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lunes, 3 de septiembre de 2012

CAPITULO 7

Cuando Tehya salió de la sala de reuniones, Peter se giró para cerrar la puerta con llave mientras su tío se reclinaba en la silla, apoyaba los codos en los reposabrazos y juntaba los dedos delante de él. 
—¿Ocurre algo? —preguntó Jordán. Peter se giró lentamente y clavó una furiosa mirada en él. 
—Sabías que Lali estaba saliendo con alguien —le acusó con violencia. Jordán contuvo una sonrisa y asintió con la cabeza. 
—Estaba en el informe que te doy todos los meses. Ya sabes, el que tiras a la papelera después de preguntarme si está viva y a salvo. -Peter se acercó a él sintiendo que la furia palpitaba en su interior. Parecía estar rodeado por un aura de peligro.
 —Lali está saliendo con alguien —rugió enseñando los dientes furiosamente. Jordán se enderezó y le miró a los ojos sin titubear. 
—¿Acaso es asunto tuyo? Thiago Bedolla está muerto. ¿Recuerdas? -Peter se estremeció. Se echó hacia atrás como si lo hubieran abofeteado y al instante su rostro volvió a adquirir una expresión inescrutable.
 —Abre la puerta —le ordenó Jordán con serenidad—. Tenemos una reunión y una misión que cumplir. —Centró la atención por un momento en los documentos que Tehya le había llevado y luego levantó la cabeza para enfrentarse a aquella furiosa mirada azul—. Su marido la abandonó, Peter. ¿Acaso pensabas que guardaría luto para siempre? 
Quizá una parte de él sí lo había creído así. . 

Empieza la reunión

—Aparte de su asesinato, tenemos una docena de cacerías y muertes —dijo Jordán. De pronto aparecieron otras fotos; . Peter sabía que eran víctimas de cacerías humanas. La marca de la milicia Black Collar estaba grabada en nalgas y espaldas. —Tres agentes del FBI murieron cuando investigaban una información que situaba la base de la milicia en Alpine. Dos hombres y una mujer —siguió Jordán—. . —La milicia Black Collar está dirigida por un grupo de supremacía blanca.
- De hecho, podría ser considerada como una organización terrorista —intervino Ian, adelantándoles más información
—. Todo lo que sabemos está en los dossieres. Black Collar tiene su sede en Tejas, pero también se mueve por los estados limítrofes. 
 —¿Todavía no se ha identificado a ninguno de sus miembros? —preguntó Travis Caine, un antiguo miembro del servicio secreto británico. Sus ojos de color gris azulado se entrecerraron cuando miraron a Ian y luego a Jordán—. ¿No os parece un poco extraño? —Todas las líneas de investigación que conducían a ellos han acabado en un caso cerrado o con los agentes muertos. 

-Esta organización tiene al menos a uno de sus informantes bien situado en el gobierno, quizá a más No tenemos nada salvo esto —masculló Jordán señalando la imagen de los agentes muertos—. Debemos detenerlos. Nuestro trabajo consistirá en identificar e interrogar al comandante del grupo ubicado en Alpine. Todas las pistas nos han conducido hasta aquí.
 —Nuestro grupo cuenta entre sus miembros con un israelí, un inmigrante irlandés y un ruso —dijo Peter—. En teoría, somos un blanco interesante. 
—Este es uno de sus objetivos —dijo Jordán al tiempo que aparecía en la pantalla una imagen por satélite del taller que poseían Lali  y Rory. Peter miró la foto en silencio, consciente de que todas las miradas se centraban en él. 
—Mantendremos a Lali al margen de todo esto —siseó. 
—No es posible, Peter. —Jordán suspiró—. Su nombre está en la lista de Black Collar, lo sabes. El propio taller es un objetivo para ellos. Ha sido un negocio muy rentable durante los últimos meses y podrían utilizarlo como tapadera. En el último informe de los agentes muertos se aseguraba que «Servicios y Reparaciones Malone», propiedad de Rory y Lali  Esposoto, era un objetivo. En el informe se hacía constar que los planes eran o casar a Mariana Esposito con una de las figuras prominentes de la organización o matarlos tanto a ella como a Rory. No podemos ignorar ese informe, igual que no podemos mantener a Lali al margen de todo esto.

Tres días después, Peter entró en el taller y observó cómo Lali salía de debajo de uno de los coches que él había reparado. Estaba inspeccionando el trabajo realizado como si él no hubiera pasado casi toda su vida entre motores. Como propietaria del taller, tenía derecho a revisar de arriba abajo cada vehículo que pasaba por las manos de su nuevo empleado. Peter hizo una mueca mientras se guardaba una llave inglesa en el bolsillo trasero, volvió a mirarla por encima del hombro y abrió la puerta de la oficina. Lo que vio allí hizo que se detuviera en seco. 
—Disculpe —masculló antes de darse la vuelta para marcharse.
 —Ah, usted es Peter Lanzani —dijo el abuelo Bedolla  levantándose del asiento del escritorio donde había tenido acorralado a Rory—. No se vaya tan deprisa, hijo. He oído que tenemos algo en común. -Peter hizo una mueca y apretó los dientes; luego se giró y cerró la puerta tras él antes de enfrentarse al hombre que había sido la base de su existencia. Su abuelo. Tenía más arrugas y no parecía tan alto, pero su cara morena todavía conseguía impresionarlo y sus ojos aún conservaban aquel brillante tono azul zafiro que ya no tenían los de Peter.
 —¿Tenemos algo en común? —le preguntó, mirando de reojo la expresión asombrada de Rory. 
—Somos irlandeses, hijo. —La sonrisa del abuelo dejó paralizado a Peter. Aquel viejo bastardo parecía saber quién era él en realidad
—. Los dos somos irlandeses. -No podía negarlo. Se había preparado para mentir al anciano. Sabía que tarde o temprano se encontraría con él y que tendría que afrontar ese momento. Pero ahora que ese momento había llegado, simplemente no podía hacerlo. No podía mentirle. 
—Eso parece —replicó Peter con cautela. El abuelo volvió a sentarse y cambió de postura en el asiento. Su largo cuerpo estaba más débil que la última vez que Peter lo había visto, que había sabido algo de él. Ahora tenía el pelo completamente gris y apenas quedaba un indicio del negro que había lucido antaño. —Rory, voy a salir un momento —dijo Peter intentando escabullirse. —¿Huye? —La sonrisa del abuelo desapareció—. Los irlandeses no huyen. Peter arqueó las cejas. 
—¿Hay alguna razón por la que deba huir?- El abuelo le dirigió una mirada tan segura y sagaz que Peter volvió a mirar a Rory. Mataría a aquel pequeño gusano si le había dicho algo. Rory negó sutilmente con la cabeza e hizo una mueca. Tal y como le había advertido a Peter, ocultarle todo aquello al abuelo era inútil. 
—Tenía ganas de conocerlo. —El anciano se puso en pie y Rory también se levantó de su asiento—. Quería ver con mis propios ojos al mecánico que había alterado a mi niña. Nadie ha conseguido disgustarla tanto desde que su marido murió. 
—Sí, ya había oído que murió —señaló Peter. El abuelo asintió lentamente. 
—Bueno, eso es lo que nos dijeron —masculló—, pero yo le dije a mi hijo que no podía ser cierto. Mi nieto era un SEAL, ¿sabe? Lo fue durante muchos años. —El abuelo negó con la cabeza y clavó la mirada en Peter—. Yo no me lo creí. Sin embargo... he acabado por cambiar de opinión. -Peter, Thiago. Marido. Nieto. Hermano. Sintió todas aquellas partes de sí mismo ante aquel anciano que sabía la verdad sin que nadie se la hubiera dicho. Lo había decepcionado.
-Mi nieto era un héroe, ¿sabe? —le dijo el abuelo mientras se encaminaba a la puerta.
 —Eso es lo que me ha dicho Rory —replicó él al fin con voz queda. Su abuelo, venerable y entrañable, se detuvo otra vez y se quedó mirándole durante unos tensos segundos.
.—Ese chico siempre hacía lo que tenía que hacer. Lo que era correcto. Lo más responsable. —Parpadeó para contener las lágrimas y Peter sintió una oleada de pena por él—. Murió —continuó el abuelo— antes de que pudiera decirle que sabía por qué dejó de luchar.
 Sin más, salió de la oficina y Rory se apresuró a seguirlo. Peter había captado el mensaje, las palabras intencionadas, lo que había tras ellas. ¡Maldición! No necesitaba aquello.
 —¿Se ha ido el abuelo? ¿Qué le has hecho? —Lali se acercó a él, le dirigió una mirada airada y luego siguió al abuelo y a Rory al aparcamiento. Demonios, tampoco necesitaba eso. 
—¡Abuelo! —lo llamó Lali. El anciano se colocó tras el volante de su todoterreno y observó cómo se acercaba a él—. ¿Va todo bien?
 El anciano le brindó una de sus sonrisas llenas de cariño, de afecto. Lali podía sentir su calidez envolviéndola mientras se acercaba al asiento del conductor y le daba un abrazo rápido.
 —Ni siquiera te has pasado a despedirte. -El abuelo siempre lo hacía antes de irse. 
—Sólo he venido a conocer a tu nuevo hombre —le respondió el anciano—. Los irlandeses debemos mantenernos unidos, ¿sabes? 
—No es mi nuevo hombre —protestó ella—. Lo ha contratado Rory. —Fulminó con la mirada a su cuñado, porque éste se negaba a despedirlo. Tres días antes se había enfrentado a él. Habían discutido agriamente, y ahora incluso hablaba de contratar a otro mecánico. Un rubio enorme que estaba segura que era amigo del arrogante bastardo que pretendía hacerse con el control de su taller. Pero Rory seguía manteniéndose firme, negándose a dar marcha atrás. Era cierto que en los tres últimos días habían tenido más clientes, pero ella sospechaba que era sólo porque todos sentían curiosidad por el nuevo mecánico. El abuelo se limitó a mirarla de aquella manera paciente y sabia, y luego le palmeó el hombro con su nudosa mano. 
—Cualquiera de esos jóvenes irlandeses podrían calentarte la sangre por la noche —le dijo con un guiño travieso. 
—Ya he tenido a un feroz joven irlandés —afirmó—. Nadie podrá reemplazarlo, abuelo.- Thiago había sido su alma y seguía formando parte de su corazón. No podía dejar de comparar a los demás hombres con él. Por desgracia, se olvidaba de hacerlo cuando Peter rondaba por allí.
 —Hazle caso al corazón, no a la cabeza, hija —le aconsejó el abuelo con suavidad. Siempre se lo había dicho—. Y ven a verme pronto, te echo de menos. 
Ella dio un paso atrás cuando él cerró la puerta y permaneció allí unos segundos observando cómo se alejaba en el todoterreno. 
—Rory, ¿qué es lo que te traes entre manos? —le preguntó a su cuñado una vez que el abuelo se incorporó al tráfico. La expresión de Rory era de total inocencia y le recordaba demasiado a la de Thiago  cuando éste le había ocultado algo. La misma expresión, el mismo cuerpo ancho y fuerte.
—Ves demasiados fantasmas, Lali —suspiró.
 —No vas a contratar a ese vikingo —le dijo ella. Rory apretó los dientes con fuerza y sus ojos azules lanzaron chispas. 
—¿Quieres que me vaya, Lali? —la provocó. Ese indicio de cólera en su voz hizo que Lali  entrecerrara los ojos.
-No, no quiero que te vayas —le respondió devolviéndole el ceño—. Sólo quiero que me consultes antes de hacer nada. 
—¿Acaso tú me has consultado a mí alguna vez? —Rory puso los ojos en blanco—. Han pasado tres años, Lali. Decidiste venir y asumir el control tres años después de que Thiago muriera, y te dejé porque no sabía de qué demonios iba esto. Pero ya he aprendido y ha llegado el momento de que haga mi parte. Es evidente que los mecánicos que tenemos contratados no son eficientes. En eso tenía razón, pero odiaba que se lo señalara. 
—No me gusta Peter Lanzani. Despídele y contrata al vikingo. Luego discutiremos lo demás. 
—Vamos, Lali. —Su voz estaba ahora llena de frustración—. Peter no te gusta porque sabe lo que hay que hacer y porque no le importa decírtelo. Nadie lo ha hecho desde Thiago y no lo soportas —la acusó. 
Lali se estremeció, abrumada una vez más por la dolorosa realidad de la muerte de Nathan. Todavía la sentía como una presión afilada y ardiente dentro del pecho. 
—Thiago jamás discutía conmigo —le espetó.
 —No, no lo hacía —le dijo bruscamente—. Porque tú jamás le mostraste cómo eras en realidad ni lo que este maldito taller significaba para ti. Bueno, pues alguien lo sabe ahora. Págalo con él en vez de hacerlo conmigo. 
Sin más, se alejó con las manos metidas en los bolsillos del mono mientras Peter salía por las puertas del taller. Aquellos ojos azul brumoso estaban fijos en ella. Fibroso, voraz y poderoso, su cuerpo captaba la mirada de Lali cada vez que estaba cerca, le gustara a ella o no. Y, maldita sea, no le gustaba. No quería estar cerca de otro hombre peligroso. Pero tampoco quería a un hombre que siempre estuviera de acuerdo con ella. Por primera vez en los tres años desde que se había quitado la alianza su mente admitió lo que su corazón ya sabía. La seguridad no iba con ella. Duncan no era lo que buscaba. Sin embargo, por desgracia, Peter sí. Quería aquella tensión sexual, aquel palpitar del corazón, aquella oleada de excitación. Algo que ella no había sentido con ningún otro hombre, salvo con su marido. Algo que le hacía daño, la encolerizaba, y aumentaba su animosidad contra aquel hombre. Odiaba a Peter  desde lo más profundo de su corazón porque la estaba forzando a sentir cosas que sólo había sentido por su marido. Y para Lali, esa traición a los recuerdos de Thiago era peor que cualquier otra cosa que pudiera haber hecho. No podía quitárselo de la cabeza. 
Mientras el día seguía su curso, lidió con el ordenador de un vehículo que se negaba a cooperar, y aquel maldito hombre no parecía capaz de hacer otra cosa que atraer su mirada. En un momento determinado, ella alzó la cabeza del interior del capó en que estaba trabajando para observar, fascinada, cómo él examinaba las entrañas de otro vehículo al tiempo que hacía girar lentamente una llave inglesa entre sus dedos. El ceño fruncido de aquel rostro le resultó extrañamente familiar, al igual que la manera que él tenía de clavar la mirada en el motor mientras movía la herramienta entre los dedos, y consideraba lo que fuera que estuviera considerando. Todo en él la excitaba. Con unos pantalones grises de trabajo y una camiseta de manga corta, mostraba una imagen de un hombre rudo y fornido a la que la joven no podía evitar reaccionar.
 —Oye, Peter —le llamó Rory, interrumpiendo los pensamientos de Lali—. Necesito que vengas un momento. 
Peterse giró y miró con el ceño fruncido hacia la oficina. 
—Ya voy —contestó antes de volver a concentrarse en el motor. 
—¡Ahora! —La voz de Rory sonó brusca

 ¿Se habían encerrado en su oficina? Eso era el colmo. Podía sentir cómo la ira le enrojecía la cara cuando sacó bruscamente las llaves del bolsillo. Estaba a punto de meter una en la cerradura cuando la puerta se abrió de golpe. 
—Cosas de hombres. —La amplia sonrisa de Rory era forzada, y en sus ojos brillaba más la preocupación que la cólera. 
—Así que cosas de hombres. —Sonrió tensamente mientras entraba en la oficina para ver a Peter de pie ante el escritorio, con los brazos cruzados sobre el pecho y una dura miraba clavada en Rory—. ¿Qué ha hecho? 
—Lali ¿podrías dejar, por favor, que me encargue yo de esto? —le pidió su cuñado con impaciencia—. De verdad, te lo prometo. Puedo ocuparme de algunas cosas yo solo.- Rory parecía cansado. Vale, puede que ella estuviera siendo un poco territorial con el taller, quizá demasiado. Pero durante años, había sido lo único que la había salvado de la locura. Rory lo sabía. ¿Por qué se comportaba ahora de esa manera? 
—Sólo sentía curiosidad. —Metió las manos en los bolsillos y le dirigió a Peter lo que esperaba fuera una dulce sonrisa—. Sólo dime qué ha hecho y me iré. ¿Vas a despedirlo? ¿Puedo mirar cómo lo haces? 
—Genial. —Rory no parecía feliz, y eso le resultó bastante extraño. La miró con cara de disgusto, cuando él jamás se enfadaba con ella. Y su sonrisa era forzada. Enseñaba todos los dientes. ¿Cuándo se había hecho mayor? Ya no era su hermanito—. ¡Te estaba mirando el culo! Y ahora encárgate tú del asunto.- Se giró y salió de la oficina dando un portazo, dejándola paralizada antes de que se diera la vuelta para enfrentarse a la mirada divertida de Peter. —Está mintiendo —dijo ella. Él sonrió ampliamente. Estaba encantado con la situación. Sin embargo, volvía a preguntarse qué había sucedido con la Lali que había conocido hacía ocho años. Jamás sacaba las uñas y nunca, bajo ningún concepto, se metía entre dos hombres que discutían. 
—Realmente tienes un culo estupendo —le aseguró, sabiendo que la joven no se había tragado la explicación de Rory. Lali entrecerró los ojos. 
—¿No me irás a decir que Rory te ha despedido por eso?- Peter se rió entre dientes. —Tan sólo fue una advertencia. —Había cometido un desliz. Nathan no estaba tan muerto como había creído; todavía tenía algunas costumbres demasiado arraigadas como, por ejemplo, la de girar esa condenada llave inglesa entre los dedos mientras miraba bajo el capó como si tratara descifrar algún enigma. Ella bufó ante su respuesta. 
—Cabréalo demasiado y lograré convencerlo para que te despida. El sonrió en respuesta mientras se dirigía a la puerta. Antes de pasar junto a Ladli, se detuvo, inclinó la cabeza y le murmuró al oído: 
—Yo también te sorprendí mirándome el culo. Quizá debería decírselo a Rory. Lali le cogió del brazo cuando se movía para abrir la puerta, sosteniéndole la mirada con frialdad.
 —Estás poniendo mi vida patas arriba —susurró—. Y no me gusta nada

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