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miércoles, 26 de septiembre de 2012

CAPÍTULO 21

Ella le brindó una amplia sonrisa. 
—Ya te has acostado con su esposa, ¿por qué no conducir su cuatro por cuatro? Kira y yo nos hemos bebido hoy una de sus botellas. Un fantástico Cháteau Feytit Clinet de 1925.
 ¿Se le vería pálido? Peter podría jurar que había palidecido. ¿Un Cháteau Feytit Clinet de 1925? No. No podía habérselo bebido con Kira Richards. ¿Era él la única persona en el mundo que podía horrorizarse de esa manera al oír que Lali había desperdiciado un tesoro? 
—¿Tu marido tenía un Cháteau Feytit Clinet de 1925? —resolló él. Cómo logró conservar la voz calmada y controlada era un misterio. Demonios, todo su entrenamiento no le servía de nada en aquella situación—. ¿Y te la has bebido con la mujer de Ian Richards? 
—Tengo montones de botellas de vino. —Lali se giró y le miró por encima del hombro—. Quizá una de estas noches comparta otra contigo. ¿Qué hay del coche? ¿Te apetece llevarme con él a cenar?
 ¿Iba a dejarle conducir su propio todoterreno? ¿Acaso había perdido el juicio?
-Dejaré aquí la Harley. —La señaló con la cabeza mientras subía al porche
—. Te ayudaré a cerrar. 
—De acuerdo. —El balanceo de las caderas de Lali casi le hizo jadear. Y casi, sólo casi, se olvidó del vino y del todoterreno. 
¿Se había bebido su vino? ¿Conducido su todoterreno? ¿Y Rory no se lo había dicho? Cerró la puerta trasera y comprobó la casa aprovechando que ella estaba cogiendo el bolso y una cazadora vaquera del dormitorio. Se reunieron al pie de las escaleras donde ella sostenía en alto las llaves del todoterreno. Peter estuvo a punto de lanzar un suspiro de placer cuando las cogió y siguió a Lali al garaje. En cuanto vio el Ford cuatro por cuatro negro y cromado, supo que ella no lo había conducido desde el día que lo había llevado de vuelta al garaje, tras haberle empotrado su pequeño BMW y haberle dicho que la culpa era suya porque estaba cortando el césped sin camisa y la había distraído. Aquél había sido el día en que se había dado cuenta de cuánto amaba a su pequeña y vivaz esposa. En lugar de enfurecerse, en lugar de preocuparse por su todoterreno, cogió en brazos a Lali, la llevó a casa y le hizo el amor en las escaleras porque fue incapaz de llegar al dormitorio. 
—Qué maravilla. —Palmeó el lateral del capó y deslizó la mano por el armazón curvado.
 —Sí. Era el orgullo de Thiago. —Había un tono de divertida indulgencia en su voz. 
—¿Y tú? —La observó por encima del capó. Ella había sido su vida. Todavía era su vida. ¿Acaso no le había demostrado lo suficiente su amor? ¿Acaso Lali no sabía que ella era lo más importante para él?
 —Yo era su esposa. —Lali se acercó a la puerta del acompañante y la abrió antes de subirse al estribo y sentarse en el asiento del pasajero. Peter abrió la puerta del conductor y se sentó tras el volante, consciente de que la respuesta de Lali no le había satisfecho. Sí, había sido su esposa, pero también mucho más. Había sido su corazón, su alma. Y durante el tiempo de su cautiverio, su cordura. 
—¿Cuánto tiempo hace que no lo enciendes?- Ella se quedó mirando el parabrisas. 
—Un poco.- El extraño tono de la voz de la joven hizo que Peter se detuviera cuando estaba a punto de meter la llave de contacto. —Arranco el motor cada pocas semanas —le explicó Lali encogiéndose de hombros. Inclinó la cabeza y la sacudió pesarosa sobre los dedos que retorcía en el regazo. Pasados unos segundos, se incorporó y se abrochó el cinturón de seguridad, apoyó el codo en la ventanilla y lo miró. —Solía pasar la noche en el todoterreno cuando no podía dormir. 
—Le echabas de menos. —Peter agradeció la oscuridad del garaje, las sombras que había entre ellos.
 —Le echaba de menos —convino ella antes de levantar la mano y apretar un botón del salpicadero—. Es para abrir la puerta del garaje. Hice que lo instalaran durante su última misión. Se suponía que debía ser una sorpresa. 
La puerta del garaje se abrió deslizándose hacia arriba y revelando las alargadas sombras del exterior. 
—Ven aquí. —Peter le desató el cinturón de seguridad, le cogió la muñeca y la acercó a su lado. Le aseguró el cinturón del asiento de en medio antes de colocarse el suyo y después puso el vehículo en marcha. Salió del garaje y apretó el botón para cerrar la puerta, observando que se cerraba con la misma facilidad con que se había abierto. Había querido instalarlo él mismo antes de partir a la última misión. Pero había estado ahorrando para comprar otra cosa. Un regalo para Lali. Y al final lo había hecho instalar ella. Sintió una opresión en el pecho que le desgarró el corazón. Cada minuto que pasaba con Lali, veía más y más cosas en ella que no se había tomado el tiempo de descubrir cuando había estado «vivo». Cosas que deseaba haber descubierto antes. 
—¿Estás segura de que quieres que conduzca el todoterreno de tu marido? —La estaba presionando y no sabía por qué. Había llorado por él durante seis años y, en sólo unas semanas, se había convertido en su amante, había dejado que la follara, que pasara la noche en su cama y ahora dejaba que condujera el vehículo de su marido. El hecho de que él fuera su marido no importaba en absoluto. Estaba celoso. 
—Sí. —Lali asintió lentamente—. Creo que ha llegado el momento. 
—¿El momento de qué?
 La joven giró la cabeza y le miró de frente con expresión calmada. Casi fría. —Creo que ha llegado el momento de olvidar a mi marido. ¿No crees, Peter? ¿Qué demonios se suponía que quería decir con eso? Apretó los dientes, aceleró y se alejó de la casa. Olvidar a su marido, ¡ja! Era ella quien estaba presionándolo de tal manera que no sabía si iba o venía, y la oportunidad de decirle la verdad hacia mucho tiempo que había pasado. No había manera de que ella comprendiera ahora, después de que hubieran pasado tantos años de su rescate, por qué no había enviado a buscarla. Por qué no había querido que estuviera con él. Lali jamás conocería los demonios que habían devastado su mente entonces, y daba gracias a Dios de que ella no supiera cuántas noches había pasado anhelando hacerla suya de nuevo, deseándola a su lado. Nunca sabría lo duro que había sido para él no haber vuelto con ella, no haberla tomado y amado como estaba haciendo ahora. Y aun así, seguía conteniendo parte de las necesidades sexuales que lo poseían, que le inundaban la mente llenándolo de oscuras fantasías. Necesidades que temía que Lali no pudiera entender si sospechaba quién era realmente, quién había sido para ella. El silencio inundó la cabina mientras se acercaban al pueblo. Ahora se daba cuenta de los terribles errores que había cometido tanto en su matrimonio como más tarde, después del rescate. Lali se había aferrado a cada aspecto de su vida juntos. Y aunque ella no sabía quién era él, había regresado a sus brazos, a sus sueños, a su vida, como si hubiera nacido para estar allí. 
—Tu marido era un estúpido —afirmó finalmente. La joven no dijo nada durante un buen rato. Luego lo miró con unos ojos tristes y sombríos. 
—¿Por qué dices eso? 
—Porque sólo un estúpido se hubiera arriesgado a perder la vida, a perderte a ti, como él lo hizo. —Por aquel entonces, había estado seguro de que aquella misión sería fácil de llevar a cabo, aunque su instinto le había dicho lo contrario. Ahora sí hacía caso a su instinto. Lali giró la cabeza y miró a través del parabrisas sin responderle. Y después de unos tensos segundos, se estudió los dedos en un gesto que él sabía que expresaba tristeza y soledad. Pero fueran las que fuesen las emociones que bullían en su interior, se las guardó para sí misma. Y quizá fuera mejor de esa manera. Aquello era lo mejor para Lali. Olvidarle, rehacer su vida, tener un amante, olvidarse del pasado. Cuando se les acabara el tiempo... cuando aquella misión finalizara. .. Ni siquiera podía pensar en perderla otra vez. Peter no tenía que morir. Peter podía reclamar a Lali. Podía abrazarla, protegerla, casarse con ella y mudarse a aquella casa en la colina. Sacudió la cabeza e hizo a un lado esos pensamientos. Peter no se pertenecía a sí mismo. Pertenecía al cuerpo de Operaciones Especiales. Había firmado aquellos documentos y les había entregado lo que debería haber entregado a su esposa. Su futuro. Tal y como le habían advertido, una vez firmados aquellos papeles, era propiedad de aquella oscura organización que había pagado por su renacimiento, que había asumido el costo de la cirugía avanzada, de la reconstrucción de sus huesos y sus músculos. Una cantidad que él jamás hubiera podido pagar de ninguna otra manera. Si hubiera regresado con Lali, habría vivido a medias. No habría sido un SEAL, sino la sombra del hombre que fue. Había renunciado a su vida como Thiago y recuperar a su esposa no era una opción. La única cuestión ahora era si Peter  podría tener una vida propia.

Peter eligió un restaurante nuevo. Los propietarios de El Asador, Sally Bruckmeyer y su marido Tom, habían sido compañeros de Thiago del colegio. Sus cinco hijos les echaban una mano. Sally, dos de las chicas y el mayor de los chicos trabajaban en el comedor, mientras que Tom y los dos hijos menores, un chico y una chica, lo hacían en la cocina junto con un par de primos que Lali conocía. Cuando entraron en el restaurante, pareció que todas las miradas se volvían hacia ellos. Lali había tratado de pasar desapercibida durante los seis años que llevaba viuda, mientras que ahora se paseaba por el pueblo con un hombre de aspecto amenazador que tenía una Harley y que conducía el todoterreno de Thiago. Sabía que había rumores, pero no le importaba en absoluto. Jamás se había preocupado por las habladurías y estar con Peter la hacía sentir bien. Compartían un secreto y a la vez no lo hacían. Y aquello hacía que la noche pareciera más íntima. 
—Lali, apenas puedo creer que seas tú. —Sally Bruckmeyer era alta y corpulenta, y lucía una enorme sonrisa cuando rodeó la caja y la envolvió en un abrazo—. ¿Quién es este demonio tan atractivo que viene contigo? 
Lali era agudamente consciente de la mano de Peter en la espalda, de sus dedos extendidos. 
—Sally, te presento a un amigo de Rory y mío, Peter. Peter, te presento a mi amiga, Sally Bruckmeyer. Su marido y ella son los propietarios del restaurante. —Como si Sally no conociera ya su nombre. Lali apostaría lo que fuera a que todos en el pueblo sabían quién era exactamente su acompañante y que Rory lo había conocido en un bar de Odessa. Ja! 
—Señora Bruckmeyer. —Peter extendió la mano y los ojos castaños de Sally brillaron en su rostro moreno cuando se la estrechó.
. —Es un hombre peligroso, Lali. —Sally se volvió hacia ella y agitó un dedo en su dirección—. Será mejor que tengas cuidado con él si no quieres que te robe el corazón. 
—Lo sé, Sally —se rió Lali echando un vistazo al comedor casi lleno—. ¿Tienes mesa para nosotros? 
—Si estás dispuesta a cenar al aire libre bajo la luz de las velas, hemos colocado algunas mesas en el patio. —Se inclinó hacia ella y murmuró—: Así habrá menos ojos que se fijen en lo que hagáis. 
La sonrisa de Lali se amplió. 
—Me parece perfecto. 
—Vamos entonces. —Sally cogió dos menús y los cubiertos, y los guió por la estancia—. Tengo la mesa perfecta para vosotros. 
Lali sentía las miradas de la gente fijas en ellos. Observaban a Peter; su pelo, enmarcando una cara feroz y, su cuerpo duro y musculoso, cubierto con una camiseta, vaqueros y zahones. Parecía peligroso. De hecho, exudaba peligro. Todo en él lo proclamaba. Y a ella le encantaba. No había ninguna persona en aquella estancia que pudiera confundirlo con su marido. Si era aquella seguridad lo que él necesitaba, estaba a salvo. Sally los condujo por las puertas acristaladas que conducían al patio. Allí la luz era tenue. Las mesas tenían parasoles y estaban iluminadas con velas. Era romántico y encantador. La música estaba más baja y se disfrutaba de una mayor intimidad, mientras que dentro había una sensación de aglomeración. 
—Aquí tenéis los menús. Enviaré a Katy para que os tome nota del pedido. Disfrutad de la cena. —Sally se inclinó hacia Lali—. Será por cuenta de la casa, cariño. Un regalo de bienvenida, ¿de acuerdo?
Lali parpadeó ante la invitación. 
—No me había ido, Sally —bromeó, aunque tenía los ojos húmedos. —Bueno, cariño, nos dejaste después de lo que le ocurrió a Thiago. Lo de salir con aquel joven de los Sykes no cuenta. —Sally la abrazó con fuerza—. Por lo menos ahora estás con nosotros y nos traes a alguien para que nos recreemos la vista. 
Le guiñó un ojo a Peter y se fue sin más. Lali se quedó mirando el mantel y tragó saliva. No se había dado cuenta de que la habían echado de menos. Había estado allí, en Alpine, pero no en cuerpo y alma. Se había sumido en el pasado, en su pérdida, en reconstruir el negocio del que su marido había estado tan orgulloso. Era como si no hubiera vivido desde que él desapareció, y aquello la asustaba. 
—Lamento todo esto —susurró. Abrió el menú y miró hacia las puertas que daban al patio—. Sally y su marido, Tom, eran buenos amigos de mi marido.
 —No importa. —Peter se reclinó en la silla y observó el patio mientras ella lo miraba a él. 
—Lali . Estaba seguro de que eras tú. —Una ronca voz masculina hizo que la joven se tensara antes de levantar la mirada. Gaylen Patrick, el propietario de uno de los ranchos más grandes de Alpine, se dirigía tambaleándose hacia ellos desde las puertas. A los cuarenta y cinco años, Gaylen era todavía un hombre fornido, aunque mucha de su corpulencia estaba en la barriga y los muslos. Caminaba con torpeza, pero Lali lo había visto forcejeando con novillos y sabía que aquellos brazos eran fuertes a pesar de las arrugas que comenzaban a surcarle el rostro. Estaba calvo, tenía los ojos color avellana y poseía unas espesas cejas oscuras. Hablaba en voz muy alta y reía escandalosamente. Y por alguna razón, había creído que Lali debería haber estado dispuesta a acostarse con él unas semanas después de la muerte de Thiago. 
—Sí, parece que soy yo —replicó ella cuando el ranchero se detuvo en la mesa, lanzando a Peter una dura mirada. 
—¿Y quién es tu amigo? Es nuevo en el pueblo, ¿verdad? —Le tendió la mano a Peter—. Soy Gaylen Patrick. He oído que estás sacando a flote el taller de los Bedolla. Eso está muy bien, hijo. 
—Peter Lanzani. —Peter le estrechó la mano, pero su expresión era neutra y fría—. No había nada que sacar a flote. Lali lo tenía todo bajo control.
 —Gracias a Rory, que le echó una mano. —Gaylen inclinó la cabeza—. Pobre pequeña. Hemos estado muy preocupados por ella desde que se quedó viuda. Lali se mordió la lengua para no lanzarle una dura réplica. Se preocuparon tanto de ella que había tenido que echar de su casa a aquel hijo de perra después de que le hiciera una oferta ridícula por la gasolinera y el taller. El ranchero había querido hacerse con su negocio y, tal y como le había hecho saber, no le importaba tener que casarse con ella para conseguirlo. Creía que el dinero lo compraba todo y no entendía por qué la joven ni siquiera había estado dispuesta a considerar su oferta. 
—Lali lo estaba haciendo bien —afirmó Peter—. Sólo necesitaba contratar a unos pocos mecánicos dispuestos a cumplir con su trabajo.

-¿Cuánto tiempo ha dicho que pensaba quedarse por aquí? —Gaylen enganchó los dedos en el cinturón de los vaqueros y miró a Peter con falsa cordialidad.
 —No lo he dicho. —Peter sonrió—. Aún no lo he decidido. —Deslizó la mirada por Lali—. Irme no es algo que tenga en mente en este momento. 
—Por supuesto que no. —El ranchero se rió de nuevo, pero el sonido pareció forzado—. Supongo que debo regresar a mi mesa. —Se limpió la mano en los muslos y miró a la joven—. Tu suegro cenará esta noche con nosotros, Lali. Deberías acercarte a saludarlo. 
Lali apretó los puños en el regazo. Levantó la mirada hacia Gaylen y no se contuvo en expresar lo que sentía.
 —Creo que Grant Bedolla puede prescindir de mis saludos por esta noche —dijo con firmeza. 
—-La familia es la familia, Lali. —Gaylen negó con la cabeza—. Está bien enmendar las cosas. 
—En este caso, no hay nada que enmendar —le aseguró con una sonrisa tensa—. Ha sido un placer hablar contigo de nuevo, Gaylen. Gracias por pasarte a saludar. —Pero, por favor, lárgate ya. 
—Pasa a verme en algún momento, niña —ladró con aquella risa tan falsa que hacía rechinar los dientes de Lali 
—. Cuídela bien, joven. —La mirada que le dirigió a Peter estaba llena de aversión. 
—Por supuesto que lo haré. —Peter le dirigió una amplia sonrisa—. Ella es lo primero para mí.

sábado, 22 de septiembre de 2012

CAPÍTULO 20

¿Se lo había contado a su hermano, pero no a ella? Se giró y cogió un trapo del mostrador para limpiarse las manos. 
—Rory, tengo una cita —le gritó—. Regresaré a eso de las cinco.
 Tanto Rory como Peter la miraron, con sendas expresiones neutras. Bastardos. 
—Tenemos mucho trabajo atrasado,Lali. —Rory se aclaró la garganta mientras Peter cruzaba los brazos sobre el pecho y le dirigía una mirada ominosa.
 —No puedo quedarme. —Se encogió de hombros—. Tengo que ir corriendo a casa a ducharme y luego me reuniré con Sienna y Kira. 
Lali dejó el paño en el mostrador, sacó las llaves del coche del bolsillo trasero y les dirigió una mirada tensa y una dura sonrisa. 
—Estoy segura de que sobreviviréis sin mí. 
Kira se había quedado sorprendida cuando Lali la había llamado esa mañana para preguntarle si quería ir con Sienna y con ella al balneario. La otra mujer se había mostrado cautelosa pero, aun así, había accedido. Era una de las cosas que le gustaban de ella. Kira no era ninguna estúpida, pero pecaba de ser tan curiosa como el demonio. Lali se dirigió a su coche, consciente de que Peter la seguía. La alcanzó antes de que ella llegara al pequeño BMW Z8 rojo que su esposo había reconstruido para ella poco antes de salir para su última misión. Aún tenía el guardabarros abollado tras haber chocado contra la parte trasera del todoterreno de Thiago. El cuatro por cuatro todavía seguía guardado en el garaje, sin usar, y Lali se preguntó si él habría echado un vistazo a aquel vehículo del que se había sentido tan orgulloso. Podría haberlo hecho con facilidad sin que ella se enterara. 
Acababa de llegar junto al coche cuando sintió que Peter la cogía del brazo, obligándola a detenerse  Lali se quedó sin aliento y cerró los ojos, sintiéndose abrumada por las emociones. Alegría, cólera, pesar y esperanzas. Tantas esperanzas que casi cayó de rodillas. Pero también sentía miedo. ¿Acaso deseaba tanto aquello que estaba viendo sólo lo que quería ver? ¿Una ilusión? No. No aquello no era una ilusión. Era su irlandés. 
—¿Por qué te vas? —La voz masculina era áspera y ronca. Le había ocurrido algo en aquella voz con la que le había cantado baladas irlandesas, con la que había susurrado tan suavemente su nombre. Pero no era la voz la que reclamaba el alma de Lali, era al hombre. Ella se aclaró la garganta y se giró hacia él, clavando los ojos en su barbilla.
 —Ya lo he dicho, tengo cita en el Spa. —Arrancó el brazo de la mano de Peter antes de mirarle a los ojos, luchando por disimular el asombro que sentía al volver a tener el hombre que amaba de nuevo a su lado. Su irlandés. Quería rodearlo con los brazos y decir su nombre, pero no podía hacerlo. Sabía lo peligroso que podía ser para él, para todos. Pero sobre todo para él. Tenía que existir una razón sólida para que hubiera regresado a ella con otro nombre. Su marido siempre había sido muy protector, y seguía siéndolo sin importar cómo se llamara. Luchaba por mantener a salvo a sus seres queridos sin importarle el riesgo.
 —¿Por qué hoy? —inquirió Peter con voz dura. No quería que se fuera. Quería que se quedara allí, donde podía vigilarla.
 —¿Importa? ¿Hay alguna razón por la que no deba ir?
 —Bueno, debería bastarte con saber que ayer intentaron matar a uno de tus empleados. — Tenía los labios apretados y sus ojos brillaron al mirarla con una mezcla de preocupación e ira. 
—Lo que le ocurrió a Toby está relacionado con lo que te pasó a ti la noche anterior, Peter. No conmigo. Además, mi marido me enseñó a que tuviera cuidado —le recordó—. No soy una florecilla indefensa.
 Lali lo vio estremecerse. 
—No, pero sí eres una mujer terca decidida a hacer las cosas a su manera —gruñó Peter. La joven abrió la puerta del coche antes de volverse hacia él. 
—He quedado con Sienna para almorzar y luego tenemos una cita en el Spa. Ahora que tú estás aquí y que el taller va sobre ruedas, creo que puedo tomarme una tarde libre y tener tiempo para mí en vez de andar entre motores y aceite. ¿Te supone algún problema?
 Aquellos ojos azul brumoso brillaron con el deseo que ardía en su interior. 
—¿Vas a hacerte la manicura? —-Peter curvó los labios ligeramente. 
—Pagar por una manicura es un desperdicio dedicándome a lo que me dedico. —Señaló el taller con la mano—. Y no puedo negar que prefiero andar entre motores que hacerme las uñas. Pero espero disfrutar de un masaje. Quiero cortarme el pelo. —Lo sacudió ante él—. Y quizá hacerme una limpieza de cutis. —Y puede que también se depilara. Lali fue muy consciente de los pensamientos que se cruzaron entre ellos. Quizá se depilara el pubis de nuevo para poder sentir la barba de Peter contra la sensible piel desnuda, para sentir la lengua masculina en sus pliegues desprotegidos. Le gustaba que su marido hubiera regresado, pero no estaba dispuesta a perder la independencia otra vez. Había algunas cosas de las que quería disfrutar en «el área de belleza», como Sienna y ella llamaban al Spa. 
Peter la observó y ella supo qué iba a decir. El cerró los ojos lentamente y cuando los abrió, su expresión era dominante y resuelta. Ser dominante era una nueva faceta de su carácter, o quizá algo que le había ocultado en el pasado.
. —Preferiría que esperaras —dijo finalmente—. O que me dejaras acompañarte. 
—No necesito ninguna niñera, Peter. —Lali negó con la cabeza. Necesitaba alejarse de él un buen rato—. Evita las peleas de cuchillos por la noche, y quizá no tengas que preocuparte tanto.
Le había revisado las heridas esa mañana cuando despertaron. Al volver a vendárselas se sintió sorprendida de que no hubiera muerto desangrado mientras la poseía. 
—Tengo que irme. —Se metió en el BMW—. No olvides que el coche de Becca Jean debe estar listo para esta tarde. Tiene que utilizarlo mucho durante los próximos meses y quiero estar segura de que no la deje tirada. 
—Me encargaré de ello —masculló—. Maldición, Lali. Por lo menos, prométeme que tendrás cuidado.
 —Siempre lo tengo. —Agarró el volante y giró la cabeza hacia él, enfurecida—. Eres tú quien no sabe mantenerse alejado de los problemas. Cerró la puerta, consciente de que podía hacerlo sólo porque él se lo permitía, y luego puso el coche en marcha. Un segundo después salía del aparcamiento. Miró por el retrovisor y vio que Peter se llevaba el móvil al oído. Lali se preguntó quién sería su niñera aquel día. 
Peter observó cómo el pequeño BMW aparcaba delante de la casa de ladrillo de dos pisos y cómo su esposa entraba en ella. Micah Sloane y John Vincent se turnaban para vigilarla cuando no estaba con él. A Peter no le gustaba en absoluto que estuviera fuera de su vista mucho rato. Y tampoco le gustaba que fuera al pueblo sin él. Había demasiadas incógnitas en esa misión y muy poca información todavía. 
Noah volvió a revisar la parte inferior del todoterreno, buscando más pruebas, y las descubrió en distintas partes del motor que Delbert había pasado por alto.
Estúpido bastardo. 
Recogió las pruebas y salió de debajo del vehículo. Ya le encargaría a otro empleado que averiguara si el problema estaba en la potencia o en el control de tracción. Si Delbert creía que los del taller se habían limitado a hacerle una prueba global a su vehículo, cuando lo arrestaran no podría culpar ni a Lali, ni a Peter. Ocultando una sonrisa de satisfacción, llamó al mecánico que estaba bajo sospecha y lo puso a trabajar en el todoterreno. Peter sabía que había encontrado lo suficiente para incriminar al propietario del vehículo, como también sabía que el pequeño mecánico de piel cetrina que ahora trabajaba en él no encontraría el resto de las pruebas que había dejado, pues estaban muy escondidas. Había dejado lo justo para acusar a Delbert cuando lo detuvieran. Subió al apartamento y clasificó las pruebas antes de envolver los frasquitos en papel y asegurarlos con una goma elástica. Se los volvió a guardar en el bolsillo y regresó al taller. Aún faltaba algunas horas para que Nik pudiera salir sin ser visto y dirigirse al bunker. Se acercó al coche de la amiga de Lali y lo examinó con atención, sin quitar ojo al mecánico que trabajaba en el otro vehículo. Si encontraba algo, Delbert acudiría con rapidez a recoger el todoterreno. Si no lo hacía, el mecánico continuaría realizando su trabajo como hasta ahora, rascándose la cabeza y comprobando la inyección de combustible. Pero las pruebas no estaban cerca de la inyección. Vio que Lali salía de la casa. Unos segundos después, el coche de Micah salía de una calle cercana y la seguía. Ella estaba a salvo, pero le irritaba sobremanera no ser él quien la vigilara y protegiera. Negando con la cabeza, volvió a su tarea y devolvió la sonrisa que le dirigía Chuck Leon, el mecánico que estaba arreglando el todoterreno de Delbert. El hombre sacudía la cabeza sin dejar de sonreír, con gesto de compañerismo. —
Es toda una mujer —dijo el mecánico con una risita, tirándose de la sucia perilla que sobresalía en su barbilla—. Aunque no tienes nada que hacer con ella. 
—Es posible —gruñó Peter—. Pero puedo hacer que contrate a otro mecánico si tú no dejas de perder el tiempo.
 Algo brilló en los oscuros ojos de Chuck. Pero asintió con la cabeza lentamente antes de inclinarse sobre el motor y ponerse a trabajar. 
 Thiago jamás podría volver a Alpine con su familia y su esposa. Pero alejarse de ella otra vez iba a resultar imposible.

-Esto es justo lo que necesitamos. Una noche sólo de chicas. —Sienna Richards se estiró sobre la camilla dejando que unas manos expertas masajearan su cuerpo. 
—Una noche sólo de chicas —gruñó Lali—. Las recuerdo muy bien. Eran un infierno. Siempre acababa con una horrible resaca después de quedar contigo, Sienna.
Lali consideró la idea durante un instante. 
—Mi nuevo mecánico necesita supervisión —dijo finalmente con sorna—. Y, por supuesto, pienso supervisarlo personalmente. 
Kira resopló y Sienna lanzó un gritito. 
—Todavía no puedo creer que estés pensando en tener una relación con ese hombre. A Thiago le habría dado un ataque, Lali. 
El comentario de Sienna fue seguido por un tenso silencio. Sienna había sido amiga suya y de Thiago, pero había tenido más de un encontronazo con su marido. 
—Thiago habría querido que fuera feliz —afirmó Lalu con voz queda. 
—¿Con un hombre como ése? —se burló Sienna—. Vamos, estás con él sólo porque tiene unos ojos que te recuerdan a tu marido y la misma actitud dictatorial. A un hombre así no le gusta saber que sólo es la segunda opción. Pronto tendrás problemas. 
—Los tendré de todas maneras. —Lali se encogió de hombros como si aquello no tuviera importancia. ¿Por qué no quería hablar con Sienna? ¿Por qué no quería compartir con ella la certeza que sentía en su interior? Siempre le había contado todo a Sienna y tenía que reconocer que la había ayudado mucho cuando Tiago «murió». Sin embargo, ahora no quería compartir su alegría con nadie, aunque tenía que reconocer que tenía que morderse los labios para no acribillar a Kira a preguntas, porque sabía, en el fondo de su alma, que tanto su amiga como Ian eran partícipes de lo que estaba ocurriendo.
 —Te lo dije, libérate de la tensión sexual —masculló Kira desde su camilla al lado de Lali—. Déjala disfrutar, Sienna. Estoy segura de que se sentirá mucho mejor.
 El deje divertido en la voz de Kira podría significar cualquier cosa. 
—Un día de estos voy a hacerte pagar ese consejo —le advirtió Lali—. Ese hombre es tan posesivo que conseguirá volverme loca. Sí, de hecho, ya lo estaba haciendo. 
—Thiago era una persona de trato fácil. —Sienna suspiró—. Jamás se ponía celoso.
 Oh, eso no era del todo cierto, se dijo Lali para sus adentros. Thiago había sido celoso, pero lo había ocultado muy bien, incluso ante ella. Había sido cordial, alegre y educado, pero por dentro era un hervidero de emociones. Y los celos habían sido una de ellas. Ella supo durante años que Thiago ocultaba aquella emoción en particular. Se había controlado porque confiaba en ella. Porque sabía que no había manera de que Lali se quedara encerrada en casa estuviera él o no en una misión. Pero ella había sentido claramente el eco de sus celos.
 —No. El jamás se puso celoso —convino Lali, sin querer compartir ninguna información con Sienna. Peter se ocultaba, obviamente, por alguna razón, y Lali no podía arriesgarse a poner en peligro cualquiera que fuera su misión. Se negaba a arriesgar su vida.

-Lali piensa que deberíamos ampliar el horario de la tienda de suministros y de la gasolinera ahora que tenemos ayuda —le dijo Rory al entrar en el taller unos minutos más tarde—. ¿Vas a trabajar esta noche? —Había un tono divertido en su voz.
 —Sólo si estás muerto. —Se giró hacia su hermano lentamente—. Y me parece que aún respiras. ¿Vas a darme alguna excusa para no sustituirme? Te advierto que tu muerte sería lo único aceptable.
 Rory hizo una mueca mientras se metía las manos en el mono de trabajo y le dirigía a Peter una mirada furiosa.
 —Tengo una cita.
. —Yo también —le informó Peter. 
—Mi cita es más importante —gruñó Rory—. Llevo meses detrás de esa mujer. Deberías verla, Peter. —Suspiró—. Es realmente espectacular. 
—Pues va a sentirse muy decepcionada esta noche, a menos que ignores la orden de Lali y cierres ya. -Rory miró hacia la casa. 
—¿Crees que se dará cuenta?
 —Probablemente.
Tras decir aquello, se dirigió al apartamento que estaba sobre la oficina. Subió las escaleras de dos en dos y, al llegar a la puerta, cogió el estrecho palillo que había dejado en la cerradura. Al entrar, pudo ver el trozo de cinta Scoth en la puerta que daba al exterior. Todavía estaba en su lugar. Nadie había abierto esa puerta. Aun así se movió con cautela por el apartamento y cerró la puerta del baño tras de sí. Lali había ido al Spa y él apenas podía contener su impaciencia. Estaba condenadamente excitado ante lo que sabía que le esperaba esa noche.
Lali se giró al oír el ronroneo de la Harley de Petrr detrás del taller. Dios. Peter llevaba unos vaqueros y zahones negros. Una camiseta oscura y ceñida le cubría el torso. Y se dirigía hacia allí.
. —¿Hay algo más sexy que un hombre con zahones sobre una Harley? —preguntó Kira a su espalda—. Ninguna mujer podría resistirse. 
Desde luego, no Lali. La joven observó cómo rodeaba el taller y tomaba el camino de gravilla que conducía a la parte posterior de la casa. El sonido ronroneante de la Harley estaba cada vez más cerca, haciéndola temblar de excitación.
. —Creo que ha llegado el momento de que me vaya —comentó Kira con una risita—. No te molestes en acompañarme a la puerta. 
Lali no lo hizo. Escuchó cómo la Harley se detenía detrás de la casa y se aproximó a la puerta trasera. La abrió y salió al porche en el momento en que él se bajaba de la moto. Aquellas largas piernas que caminaban hacia ella con aire despreocupado hicieron que se estremeciera de anticipación. Le hizo sentir el latido del corazón en la garganta mientras el deseo iniciaba un ardiente recorrido por su cuerpo. 
—Te ha sentado bien ir al Spa —dijo él, deteniéndose al pie de los escalones del porche y mirándola fijamente—. ¿Te apetece lucir el corte de pelo nuevo y salir esta noche? Podríamos cenar en el pueblo. Iríamos en la moto. 
Lali no había vuelto a montar en moto desde que era una adolescente. Miró a la Harley y luego a Peter. 
—Tendría que cambiarme de ropa.
-Sería una verdadera pena —afirmó él, deslizando la mirada por la corta minifalda vaquera y la camiseta—. Debo decirle, señora Esposito, que tiene unas piernas increíbles. 
Nadie había sido nunca tan encantador como Thiago. Lali recordó sus citas, la manera en que la miraba con aquellos ojos azules, y cómo le sonreía cuando iba a recogerla. Había sido el epítome del chico malo, y había sido todo suyo. Y todavía lo era. 
—Las faldas cortas y las motos no son buena combinación —señaló ella. Peter asintió con seriedad y sus ojos brillaron de forma inquietante.
 —Es cierto. Y con unas piernas tan bonitas como las tuyas, será mejor no arriesgarnos. 
Lali se apoyó contra un poste del porche y volvió a mirarlo.
. —¿Sabías que tengo un todoterreno? —Se puso una mano en la cadera mientras observaba su reacción. 
—¿De veras? ¿Había sido interés lo que Lali vio destellar en sus ojos, o sólo alegría ante la mención de aquel condenado todoterreno? Él miró a su alrededor.
. —No he visto ninguno por aquí.
 —Está en el garaje —comentó a la ligera-—-. Un enorme monstruo negro con asientos abatibles. Un cuatro por cuatro de cromo y acero que consume más gasolina de lo que puedas imaginar. 
Peter sonrió ampliamente. Siempre se había sentido muy orgulloso de aquel maldito todoterreno.
. —¿Y qué hace alguien como tú con un trasto tan grande? —bromeó. Ella se encogió de hombros.
 —Pertenecía a mi marido y ahora es mío. —Esa declaración provocó que la dura mirada masculina se agudizara.
. —¿Y lo conduces?
 —Todo el tiempo —mintió, atormentándole—. No tengo que preocuparme de que se estropee ahora que mi marido no está. No le gustaba nada que lo condujera. -El tragó saliva. 
—¿Está en buenas condiciones ahora?- Lali resopló.
. —Sí. ¿Quieres conducirlo o prefieres seguir preguntándome? También puedo ponerme unos vaqueros e ir en la moto. Elige.
. ¿Elegir? Peter la miró, casi incapaz de contener la sorpresa de que ella hubiera conservado el todoterreno. Sabía que durante los primeros meses tras su «muerte», Lali no había podido pagar los recibos de la casa y el taller, ya que su pensión de viudedad era ridicula. Pero incluso exponiéndose a perder ambas cosas, Lali había conservado aquel condenado todoterreno. Saberlo lo complacía más de lo que podía expresar. Sin embargo, el que ella permitiera que otra persona lo condujera lo llenaba de horror. Aquellos contradictorios sentimientos colisionaron en su interior, y se prometió que haría pagar a Lali por eso.
 —Eres muy generosa con las posesiones de tu marido —le reprochó.

miércoles, 19 de septiembre de 2012

CAPITULO 19

Los ojos de la joven estaban anegados en lágrimas y los rasgos masculinos aparecieron borrosos ante ella. La necesidad de apoyarse en Peter, de encontrar algo en lo que sostenerse, le aflojó las piernas.
-No soy Thiago. Pero , Lali te necesito. Te necesito, pero no de la manera que te necesitaba tu marido. Te necesito tanto que me volveré loco si no vuelvo a sentir tus caricias, tus besos.
 Peter le sujetó la cabeza con las manos, bajó los labios y los unió a los de ella para saborearla. Sintió el sabor de las lágrimas y el dolor de su esposa, y algo dentro de su alma se rompió. Oh, Dios. Le había hecho tanto daño... Los sollozos de Lali se clavaban en las entrañas de Peter como garras ardientes. Pero había tenido que hacerlo. Había tenido que ser cruel porque, en cuanto la oyó preguntarle a Ian, supo que ella comenzaba a sospechar. De alguna manera, su perspicaz esposa había sentido al fantasma de su marido dentro de él. 
Lali se estremeció entre sus brazos. El «polvo de afrodita», la droga que aún infectaba su cuerpo, bombeaba en su interior eclipsándolo todo excepto lo que ella le hacía sentir. Las sensaciones que provocaban aquellos labios suaves, el doloroso sabor de sus lágrimas.
 —Lali —susurró Peter—. Tócame. Sólo tócame. Cierra los ojos e imagina que estás con quien quiera que necesites estar, pero tócame. 
Le cogió las manos para apretárselas contra su duro torso cubierto por vendajes, y sintió su vacilación, su respuesta.
. —Me muero por tus caricias. —La besó de nuevo en los labios, observando cómo Lali alzaba la cabeza y lo miraba con aquellos ojos grises nublados por las lágrimas, por los sueños perdidos. La joven negó con la cabeza y él la besó otra vez. Le atrapó los labios de nuevo y, en vez de devorarlos como necesitaba, se limitó a acariciarlos, a recrearse en su sabor. Finalmente, Lali respondió, dividida entre el hombre que amaba y el que deseaba. Pero él no podía dejar que sospechara que ambos vivían y sufrían por ella. 
—Por favor, no lo hagas —musitó la joven cuando Peter levantó la cabeza y la guió por la salita, llevándola al dormitorio. 
—Entonces, vete. —Se separó de ella, se desabrochó los vaqueros y ahuecó con la palma de la mano aquella erección engrosada por la lujuria. La mirada de Lali se clavó en él y se estremeció. Peter  podía ver la lucha interior de su esposa en sus ojos. Su bella y dulce Lali, que luchaba contra la cólera, el miedo y el deseo. Peter se tendió sobre la cama y se acarició su duro miembro bajo la atenta mirada femenina. Lali cerró los dedos sobre su camiseta, con las mejillas húmedas por las lágrimas que todavía le brillaban en los ojos.
 —Me portaré bien —le prometió él—. —Ven aquí. —Peter le tendió la mano—. Déjame decirte qué siento cuando estoy dentro de ti. . 
Peter se moría por sentir sus manos sobre él. Sufría. Estaba poseído por una necesidad que jamás le había torturado de esa manera. Lali vaciló y Peter pudo ver la cruenta lucha que se desarrollaba en su corazón. La batalla entre lo que sentía por él y los recuerdos que se negaba a abandonar. Para siempre. Algo en su interior se suavizó al recordar lo que ella le susurraba cuando hacían el amor. Que le amaría para siempre. Y él le había jurado que siempre regresaría a ella. Después de lo que pareció una eternidad, Lali cogió el dobladillo de la camiseta y se la quitó lentamente. 
 —Esto no es normal. —La joven se tumbó en la cama junto a Peter y le pasó la mano por el interior del muslo—. Estás muy duro. Muy excitado. Y ayer por la noche estabas sangrando. Respóndeme a esto al menos. Dime qué te pasa. El apretó los dientes. Podía notar el sudor que le inundaba la piel, humedeciéndole de pies a cabeza mientras la fiebre casi le arrebataba la razón. 
—¿Has oído hablar del «polvo de afrodita»?- Lali parpadeó. 
—Es la droga que usan en las violaciones. O la usaban. 
—La usaban —afirmó él—. Estábamos detrás del hombre que la vendía y me capturaron. Me la inyectaron durante algún tiempo y aún tengo pequeñas cantidades en mi cuerpo. La adrenalina la despierta. Y las heridas, y la fiebre. Me pongo duro. Necesito follar. 
—¿Con cualquiera? —Bajó las pestañas y le rozó suavemente el escroto con la yema de los dedos. Él negó con la cabeza. 
—No. 
—¿Con cuántas mujeres has estado desde que te hicieron esto?
 —¿Importa? —No pensaba mentirle, no en ese momento en que sus dedos le acariciaban los testículos. Peter separó los muslos, permitiéndole un mejor acceso a su cuerpo mientras emitía un gemido jadeante. 
—No ahora mismo. Pero más tarde, sí. —Lali inclinó la cabeza, y Peter sintió una descarga eléctrica en las terminaciones nerviosas cuando ella utilizó la lengua para atormentarle. Lali le dio un beso húmedo. . 
—¿Es esto lo que quieres? —La voz de Lali era aterciopelada, un placer tan dulce como el que sintió que atravesaba su cuerpo cuando ella le pasó la lengua por la gruesa erección.
 —¡Oh, Dios, sí! —-La levantó, observando con los dientes apretados y el placer recorriendo salvajemente sus terminaciones nerviosas, cómo la joven le recorría  el miembro centímetro a centímetro con la lengua hasta cerrar la boca sobre el glande.
 Lali lo poseía por completo. Peter lo sabía. Lo había sabido desde el primer momento en que la había visto, cansada, preocupada por el trabajo y el coche, y pidiéndole una llave inglesa. Demonios, si él hubiera sabido que ella necesitaba sólo una llave inglesa y no que le arreglara el coche... Y allí estaba ahora, montándolo a horcajadas sin tocarle las heridas, deslizándose lentamente sobre él, envolviéndolo en sus húmedos y cálidos pliegues. Lali se inclinó para besarlo y Peter la recibió ansioso, hambriento. Desesperado. Se moría entre sus brazos y ella ni siquiera lo sabía. Agonizaba cada vez que la llenaba con su semen. Cada vez que la sentía palpitar en torno a su miembro cuando se corría.
 —Bésame, Peter. —Dulce y sensual, su voz afinaba los sentidos masculinos como un músico con un instrumento. Le atravesaba el corazón, le arrancaba el alma y él se lo permitía.
. —Nada de juegos —gruñó él cuando la joven le lamió los labios. La agarró por las caderas y la desplazó sobre su cuerpo, sintiendo cómo temblaba de anticipación. 
—Pensaba entregarme —le confesó mirándolo fijamente y mordisqueándole los labios.
. —Será mejor que te entregues rápido. —Peter comenzaba a jadear, estaba a punto de hacer rodar a Lali sobre la cama para hundir la gruesa y atormentada longitud de su erección en su interior. La joven levantó ligeramente las caderas y condujo el glande hacia la pequeña abertura de su cuerpo, mientras él deslizaba las manos por su torso para tomar posesión de sus hinchados senos e inclinaba la cabeza hacia los duros y pequeños pezones. Peter sintió crepitar el fuego en su duro miembro. Comenzó por la punta, cuando Lali lo lubricó con sus jugos, y bajó en una apremiante llama hasta la base. Succionó el pezón de la joven con dureza, fustigándolo con la lengua, y oyó cómo ella gritaba su nombre.
Peter oyó su propio grito. El nombre de ella. Sólo su nombre. No la promesa que siempre le había hecho. Pero fue seguido por el más turbador y ardiente orgasmo que había tenido jamás. El semen surgió de su miembro en chorros furiosos y violentos. La inundó, se vació en ella, y Lali gritó otra vez, palpitando y contrayéndose de nuevo en torno a él. Peter se sintió dulcemente atrapado en su interior cuando ella se estremeció débilmente con las últimas sacudidas de placer antes de derrumbarse sobre su amplio pecho. Después, mucho más tarde, Lali se quedó mirando la oscuridad. Peter dormía a su lado con un brazo bajo ella y otro por encima, y apoyaba la cabeza junto a la suya, respirando con suavidad. Había cosas, pensó Lali, que los hombres no consideraban cuando se acostaban con las mujeres, porque ellas eran lo suficientemente listas para no decírselas. Las mujeres se tomaban el tiempo necesario para conocer a los hombres que amaban. Se fijaban en los pequeños detalles. Les gustaba saber dónde eran más sensibles sus hombres, aunque se tratara de duros SEAL’s o de agentes del gobierno. Eran expertas en conocer la manera en que un hombre tocaba el cuerpo de la mujer que amaba. La presión de sus caricias podía cambiar, podía ser suave o más firme, o desesperada y hambrienta, pero había algunas cosas que siempre eran igual. Ciertas sensaciones, ciertas maneras de provocarlas. Un hombre podía tomar a una mujer con dureza y rapidez o con suavidad y lentitud, pero siempre había una constante. Y era el propio hombre. Las cicatrices marcaban las manos y el cuerpo de Peter. Tenía callos que su marido no había tenido y otros, que Thiago sí había tenido, faltaban en las manos de Peter. Pero la manera en que la penetraba con su miembro, los puntos que rozaba en su interior, la manera en que la llenaba y la poseía, eran demasiado parecidos. Había demasiadas similitudes. 
“Lali. Has chocado contra mi todoterreno. Si estaba aparcado aquí mismo, a plena vista».” Los recuerdos del día que Thiago le había gritado regresaron de nuevo a ella. Ardieron en su memoria. Thiago nunca le había gritado antes. Siempre se había controlado. Pero ella le había cogido por sorpresa aquel día. La había agarrado por los hombros para apartarla, y, aun así, ella lo había sentido. Había sentido cómo apretaba las yemas de los dedos sobre su piel, no con suavidad, sino de una manera definida. La manera en que había colocado los dedos, en que la había agarrado para que se hiciera a un lado, lo había delatado. Recordó sus ojos en aquel momento. Aquella mirada feroz que se había vuelto ardiente por la ira, el deseo y la lujuria mientras la conducía a la casa. Eran rasgos distintivos. Lali recordaba el lugar exacto en que sus dedos le habían presionado los hombros, cómo la había hecho sentir, cómo habían cambiado sus ojos. Y también había recordado dónde escondía él sus armas. Cómo las escondía. Peter había sabido dónde guardaba Lali las tazas en la cocina aquella primera mañana cuando le había informado de que no iban a compartir la cama. Lo había sorprendido, había conseguido ponerle furioso y él se había dirigido directo a las tazas de café sin que ella tuviera que decirle dónde estaban. Dormía contra ella igual que había hecho su marido. La abrazaba de la misma manera. Y esa primera noche, entre el sueño y la vigilia, estaba segura —ahora sí—, de que le había oído musitar «go síoraí». Aquellas palabras que sólo su marido le había susurrado al oído. Giró la cabeza para mirarle y observó cómo le caía ahora el pelo sobre la frente. Thiago siempre había llevado el pelo muy corto, pero el perfil no había cambiado tanto. Había pequeñas diferencias, suficientes para despistarla en un primer momento.
El era su alma. Ningún otro hombre podía haber entrado en su vida y tomar todo lo que quería de ella. Sólo su marido habría podido hacerlo. Y él le había estado mintiendo desde que llegó al taller. Le había contado que había sido capturado. Que le habían inyectado aquella horrible droga que había salido en las noticias unos años antes. Entonces recordó sus pesadillas. La absoluta certeza de que él estaba en peligro, no muerto. Lo había oído gritar, rogándole que le salvara, que le ayudara. Ella se había sentido horrorizada y llena de incertidumbre. Se había despertado en medio de la noche gritando con una agonía que no tenía principio ni fin. Peter le había dicho que su marido había muerto. Se lo había dicho con los ojos brillando de dolor y cólera. No le había mentido. Realmente pensaba que el hombre que había sido estaba muerto. Y quizá tuviera razón de alguna manera. Pero seguía siendo su marido, su amante, su alma. Sólo había cambiado su nombre. Y seguía siendo suyo aunque le estuviera mintiendo.
 De pronto se dio cuenta de que Rory estaba al tanto de lo que ocurría. Entrecerró los ojos y maldijo. Qué hijo de perra. Noah le había dicho a su hermano quién era, pero no a ella. Luchó contra el pánico al pensar que Peter nunca había tenido intención de contarle la verdad, que quizá ni siquiera había vuelto a casa por ella. Rory era más fuerte. Era un hombre. Y sabía la verdad, de eso estaba segura. ¿Acaso necesitaba que le ayudara en lo que fuera que Peter estuviera haciendo? ¿Por qué había empezado a trabajar el taller? ¿Para llegar a ella? ¿Para hacer lo que fuera que hubiera venido a hacer? Respiró hondo. Fuera cual fuera la razón, por mucho que amara y adorara a su marido, había llegado el momento de que éste aprendiera que mentirle era algo muy, pero que muy peligroso.

A la mañana siguiente, Toby bajo el capó y miró a Peter.
El estaba concentrado en la lectura del ordenador de un SUV nuevo, girando lentamente la llave inglesa entre los dedos y mascando chicle. Demonios, era una suerte que ya no trabajara en el taller ninguno de sus antiguos empleados. Si se hubieran fijado en él, habrían sospechado al instante. Era algo que Lali había encontrado muy sexy las pocas veces que le había visto hacerlo, hacía ya tantos años.
. «El irlandés». 
El corazón se le hinchó en el pecho y las lágrimas amenazaron con anegar sus ojos; tuvo que darse la vuelta con rapidez para contener los sollozos de alegría. Su irlandés. Había vuelto, estaba allí. Se estremeció ante ese pensamiento y también de cólera. Fuera lo que fuese lo que le había mantenido alejado, era obvio que le había llevado mucho tiempo recobrarse. Podría haber estado con él mientras tanto. Podría haberle ayudado. Lali  habría dado su vida por haber podido hacerle cada día, cada hora, más fácil. Y él se lo había impedido. No la había llevado adonde fuera que estuviese, no le había dejado consolarle, y, aún ahora, seguía intentando ocultarse de ella. Por el rabillo del ojo observó cómo Rory se acercaba a él, le quitaba la llave inglesa y le lanzaba una mirada de advertencia. Oh sí, Rory lo sabía. Era lo suficientemente listo para saber que aquello delataría a Peter. Lali apartó la mirada y cerró los ojos ante la sensación de traición que la invadió. ¿Se lo había contado a su hermano, pero no a ella?

lunes, 17 de septiembre de 2012

CAPITULO 18

Peter lo miró fijamente. Aquello no sucedería nunca. No podría soportar que Lali supiera lo que le había ocurrido al hombre que había amado con tanta desesperación como para ir al infierno con él. 
—Los muertos no hablan —sentenció con voz ronca—. No lo sabrá nunca. Su marido está muerto. 
Ian le sostuvo la mirada durante un instante, apretó los labios y luego miró a Micah indicándole con la cabeza que saliera. 
—Te está mintiendo —dijo el israelí—. No posee el suficiente control para no hacerle daño. 
Oh, sí que poseía el suficiente control. Más control del que cualquiera de ellos creía.
. —Vete y encárgate de que los demás sepan lo que tienen que hacer —le ordenó Ian—. Esto sólo le incumbe a Peter .
Lali  estaba de pie detrás de la estrecha encimera que separaba la cocina de la salita, observando el pasillo, cuando Ian salió del dormitorio. Kira y ella no se habían dirigido la palabra. Ambas sabían que tendrían que hablar tarde o temprano, pero ninguna había roto el silencio. El agente de Oriente Medio 
—Lali  estaba segura de que todos eran agentes— había salido del apartamento con Nik y los demás unos momentos antes, dejando tras de sí un tenso silencio entre Kira y ella. La otra mujer la miraba con atención, con una mirada pensativa en sus ojos grises. 
En ese momento, cuando Ian salió de la habitación, Lali se enderezó y miró la puerta cerrada del dormitorio.
 —¿Qué tal está? —Se metió las manos en los bolsillos de los vaqueros y observó al que había sido el mejor amigo de su marido. Qué extraña coincidencia que también pareciera ser amigo de Peter.
 —Se pondrá bien. —Ian se irguió en toda su estatura y rodeó a su esposa con un brazo cuando se acercó a él. Lali le sostuvo la mirada y fue directa al grano. —¿Quién es? ¿Qué es?
 ¿Era sorpresa lo que brillaba en los ojos de Ian? Aun así, no dijo nada. Lali se acercó al cajón de la cocina, lo abrió bruscamente y dejó caer la Glock en la encimera. Sin dejar de mirar a la pareja, se inclinó, abrió las puertas bajo el fregadero y extrajo otra arma sujeta con velero en la madera. Luego fue hasta el sofá, sacó otra pistola más pequeña del bolsillo de la parte inferior del asiento y la añadió al montón. —¿Quién demonios es y por qué ha irrumpido en el taller y en mi vida? —Golpeó la encimera con la mano—. ¿Y qué tienes tú que ver con él? Fuiste el mejor amigo de mi marido, Ian. Te consideraba casi un hermano. Y ahora metes a un agente secreto en la vida de su esposa.
. —De su viuda —dijo Ian con suavidad. Lali se estremeció.
 —¿Y eso lo justifica? —le espetó—. Maldita sea, Ian. ¿Por qué le traicionas de esa manera?
 —Yo no he traicionado a Thiago, Lali. —Le lanzó una mirada fiera y dura—. Ni tampoco le doy órdenes a Peter. Sea lo que sea lo que esté haciendo aquí, es cosa suya. Lo conozco. Somos amigos. Igual que soy amigo tuyo. 
Sí, eran amigos. Durante dos años, la joven había sido testigo de la amistad que lo unía a su marido. Habían sido como hermanos, quizá incluso más. E Ian tenía la misma particular costumbre que el padre de Lali. Cuando mentía, no parpadeaba. No cambiaba la expresión de la cara, no tensaba el cuerpo; resultaba tan antinatural que a Sabella siempre le había hecho sospechar. 
—No me mientas. —Le apuntó con un dedo tembloroso—. No te atrevas a mentirme. Aquí pasa algo raro, algo que va más allá que unas cuantas cuchilladas y que todas esas tonterías que acabas de decir. 
—Si pudiera decirte algo más, lo haría —le aseguró Kira. Lali volvió la mirada hacia la otra mujer. ¿A qué se debía aquella advertencia en sus ojos? Sabía que quería decirle algo, podía sentirlo.
. —Kira ¿puedes esperarme fuera? —le pidió Ian. Al parecer, él también había percibido la necesidad de hablar de su esposa. 
—No, Ian, no puedo —respondió. En sus ojos y en su sonrisa se reflejaba el amor que sentía por su marido, sin que ello restara fuerza a su determinación de quedarse allí. El casi puso los ojos en blanco.
-Eres mi amiga —la acusó Lali con dureza—. Pero te quedas ahí parada, dejando que él me mienta. ¿Es que tú también me has mentido? 
Ian suspiró. 
—Lali, escúchame. 
—¿Quién es? —les preguntó a ambos de nuevo—. Es un agente, ¿verdad? —Lali se estremeció, desgarrada ante aquella certeza—. ¿De qué agencia? ¿Del FBI- Ian negó con la cabeza. 
—Peter no pertenece a ninguna agencia del gobierno, Lali. 
—¿Es un agente privado? —adivinó. Él no le respondió—. ¿Qué tiene esto que ver contigo? 
—Sólo voy a aclararte que hay una operación en marcha en Al-pine —le dijo Ian finalmente—. Sólo lo sabéis Rory y tú, nadie más. 
Ahora no estaba mintiendo. Lali se humedeció los labios con nerviosismo.
. —¿Qué tiene que ver Peter con todo esto? —inquirió con brusquedad. Hizo aquella pregunta a pesar del miedo que le daba la respuesta. Ian apretó los labios.
. —Nada por lo que debas asustarte. —Le estaba ocultando algo y ella lo sabía.
. —¿Por qué está aquí? 
—Eso debe contártelo él, Lali. —Ian suspiró—. Estoy aquí porque los dos sois mis amigos. Nada más. Me enteré de que habían intentado atropellar a Toby y de que Peter estaba herido, y vine a ver cómo estaba. 
—Me estás mintiendo —gritó ella—. Maldita sea, podéis iros los dos al infierno. Estás mintiendo de la misma manera que me mentiste cuando murió mi marido. —Se giró dándoles la espalda, se cubrió la cara con las manos durante un instante, y después se dio la vuelta de nuevo—. No le dispararon, ¿verdad? —Lali  ya no podía contenerse, estaba tan desesperada por averiguar la verdad que no le importaba nada más—. Dime, Ian, cuéntame qué le pasó a mi marido y luego dime qué diablos está haciendo ese hombre en mi vida. —Señaló al pasillo, viendo cómo Peter aparecía por él. 
—Lali. —Ian negó con la cabeza. 
—No me dejaron despedirme de mi marido —rugió—. No pude ver su cuerpo... —No te hubiera gustado verlo, Lali —le aseguró Ian—. Confía en mí. Recuérdalo tal y como era, y déjalo marchar. Está muerto. Te lo prometo, no te habría gustado ver lo que recuperamos de él. 
Un sollozo desgarró a Lali. Por un segundo, sólo por un segundo, casi había llegado a pensar que... Negó con la cabeza. No, no debería pensar en eso. Se cubrió la boca con la mano y les dio la espalda a los tres. 
—Lali —susurró Kira detrás de ella. Lali levantó la mano. Silencio. Sólo necesitaba silencio. Sólo un minuto para dejar morir esa última llama de esperanza. 
—Quiero irme a casa —murmuró volviéndose hacia ellos y buscando los ojos de Peter. El le devolvió la mirada con los ojos llameantes y la expresión angustiada. Quería acercarse a él. Quería rodearlo con sus brazos y que el mundo volviera a ser normal una vez más. 
—¿De veras quieres alejarte de Peter, Lali? —le preguntó Kira. Se acercó un poco más y le puso una mano en el hombro mientras ella se estremecía con otro sollozo—. Puede que no sea tu marido, pero, ¿de verdad quieres huir de lo que podría llegar a ser para ti?
 —Eres la que me dijo que me acostara con él para librarme de la tensión sexual —le espetó, sorbiendo por la nariz para intentar contener las lágrimas—. Y no sirvió para nada. Para nada.
 —¿De verdad no sirvió para nada, Lali? —Kira sonrió; una triste y tierna sonrisa—. Tu marido se fue, pero tú no moriste con él.
-Kira, dime la verdad —susurró. Estaba tan llena de dolor y de sospechas que se sentía devastada.
 —Basta. -Lali  levantó la cabeza y observó cómo Peter atravesaba la salita tambaleándose. Vestía los mismos vaqueros que había llevado antes, rotos y con la bragueta abultada por una erección. Kira suspiró cuando Ian se acercó a ella y le rodeó la cintura con el brazo.
 —Vámonos, cariño. -Cuando la puerta se cerró tras los Richards, Peter se acercó a la encimera y miró fijamente las armas que Lali había amontonado. —¿Cómo las has encontrado? —le preguntó con una voz más áspera de lo normal. Lali apretó los dientes y luego esbozó una sonrisa burlona.

 —Las has escondido en los mismos sitios donde las habría escondido mi marido. 
Ya estaba, lo había dicho, y habría jurado que él casi se había sobresaltado. Peter guardó silencio durante un buen rato antes de asentir lentamente. 
—Soy un agente contratado por una compañía privada —reconoció. Alargó el brazo para coger la Glock, rodeó la encimera y guardó las otras dos armas. —Un adicto a la adrenalina —se burló ella—. Justo lo que necesitaba en mi vida. Dime, Peter, ¿conocías a mi marido?
 Lali apoyó la cadera contra la encimera y cruzó los brazos sobre el pecho mientras lo observaba, deseando descubrir algo que confirmara o desmintiera las sospechas que crecían en su interior. Él bajó la vista unos segundos, puso las manos sobre la encimera y, finalmente, alzó los ojos hacia ella. 
—Conocí a tu marido. No éramos exactamente amigos. 
—¿Erais enemigos?- Él arqueó los labios en un gesto burlón.
 —No, no éramos enemigos. Sólo éramos conocidos.
 —¿Es Peter tu verdadero nombre? -Él asintió con la cabeza lentamente, observándola en silencio.
 —Lo es. 
—¿Cuál es el motivo de que hayas venido a Tejas a acostarte con la esposa de Thiago? -Peter se estremeció y Lali pudo ver el dolor que le produjeron sus palabras. La traición. Se sentía traicionado. Decepcionado. 
—No ha ocurrido así. —Negó con la cabeza, y Lali supo que mentía. Lo notó. Fue algo instintivo. Como un viejo aroma que despertara sus sentidos. Lo sabía, como siempre había sabido cuándo le mentía su marido. 
—Sabías quiénes éramos Rory y yo cuando te acercaste a nosotros, ¿no es cierto? 
Peter se lamió el labio inferior. No fue un acto producto de los nervios, ni de la indecisión. Fue algo sexual. La mirada en sus ojos era sexual. Todo en él clamaba por sexo duro. 
—Lo sabía. —Al menos en eso no le mentía. 
—¿Por qué? —le preguntó llena de dolor—. ¿Por qué me has hecho esto? ¿No he sufrido ya bastante? ¿Acaso crees que quiero estar con otro adicto a la adrenalina que irá de misión en misión buscando algo que yo no puedo darle? -Él la miró sorprendido.
. —¿Crees que tu marido era un SEAL por esa razón? ¿Por qué buscaba lo que tú no podías darle?
 —¿Qué más podía ser? Mírate. —Lo señaló con la mano—. Admítelo. Te encanta el subidón de adrenalina. Te encanta lo que te hace sentir. Es mejor que el sexo —se burló—. ¿No es así, Peter ?
Sus ojos. Aquellos ojos. Tan feroces y resplandecientes, tan ardientes que llegaban a partes en el interior de Lali que ella no quería admitir que existían, no eran color azul brumoso, pero sí luminosos. No eran ojos irlandeses, pero tampoco parecían naturales.
La mirada de Peter se deslizó por el cuerpo femenino y Lali sintió como si la estuviera acariciando. 
—No hay nada comparable al sexo contigo. —Su voz era ahora gutural—. No hay nada que me excite más, ninguna droga, ninguna misión que me haga sentir lo que siento al hundirme dentro de ti. Y daría hasta la última gota de mi sangre por volver a correrme en tu interior una vez más. Pero no soy Thiago. 
Lali se quedó sin aliento. Dio un paso atrás, sintiendo una terrible opresión en el pecho mientras la necesidad de respirar lidiaba con el deseo que le hacía arder las entrañas.
 —Quieres recuperarlo con todas las fuerzas de tu ser, ¿verdad, Lali? —Se apoyó en la encimera—. Quieres centrar tu vida en los recuerdos de un hombre que jamás regresará. 
Ella negó con la cabeza y su corazón lloró de agonía ante aquellas palabras. Unas palabras que mataban la frágil llama de esperanza que vivía dentro de ella. Una esperanza que se negaba a pronunciar en voz alta, porque deseaba desesperadamente que fuera real. 
—No te dejaron ver su cuerpo, así que rezaste para que estuviera vivo. —Las crueles palabras de Peter, el tono gentil de su voz, atravesaron su cuerpo como si la hubieran golpeado con un látigo.
 —No sigas. —Lali sacudió la cabeza con los ojos llenos de lágrimas, sintiendo un dolor devastador que le desgarraba el alma y destruía la última esperanza de volver a abrazar a su marido otra vez—. Por favor no lo digas.
Peter  extendió las manos hacia ella. Le retiró el pelo de la cara, le secó las lágrimas con los pulgares y le acarició las mejillas. 
—Tu marido está muerto. —La voz masculina también estaba llena de dolor—. Se ha ido, Lali. 
—No —negó ella sacudiendo la cabeza—. No. 
—Sólo está vivo en tus sueños. —Le rozó los labios con los suyos—. Pero yo estoy aquí. Delante de ti. Déjame, Lali. Déjame tener lo que no tuvo Thiago. Déjame estar con su bruja salvaje.
 —¡No! —gritó con una agonía estremecedora. Quería golpearle. Quería arrancarle el pelo, los ojos, pero lo único que podía hacer era alejarse de él, así que se obligó a salir de la cocina.
 —No te ofreciste a él por completo —la acusó con voz ronca y suave mientras la seguía. La sujetó por los hombros y apretó con fuerza al sentir que ella se tensaba bajo sus manos—. Entrégate a mí. Dame a la mujer que no le diste a él. 
—Le amo. 
—Le amaste. —El fuego en los ojos de Peter ardió de dolor, de pesar, de desolación y lujuria—. Le amaste, Lali. Porque él se ha ido.
. —Para. —Ella negó con la cabeza. —¡No soy Thiago Bedolla! —rugió golpeándola con las palabras. La zarandeó con firmeza y Lali  hundió los hombros y siguió negando con la cabeza, sollozando, emitiendo unos gritos que rasgaban el pecho de Peter. 
—Métetelo en la cabeza, Lali. No soy Thiago. No soy el hombre que amaste, pero bien sabe Dios que soy el hombre que va a follarte. Que te abrazará cuando llores por las noches. El hombre que te obligará a recibirlo tan profundamente, tan duramente, que jamás se te volverá a ocurrir ocultar una parte de ti.
 —Para. Para de una vez. —Lali lloraba desconsoladamente. Tenía la respiración entrecortada y las lágrimas le nublaban los ojos mientras las palabras la desgarraban con la misma fuerza que un cuchillo afilado.
 —No voy a parar. —Sus manos la sostuvieron con fuerza, negándose a soltarla—. Mírame, Lali

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