Translate

domingo, 9 de septiembre de 2012

CAPITULO 11

Lali luchó por contener la ira que amenazaba con ahogarla. Quería pegarle. Quería gritarle y borrar de un bofetón aquella arrogante y condescendiente expresión de su cara. En aquel momento, Lali supo por qué Duncan había tenido la impresión de que Peter era como Thiago: arrogante, seguro de sí mismo y siempre dispuesto a salirse con la suya. La joven se lo había permitido porque no había madurado lo suficiente durante su matrimonio para pararle los pies mientras él estaba en casa. Pero ahora sí que había madurado. Y aquel hombre no era Thiago. Peter no era un SEAL que pudiera ser requerido en cualquier momento para una misión, y tampoco era el hombre que una vez había reclamado su alma, así que, en lo que a ella concernía, podía irse al infierno. 
—Si quisiera hacerme la manicura, me la haría. Si quisiera recostarme en una silla y hacer de recepcionista todo el día, también lo haría. Y si quisiera que un hombre me dijera cómo debo actuar, vestir o arreglarme, entonces tendría uno. Pero todo eso no es parte de su trabajo, señor Lanzani, y si lo cree así, puede irse por donde ha venido. 
Peter la miró fijamente, sin dar crédito a lo que oía.
 —¿Era tu marido quien te dictaba todas esas normas? —De pronto sintió que el hielo se extendía por sus entrañas, porque sabía que no lo había hecho. Ella guardó silencio, y Peter observó cómo su expresión se relajaba, se entristecía. Sus ojos grises brillaron de deseo y, repentinamente, el cuerpo de Lali  pareció volverse más suave, más receptivo ante lo que fuera que estuviese recordando. 
—No —admitió ella finalmente—. Fui yo quien lo quiso así, porque pensaba que era eso lo que él quería. Le gustaba tener una esposa siempre arreglada. Con las uñas pintadas, bien vestida y maquillada. Una muñeca de porcelana. —La joven sacudió la cabeza con pesar y el corazón de Peter se encogió al verla así—. Solía llamarme su pequeña Lali  y murió antes de saber lo diferente que yo era. Antes de saber que entendía tanto de mecánica como cualquiera de sus empleados. Amaba a Thiago. Era mi vida y le di todo lo que necesitaba mientras lo tuve conmigo. —Entonces le lanzó una mirada feroz—. Pero tú no eres Thiago. Y no me importa en absoluto lo que necesites.
 ¿Acaso pensaba ella que a él le había importado el jodido esmalte de uñas? La cólera lo atravesó; no era furia, ni rabia, sino orgullo herido. Maldita fuera, ¿lo único que había buscado era complacerlo? ¿Había pensado Lali  que Thiago necesitaba algo que ella no era? Peter se tensó al sentir que una intensa oleada de deseo inundaba su ser. Antes de que pudiera contenerse, se cernió sobre la joven y la sacudió con fuerza. 
—¿Y qué pasa con lo que tú necesitas? —le dijo con voz áspera—. Me has devorado vivo cada vez que nos hemos tocado, Lali. ¿Te hacía Thiago el amor como realmente necesitabas o también entonces te trataba como a una muñeca de porcelana? 
—Thiago me dio todo lo que necesitaba —le respondió ella con un gruñido. Pero él vio la verdad. La pequeña mentira, la verdad a medias. Peter recordó las noches que ella se había removido inquieta en la cama a su lado, las veces que había tenido la sensación de que su Lali  necesitaba algo un poco más duro, más oscuro, que lo que él le daba, pero luego pensaba que aquel sentimiento era sólo un producto de sus propias fantasías y necesidades. Sin embargo, no había sido así. Ahora lo veía en sus ojos. Recordó la desenfrenada lujuria de la semana anterior, cuando ella le había clavado las uñas en los hombros, y su vida juntos antes del infierno, y entonces lo supo. Supo que Lali  había deseado más de lo que él se había permitido darle. Pura y simple lujuria. Una tensa y dura sonrisa curvó los labios de Peter cuando ella finalmente se percató de que había liberado a la bestia que había en él. 
—Eres una mentirosa —susurró Peter, consciente de la ardiente necesidad que crecía en el interior de la joven—. Dímelo, Lali. ¿Nunca has deseado más? ¿Nunca has soñado con ser poseída con fuerza y rudeza? ¿Con tener sexo salvaje con tu marido? ¿Acaso temías ser la pequeña tigresa que querías ser?
 Había dado en el clavo. El rubor inundó el rostro de  Lali  y sus ojos se oscurecieron. Peter veía cómo la lujuria la invadía desenfrenadamente, mezclada con una emoción que le oprimió el corazón. Lali quería más que simple sexo. Quería algo más que ser amada salvajemente. Quería todo lo que él había soñado darle. E iba a dárselo en aquel instante.
Su esposa le había ocultado cosas; bien, él también lo había hecho. Y la necesidad de oír cómo su Lali  le decía lo que quería que le hiciera lo consumía. —Puedes tener sexo salvaje conmigo, pequeña. —La estrechó con más fuerza contra sí, permitiéndole sentir la rugiente erección bajo los vaqueros—. Te desafío. Soy un desconocido, Mariana. No te reserves nada. No seas conmigo la muñequita de porcelana que eras con tu marido. Sé todo lo salvaje que quieras y a cambio te mostraré lo salvaje que puedo ser yo.
¿Ser salvaje con él? ¿Hacer realidad todas las fantasías que había tenido cuando se acostaba con Thiago? La joven levantó la mirada hacia Peter, consciente de que estaba muy excitada y de que su cuerpo clamaba por él. Apenas podía respirar. El deseo le atravesaba las venas y la tentación ardía en lo más profundo de su ser. 
—Quieres que te penetren con fuerza, sin contención, Lali. —La voz de Peter era más ronca, más tentadora, cuando la agarró del pelo y tiró de él. Lali sintió un fuego incontenible en las entrañas y parpadeó al percatarse de que se le aflojaban las rodillas. 
—¿No quieres tirarme del pelo? Vamos, Lali. No me darás nada de lo que le dabas a él. Así que dame lo que no le dabas. 
Ella se retorció contra él al sentir sus labios contra los suyos, murmurando sobre ellos. Tenía los ojos abiertos, atrapados por los profundos y feroces ojos azules de Peter.
 —Lucí tus arañazos como otros hombres lucen sus medallas —gruñó él antes de mordisquearle los labios—. Tuve que darme placer a mí mismo mientras recordaba lo ardiente que fuiste entre mis brazos. Mientras imaginaba tu boca. Tus ojos. Sabiendo cuan voraz podías llegar a ser. 
De golpe, él la había introducido en sus fantasías. Lali se lamió los labios y se imaginó la escena a su pesar. Sentía las manos de Peter en el pelo, inmovilizándola, al tiempo que se presionaba contra ella, exigiéndole que lo tomara, que lo succionara. Peter observó su mirada, vio su deseo y su miembro se puso más duro y grueso que nunca. Manteniendo una mano en los cabellos de Lali, usó la otra para quitarle la camisa por los hombros. Su esposa se había puesto esas ropas como una defensa contra el mundo, pero Peter no iba a permitir que se escondiera más de él. Debajo tenía un top sin mangas metido en los vaqueros.
 —No pienso... 
—No pienses —le ordenó en voz baja sin apartar la mirada de ella—. A menos que quieras pensar en mí follándote la boca. Porque lo haré, Lali. Observaré cómo esos labios rosados se abren para recibir mi polla en el interior de tu boca. 
Ella ya lo había tomado en su boca antes. Había jugueteado, lo había lamido y chupado mientras bromeaba con él; incluso se había tragado su semen y luego se había relamido los labios como una gatita. Pero aquello no era lo que Lali quería ahora, no era lo que necesitaba. 
—Quítate las botas. —Peter le sostuvo la mirada al tiempo que la empujaba y la dejaba caer sobre el sofá—. Quítatelas ahora, Lali, o tendrás los vaqueros en los tobillos mientras te penetro duramente. ¿No preferirías rodear mi cintura con esas preciosas piernas para apresarme dentro ti?
 Ella se lamió los labios de nuevo observando cómo él se apartaba y se sentaba sobre la mesa de café para quitarse sus propias botas. Se las desató y se levantó cuando ella se movió. Pero Lali  no se había movido para quitarse las botas, sino para arrojarse sobre él. Peter cayó sobre la mesa, atrapándola entre sus brazos en el proceso y agarrándola por el pelo mientras ella asaltaba sus labios con un grito de necesidad y anhelo. 
—¡Demonios, sí! —Lali se deslizó sobre él, montándose a horcajadas sobre sus caderas. Le enterró las manos en el pelo cuando él abrió la boca e intentó controlar el beso. La joven se convirtió en una tigresa salvaje. Se retorció sobre él, arqueó la espalda para que su clítoris se frotara contra la gruesa erección que contenían los vaqueros y le desgarró la camisa.
Él se las arregló para quitársela antes de levantarle el top y el sujetador por encima de los pechos mientras ella le chupaba y mordía el cuello, dejándole una marca que él sabía que todo el mundo vería más tarde, algo que no le importaba en absoluto. No sería la única marca que le dejaría. Los labios de Lali se movieron a su torso y se demoraron en los pezones. La joven jamás había hecho eso antes. No le había succionado y mordisqueado nunca los duros y planos pezones, y aquello excitó a Peter más de lo que había conseguido nunca el «polvo de afrodita». 
—Maldita sea, sí —gruñó cuando la joven se movió más abajo, deslizando las manos por sus vaqueros, aflojándole el cinturón, forcejeando con la cremallera de los pantalones—. Tómame, Lali. Mi pequeña tigresa salvaje. Voy a follarte la boca hasta que me supliques que me corra. Hasta que me implores que te deje saborearme. Sentirme. Follarme con cada aliento de tu cuerpo. 
A Peter se le enredaban las palabras. Cerró los puños sobre los cabellos de Lali, dominándola, deslizándola hacia atrás hasta que quedó sentada a horcajadas sobre su rodilla doblada y le liberó la gruesa y palpitante erección de la bragueta. Levantó la mirada hacia él y Noah supo que siempre recordaría aquella expresión de su cara. Una expresión hambrienta y voraz. Lali  intentó rodear la palpitante erección con la mano, pero su grosor se lo impidió. Se la acarició de arriba abajo, deteniéndose en el sensible glande, y lo miró con los ojos llenos de deseo mientras jadeaba, levantando y bajando aquellos pechos duros y enrojecidos con cada aliento. 
—Hazlo —susurró ella entonces. La orden atravesó el cerebro de Peter, enardeciendo su imaginación y sus fantasías. Se agarró la polla con una mano, y con la otra la forzó a bajar la cabeza, observando cómo abría los labios sobre el sedoso glande.
 Lali se dejó llevar por la lujuria. Se frotó contra la rodilla de Peter, sintiendo las exquisitas sensaciones que le provocaba la áspera tela contra el clítoris hinchado mientras el cálido y duro glande de Peter empujaba dentro de su boca. Dios... Su sabor era ardiente y masculino. Carnal y lleno de lujuria. Le lamió el glande, disfrutando de su férrea dureza, de la piel suave, de la lujuria que palpitaba bajo ella. Lo miró a los ojos y vislumbró en aquella feroz mirada un brillo inquietante y peligroso, oscuro, una necesidad primitiva que la hizo temblar. Necesitaba saborearlo, atormentarlo. Lo rozó con la lengua bajo el glande, acariciándolo en aquel lugar que su Thiago  había querido una vez que ella le acariciara. Peter se tensó, se le contrajeron los músculos de los muslos, arqueó las caderas y enterró la polla profundamente en su boca. 
—Hasta el fondo, Lali. —Había un extraño y hermoso matiz en aquella voz áspera y ronca—. Tómame.
 Ella obedeció. Peter cerró con fuerza los puños sobre su pelo y le hizo mover la cabeza para follarle la boca y llenarla con la dureza y calidez de su erección. Lali lo necesitaba, estaba hambrienta de él. Podía sentir cómo el deseo crecía en su interior mientras se acariciaba su propio seno y se pellizcaba el pezón, creando un nuevo fuego y perdiéndose en el placer. —Me voy a correr, pequeña. —Se movía entre sus labios con rapidez y dureza, casi haciéndole daño mientras se tensaba bajo ella. Y a Lali le encantó. 
Peter estaba siendo salvaje. No contenía su excitación y eso era justo lo que ella necesitaba. Lo succionó con más fuerza, con mayor profundidad. Se pellizcó una vez más el pezón, tiró de él, se amasó el pecho y sintió que aquel furioso ardor se concentraba en su clítoris. 
—¡Sí! ¡Ya! —gruñó él.
Lali deslizó la lengua contra la parte inferior del glande, rozándola y acariciándola, mientras él le seguía hablando con aquella voz áspera y se movía contra ella, penetrando entre sus labios, endureciendo el cuerpo todavía más cuando la joven sintió su liberación. Alzó la mirada hacia él y lo vio moverse ante su propia cara. Observó la manera prohibida en que se estremecía, deteniéndose de repente justo antes de eyacular. El primer chorro estalló dentro de la boca femenina y el segundo ahogó el gemido de Lali cuando su clítoris explotó. 
—Demonios, sí que eres una pequeña bruja —gimió él. Lali se quedó paralizada. Sentía, saboreaba y existía, pero clavó la mirada en los ojos masculinos como si de repente hubiera retrocedido en el tiempo. «Tómame en tu boca, pequeña bruja. Mi dulce y pequeña bruja». Cuando Petrr apartó las manos de su pelo, ella se retiró temblando y lo miró aturdida. El horror y la culpa la invadían. Sentía que se le desgarraba el alma por las consecuencias y la realidad de lo que acababa de hacer. Todavía podía saborearlo en su boca. El la estaba mirando y sus ojos cada vez más oscuros reflejaban compresión mientras la veía colocarse el sujetador y el top con manos temblorosas. Peter se enderezó lentamente, observando cómo ella caminaba tambaleándose hacia la puerta. 
—No te atrevas a marcharte, Lali —le ordenó bruscamente. Ella negó con la cabeza. 
—No puedo seguir con esto. 
—Maldita sea, claro que puedes. —Se puso en pie, metiéndose la polla todavía rígida en los vaqueros y cerrando la cremallera con cuidado—. No vas a marcharte. 
Ella agarró el picaporte. A pesar de lo rápido y fuerte que era Peter, la joven salió del apartamento y bajó las escaleras antes de que él pudiera alcanzarla. Maldiciendo, Peter recogió la camisa del suelo y se la pasó por la cabeza antes de perseguirla escaleras abajo, casi tropezándose con los cordones desatados de sus botas. 
—Maldita seas, Lali —gritó él al irrumpir en la oficina y ver cómo ella salía a toda prisa del taller. 
Rory le lanzó una mirada de asombro, al igual que Toby, cuyo rostro estaba tenso por la cólera. Aquel condenado joven era demasiado protector con Lali. Peter se sentó, se ató las botas con rapidez y se dirigió a la puerta desde donde la había visto correr colina arriba en dirección a la casa. No iría lejos, se dijo a sí mismo, conteniendo la lujuria que lo impulsaba a ir tras ella, a obligarla a reconocer el motivo que la hacía huir. Cerró los puños con furia y clavó los ojos en la casa. Maldición, aquella era su casa y Lali su mujer.

4 comentarios:

  1. ahora no era mas su casa por que ees bobo y no quiso seguir siendo thiago

    ResponderEliminar
  2. me encantaaaaaaaaaaaaaaaa
    coincido con belu, no es mas su casa ni su mujer
    el dijo q no queria saber nada de ella
    quiero otro cap
    beso

    ResponderEliminar
  3. Estaban tan bien por qué tuve que decirle esa frase que le recordó a Thiago, me gusta que hayan mucha pasión pero creo que Peter actúa un poco bajo el efecto de las drogas, quiero que a veces sea más cariñoso o prefiero que le diga la verdad-
    @Masi_ruth

    ResponderEliminar
  4. A buenas horas se acuerda k es su mujer.

    ResponderEliminar

Datos personales

¿os gusta la nove?