven asintió con la cabeza y luego se dirigió a la Harley. Peter volvió a mirar al sheriff con atención, viendo el interés y la preocupación que mostraba por Lali mientras la seguía con la mirada.
Rick se giró entonces hacia Peter guardando silencio un buen rato. Finalmente, soltó la culata de su arma y apoyó los antebrazos sobre la puerta abierta del vehículo.

Había algo en la mirada del sheriff. Algo que despertó la sospecha de Peter y que lo hizo tensarse.
—¿Sabe? —dijo Grayson por fin—. He visto a muchos perdedores de paso por el pueblo.
—¿De veras? —masculló Peter como si la opinión del sheriff no le importara en absoluto.
—De veras. —Rick inclinó la cabeza—. Pero déjeme decirle que sin duda usted es el mayor de todos los perdedores que he conocido hasta la fecha. Y por alguna razón, pensaba que sería diferente.
—No necesito su opinión —gruñó Peter Echó un vistazo por encima de su hombro y vio que Lali se estaba enjugando las mejillas con la mirada perdida en el parque.
—Necesita que alguien le meta una bala en un sitio especialmente doloroso —le espetó Rick, sacudiendo la cabeza—. No se meta en líos, señor Lanzani. O de lo contrario, vamos a tener una conversación muy seria.
Peter arqueó las cejas antes de darle la espalda al sheriff y acercarse al lugar donde Lali esperaba junto a la Harley.
Le puso la cazadora y le levantó la barbilla observando sus ojos llenos de lágrimas. Le acunó el rostro entre las manos y le pasó los pulgares por los labios temblorosos.
—Una noche más, Lali —murmuró, tan duro, tan desesperado por ella que se preguntó si podría sobrevivir—. Danos una noche más.
La joven le sostuvo la mirada. La cólera, el dolor y el miedo se mezclaban en su interior junto con el deseo. Un deseo tan voraz que no pudo entender cómo había podido vivir sin él durante seis años.
—¡Eres un bastardo! —sollozó.
—El peor de los bastardos —murmuró él, besándole los labios y las lágrimas.
Lali respiró hondo y levantó las manos para agarrar las muñecas de Peter mientras sus sensibles labios recibían su beso, deseando más. Mucho más.
—Llévame a casa, Peter—susurró—. Por favor, llévame a casa.
No iba a llorar más.
Se agarró a Peter durante todo el trayecto y se permitió apoyar la cabeza contra su espalda para sentir el latido del corazón masculino contra la mejilla. Y, sin que pudiera evitarlo, su mente se centró en el futuro. En el futuro cercano y en el futuro lejano.
Levantó la cabeza cuando se detuvieron delante de la casa y esperó a que Peter la ayudara a desmontar de la Harley antes de hacerlo él mismo.
—¿Dónde tienes la llave?
«Su marido».
Peter siempre se había asegurado de comprobar su pequeño apartamento cada vez que la acompañaba a casa. Después, cuando se casaron, se convirtió en una costumbre. Siempre había sido muy protector con ella.
Le dio la llave y observó cómo él abría la puerta y entraba con cautela en la casa antes de devolvérsela. Ella también entró y esperó en la salita mientras Peter inspeccionaba las habitaciones.
Se envolvió aún más en la cazadora de Peter, aspirando su olor, y volvió a prometerse a sí misma que no habría más lágrimas.
¿Se manteniéndose firme en su cólera o le daría una noche más? ¿Cuántas noches más podría robarle antes de que se fuera? Porque la próxima vez que la dejara... Lali echó una mirada alrededor. La próxima vez que se fuera, ella sabía exactamente lo que iba a hacer.
Era la única manera de sobrevivir.
Lali siguió sin moverse de la salita, con la mirada clavada en la repisa de la chimenea, en las fotos. Su foto de bodas. Sus caras sonrientes, los feroces ojos azules dominando el retrato. La piel oscura de Thiago contra la suya más clara, y la expresión tranquila y confiada.
Se acercó a esa foto en concreto sin dejar de dar vueltas a la alianza que llevaba en el dedo anular de la mano izquierda. No era viuda. Seguía estando casada. Siempre sería la esposa de Peter sin importar el nombre que usara. ¿No era patético? No era de extrañar que él no hubiera querido volver a casa. Había tenido una esposa que no suponía ningún reto. Una esposa que sólo sabía amarle.
 
Peter entró en el dormitorio, comprobó los armarios que aún contenían sus ropas y el enorme cuarto de baño que Lali y él habían diseñado.
Cuando regresó al dormitorio se detuvo frente a la mesilla y se quedó mirando la fotografía de ellos dos juntos.
Sienna les había sacado esa foto poco después de su boda. En ella, él acariciaba la mejilla de Lali y la ancha alianza de oro brillaba en su dedo.
Metió la mano en el bolsillo de los vaqueros, sacó el anillo y lo hizo rodar entre sus dedos mirándolo fijamente. Ya no era nuevo, pero todavía era brillante y cálido al tacto.
Lo sostuvo durante unos segundos y luego se lo puso en el dedo. Cerró el puño con una mueca furiosa retorciendo sus labios y contuvo a duras penas la imperiosa necesidad de contarle todo a Lali. De poseerla. De ser el hombre por el que ella lloraba. El hombre que amaba. Pero el hombre que había surgido de los fuegos del infierno era muy distinto a Thiago. Y la vida que llevaba ahora, después de incorporarse a la unidad de Operaciones Especiales, no era la vida que la joven querría vivir. Una vida a la que él no podía renunciar. Thiago sí podría haber dejado los SEAL’s, pero si Peter intentaba dejar la unidad de Operaciones Especiales, sencillamente desaparecería y jamás volvería a saberse de él.
Era una vida de mentiras. Siempre escondiéndose. Maldición, ¿cómo había podido creer ni por un momento que podría quedarse con Lali y engañarla durante el resto de su vida? Había pensado que podría hacerlo; pero con su alianza en el dedo, se preguntó si no se habría equivocado. Intentó imaginar algo distinto y no pudo. Todavía era el hombre en el que se había convertido. Y aunque Lali fuera una mujer diferente a la que él recordaba, jamás aceptaría a la bestia que habitaba en su interior.
Era testaruda y decidida. Pensaba que sabía lo que él era, quién era, pero estaba equivocaba.
Se quitó el anillo del dedo, lo miró durante un buen rato y luego volvió a meterlo en el bolsillo de los vaqueros. Era su talismán. Su amuleto. Un recordatorio real de lo que podría haber sido.

jueves, 25 de octubre de 2012

CAPÍTULO 26

La joven se estremeció al escuchar aquello. Con los ojos cerrados y la cara enterrada en su torso, a Lali no le preocupaba que nadie viera el dolor que se reflejaba en su rostro, en sus ojos. El la ocultaba y la protegía. 
—No hay nada que echar de menos —respondió finalmente, obligándose a recordar que él iba a dejarla, que se alejaría de ella de nuevo. Peter le acarició la cabeza con la barbilla. 
—Te deseo, Lali. Quiero volver a esa enorme cama contigo. Quiero sentirte húmeda y caliente bajo mi cuerpo. 
—¿Por cuánto tiempo? —Ella sacudió la cabeza contra su pecho—¿Cuánto tiempo, Peter? ¿Una noche? ¿Dos? ¿Una semana? ¿Qué quieres de mí? ¿Qué te hace pensar que puedes entrar en mi vida como si nada, dormir en mi cama, y luego marcharte al atardecer sin mirar atrás?
 Peter podía percibir claramente el dolor en sus palabras, y se sentía desgarrado por los celos ante el recuerdo del hombre que había sido para ella y el hombre que era ahora. Lali  no se merecía al hombre en que se había convertido. Ella se merecía un hombre que no se pasara las noches luchando contra los restos de una condenada droga que le hacía perder el sentido, cuando el deseo y la lujuria se apoderaban de su cuerpo hasta tal punto que le aterraba estar cerca de cualquier mujer. En especial de Lali. Pero no podía decírselo. No podía hablarle sobre el animal que moraba dentro de él. No podía contarle su acuerdo con el cuerpo de Operaciones Especiales, sin olvidar que, después de que le rescataran del infierno, se había negado a que ella supiera que su marido aún estaba vivo. La verdad la destruiría igual que lo haría, finalmente, la mentira. Pero al menos, con esas mentiras, Lali tendría los recuerdos de su marido y de lo que ella había significado para él. 
—Hay muchas cosas que no sabes —suspiró al cabo de unos segundos contra la graciosa forma de la oreja de la joven—. Por qué estoy aquí. Y qué tengo que hacer. 
—Entonces, cuéntamelo, Peter. —Lali levantó la cabeza y lo miró con sus suaves ojos grises llenos de cólera y necesidad—. No soy una niña. No soy ninguna estúpida mujercita que no pueda comprender ni aceptar las realidades de la vida. 
Peter le sostuvo la mirada sintiendo el salvaje y feroz latido del deseo crepitando entre ellos y percibiendo la necesidad de conocer las respuestas brillando en los ojos de Lali. 
—Ya conozco una parte —dijo ella con suavidad—. ¿Puedes acostarte conmigo, torturarme con todo lo que no puedo tener, y no decirme la verdad? 

Eso sólo era una parte, y él lo sabía. Pero había otras partes, como lo que sucedería al día siguiente, que Lali tenía que conocer. Cuando la operación comenzara, se desarrollaría con rapidez. Necesitaba saber que ella estaba a salvo, tenía que saber que estaba segura. Por él y por su cordura. 
—Ven conmigo en la moto —la invitó, sabiendo que esa noche tendría que decirle sólo verdades a medias. Quién era y lo que había sido, tendría que seguir siendo un secreto para siempre. 
—Llevo pantalones cortos. 
El negó con la cabeza. 
—Tendré cuidado. —Dio un paso atrás cuando la música se detuvo—. Vamos a la moto. 
Lali le cogió de la mano con el corazón latiéndole pesadamente en el pecho y con la esperanza creciendo en su interior, aunque una parte de ella sabía y aceptaba que Peter no le diría quién era en realidad. Pero no por ello dejaba de esperarlo.

Fue consciente de los ojos que los observaban mientras dejaban el local. Rory y Toby se pusieron en pie cuando pasaron ante ellos, y Lali tardó un segundo en dirigirle a su cuñado una mirada entornada. Llegaría un día en que iba a tener que hablar con él. A fondo. Y ese día no estaba muy lejos. No se enfrentaría a él ahora, pero sí lo haría cuando Peter se fuera, porque necesitaba entender. Tema que saber qué le había sucedido a su marido, por qué no había regresado con ella. Incluso más; tema que saber que no la iba a volver a dejar. No importaba si Peter tema cosas que solventar ni si su intención era reclamarla de nuevo. Una vez fuera, Peter se quitó la cazadora y la ayudó a ponérsela. 
—Te avisó Rory, ¿verdad? —le preguntó Lali mientras la sujetaba para que subiera a la parte trasera de la Harley antes de montarse él mismo a horcajadas. 
—Así es. —Ahora tema la voz más dura. Más fría—-. ¿Qué te parece si damos una vuelta por el parque del pueblo? 
Ella asintió lentamente. 
—De acuerdo.
 La Harley volvió a la vida. El motor vibró con renovada fuerza antes de que Peter levantara el apoyo, acelerara y saliera del aparcamiento. El aire del verano alborotó el pelo de Lali. La sensación de libertad hizo que esbozara una sonrisa al tiempo que rodeaba la estrecha cintura de Peter con los brazos y se apoyaba en él mientras se dirigían al pequeño parque.
 Medina Park era pequeño, pero muy hermoso. Peter se dirigió al aparcamiento desierto y la ayudó a bajar de la moto. Sosteniéndole la mano, la guió por un estrecho camino hasta una zona protegida para picnics. Había una única mesa en el centro al lado de un horno de hierro para barbacoas. Lali se metió las manos en los bolsillos de la cazadora y se sentó a horcajadas en el banco de madera de la mesa.
 —¿Por qué aquí? 
—No hay nadie que pueda oírnos —respondió él, suspirando—. Y si lo hubiera, lo sabría. 
Sin embargo, movió la cabeza como si estuviera escrutando las sombras. 
—¿Acaso puedes ver en la oscuridad? —Thiago siempre había tenido una vista de águila, incluso en la oscuridad. 
—Sabes que estoy aquí por una razón, Lali —dijo él finalmente, sentándose tras la joven y rodeándola con sus poderosas piernas. La abrazó e hizo que se recostara contra su pecho—. ¿Has oído hablar de los cuerpos que han encontrado en el parque nacional? —inquirió. Lali asintió con cautela. —El año pasado encontraron a algunos inmigrantes, tanto legales como ilegales, y a tres agentes de FBI, víctimas de cacerías humanas —continuó Peter—. Estoy intentando descubrir quiénes lo hicieron, conseguir pruebas, y entregárselas a los agentes federales que trabajan en el caso.
 —¿No eres un agente? —Algo en el interior de Lali se tensó formando un nudo de dolor. 
—No, soy independiente. Trabajo por contrato —le explicó, rozándole los labios contra la oreja—. Esos bastardos no sólo actúan aquí, Lali. El grupo se ha extendido más allá de este pequeño condado y sigue creciendo. Se ha convertido en una amenaza para la seguridad nacional. No sé cuál será mi siguiente destino. 
Ella asintió suavemente. 
—¿Así que no te quedarás? 
Lali temblaba por dentro. No podía comprender cómo lograba aparentar calma y tranquilidad. Lo sintió tensarse a sus espaldas mientras la pregunta quedaba en suspenso entre ellos, llenando el aire caliente de tensión y pesar.
-Eres lo mejor que me ha ocurrido nunca —susurró él al cabo de unos segundos—. Abrazarte, tocarte, es lo mejor que me ha pasado en la vida. Pero las cosas son así, cariño. Nunca he querido hacerte daño. 
Lali sintió caer la primera lágrima y se aseguró de que fuera la última. Sin embargo, podía sentir el dolor en su interior. La desgarraba cruelmente, le rompía el corazón mientras contenía los sollozos que amenazaban con ahogarla. Le temblaron los labios, pero los contuvo. No supo cómo, pero lo hizo. —Quiero que estés a salvo —siguió él—. Te quiero fuera de aquí, lejos de los bares y del pueblo. Allí donde pueda vigilarte, donde pueda protegerte en caso de que alguien sospeche por qué estoy aquí o lo que estoy haciendo. 
—Entonces, ¿va a ocurrir algo? 
—Podría ocurrir algo en cualquier momento —asintió él—. Hemos acelerado las cosas y estoy seguro de que es inminente. Una vez que estalle el infierno, no habrá vuelta atrás y no quiero que te salpiquen las consecuencias. 
Lali asintió con la cabeza quedándose muy quieta y cerró los ojos con fuerza cuando los labios de Peter le dieron un beso lento y suave en el cuello desnudo. ¿Cómo era posible que no hubiera reconocido esos labios la primera vez que la habían besado, cuando el primer destello de placer había estallado en su vientre? Sólo su esposo, el hombre al que ella había entregado su alma podía hacer que se sintiera así. Antes de poder evitarlo, Lali ladeó la cabeza invitándolo a que repitiera el beso. Que Dios la ayudara, iba a volver a dejarla. Debería estar gritando, pataleando. Debería estar llorando. Pero la esperanza seguía viva en su destrozado corazón. Él le había contado mucho. La había preparado para lo que podría ocurrir. Pero no tema por qué alejarse de ella otra vez. No su Peter. No el hombre cuyas manos la estrechaban ahora, cuyo aliento se volvía pesado, cuyo deseo ardía sobre ella. Su Peter jamás volvería a alejarse de su vida de esa manera. No a propósito. No su marido.

-¿A quién estás persiguiendo, Peter? 
Lali le hizo la pregunta que él esperaba que no le hiciera. 
—Lo que importa es que tú estés segura. —Le deslizó los labios suavemente por la barbilla—. Y yo me aseguraré de ello. 
—El conocimiento es poder. —La joven inclinó la cabeza a un lado, permitiendo que los labios y la lengua de Peter le acariciaran un punto especialmente sensible en la base del cuello. 
—No en este caso. —El le mordisqueó el cuello—. En este caso, para ti, el desconocimiento es tu mejor arma. Y prefiero que siga siendo así, Lali. 
La sintió relajarse entonces, como si él le hubiera dado algo que ella necesitaba. ¿Qué había podido darle además de la seguridad de que la protegería, de que la quería a salvo? Dios sabía que la quería a salvo. Podría vivir sin sexo. Podría vivir sin que Lali formara parte de su vida. Pero no podría vivir si a ella le ocurría algo. Su corazón dejaría de latir. Cualquier vestigio de vida abandonaría su cuerpo. Lo había sabido desde antes de casarse con ella. La noche que había comprendido que su corazón pertenecía a aquella mujer menuda, Thiago había sabido que renunciaría al estilo de vida despreocupado que había disfrutado durante tanto tiempo y que se casaría con ella. Y ahora, dejarla otra vez le desgarraba el alma. Lo partía en tantos pedazos que estaba seguro que no quedaría nada del hombre que era esa noche. 
—He echado de menos dormir contigo. —Le quitó la cazadora y la dejó a un lado antes de acariciarle los hombros desnudos y los brazos. Las manos de Peter  rozaron el brazalete de plata que él le había regalado. Maldición, le quedaba bien. Como si fuera una feroz princesa engalanada para una batalla sensual. 
—Esto no resuelve nada —musitó Lali con voz débil, llena de dolor y deseo. Ese rastro de pesar en su voz rasgó el corazón de Peter. Algo se quebró en su pecho y tuvo que enterrar la cara en el cuello de Lali para tratar de contener el devastador dolor que le invadía. Pero no podía dejar de tocarla. No podía evitar estrecharla entre sus brazos. Era como una adicción, un deseo que no podía controlar. Necesitaba aquello, la necesitaba a ella. Cuando llegara la hora de marcharse, quería llevarse consigo tantos recuerdos como fuera posible. Los suficientes para ayudarle a sobrevivir a la pérdida, a las noches solitarias que sabía que le esperaban.
 —Te mereces mucho más —murmuró él, desrizándole las manos bajo la blusa y acariciándole la piel sedosa de los senos—. Un hombre completo. Eso es lo que mereces, Lali. Y yo ya no lo soy. Hace mucho tiempo que dejé de serlo. 
La joven contuvo el aliento y él supo que fue un sollozo lo que hizo que se estremeciera de pies a cabeza. —Mi Lali. —Hizo que se diese la vuelta, le colocó las piernas sobre sus muslos y la acunó entre sus brazos—. No voy a mentirte. No puedo hacerlo. No voy a decirte que voy a quedarme ni que vamos a hacer realidad nuestros sueños. —Le enjugó las lágrimas—. No podemos hacernos eso. No soy tu marido, Lali. Y los dos sabemos que nadie más va a ocupar el lugar que él tenía en tu corazón. 
La presionaba, tenía que presionarla. Ella tenía que comprender lo que podía ocurrir. Tenía que afrontarlo. Los ojos de la joven llamearon y Peter le agarró la mano que iba directa a su cara. La miró y vio que la cólera inundaba el rostro femenino. 
—Lali, ¿has intentado darme una bofetada? —le preguntó arrastrando las palabras.

Había sido una de las normas de su matrimonio. Ella podía arrojarle lo que quisiera a la cara, podía gritarle, maldecirle, llamarle sucio hijo de perra, pero no podía intentar golpearle. Ni sorprenderle. Ni correr hacia él, ni intentar asustarle. Thiago poseía unos reflejos muy agudos y el instinto de supervivencia estaba demasiado arraigado en él para que ella pudiera hacerle nada. No la lastimaría a propósito, pero podía dañarla por instinto rodeándole la garganta con las manos o tirándola al suelo antes de saber qué estaba haciendo. 
—¡Tienes suerte de que no intente pegarte un tiro! —Se levantó de su regazo y tropezó con el banco de tal forma que se habría caído si él no la hubiera sujetado. Peter la miró sorprendido. Un segundo antes Lali era dulce y suave en sus brazos y ahora lo rechazaba como una gata salvaje. 
—¿A dónde diablos vas? —Agarró la cazadora y la siguió mientras ella se dirigía con paso airado, casi corriendo, al aparcamiento—. Maldita sea, Lali. —¡Vete al infierno! 
—Ya he estado allí, gracias —replicó él—. Y créeme, prefiero no regresar. 
—Entonces vete a donde demonios quiera que vayas cuando te desapareces por la tarde. —Agitó la mano delante de él.
 Tanto la expresión de Lali como la tensión de su cuerpo denotaban su furia
—. Te lo dije la otra noche, Peter. Ya he tenido suficiente. 
—Puede que yo no —masculló él. Peter no había tenido bastante de sus dulces caricias ni, sin duda alguna, de su risa, de sus besos ni de su presencia a su lado. 
—Bien, pues es una pena. Porque a mí no me gustan tus reglas ni que juegues conmigo.

viernes, 19 de octubre de 2012

Capítulo 25

Y ahora ella ya lo sabía. Tendría que irse. No quería ningún tipo de compromiso. Negó con la cabeza, cogió el teléfono y llamó a un taxi. Esa noche no quería conducir. Quería disfrutar de aquella velada a la que Sienna la obligaba a ir. Quería olvidarse de todo, reírse con sus amigas, volver a ser de nuevo la mujer que fue antes de casarse. Había pasado mucho tiempo desde que se había sentido así, simplemente una mujer. Demasiados años desde que se había sentido... libre. Y esa sensación de libertad hería. Dolía como el infierno. Se metió una tarjeta de crédito y las llaves de casa en el bolsillo trasero de los vaqueros y salió al porche delantero para esperar el taxi. Lali sabía que estaba demasiado ebria para salir de casa. Demasiado dolida. Debería enfrentarse a Peter con todo lo que sabía, gritarle y exigirle la verdad, pero el orgullo se lo impedía. No quería que se quedara sólo porque su mujer le recordara que estaba casado. Cuando el taxi se detuvo en el camino de entrada, observó que Rory salía de la tienda de suministros y miraba en su dirección.
—Detente delante del taller —le dijo a Art Strickman, el joven que conducía el taxi. Su padre poseía tres, y eran un lucrativo negocio. En especial la noche de los viernes. 
—Sí, señora Bedolla. —El joven le dirigió una sonrisa antes de girar y conducir hasta la puerta de la tienda de suministros. Su cuñado la estaba esperando.
 —¿A dónde demonios vas? -Rory le echó una mirada y se quedó boquiabierto. Dios santo, Peter iba a cabrearse. Esa era la Lali que había conocido una vez. La mujer que permanecía delante de él mirándolo como una condenada diosa. Con el pelo alborotado alrededor de la cara, la mirada nublada bajo la tenue luz, las piernas interminables y las uñas pintadas de color rojo cereza. 
—Es la noche de las chicas. —Lali arqueó las cejas—. Regresaré tarde, así que asegúrate de cerrar bien y encárgate de llevar la recaudación al banco. Hasta mañana. 
—Demonios... hum, Lali. —Tragó saliva—. Espera un poco. Iré contigo. Estaré listo en una hora. 
—Es la noche de las chicas, Rory. —Le palmeó la mejilla con una sonrisa burlona—. Sienna y fura Richards cuidarán de mí. Acabo de beberme una botella de Thiago de vino francés de mil ochocientos y pico, y estoy dispuesta a divertirme. Podrás sobrevivir sin mí. 
Mierda. Mierda. Rory se pasó la mano por el pelo y miró a su alrededor mientras escuchaba que la puerta de la oficina se abría a sus espaldas.
 —Señora Bedolla... está impresionante —balbuceó Toby—. ¿Va a salir esta noche?
 —¿A que es un encanto? —Lali hizo un mohín—. Es la noche de las chicas, Toby. No vuelvas a casa andando, ¿me lo prometes? 
—Puede apostarlo —se rió Toby—. Dígame a dónde va. Podríamos quedar luego. 
Lali le dirigió una mirada penetrante.
 —¿Tengo cara de necesitar una niñera? —Deslizó la mano por su cuerpo hasta apoyarla en la cadera con sensual arrogancia. Su cuñado y Toby casi babearon. Rory estaba seguro de que Peter estallaría como una bomba nuclear cuando la viera, así que se aseguraría de que supiera que su esposa se paseaba por el pueblo como una diosa del sexo visitando antros de placer.

No era que Lali pareciera una cualquiera. Al contrario. Sencillamente estaba espectacular. Demasiado espectacular. Estaba realmente preciosa cuando se vestía como la mujer que era, y era demasiado inocente para saber que era una locura dejar que los vaqueros que salían en jauría los viernes por la noche le echaran un vistazo. Era una mujer dolida y cabreada. 
—No señora. —Toby fue el primero en hablar—. Sólo quiero estar cerca para ver los fuegos artificiales de después. 
Rory le dirigió a Toby una mirada de advertencia. Una que el joven ignoró. 
—¿Qué fuegos artificiales? 
—Los que va a haber en Alpine cuando el señor Lanzani la encuentre —dijo Toby, riéndose—. Habrá pelea este viernes por la noche. 
—Sí, ya... El señor no-quiero-compromisos Lanzani. No te preocupes. Tengo el presentimiento de que a él no le importará en absoluto. 
Y lo creía de verdad. Rory lo vio en su cara, en sus ojos. Lali creía en el fondo de su corazón que a Peter no le importaba nada. Demonios. Alguien iba a terminar herido esa noche, y sólo rezaba para que no fuera Lali. Ni Peter. Ni, Dios lo quisiera, él mismo. Con la suerte que tenía, Peter le arrancaría la cabeza sólo por haberla dejado marchar. Pero no tenía otra opción. Observó cómo el taxi se alejaba y respiró hondo. 
—¿Cuántos años tienes, Toby? 
—Diecinueve. Pero tengo amigos —respondió el muchacho—. Puedo entrar en cualquier local del pueblo. 
Rory le dirigió una mirada crítica a Toby. Bueno, podrían echarle unos veintiuno, que era la edad exigida para entrar en los locales nocturnos. 
—Estamos jodidos. ¡Peter nos matará a los dos! —rugió. —Olvídate de eso y céntrate en el problema. No puedes dejarla ir sola cuando está en peligro. Y no soy estúpido. Os he observado a Peter y a ti lo suficiente para saber que, definitivamente, corre peligro —le espetó Toby—. Tenemos que seguirla. Llama a Peter. Las cosas acabarán por ponerse feas. Es viernes, Rory. ¿Sabes cuántos hombres se le van a insinuar? Es como soltar una ovejita en medio de una manada de lobos. 
Rory le echó un vistazo al reloj y contuvo una maldición. Peter le había dicho que su móvil no tendría cobertura hasta dentro de dos horas. Sólo estaría operativo el móvil del tío Jordán. Maldita sea. Las cosas ya se estaban poniendo feas. 
—Vamos a cerrar. 
Se dieron la vuelta y entraron. Cerraron la gasolinera y apagaron las luces exteriores, ignorando el coche que entraba en ese momento pitando imperiosamente antes de detenerse delante de los surtidores.
 —Empieza a llamar a tus amigos. Averigua en qué bar está —le ordenó Rory media hora más tarde mientras se subía al todo-terreno—. Voy a intentar ponerme en contacto con Peter. ¿Qué grado de estupidez puede alcanzar un hombre? 
—Un grado muy alto —afirmó Toby. 
—Era una pregunta retórica —gruñó Rory—. Se suponía que no tenías que contestar. 

Jordan escuchó el frenético mensaje de voz de Rory, arqueó las cejas y miró por la ventana que daba acceso a la sala de reuniones donde los agentes del cuerpo de Operaciones Especiales estaban discutiendo las acciones a seguir. «Avisa a Peter. Rápido. No sé qué le ha hecho a Lali, pero ha decidido que hoy es la noche de las chicas y ha salido dispuesta a comerse el mundo, vestida como la fantasía de cualquier hombre. Ha quedado en el pueblo con Kira Richards y Sienna Grayson. Consígueme algún apoyo antes de que ese bastardo psicótico que está contigo se vuelva loco y decida que es culpa mía. Si vuelve a agarrarme por el cuello otra vez te juro por Dios, Jordan, que se lo cuento todo al abuelo. Y tu nombre también saldrá a la palestra. No querrás que haga eso, ¿verdad?» El mensaje se interrumpió bruscamente.
Jordán presionó el botón para oír el siguiente mensaje. Era igual de frenético y casi sonrió. Rory había perdido la cabeza y Peter sería el siguiente. «.Te lo advierto, si tengo que contárselo al abuelo, todos acabaremos pagándolo. Todos. Díselo a él. Si vuelve a cogerme por el cuello otra vez te juro que el abuelo lo sabrá todo. Díselo.» El mensaje se cortó de golpe. Rory amenazaba con delatarlos ante el abuelo. Demonios, casi se sentía joven de nuevo. Rory siempre le contaba todo al abuelo cuando pensaba que ellos se habían metido en problemas. Lo que Rory jamás supo fue que el abuelo ya lo sabía. Pero ser consciente de que aquel chico lo quería tanto como para confiar en él, siempre había conseguido que el anciano sé sintiera orgulloso. Por desgracia, esa vez, contárselo al abuelo no era una opción. Jordán se reclinó en la silla con los ojos clavados en su sobrino y casi esbozó una sonrisa. Casi. Porque Peter escogió ese momento para devolverle la mirada como si supiera que había pasado algo, y Jordán sabía exactamente qué era ese algo. Maldita sea, quería a ese hombre. Una parte de él había muerto al pensar que su sobrino estaba desaparecido, y había sentido como si le hubieran quitado un gran peso de encima al enterarse de que Thiago seguía vivo. Había estado muy preocupado por él. Más que preocupado, sobre todo cuando Thiago se negó a dejar que llamaran a Lali. Pero las cosas estaban saliendo bien. Se levantó del asiento y entró en la sala de reuniones. La vida de su sobrino estaba empezando a solucionarse. Y cuando lo hiciera... asintió para sus adentros. Bien. Cuando lo hiciera, todas las confabulaciones y manipulaciones a las que había recurrido, habrían valido la pena. Cada una de ellas. Si Peter  no lo mataba antes. 

Más tarde en una reunión 

-Revisa el dossier. Corren rumores por todo el pueblo de que la MBC quiere hacerse con ese taller. Lali siempre ha sido considerada una presa fácil, aunque la milicia nunca ha tenido intención de matarla. Saben que yo jamás habría pasado por alto el asesinato de la mujer de mi sobrino. Sin embargo, después de la pequeña incursión de Lali en la vida nocturna del pueblo, espero alguna reacción. Tenemos que ver quién demuestra interés.
 Peter se quedó paralizado. Clavó la mirada en su tío y la tensa bola de furia que se agitaba en su interior comenzó a liberarse. —Bueno, sigamos con el resto de los sospechosos que participan en esas cacerías. Si pasáis a la página... 
—¿Cómo has dicho? —inquirió Peter con suavidad, consciente del tono crispado de su voz y de la tensión que inundó la estancia cuando Jordán se interrumpió y lo miró sorprendido. 
—He dicho que si pasáis a la página... 
—¿Qué incursión en la vida nocturna del pueblo? —Peter apretó los dientes, sintiendo que algo le estallaba en la cabeza. Jordán arqueó una ceja con calma. 
—¿Importa? Lo único importante aquí es la ubicación del negocio de Lali y el interés que la milicia tiene en él. 
Peter se puso lentamente en pie, apretando la superficie de la mesa con tanta fuerza que los dedos se le pusieron blancos.
 —¿Qué incursión? ¿Qué vida nocturna? 
—Agente Lanzani, ¿no se olvida de algo? Nuestro objetivo es llevar a cabo la misión que nos han encomendado, no un bar donde las chicas solteras se reúnen con sus amigas para tomar unas copas, ¿de acuerdo?
 Algo estallo. Detonó. Peter sintió la explosión en la cabeza. Noche de viernes. En Alpine. En un bar. Noche de chicas, ja. Lali había aprendido la lección seis años antes. Sabía lo que ocurría los fines de semana en esos bares. Sabía que salir sola de juerga un viernes por la noche en Alpine era como arrojar carnaza a los lobos.
 —Y una mierda. —La fuerza de la imprecación atravesó la estancia antes de que Peter se levantara de un salto, estrellara la silla contra la pared y se dirigiera a la salida con paso airado.
Ignoró la orden de Jordán cuando lo llamó. Había aceptado la misión. Había aceptado su muerte y renunciado a su mujer. Eso era lo que se había dicho a sí mismo desde que había vuelto a Alpine. Estaba cumpliendo una misión. Y le estaba enseñando a Lali a vivir de nuevo, pero no a amar de nuevo. Iba a salir de su vida de la misma manera en que había entrado. Sin lágrimas ni angustias. Todo era muy sencillo. Punto. Dios. Amarla lo estaba destrozando. Lo estaba matando. Y pensar, saber, que ella se había tomado al pie de la letra lo de nada de compromisos, hacía que la cabeza le estallara en pedazos mientras bajaba a toda velocidad por las escaleras metálicas que conducían al aparcamiento. Apretó el botón de seguridad que abría el cerrojo de las pesadas puertas, se montó a horcajadas en la Harley y arrancó el motor. Antes de que las puertas terminaran de abrirse, salió a toda velocidad con las luces apagadas y la mirada fija en la oscuridad. Cuando dejó atrás el cañón y el camino de tierra y llegó a la carretera principal, encendió las luces y aceleró. ¿Una incursión en la vida nocturna de A.lpine un viernes por la noche? Ni hablar. Sacó el móvil del bolsillo en cuanto se alejó del bloqueo de señal que rodeaba el bunker. El icono que indicaba que tenía un mensaje de voz parpadeaba. Oprimiendo el botón, se llevó el teléfono a la oreja y escuchó las amenazas de Rory. ¿Así que pensaba contárselo todo al abuelo? Iba a estrangular a aquel pequeño bastardo. ¿En qué diablos estaba pensando al dejar que Lali saliera de marcha? Maldita sea. Todo aquello estaba a punto de estallar y ¿Lali se iba de marcha? ¿Una noche de chicas con Kira Richards y Sienna Grayson? Que Dios les ayudara. O mejor, que Dios le ayudara. Porque sabía lo que pensaba hacer. Lo que iba a hacer. Iba a sacar el trasero de Lali de aquel bar e iba a demostrarle quién mandaba allí, incluso a costa de destruirlos a ambos cuando se viera obligado a marcharse. No podía quedarse. Y si lo intentaba, tarde o temprano se delataría a sí mismo. Sabía que no podría ocultar siempre la verdad. Y una vez que ella lo supiera todo, una vez que ella supiera en qué se había convertido su marido, ¿cómo iba a perdonarle? No lo haría. Había dejado sola a su esposa durante más de cuatro años desde que le habían rescatado. No había permitido que volviera con él, y había dedicado su vida al cuerpo de Operaciones Especiales en vez de a ella. ¿Cómo iba a perdonarle eso? Tenía un contrato que no podía romper, misiones que no podía rechazar y cada vez más posibilidades de no regresar. Lali se había encariñado con Peter. Sin embargo, él no era más que un amante sustituto de su esposo muerto. Ella se habría dado cuenta con el tiempo, se había dicho a sí mismo. Había intentado convencerse de ello. Convencerla a ella. Pero cuando se acercaba al pueblo, el instinto de posesión, el deseo y la furia ardieron con más fuerza que nunca en su mente, y entonces lo supo. No tenía que convencerse de nada, porque sabía la verdad. Lali le poseía fuera quien fuera él. Siempre había sido suyo y siempre lo sería. Y pronto tendría que tomar una decisión. Si se marchaba, tendría que hacerlo para siempre. Y si se quedaba, tendría que decirle la verdad. Porque conocía a su Lali. Y ella acabaría por descubrir quién era. 

Lali
Pasar la noche del viernes en el bar 1M Frontera no era algo que una mujer debiera hacer sin su marido o sin su novio, pensó Lali con diversión mientras se tomaba un sorbo de vino y observaba a los vaqueros que no quitaban ojo a su mesa. Ya habían invitado a bailar a Kira, a Sienna y a ella unas cuantas veces. Sienna estaba bailando. Le gustaba bailar y no le importaba demasiado con quién lo hacía. Ian se había unido a Kira no mucho después de llegar. Se había sentado detrás de su esposa y apoyaba la barbilla en su hombro con una expresión divertida mientras hablaba con ella.
Terminó la canción y bailaron otra, y luego otra más. Lali dejó que su mente regresara al pasado, recordando las noches que Thiago y ella habían pasado bailando cuando salían con otras parejas. Había sido divertido. Era algo que, por una razón u otra, no habían vuelto a hacer desde que se casaron. Al fin, con las piernas débiles y la boca seca, rechazó con la mano el siguiente baile y se dirigió a la mesa. Vio un movimiento por el rabillo del ojo y se giró en aquella dirección. Se había abierto un pasillo hacia la puerta y Peter lo recorría como si fuera un depredador. Llevaba zahones sobre los vaqueros. Botas de motorista y una cazadora de cuero sobre una camiseta negra. Los ojos ardían como llamas del infierno y. Y venía derecho hacia ella. La música se transformó en ese momento en una melodía lenta y sensual que calentó la pista de baile, y Lali sintió que su respiración se volvía más áspera y profunda. Dos días. Llevaba dos días sin él. Y había sido un infierno. ¿Qué iba a hacer cuando se marchara definitivamente? Se acercó a ella con aquel aire peligroso que le secaba la boca y le disparaba el pulso, y, antes de que Lali se diera cuenta de su intención, la rodeó con los brazos y la guió entre la multitud. Era como hacer el amor. Como sexo lento y prolongado. Peter la agarró por las caderas y ella presionó las manos contra el fuerte torso masculino, curvando los dedos sobre la camiseta mientras se movían al compás de la música. 
—¿Te diviertes? —Tenía los ojos llenos de furia y la voz más ronca y oscura de lo habitual. 
—Por supuesto. —Lali deslizó las manos por el pecho de Peter hasta sus hombros, acercándose más y permitiéndose sentirle. Oh Dios, ¿qué iba a hacer sin él otra vez? ¿Cómo se suponía que debía seguir viviendo cuando se marchara? Estaba casada. No era viuda ni estaba divorciada. Estaba casada y todavía amaba a su marido, incluso si su amor por ella hubiera muerto. Dejó caer la cabeza contra el pecho de Peter y cerró los ojos. Viviría con los recuerdos, se dijo a sí misma. Tendría algo a lo que aferrarse cuando él se hubiera ido. Peter la estrechó con fuerza contra sí hasta que ella sintió en sus piernas desnudas los zahones de piel que le recordaban a los asientos de cuero del todoterreno y el olor a sexo que impregnaba ahora el vehículo.
Lali sentía cómo la llama de deseo que ardía en su vientre empezaba a consumirla, cómo se le hinchaban los pechos y el clí-toris. Su piel se volvió dolorosamente sensible, y cuando Peter deslizó las manos bajo el dobladillo de la blusa y le rozó la piel desnuda de la espalda, ella contuvo el aliento.
 —Te he echado de menos —le murmuró él al oído.

martes, 16 de octubre de 2012

CAPÍTULO 24


Quería un compromiso. Lali no era una mujer fácil, lo había sabido desde el momento en que la conoció. Y allí estaba él, sabiendo que tendría que marcharse cuando la misión finalizase. 
—Hay algunas cosas de las que tendré que ocuparme pronto —dijo finalmente. No podía prometerle nada, todavía no. No podía prometerle un «para siempre» hasta que no supiera si haberle entregado su vida a la unidad de Operaciones Especiales significaba no poder volver con su esposa. 
Lali cerró los ojos y contuvo el dolor que amenazaba con romperle el corazón. ¿Qué era peor—se preguntó—, perderle por una supuesta muerte o que se alejara de ella voluntariamente? Lo último dolía más, pero al menos no se haría más preguntas. Sabría que Peter estaba a salvo. Sabría que estaba vivo. Pero también aumentaba la ira que ardía en su interior.
 —Ya veo. —Se abrochó la blusa con movimientos bruscos antes de inclinarse a recoger el tanga y la falda. 
—¿Qué ves? —Peter parecía sentir auténtica curiosidad. 
—Que no piensas en el futuro. Sólo buscas un polvo rápido de vez en cuando. —Se encogió de hombros con despreocupación. Maldito fuera. Que se largara de una vez de su vida. Ya había tenido suficiente de todo aquello. Más que suficiente. Se puso la falda con brusquedad.
-Vístete. Quiero irme a casa. Tengo cosas que hacer mañana y ninguna es pasarme aquí todo el día. Ya he perdido demasiado tiempo con todo esto.
 —¿Qué demonios quieres decir? —La voz de Peter había cambiado. Ahora era furiosa y fría. 
Lali se volvió hacia él y le devolvió la mirada con los ojos entrecerrados y llenos de ira, observando cómo se incorporaba.
 —Exactamente lo que he dicho. Me he pasado seis años llorando por un hombre que no me amaba lo suficiente como para mantenerse vivo y regresar a casa conmigo. —Le lanzó una mirada desdeñosa—. Que me condenen si voy a malgastar un día más de mi vida con un hombre al que le importo tan poco que ni siquiera es capaz de decirme cuánto tiempo se quedará por aquí.
 —Las promesas son para los tontos, Lali —le dijo con aspereza—. Deberías haberlo aprendido de tu marido. 
—Tienes razón. Debería haberlo hecho. —Le lanzó los pantalones—. Debería haber aprendido muchas cosas de él. Comenzando por el hecho de que era un hijo de perra que no sabía amarse más que a sí mismo y a su maldito trabajo. Lección aprendida. No cometeré el mismo error contigo. 
Le lanzó la camisa a la cara.
 —Vístete. Ya he follado y ahora quiero dormir. En mi cama. Sola. 
—Ni en el infierno. 
—Infierno lo describe muy bien —masculló ella—. Pero no pienso dormir con un imbécil que sólo quiere follar y largarse. Ahora, llévame a casa. 
Lali tenía los ojos secos. Sin lágrimas. Observó cómo él se vestía, y el muy bastardo ni siquiera titubeó. La miraba con los ojos entrecerrados y feroces. —Pasaré la noche en esa cama contigo —le prometió—. Puede que sea un bastardo y un desgraciado hijo de perra, pero no lo olvides: mientras esté aquí, eres mía. 
Ella le devolvió la mirada. 
—Sigue soñando,Peter Lanzani. Porque mi cama es el último lugar donde vas a pasar la noche.

Dos días después, Peter hacía girar la llave inglesa entre los dedos y masticaba distraídamente un chicle mientras observaba a Lali. Ella no había bromeado. Lo había echado de su cama y, al parecer, también de su vida. Al menos de momento. La miraba de reojo al tiempo que fingía interesarse por las entrañas del SUV que en teoría debería estar arreglando. 
—Pareces haber encontrado alguna dificultad ahí dentro —dijo Nik apoyándose en el guardabarros y echando una ojeada al motor—. ¿Necesitas que te eche una mano? 
—Sí —respondió Peter con aire ausente—. ¿Hay noticias? 
Se refería a las pruebas de ADN que habían llevado al bunker y que Jordán había comenzado a examinar. Delbert había recogido su todoterreno aquella mañana. 
—Nada nuevo —respondió Nik—. Aunque necesitaré que me ayudes esta tarde si no estás muy ocupado. —Los dos miraron a Lali, que estaba en la oficina. La joven fruncía el ceño por algo que Toby le estaba diciendo. No se había trenzado el pelo esa mañana y tampoco había trabajado en el taller con los vehículos. Llevaba toda la mañana en la oficina, dedicándose a archivar documentos y a sacar a Toby de quicio. 
—No, al parecer no voy a estar muy ocupado —dijo arrastrando las palabras, mientras giraba la llave inglesa entre los dedos sin dejar de mirar las ondas de pelo color miel que enmarcaban el rostro de Lali. La joven estaba ocupada con el papeleo del taller y seguía frunciendo el ceño.
. —¿Hay algo que vaya mal entre vosotros? —inquirió Nik. La llave inglesa se detuvo un momento y luego volvió a moverse lentamente entre sus dedos.
—¿Quién ha dicho que haya algo que vaya mal? 
Lo había dicho su esposa antes de echarlo del todoterreno. Y lo que era todavía peor, lo había echado de su cama. Había llegado a amenazarle con llamar al sheriff si no se iba. Maldita sea. ¿Habría alguien más confuso que él en aquel momento? Lali tenía razón. Él era un bastardo. Un hijo de perra que no merecía estar cerca de ella. Lanzó la llave inglesa a la caja que tenía a su lado, y la herramienta cayó emitiendo un sonido metálico. 
—¿Qué necesitas? —le preguntó a Nik, limpiándose las manos en el trapo lleno de grasa que había colgado en el guardabarros. El enorme ruso se rascó la barbilla y miró la caja de herramientas. 
—Tengo que ir a ver a un amigo —dijo utilizando el código que habían acordado. Obviamente, se había convocado una reunión en el bunker. 
—¡Maldita sea! —Peter se pasó la mano por el pelo e hizo una mueca. Tenía que poner a Rory sobre aviso para que vigilara a Lali. Después del ataque a Toby, a Peter le aterraba dejarla sola. 
—Lo siento, pero me prometiste que vendrías. —Nik le dio una palmadita en el hombro— . He de reconocer que Lali es una buena chica. Sería la esposa ideal para cualquier hombre. Yo lo consideraría si fuera tú. Si la dejas, acabará encontrando a otro. ¿Es eso lo que quieres?
Peter apretó los labios al sentir que la furia comenzaba a arder en su interior. Le dirigió a su amigo una dura mirada y éste le recompensó con una sonrisa fría. No. Aquello no podía ser. Había firmado con su maldita mano aquellos papeles, entregándole su alma al cuerpo de Operaciones Especiales en vez de regresar con su esposa. Le habían advertido que jamás regresaría a su antigua vida. No podía renunciar, no había más opciones que seguir «muerto». Le resultaba imposible revelar quién era y lo que estaba haciendo allí, pero no había ninguna cláusula que dijera que Peter Lanzani no pudiera casarse o enamorarse. Pero, ¿podría vivir con Lali, quedarse allí, en su pueblo natal, fingiendo ser otra persona para siempre? El cuerpo de Operaciones Especiales no era una prisión, sin embargo, las consecuencias de romper el contrato que había firmado no eran agradables. Y acabar en Gitmo, la base naval de Guantánamo, no era precisamente lo que Peter quería. Si revelaba quién era, lo que era, sabía que lo enviarían allí y que lo tratarían como a un traidor. Nadie más volvería a verlo con vida. La cuestión era, ¿podría quedarse con Lali sin decirle nunca que él era el marido que había perdido? ¿Podría él vivir odiando esa parte de sí mismo que su esposa aún seguía deseando y que jamás había pensado que volvería a tener? Los celos le carcomían el alma y, a pesar de su determinación de quedarse con ella, Peter se preguntó cuánto tiempo podría vivir con Lali sin revelar sus secretos. Su esposa ya no era la muñequita que había dejado seis años atrás. La Lali que se había enfrentado a él unas noches antes sin lágrimas ni furia, no parecía la joven tierna y sensible que había dejado en casa cuando partió hacia aquella última y desafortunada misión. La mujer que él recordaba habría llorado al ver nuevas heridas en su cuerpo tras una misión. Se habría horrorizado ante un corte profundo. Peter había visto las pesadillas en los ojos de su esposa cuando regresaba, exhausto, tras haber estado seis semanas —a veces más— desplegado en lugares cuyos nombres ni siquiera sabía pronunciar. La Lali que él había conocido se habría desmayado al verle la cara, destrozada por tantas palizas. O la espalda, el pecho y los muslos marcados por el látigo. Hambriento y tan desesperado por el sexo que parecía un animal. La lujuria lo había dominado durante los últimos años. Se había masturbado tanto que llegó a tener el miembro irritado. Y en las misiones de entrenamiento había sido la muerte en persona. No hacía preguntas. No se andaba con miramientos. No le daba a nadie la oportunidad de atacarle ni capturarle. Peter había pensado que su vida con Lali se había acabado. La mujer que él había conocido no hubiera podido aceptar al hombre en el que se había convertido. Pero ahora sabía que jamás había conocido a la mujer que había amado. No por completo. Sólo había visto lo que había querido ver de ella. Su mujercita sureña tan indefensa. Tan sexy y vulnerable. Y tan joven. No había querido ver más allá, porque si hubiera visto la fuerza que Lali realmente poseía, sabría que ella habría permanecido fiel a él sin importarle su estado. Y él no podía consentirlo. Porque su orgullo —su condenado orgullo— no había querido considerar la idea de que ella lo viera como una sombra del hombre que fue. Invencible. Pero él no había sido invencible. Había sobrevivido a Fuentes durante meses; sin embargo, antes de que lo rescataran, Peter había sabido que no tardaría mucho en perder las ganas de vivir o luchar. Y a pesar de todo, Lali se había mantenido a su lado. En sus noches más oscuras, en sus días más desolados, ella había pasado por todo aquello con él, manteniéndolo cuerdo. 
Aquella condenada mujer era tan fuerte como el acero y poseía una mirada que podía desollar a un hombre a cien pasos. Si se dignaba a mirarle, claro. Era la mujer que había estado con él en el infierno, en sus sueños. Y él había pensado que ella no era lo suficientemente fuerte para aceptarlo, destrozado y dolorido.

Lali entró en la casa y cerró la puerta de golpe. Como siempre, fue recibida por las fotos. Docenas y docenas de fotografías que llenaban el salón. De Thiago a solas, de Thiago con ella, de Thiago con el abuelo, de Thiago con Rory. Y todas la miraban fijamente, burlándose de ella. Se acercó a la repisa de la chimenea y levantó un marco con tres fotos. Sonrió. Era su foto de bodas. Qué joven había sido. Qué tonta. Deslizó la yema del dedo por la firme mandíbula de Thiago. Ahora ya no era tan suave, era más angulosa, más afilada. Se había pasado toda la mañana delante del ordenador investigando qué tipo de daño podría haber ocasionado aquello. La causa más probable era que le hubieran roto los huesos y que estos no hubieran curado bien. Cerró los ojos y tragó saliva. La recuperación debía de haber sido casi tan dolorosa como el daño en sí mismo. Peter no tenía el labio inferior tan lleno como antes, y había una fina red de cicatrices apenas perceptible al lado de su boca.

-Te amo —susurró apoyando la frente en el marco de la foto del hombre con el que se había casado—. Te amo, Peter. —Porque ahora era Peter, y ella lo sabía. 
Thiago todavía vivía dentro de él, pero Lali tema la sensación de que Peter era el hombre que Thiago siempre le había ocultado. Dejó la foto en su sitio antes de dirigirse lentamente a las escaleras para darse una ducha. Les había prometido a Sienna y a Kira que se encontraría con ellas más tarde en un local del pueblo. Uno de los pocos sitios que Rick consideraba seguros para su esposa. Sacudiendo la cabeza, pensó que Rick era tan protector con Sienna como Thiago lo había sido con ella durante su matrimonio. Aún quedaban varias horas antes de reunirse con sus amigas. Lali entró en el dormitorio y miró fijamente la cama. Quitó las mantas y luego las sábanas. Las fundas de las almohadas todavía olían a él. Cambió la cama y bajó las sábanas a la lavadora. Añadió el detergente y el suavizante y después se acercó al sótano, cogió una de las botellas más caras de vino y la llevó arriba. Demonios, Peter no la necesitaba. No iba a quedarse allí, y estaba condenadamente segura de que no iba a volver a recoger sus cosas. Limpió la casa mientras se tomaba el vino. Quitó el polvo y fregó. Quería arrancar el olor de Peter de la casa. Cogió el edredón y las sábanas de la habitación de invitados y las llevó a su cama. Definitivamente, aquéllas no olían a Peter. Subió el volumen de la música. Godsmack, Nine Inch Nails. Grupos de rock duro que Peter siempre había odiado. Nunca había escuchado esa música cuando él estaba en casa. Se terminó el vino y dejó que la sensación de bienestar que le provocaba la inundara. Se limó y pintó las uñas de los pies y de las manos. Se dio una ducha y se hidrató la piel. Se peinó y maquilló como no había hecho desde que se quedó sola. Cogió una pulsera de tobillo que él le había comprado cuando salían juntos y se la puso. Esbozó una pequeña mueca burlona mientras se abrochaba un collar de plata, y luego se puso el brazalete de plata a juego que él le había comprado poco antes de «morirse». 
—Menudo bastardo —masculló—. Así que nada de compromisos, ¿verdad? Que se vaya al infierno. 
Ni siquiera le había pedido que le confesara la verdad. Sólo le había preguntado si pensaba quedarse. No era para tanto. No era una pregunta inadecuada y, desde luego, no lo estaba presionando. Era su marido. Miró la alianza de oro que se había quitado unos meses antes. Tuvo que parpadear para contener las lágrimas cuando la cogió. En el interior estaban grabadas las palabras «go síoraí». Las palabras que en gaélico significaban «para siempre». Eso era lo que realmente le había pedido. Su promesa de permanecer para siempre con ella. 
—Para siempre tampoco es tanto tiempo. —Pero deslizó la alianza en el dedo anular de la mano derecha. Era viuda, ¿no? Era en ese dedo donde las viudas llevaban sus alianzas. Su marido, sin duda, estaba muerto. Porque su marido jamás le habría dicho que no quería comprometerse. Respiró hondo, intentado ignorar la sensación de consuelo que le proporcionaba la alianza, aun estando en el dedo equivocado. Apretando los dientes, se vistió con unos pantalones cortos y una blusa sin mangas, obligándose a sí misma a acudir a aquella noche de chicas que Sienna estaba empeñada en tener. Se metió la blusa por dentro de los pantalones y deslizó el cinturón de cuero en las trabillas. Se puso un anillo en el dedo del pie. Otra cosa que él le había regalado. Movió los dedos de los pies, observando con aire crítico el esmalte de color rojo cereza de las uñas antes de calzarse unas elegantes sandalias de tiras de piel.
Se echó su perfume favorito y luego bajó las escaleras y se dirigió al porche trasero. Al atravesar la cocina, oyó la Harley y se acercó a la ventana para observar cómo la luz del faro delantero surcaba la oscuridad, alejándose velozmente del taller. ¿A dónde iría Peter? ¿A meterse en otra pelea? Estaba allí por una misión, se recordó a sí misma. De eso no cabía ninguna duda; lo que aún no había averiguado era de qué misión se trataba. No le había preguntado sobre ello, ya que hubiera sido una estupidez por su parte. Pero no había podido evitar preguntarle qué ocurriría cuando la misión finalizara, cuando él ya no tuviera razones para quedarse en Alpine.


Bueno lo primero que quiero era pedirosss perdón por n subir en tantoo tiempo, pero esque he empezadooo el institutoo y no he tenido nada de tiempoo pero en cuanto he podido he subido y estos días que n vamos a clasee voy a adelantar para poder subir. Nada más que gracias por leer y que ojalá os guste. Un besazooo!

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