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miércoles, 17 de abril de 2013

Capitulo 4


—¡Buenos días, señorita Lali! ¡Hola Milo!—saludó, mientras se inclinaba para acariciar alenorme dogo blanco con manchas negras que tiraba con fuerza de la correa sin parar de mover el rabo, excitado.
Peter había imaginado que la joven sería bonita, pero no hasta ese punto. Su melena ondulada caía a su espalda en una gama de colores
que iba del castaño al dorado; los ojos marrones,
enmarcados por largas y espesas pestañas, eran inmensos y ligeramente rasgados, y unas motas de oro parecían chispear dentro de ellos. Lali vestía de manera muy informal con unos desgastados vaqueros que se ajustaban a la perfección a sus esbeltas caderas, una camiseta de tirantes blanca y un viejo jersey azul claro, de cuello de barco, bastante deformado.
—¿Cómo me ha reconocido? —preguntó Peter—. Yo apenas pude verla en la oscuridad.
La chica le lanzó una alegre sonrisa que mostró unos dientes pequeños y muy blancos. Una de sus paletas se montaba ligeramente sobre la otra y eso, aunque le restaba perfección a su gesto, le añadía todavía más encanto.
—Confieso que no estaba segura del todo. Anoche en la terraza me pareció que tenía el pelo claro y, cuando lo he visto aquí sentado, he
decidido arriesgarme. Además, me da la sensación de que Milo, aquí presente, también lo conoce a usted muy bien —declaró, divertida, acariciando al animal detrás de las orejas.
En efecto, Lali había pensado que Peter sería rubio, pero su pelo, que llevaba muy corto, resplandecía con el brillo de la plata a pesar de que no debía tener más de cuarenta años.
Sus ojos también eran de un gélido tono gris acero y resaltaban en el rostro moreno, impenetrables.
Llevaba una elegante americana sobre su camisa azul y unos bien planchados pantalones beige, y el conjunto ponía de relieve su espléndida figura.
Aunque reconocía que el señor Lanzani era muy atractivo, Lali no estaba segura de que aquel hombre le agradara. Parecía un elegante aristócrata recién salido de una revista de sociedad, todo afabilidad y buena educación, pero había algo en él que resultaba frío y extremadamente distante.
—¿Le apetece sentarse y tomar algo conmigo?
¿Una cerveza, una coca-cola? —preguntó Peter con cortesía, aunque no estaba seguro de querer pasar la mañana con la amante veinteañera de su vecino.
—Oh, no, muchas gracias. —Lali sacudió la cabeza en una negativa, de forma que Peter pudo aspirar el agradable aroma de su pelo recién
Lavado—. Tengo que ir a comprar un montón de cosas. Esta noche he invitado a unos cuantos amigos a casa, espero no molestarlo. Si lo desea
puede pasarse a tomar una copa, será algo muy informal...
—Gracias por la invitación, señorita Esposito, pero lo más seguro es que me acueste temprano. Mañana quiero salir a navegar.
—¿Tiene barco? —preguntó Lali, curiosa.
—Es ese de ahí. —Indicó Peter señalando con el dedo un pequeño velero que se balanceaba con suavidad, mecido por las ligeras olas que
levantaba la brisa en el río.
—¡Siempre he deseado navegar por el Támesis!
—afirmó Lali con entusiasmo.
Molesto ante su nada disimulada indirecta,
Peter se vio obligado a invitarla a regañadientes:
—Si lo desea puede venir conmigo...

martes, 16 de abril de 2013

Somos vecinos, cap 2 + nove para descargar.

Holaaa otraa vez, aqui traigo un nuevo cap de la nove nueva,al principio puede parecer aburrida pro de verdad que es una muy bonita historia de amor. Y para quien quiera leer el final de la otra tiene el enlace para podr descargarla arriba del contador de visitas, espero que os guste la nove nueva y graacias por leer y comentaar¡
Un besoo!
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CAPITULO 2


A pesar de la desazón que detectó en su tono, la voz femenina, dulce y picante como un buen coñac, hizo que a Peter se le erizaran los pelos de la nuca. Seguía sin poder distinguir bien sus rasgos, pero percibió que era bonita y que sus ojos eran muy grandes, aunque tampoco fue capaz de adivinar su color esta vez.
—No me escondo —respondió con tranquilidad
—. Soy su vecino y me limitaba a disfrutar de esta noche tan agradable.
La joven trató de atravesar las tinieblas con sus pupilas, pero lo único que distinguía entre las
sombras era el tono claro de los cabellos masculinos y una silueta poderosa.
—No sabía que tenía un vecino. Llevo viviendo aquí casi un mes y nunca he visto ninguna luz en su piso —comentó ella al fin.
—Acabo de regresar de Estados Unidos por motivos de trabajo —explicó Peter.
—¿Viaja mucho? —preguntó, curiosa, sin que elhecho de estar medio desnuda pareciera
importarle demasiado.
—Bastante, sí. —Pero Peter no se dejó distraer y volvió al tema que le interesaba—. Así
que ha venido a vivir con Paul...
—¿Paul? —Por un segundo, la joven pareció confundida. —¡Ah, claro, Paul! Verá, yo siempre
lo he llamado tío Pip.
Su interlocutora esbozó una sonrisa divertida y a Peter le chocó la desvergonzada actitud de
que hacía gala al revelarle a un extraño, con semejante desparpajo, los apelativos cariñosos
que utilizaba con su añoso amante. Él mismo estaba sorprendido de lo escandalizado que se
sentía. ¡Por Dios, ya era mayorcito y sabía de sobra cómo funcionaba el mundo! Sin embargo,
estaba claro que la joven no sufría ningún tipo de incomodidad ante la situación. A pesar de todo, la chica no le había dado en ningún momento la impresión de ser una persona vulgar; más bien al contrario, su entonación era correcta y refinada. Además, tenía la sensación de que era una mujer preciosa y, no sabía por qué, eso le hacía sentirse aún más molesto.
—Sí —continuó diciendo ella sin percatarse de su incomodidad—. Me he trasladado a vivir a este piso, aunque no sé por cuanto tiempo. Todo depende de tío Pip.

«Si ella está cómoda con la situación, yo no voy a ser menos», se dijo Peter, decidido a
mantener la calma.
—Como va a ser mi nueva vecina, será mejor que nos presentemos. Soy Peter Lanzani —
declaró y le tendió una mano por encima de la ligera barandilla de cristal que separaba ambas
terrazas.
—Lali Esposito. —Lali quiso estrechar su mano, pero el movimiento provocó que se le aflojara la toalla y si no hubiera sido por los rápidos reflejos de su vecino, que agarró la tela en el último momento, el paño habría caído al suelo.
—¡Caramba, gracias! —exclamó la chica, al tiempo que soltaba una alegre una carcajada—. Si no llega a ser por usted, señor Lanzani, habría dado todo un espectáculo.

El hombre volvió a colocar el pico de la toalla en su sitio sin poder evitar que el dorso de su
mano rozara uno de los firmes pechos femeninos y una fuerte descarga de deseo lo atravesó de
improviso. A Peter le sorprendió notar su grado de excitación; no recordaba una respuesta
tan rápida ante los encantos de una mujer, sobretodo teniendo en cuenta lo cansado que
estaba y que apenas había entrevisto su rostro. Sin embargo, ella seguía tan fresca como si, en vez de un hombre hecho y derecho, hubiera sido su abuela centenaria la que acabara de tocarla. Peter procuró tranquilizarse y dio un paso atrás, estabaMclaro que la tensión de los últimos días le había afectado más de lo que pensaba.
—Lali... es un nombre curioso —comentó tratando de disimular su ardor.
—Soy medio española. Mi madre vino a trabajar a Inglaterra cuando tenía veinte años y
aquí conoció a mi padre y se casó con él. — Lali se frotó los brazos con las manos—.
Vaya, empiezo a tener frío, será mejor que vuelva adentro. Me alegro de conocerlo señor Lanzani, imagino que nos veremos de vez en cuando por aquí. Buenas noches.
—Buenas noches —respondió él, sin quitarle la vista de encima mientras la joven entraba en su piso y cerraba la puerta de cristal.

«Creo que va siendo hora de que yo también vuelva adentro», se dijo A pesar de la fatiga y del desfase horario, a Peter no le costó mucho dormirse, aunque sus sueños se vieron invadidos por una tentadora y misteriosa presencia femenina cuyo rostro permanecía oculto entre las sombras. Al día siguiente era sábado y Peter, que se había despertado bastante tarde, decidió —cosa extraña en él— no ir a la oficina. Se dijo que se lo tomaría con calma, así que recogió el periódico que el conserje le había dejado sobre el felpudo de la puerta de entrada y se dirigió con él en la mano a la luminosa cocina, donde se preparó un abundante desayuno. Por fortuna la señora Jones, su ama de llaves, se ocupaba de que hubiera iempre alimentos frescos en la nevera y, por primera vez desde hacía mucho tiempo, Peter se dio el lujo de desayunar tranquilamente
hojeando el periódico y disfrutar de una larga ducha, sin tener que salir corriendo a ninguna
reunión.
«Bajaré el ritmo», se prometió a sí mismo, aunque sabía bien que no lo haría. Peter encendió su portátil y estuvo trabajando durante unas cuantas horas. Más tarde, salió a la calle y, aprovechando que el sol lucía con fuerza, se sentó en la terraza de uno de los pintorescos restaurantes que poblaban la zona, cerca de una estufa de gas. Mientras contemplaba el relajante balanceo de los barcos en el pequeño puerto deportivo, decidió que al día siguiente saldría a dar una vuelta en su velero; hacía demasiado tiempo que no disfrutaba del placer de navegar. Dudó si llamar a su amigo Harry para que lo acompañara pero, finalmente, decidió que prefería estar solo. Pasaba tanto tiempo rodeado de gente, que pensó que un poco de soledad resultaría muy agradable, para variar.
—¡Hola, señor Lanzani! —Peter reconoció sin problemas la voz femenina que sonó a su
derecha y se levantó en el acto.

domingo, 14 de abril de 2013

¡Somos Vecinos!

Holaa chicas, tengo una mala noticia, se me rompio el ordenador y perdi toda la nove que tenia preparada para subir, por eso no he subido nada en tanto tiempo, asi que pense en subir una nueva nove que me encanto nada mas leerla, es una adaptación y espero que os guste tanto como me gusto a mi, se llama: ¡Somos vecinos!. Aqui os dejo el argumento y el primer capitulooo, espero vuestros comentarios, gracias.
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ARGUMENTO

Peter Lanzani, un rico hombre de negocios inglés de familia aristocrática, serio y obsesionado por el trabajo, conoce una noche en la terraza de su casa a la que, en un principio, toma por la amante de su viejo vecino.
Lali Esposito, la nueva habitante del piso de al lado, es una joven extrovertida y generosa que disfruta ayudando al prójimo. En cuanto cruza dos palabras con su estirado vecino decide que, aunque él mismo no lo sepa, el señor Lanzani es un hombre infeliz que necesita ser salvado de sí mismo. A pesar de la arrolladora atracción que surge entre ellos, Peter trata de mantener a la impertinente y alocada Lali a distancia; no está dispuesto a que su irritante vecina, por muy adorable que sea, derribe las barreras que tanto le ha costado erigir a su alrededor. Sin embargo, el destino parece tener otros planes... 
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Capitulo 1


La noche de finales de octubre era fresca pero agradable. A esas alturas del otoño, el cielo Londinense, cuajado de brillantes estrellas,resultaba poco corriente. Recostado sobre una
tumbona en la oscuridad, Peter intentaba desconectar su mente de su último negocio sin
conseguirlo. Estaba agotado, pero reconocía que había valido la pena; tras casi un mes sin parar de viajar de costa a costa de los Estados Unidos,había conseguido cerrar la operación de forma muy satisfactoria para su empresa. El hombre suspiró; era consciente de que esa noche le costaría conciliar el sueño, la adrenalina aún fluía por sus venas a toda velocidad.
De pronto, escuchó cómo se abría la puerta corredera de cristal del piso de al lado y vio salir
a una mujer apenas envuelta por una toalla de baño. La sugerente figura, ajena por completo a su presencia, se apoyó sobre la baranda de acero y cristal y permaneció inmóvil, mientras
contemplaba la vista espectacular de los rascacielos de Canary Wharf y los muelles a sus
pies. A pesar de la oscuridad, Peter admiró las largas piernas, esbeltas y bien torneadas, que asomaban bajo la toalla blanca que apenas le llegaba a medio muslo; era evidente que acababa de salir de una ducha caliente y, a pesar de la ligera brisa que subía desde el río, la posibilidad de coger un resfriado no parecía preocuparle lo más mínimo. La chica —tampoco podía estar seguro de su edad, pero algo le decía que era joven— llevaba el cabello recogido en un improvisado moño del que escapaban varios mechones de pelo, pero a la escasa luz de la terraza él no pudo distinguir su color. A Peter le picó la curiosidad. Le sorprendía
que su vecino Paul Winston, que ya debía de haber cumplido los sesenta y cinco años, se hubiera echado una joven amante. En realidad no era un hecho extraordinario, simplemente, nunca le había parecido ese tipo de hombre. Aunque estaba de espaldas, había algo en la figura femenina, tan quieta y relajada, que lo atraía con fuerza y, de pronto, sintió un intenso deseo de ver su rostro.
—Es una noche preciosa, ¿no es cierto?
La chica se volvió hacia él, visiblemente sobresaltada, y un grito ahogado escapó de su garganta.
—¿Quién es usted? ¿Qué hace ahí escondido?


martes, 22 de enero de 2013

Capitulo 29



Buenoooooooooo primero que todo holaaa a tod@s, segundo perdon por no su ir pero es que mi vida es un gran lio ultimamente de verdad, yo me muero por subiros nove pero hasta hoy que he estado toda la tarde libre no he podido, en fin me parece que a partir de ahora voy a ir mas ligerita. Que tendré mas tiempo para subir si o es todos los dias cada dos, y por cierto ya queda poquitooo para que termine y creo que ya se cual voy a subir después. Bueno perdón por todo ya sabéis y os dejo con el caaap.



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Se puso las botas y luego se colgó los zahones al hombro con una amplia sonrisa al recordar la mirada en la cara de Lali cuando había visto su polla sobresaliendo de los vaqueros como un hierro candente y las piernas enfundadas en aquellos zahones. Ella casi había llegado al orgasmo al tomarlo en su boca.
Sacudió la cabeza antes de bajar las escaleras y recoger la camiseta del suelo para ponérsela. Encontró la cazadora y el chaleco, y los dejó junto a los zahones sobre una silla.
Inspeccionó la casa para mayor seguridad. Comprobó la parte trasera, la habitación de invitados y el cuarto de baño, y luego regresó a la puerta principal.
Recogió su ropa y salió. Cerró la puerta con llave antes de dirigirse a la Harley, que comprobó también, así como el pequeño BMW de Lali, para quedarse tranquilo.
No encontró nada.

Esa tarde, Lali bajó andando a trabajar. Vestida con unos vaqueros y una de las camisas viejas de trabajo de Thiago sobre una camiseta sin mangas, entró al taller y cogió del mostrador la lista de trabajos pendientes de los mecánicos.
Buscó a Peter con la mirada y lo encontró inclinado bajo el capó de un sedán antiguo. No estaba tan interesado en el motor como lo estaba en los vehículos que entraban en la gasolinera y las personas que se pasaban por la tienda de suministros.
Rory se encargaba del surtidor, riéndose y charlando mientras echaba gasolina. Y Toby estaba haciendo caja en la tienda.
Finalmente, llegó la noticia del arresto de Delbert Ransome, acusado de los horribles asesinatos de un joven matrimonio inmigrante. Se había comprobado que el ADN hallado en su todoterreno coincidía con el del marido. Según las noticias que estaban emitiendo en la radio, Ransome habría tenido que atropellar a la víctima varias veces para que las pruebas físicas hubieran quedado alojadas allí donde se encontraron.
El arresto se había producido gracias a una llamada anónima. Un excursionista que había estado en la zona reconoció el todoterreno y a Ransome como el hombre que había atropellado a la joven pareja.
El sheriff, Rick Grayson, había cursado la denuncia, los agentes federales habían registrado la casa de Delbert y, al cabo de unas horas, encontraron las pruebas.
Peter se volvió para mirar a Lali y entrecerró los ojos mientras ella oía las noticias. La joven sabía muy bien quién había encontrado las pruebas al revisar el todoterreno de Ransome.
Lali respiró hondo antes de pasear la mirada por el taller y darse cuenta de que uno de los mecánicos no estaba. Chuck León no era muy hablador, pero jamás había faltado un día al trabajo.
Se acercó a Peter con discreción y le preguntó:
—¿Dónde está Chuck?
—Aún no lo sé —respondió él en voz baja.
Lali se acercó todavía más.
—Fue él quien se encargó del todoterreno de Ransome, ¿verdad?
—Sí. —Peter asintió con la cabeza antes de inclinarse bajo el capó para comprobar una de las conexiones. 
—¿Lo habéis llamado? —susurró.
—Sí. Lo hizo Toby, aunque no obtuvo respuesta. —La voz de Peter era todavía más baja que la de ella—. Ve a trabajar, Lali. No andes haciendo preguntas y no te preocupes.
Peter levantó la mirada del capó al oír que otro vehículo entraba en la gasolinera.
Lali miró a su alrededor e hizo una mueca ante el creciente gentío. El taller de Thiago siempre había sido el lugar ideal para enterarse de todo lo que ocurría. Estaba en las afueras del pueblo, pero el aparcamiento era lo suficientemente grande para que los clientes no tuvieran que preocuparse por el espacio ni por cuánto tiempo se quedaban. Algunos ancianos permanecían de pie en la puerta de la tienda de suministros con un café en la mano mientras intercambiaban rumores, y otros clientes se reunían en otras zonas para hacer lo mismo.
—Quédate donde pueda verte —le masculló Peter a Lali, lanzándole una dura mirada—. Todo el tiempo.
La joven asintió con la cabeza antes de regresar al coche deportivo que estaba arreglando.
Peter observó a la gente, tomando buena nota de los trozos de conversación que podía escuchar.
A Ransome le gustaba correr con otros hombres, nombres que no habían salido- en la investigación, pero que la unidad investigaría ahora.

Negando con la cabeza, se alejó del coche que estaba reparando. Se dirigía a la parte trasera de la tienda de suministros cuando la campana tintineó de nuevo en la puerta de entrada y vio al hombre que entraba en la tienda.
Grant Bedolla.
Peter observó a través de la puerta de cristal de la nevera cómo Grant se acercaba a Rory, que estaba cogiendo un refresco de la otra nevera.
—¿Qué diablos pasa, Rory? —Grant agarró a su hijo por el brazo y lo sacudió antes de que éste se soltara.
—¿Qué haces tú aquí? —masculló Rory—. ¿De visita por los barrios bajos?
—No seas estúpido —rugió Grant—. ¿Cuándo vas a deshacerte de este lugar? ¿Cuántas veces tengo que decirte que acabarás metiéndote en líos?

—Vete al diablo —le espetó Rory, y Peter pudo ver la cólera que comenzaba a fluir entre ambos hombres—. Aún quieres arruinarnos la vida ¿verdad? Has olvidado la promesa que le hicimos a Thiago antes de que se marchara a su última misión y ahora quieres traicionar a su esposa.
Peter cerró la mano con fuerza alrededor de la botella de agua que sostenía mientras clavaba los ojos en la espalda de Grant . A los cincuenta y cinco años, todavía estaba en buena forma. Tenía el pelo completamente blanco, pero seguía teniendo la piel morena y los hombros erguidos. Los hombres Bedolla no envejecían mal, y Grant era la prueba viviente de ello.
—Ni tú ni ella atendéis a razones —graznó Grant—. Y tú corres peligro aquí. Todo el pueblo sabe lo de Ransome y que su todoterreno estuvo en este taller. ¿Qué demonios encontrasteis?
La expresión de Rory era de absoluta sorpresa.
—¿Has perdido la cabeza? —Empujó a su padre—. Si hubiera encontrado algo, me hubiera mantenido alejado de Delbert. Maldito seas, ¿es así cómo piensas destruir a Lali? ¿Esparciendo esos rumores para que venga alguien a cortarle la garganta?
Ya era suficiente.
—Rory. —Peter se giró, escupiendo el nombre de su hermano.
Los dos hombres lo miraron. Grant entrecerró los ojos y sus manos se convirtieron en puños cuando Peter caminó hacia ellos lentamente.
—Deberías estar ocupándote del surtidor. —Peter señaló la gasolinera con la cabeza—. Toby no puede encargarse de todo él solo.
Su hermano se pasó la mano por la cara con irritación. 
—Demonios. Justo lo que me faltaba. Que tú también interfieras en esto.
—El sólo se acuesta con ella. —Grant examinó a Peter, mirándolo a los ojos amenazadoramente—. ¿Por qué debería importarle que Lali muera?
Un segundo más tarde, Grant  se ahogaba.
Peter ignoró las uñas que su padre le clavaba en la muñeca cuando apretó con fuerza la mano en torno a su garganta, empujándolo e inmovilizándolo contra la nevera.
—Un día de estos, alguien te cortará esa maldita mano —masculló Rory antes de salir furioso de la tienda.
Peter clavó la mirada en los ojos de su padre. Las motas verdes brillaban sobre el tono azul irlandés que destacaba contra las mejillas repentinamente pálidas.
—Lárguese —le ordenó Peter lentamente—. Váyase y no vuelva por aquí.
Grant le devolvió la mirada. No había miedo en sus ojos, pero sí un indicio de reconocimiento que Peter no quiso ver.
—Ya es suficiente. —Fue la voz de Lali lo que atrajo su atención.
Peter giró la cabeza despacio y la miró.
—Suéltale —le pidió la joven con los labios pálidos—. Ya.
—Lali, termina de examinar ese coche —le sugirió Peter—. El señor Bedolla y yo sólo estamos manteniendo una charla amistosa.
Ella miró fuera de la tienda.
—Si no quieres tener público, suéltalo. Ya.
Peter le soltó muy despacio, observando cómo Grant lo miraba con algo parecido al horror. Levantó la mano y se frotó la garganta. Luego intentó hablar, pero mantuvo los labios sellados.
—Eso es —dijo Peter con suavidad—. No va a decir nada más. Súbase a su coche y lárguese de aquí ahora mismo. Porque no queremos tener nada que ver con usted. ¿Me ha entendido?
Grant parpadeó sin apartar la mirada de él.
—Aunque quizá sí tenga algo que decir. —Peter esbozó una lenta sonrisa—. Podemos discutirlo más tarde. ¿Qué le parece a medianoche? —Bajó la voz—. Puedo dejarme caer por su casa cuando esté bien arropado en la cama. Podría meterme en sus pesadillas y luego charlar sobre ello.
—No te atreverás —gruñó Grant—. No lo harás.
Peter sonrió ampliamente.
—Pruébeme. Si se atreve.
—Déjale marchar, Peter. Ahora. —La voz de Lali sonó inflexible, advirtiéndole que no hacía falta más provocación para enfurecerla del todo.
Él retrocedió y Grant se apresuró a abandonar el edificio.
—No vuelvas a interferir —le advirtió entonces Peter a Lali, mirándola con furia.
Se dio la vuelta y pasó junto a ella con paso airado, regresando al taller mientras una fría cólera le carcomía por dentro.
Su padre. Aquel hijo de perra era su padre, y él apenas pudo controlar el odio, el deseo de matarle cuando le oyó decirle a Rory que abandonara a Lali. Que rompiera el último vínculo que ella tenía con la familia. Sabía que su hermano jamás lo habría hecho, pero aun así le enfurecía hasta niveles insospechados que Grant siguiera intentado convencerlo. Y no sabía por qué. No lo entendía. Quitó el tapón de la botella de agua y se la bebió como si de esa manera pudiera aplacar la sed de venganza que le hacía arder por dentro. No funcionó y, antes de poder controlarse, estrelló la botella medio vacía contra la pared del taller, donde impactó con un sordo ruido antes de caer al suelo.
Nik levantó la cabeza del vehículo que estaba reparando, observó la botella, a Peter, y luego la puerta de la oficina.
Peter siguió la dirección de su mirada y vio a Lali con los ojos llenos de dolor fijos en él.
Aquélla era una de las razones por las que no podía quedarse, por la ardiente necesidad de acabar con cualquiera que le hiciera daño a Lali. La furia que crecía en su interior, que le despojaba de la lógica y el control, que le hacía querer saborear la sangre o la lujuria. Algunas veces, las dos cosas a la vez.
Ella se humedeció los labios y se acercó a él. Su rostro había perdido cualquier rastro de color y los ojos grises brillaban como diamantes por las lágrimas.
Se detuvo ante Peter y, sencillamente, apoyó la cabeza contra su pecho, calmando de esa manera su furia. La rodeó con los brazos y, tras el capó del coche que los protegía, la estrechó contra su cuerpo mientras aullaba por dentro. Porque la realidad era que no sabía si podría dejarla.
—Vuelve al trabajo. —Peter dio un paso atrás y se pasó la mano por el pelo, luchando contra la sensación de traición que le había inundado al oír lo que había dicho Grant sobre Lali.
En más de una década sólo le había pedido a su padre una cosa. «Si me pasa algo, protege a Lali. Cuida de ella». Y Grant le había jurado que lo haría. Pero le había mentido. Había permitido que Lali sufriera. Había hecho todo lo posible por arrebatarle la casa y el negocio que Thiago  le había dejado.
Sacudió la cabeza y regresó al trabajo. Relegó los pensamientos sobre Grant  al fondo de su mente y se prometió que lidiaría con ellos más tarde. Y también se encargaría de su padre, de eso no cabía ninguna duda.

Peter sentía que la misión estaba llegando a su desenlace; su sexto sentido le advertía que estaba a punto de ocurrir algo.
Cuando entró en la casa precediendo a Lali, tema los sentidos alerta y escudriñó cada rincón, cada mota de polvo, cada grieta del suelo.
Una vez comprobó que estaban a salvo, bajó las escaleras y encontró a Lali sentada en el sillón. Era algo que ella solía hacer antes. Pero no estaba mirándose las uñas ni viendo la tele. En vez de eso, tenía la cabeza gacha mientras jugueteaba con la alianza que ahora llevaba en el dedo correcto.
Miraba el anillo con el ceño fruncido y le daba vueltas en el dedo como si intentara adivinar cómo diablos había llegado hasta allí.
—Todo está en orden. —Terminó de bajar las escaleras y se dirigió a la cocina—. Tengo hambre. ¿Qué te parece si pido una pizza?
Al entrar en la cocina, su mirada fue atraída de nuevo hacia aquella condenada botella de vino centenario. Demonios, él la había reservado para el día que terminaran de pagar la hipoteca de la casa y el taller. Le había salido barata. La había cambiado por el Chevy del 57 que había reconstruido pieza a pieza.
También vio la botella de la que Kira y Lali habían dado buena cuenta. No dijo nada, pero estaba seguro de que se le había puesto el vello de punta. Frunció el ceño al pensar en ello y de pronto sintió que Lali entraba en la cocina tras él.
—Siéntete como en casa —comentó la joven con sarcasmo al ver que Peter descolgaba el teléfono de la cocina y marcaba el número escrito en el papel pegado en la pared. Era evidente que Lali pedía pizza a menudo.
—¿De qué quieres la pizza? —le preguntó Peter antes de terminar de marcar.
Ella le dirigió una mirada burlona.
—De cualquier cosa que pueda tragarse también el fregadero. —Se encogió de hombros.
Al menos eso no había cambiado con los años.
Peter acabó de marcar y pidió la pizza. Colgó, cogió una de las botellas y la levantó hacia ella.
—¿Tienes más?
Lali miró la botella y luego a él.
—Bastantes. Mi marido las coleccionaba.
—Podríamos bebemos una con la pizza —sugirió.
La joven observó la botella con el ceño fruncido mientras él la dejaba sobre la encimera.
—Están en el sótano. —Señaló la puerta—. Coge la que quieras.
Había una en particular que él quería derramar y saborear en el cuerpo de Lali. Un vino añejo sin precio que había reservado para alguna ocasión muy especial como sus bodas de plata o su primer hijo. Pero siempre con la intención de compartirlo con ella. Lo que, de hecho, iba a hacer ahora.
—No abras la puerta a nadie —le advirtió.
Ella puso los ojos en blanco.
—No pensaba hacerlo.
Peter asintió y se dirigió al sótano. Abrió la puerta y comenzó a bajar las escaleras de madera que él mismo había hecho.
Al llegar abajo miró a su alrededor. El sótano estaba bien iluminado y pudo ver que la tela plastificada que cubría la mesa de billar estaba llena de polvo. La estantería de madera donde guardaba su colección de vinos se había oscurecido y las botellas también estaban cubiertas de polvo.
Era obvio que Lali no había bajado muy a menudo. No lo había esperado tampoco. Ella había parecido comprender que aquél era su espacio privado, un lugar donde poder reflexionar.
Escogió una botella de vino y miró la etiqueta, sintiendo otra vez aquella opresión en el pecho. Había casi dos docenas de botellas de vinos añejos. Empezó a coleccionarlas al cumplir la mayoría de edad. Las había intercambiado o comprado a muy buen precio en algunas ocasiones. Y cada una tenía un significado especial para él. Había previsto en qué ocasión abriría cada una de ellas.
Se dio la vuelta y lanzó otra mirada al sótano, observando cómo Lali se detenía en la puerta y lo miraba.
Su rostro apenas era visible entre las sombras, pero podía sentir la preocupación que la embargaba.
—No he limpiado hace mucho —dijo suavemente mientras él volvía a las escaleras—. Es sólo un sótano. —Peter subió los escalones resueltamente mientras ella retrocedía a la cocina con una expresión pensativa—. Quizá debería hacerlo.
—Como has dicho, es sólo un sótano. No parece que lo uses mucho.
—No. No suelo bajar. —Negó con la cabeza antes de darle la espalda—. Tengo que darme una ducha.
Lali subió a la segunda planta con rapidez, apretando una mano contra el estómago y tratando de contener las lágrimas que amenazaban con escapar de sus ojos.
Podría conseguirlo, se dijo a sí misma. Podría manejar aquello y sobrevivir a cualquier cosa si Peter la dejaba.
Aun así, seguía aferrándose a la esperanza de que él no se fuera. Era lo único que podía hacer para mantenerse cuerda.
La pizza estaba buena y la media botella de vino que consumieron fue pura ambrosía. A pesar de estar a mediados de verano, Lali bajó el aire acondicionado y encendió la chimenea.
Comieron la pizza delante del fuego, con el aire frío del aire acondicionado susurrando a su alrededor mientras les calentaban las llamas de la chimenea.
Después de comer, arrastraron los pesados cojines del respaldo del sofá y los extendieron sobre el suelo para disfrutar de aquel momento de paz. A Lalu no le sorprendió que la cabeza de Peter acabara en su regazo. Así era como habían terminado siempre las frías noches de invierno. Con la cabeza masculina en su regazo y los dedos de ella jugueteando con su cabello.
Se preguntó si él también recordaría aquello mientras miraba fijamente el fuego con las manos cruzadas en el estómago. ¿Recordaría Peter las noches que habían compartido haciendo simplemente eso?
Además de otras cosas, claro.
Lali esbozó una sonrisa ante ese pensamiento. El fuego que habían encendido en la chimenea había sido muchas veces testigo de cómo hacían el amor. Habían pasado algunas noches sólo tocándose y abrazándose, y otras consumiéndose el uno en el otro, devorándose con suspiros, besos y pasión.
Lo miró fijamente a la cara. Las llamas se reflejaban en el feroz tono azul de aquellos ojos somnolientos. Deslizó la mirada por el cuerpo de Peter y sintió la familiar punzada de deseo ante la imagen de la pesada protuberancia que abultaba la bragueta de los vaqueros.
—¿Estás excitado? —La voz de Lali era tranquila, casi divertida.
El giró la cabeza y buscó su mirada.
—Si estoy contigo, estoy duro —admitió en tono sombrío—. Creo que eres una mala influencia para mí, Lali. Me provocas pensamientos inquietantes y salvajes.
—¿De veras? ¿Qué tipo de pensamientos inquietantes y salvajes son esos?
El se incorporó y la miró.
—Pienso en lo dulce y mojada que estarás para mí. —Le acarició la mejilla con una mano y enterró los dedos en el pelo que le enmarcaba el rostro—. En cómo sería tomarte y follarte hasta que grites mi nombre sin parar.
—Eso ya lo has hecho —susurró ella, recostándose en el cojín que tenía detrás—. Y más de una vez.
—Mmm, ¿de veras? —Peter inclinó la cabeza y posó los labios sobre los de Lali—. Quizá quiera volver a repetirlo.
La besó a conciencia. La joven gimió contra sus labios, sintiendo que Peter se hundía en ella con ese beso, que le hacía el amor a sus labios, a su boca, que la saboreaba, arrastrándola a un mundo en el que sólo existían ellos dos.
Lali le rodeó los hombros con los brazos y le clavó las uñas mientras él se tendía sobre ella.
Aquel era otro recuerdo, otro momento al que aferrarse. Sintió que Peter deslizaba la mano por su pierna, debajo del ligero vestido de verano que se había puesto tras la ducha.
La seda subió por sus muslos con facilidad, quedando casi a la altura de las caderas cuando él se apartó de ella para ponerse en pie.
La luz del fuego titiló sobre el cuerpo de Peter. Se había duchado antes de ponerse una camisa y unos vaqueros limpios. Se quitó toda la ropa con rapidez y se quedó desnudo. Su piel morena brillaba tenuemente bajo la suave luz de las llamas y su miembro sobresalía de su cuerpo, pesado y lleno de venas, más oscuro en el glande.
—Es tu turno. —Se arrodilló al lado de Lali, agarró el dobladillo del vestido y se lo sacó por la cabeza.
La joven no se había puesto ni bragas ni sujetador. Sólo llevaba una pulsera en el tobillo y la alianza.
Estaba casada. Maldita sea. Podían existir montones de razones para que él le ocultara quién era, pero seguía siendo su esposa. Por ahora. Por ahora, ella era Lali Bedolla, y él, Thiago Bedolla. Un fantasma. Una visión del pasado con otra cara, con otro nombre, pero seguía siendo el hombre que ella amaba.
—Bésame. —Se tumbó sobre la gruesa alfombra, increíblemente suave, que cubría el suelo delante de la chimenea.




sábado, 1 de diciembre de 2012

Capítulo 28

Chiiiiicaas holaaaa cuanto tiempoo ¿cómo estáis todaaas? Bueno me quería disculpar por no haber subido en tanto tiempo, pero ya sabéis estudiar es lo primero, pero ya estoy aquí otra vez y ahora si voy a subir. Nada más chiquis gracias por leer . Un besazo a todas! Y gracias por vuestros comentarios!

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Lali le dio la espalda a la chimenea cuando oyó que Peter bajaba las escaleras. Sus ojos se encontraron un instante antes de que él deslizara la mirada a las fotografías que había tras ella.
De repente, su mirada se paró y la joven vio la sombría tristeza que titiló en los ojos masculinos durante un segundo.
—Fuiste una novia muy guapa —dijo él con suavidad, deteniéndose delante de ella con las piernas sólidamente plantadas y aquellos negros zahones de motorista enfatizando la pesada protuberancia en la bragueta de los vaqueros.
Dios, su gruesa erección amenazaba con romper los pantalones y Lali se moría de deseo. Lo deseaba como si hubieran pasado años desde la última vez que la había tocado en vez de sólo unos días.
—Thiago hacía que cualquier mujer pareciera hermosa a su lado —susurró la joven con tristeza—. La cámara lo adoraba.
—Y él te adoraba a ti. —No era una pregunta.
—Me amaba. —Sabía que lo había hecho—. Pero algunas veces me pregunto si me amaría ahora.
Peter ladeó la cabeza, observó las fotografías durante un instante y su expresión se suavizó mientras asentía lentamente.
—Lo haría. —Buscó la mirada de Lali de nuevo—. El hombre de esa foto sabía cómo amar. Cómo vivir. Se le ve en la cara. —Pero ya no lo hacía. No amaba y vivía para ese amor. Lali lo aceptaba. No le quedaba más remedio que hacerlo.
Dio un paso hacia él dejando traslucir todo el deseo que sentía, la necesidad que la había atormentado durante los últimos días. Peter había sido sincero con ella en el parque, le había abierto los ojos y le había mostrado a qué se enfrentaba ahora. No más sueños, ni más hermosos recuerdos del pasado.
Peter entrecerró los ojos cuando la joven dejó caer la cazadora al suelo.
—¿Una noche más? —le preguntó.
—Tantas como quieras darme —respondió él.
—¿Hasta que tengas que marcharte?
Peter se humedeció el labio inferior con la lengua y la joven sintió que la atravesaba una oleada de deseo.
—Hasta que tenga que irme —convino él.
Lali emitió una pequeña risa mezcla de amargura y provocación.
—¿Y quién dice que me va a importar que te vayas? —Avanzó lentamente hacia él, mirándole con los ojos entrecerrados—. ¿Sabes qué, Peter?
—¿Qué, Lali? —El modo en que arrastró las palabras puso sobre aviso a la joven del peligro que corría, pero no le importó.
Lali estaba haciendo algo que iba a provocar que la zurrase, y ella quería que lo hiciera.
Levantó el dedo y lo deslizó por su torso.
—Quizá sea mejor que te vayas.
—¿Qué quieres decir? —Por debajo del tono ronco y áspero de su voz había un indicio de aquel suave acento que ella siempre había amado.
Lali sonrió, se pasó la lengua por el labio superior y le lanzó una mirada juguetona.
—Sólo estaba pensando en voz alta. Has conseguido que comience a olvidarme de mi marido, así que sobreponerme a tu partida debería ser fácil. Tampoco es que hayas estado mucho tiempo por aquí, ¿verdad?
¿Se habían oscurecido los ojos de Peter? ¿Parecían más feroces?
—No me presiones, pequeña —le advirtió con suavidad.
Lali sonrió lenta y dulcemente antes de morderse el labio inferior y provocarle con la mirada.
—¿Acaso no quieres oír la verdad?
Peter la agarró de las caderas y una luz salvaje y hambrienta iluminó aquellos feroces ojos azules.
—Ésa no es la verdad —gruñó él.
Lali se puso de puntillas, le acarició el labio inferior con la lengua y luego se lo mordió. Con fuerza.
Él dio un respingo. Entrecerró los ojos y se lamió con la lengua aquella pequeña herida antes de estrecharla contra su cuerpo, presionando su erección contra el vientre de la joven.
—Pero te irás, Peter —siguió ella—. Como el viento. Igual que mi marido. —Miró de reojo las fotos.
La sonrisa cariñosa de Thiago se burlaba de ella en los marcos. Sus ojos azules, tan llenos de amor, tan suaves por el deseo, le mentían cada vez que los miraba.
Aquella era la parte más difícil de aceptar. La que le hacía desear no haber sabido nunca quién era Peter. Todo hubiera sido más fácil. No le habría amado con aquella profundidad y decirle adiós no le hubiera dolido tanto como le dolía ahora. Podría haber dejado que Peter se marchara sin una queja, porque le habría odiado por robar algo que pertenecía a su Thiago. Pero ¿cómo podía odiar al hombre que Thiago era ahora?
—Despídete de mí, Peter —le dijo—. Tienes toda la noche para hacerlo. Porque si tienes intención de salir de mi vida, éste puede ser un buen momento para que nos digamos adiós. No voy a llorar por otro hombre. Que me condenen si me convierto en un santuario viviente para otro.

Aquello lo excitó aún más.
Peter sentía cómo el impulso de dominar se hacía más fuerte ante el reto de Lali, ante su desafío, ante el hecho de que esa noche iba a ser su última noche.
Deslizó la mirada sobre su rostro, notando el leve temblor en el labio inferior que le recordaba que ella lo estaba presionando a propósito.
Aquellos suaves ojos grises estaban empañados por luces y sombras, y por las emociones que los desgarraban a ambos. Peter quería ser tierno. Quería que el último recuerdo de su mujer estuviera lleno de ternura. Pero no era ternura lo que ella quería. No era ternura lo que crecía en el interior de Peter.
 Peter vio el dolor en sus ojos y las lágrimas contenidas.
¿Qué le estaba haciendo a Lali? ¿Y a sí mismo?
 
Mi corazón palpita por el tuyo.
Mi alma vive por la tuya.
Mi cuerpo, mis manos, mis labios,
te aman sólo a ti.
 

La besó como un hombre que sabía que aquél sería el último beso que disfrutaría de los labios de la mujer que amaba. Que sería el último roce de sus lenguas, el último gemido de deseo, la última vez que disfrutaría de la suavidad de su cuerpo.

La cama de Lali volvía a oler a él. Cuando se despertó a la mañana siguiente, Peter la acunaba contra su cuerpo como si fuera una manta, y ella suspiró ante la certeza de que jamás dejaría de amarlo. Nunca. Y sólo Dios sabía qué ocurriría cuando terminara esa misión.
Le rozó el brazo con la mano sintiendo la aspereza del vello oscuro y por un momento se dejó llevar por el deseo que sentía por él.
Peter había sido salvaje. Apasionado. Tras tomarla en las escaleras, la había llevado de nuevo a la cama como si no pudiera tener suficiente de ella. Como si Lali no pudiera tener suficiente de él.
—Vuelve a dormirte —murmuró Peter a sus espaldas, y aquel tono, ronco por el sueño, le recordó los tiempos en que estaban casados.
—Pero ya estoy despierta —replicó con voz queda, casi en un susurro.
—Aún no es de día.
No, no lo era. Pero ella no quería desperdiciar ni un solo segundo de su tiempo con él.
—¿Alguna vez te has levantado para ver el amanecer? —Rodó sobre la espalda y lo miró a los ojos.
Las espesas pestañas le sombreaban las mejillas. Los pómulos de Peter no eran tan marcados como habían sido antaño y podía ver el lugar exacto donde se le había roto la nariz.
Dios, qué infierno debía haber soportado. Y había estado solo. ¿Cómo lo había resistido?
—A veces —dijo él entre dientes.
—Me encanta el amanecer. —Lali miró a la ventana. Daba al este y les permitía observar las primeras luces del alba—. Es cálido, incluso en invierno. Es como ver un nuevo comienzo. Una nueva razón para levantarse de la cama. Si el sol puede salir cada mañana, entonces hay una razón para la esperanza.

Peter abrió los ojos. Por una vez, su mirada no era feroz. Ni oscura. Lali apenas pudo contener un grito de sorpresa. Eran los ojos de Thiago. La mirada irlandesa. Como gemas titilando con amor y risa en su oscuro rostro.
—Eres muy rara —masculló antes de cerrar los ojos de nuevo y estrecharla más contra sí para apoyar la cabeza contra su cuello.
La joven le acarició el brazo que descansaba sobre su cintura y sonrió ante el gemido adormecido que él emitió antes de volver a abrir los ojos y mirar de reojo el reloj.
Peter se había demorado en despertarse tanto como pudo. Eran las seis. Dentro de dos horas se cursaría la orden de arresto contra Delbert Ransome. Tenía que estar preparado.
Se levantó de la cama y se la quedó mirando.
—Tengo que ir al apartamento.
Ella apartó la vista, apretó los labios y volvió a mirar hacia la ventana. Peter supo que le estaba haciendo daño otra vez. Y se le encogió el corazón al herirla de esa manera, haciéndole sentir que no era querida. Que no era amada. Cuando era todo lo contrario.
—Genial. Vete. —Le señaló la puerta con la mano—. Voy a ducharme.
Peter se inclinó sobre Lali manteniendo la sábana entre ellos y le acunó el rostro con las manos. La miró fijamente a los ojos, de aquel color gris suave, tan llenos de vulnerabilidad. Como si esperara algo más de él. Como si le suplicara que hiciera realidad un sueño imposible. El no podía cumplir los sueños de Lali, pero tampoco quería hacerle más daño. No podía permitirlo. Herirla lo destrozaba más que cuando pensó que moriría en aquella celda donde Fuentes le había confinado.
—Gatita. —Le mordisqueó los labios. Se los besó. Se permitió saborearlos sólo por un momento—. Si me quedo, jamás estaré listo a tiempo. Y tu seguridad es lo más importante para mí, pequeña. Más de lo que puedas imaginar.
Ella le sostuvo la mirada, más suave ahora, con una extraña sonrisa bailándole en los labios, y le rodeó los hombros con los brazos.
—¿Me echarías de menos si me ocurriera algo, Peter?
El sintió una punzada en las entrañas al pensar que pudiera su-cederle algo. Incluso un simple arañazo.
—Estallaría un infierno si algo te ocurriese, Lali —susurró mirándola fijamente, sintiendo que las emociones que había contenido durante tanto tiempo amenazaban con escapar a su control, y eso no podía consentirlo. No podía permitirlo—. Perdería la poca cordura que me queda, cariño. Y ni a ti ni a mí nos gustaría que pasase eso.
Enredó los dedos en el pelo de Lali mientras ella se movía sensualmente bajo su cuerpo, y no pudo evitar saborear sus labios otra vez. Unos labios dulces e hinchados por los besos que le había dado durante toda la noche. Que se fundían con los suyos y lo hacían arder de pasión. Unos labios que le recordaban la erección que le palpitaba entre las piernas.
—Dios, me dejas sin sentido. —Se apartó de ella, se pasó la mano por el pelo y recogió los calzoncillos y los vaqueros del suelo.
Se los puso mientras la joven se incorporaba en la cama y lo miraba con aquellos cálidos y somnolientos ojos grises. Se metió el miembro rebelde bajo los calzoncillos y los vaqueros, y se subió la cremallera lentamente observando la provocativa mirada de Lali.
—Me parece una vergüenza desaprovechar eso —comentó la joven levantándose de la cama y mostrando su desnudez con orgullo.
Peter sintió que se le secaba la boca al verla rodear la cama. La curva de su trasero lo tentaba. La piel desnuda de la unión entre sus muslos, aquellos pechos altos y orgullosos, y los pezones duros y enrojecidos. Maldición. Sentía tanta necesidad de follarla ahora como la primera vez que la había tomado.
—Me voy a la ducha —dijo Lali.
El gimió.
—Y yo al apartamento. Llámame antes de bajar, así podré vigilarte.
—Lo haré.
La joven cerró la puerta del baño y él se obligó a terminar de vestirse.

jueves, 29 de noviembre de 2012

Capítulo 27


Cuando llegó al aparcamiento, se giró hacia él y Peter se detuvo en seco.
Si no había visto determinación en los ojos de Lali la otra noche, ahora sí la veía. Dolor desnudo, ira y seguridad en sí misma.
De nuevo volvió a preguntarse dónde demonios estaba la mujer con la que se había casado. Esa no era su pequeña indefensa, pero maldición, le excitaba más de lo que nunca lo había hecho.
—No estoy jugando contigo. —Peter puso las manos en las caderas y la fulminó con la mirada—. Maldita sea, Lali, estoy intentando ser honesto. No quiero hacerte daño.
Ella permaneció bajo las farolas del aparcamiento con el pelo cayéndole sobre la cara y los hombros .Tenía una mano apoyada en la cadera y la otra colgando al costado.
—No quiero tu honradez —le espetó con desprecio—. Quédatela.
Se dio la vuelta y echó a andar.
—¿A dónde diablos vas? —La alcanzó en un par de zancadas, la agarró del brazo y tiró de ella para detenerla—. ¿De regreso a ese maldito bar para que los vaqueros pueda olisquearte como lobos en celo? Ni hablar.
—Oh Dios mío, ¿el señor nada-de-compromisos está celoso? —El tono sarcástico en la voz de Lali le estaba sacando de quicio. Podía sentirlo. Como si la temperatura aumentara en su interior llenándolo de lujuria, de un oscuro y voraz deseo de dominarla—. Tienes razón. No eres mi marido. Mi marido tenía el buen juicio de no decirme qué era lo que podía o no hacer.
Ella nunca se había enfrentado a él de esa manera durante su matrimonio. Sarcástica y desafiante. La joven se había contenido ocultándole su verdadera identidad. El amor que surgió en el interior de Peter al comprender que ahora estaba frente a la verdadera Lali amenazó con ahogarle. Sintió un inmenso orgullo y, maldita sea, también miedo.
Ya no era el hombre que ella había amado seis años antes. El hombre que le susurraba nanas irlandesas y que musitaba «para siempre» en gaélico porque sabía que escucharlo hacía que la joven se estremeciera de placer.
Ahora era un hombre herido, lleno de cicatrices. Había cambiado, y admitirlo ante ella podía matarlo. Su esposa quería respuestas. Exigía respuestas. Y cuando descubriera que cuatro años antes él se había negado a volver con ella, le odiaría. Le odiaría porque se daría cuenta de que él había pensado que ella era débil. Débil e incapaz de manejar al monstruo que había sido entonces. Y aquello destruiría el orgullo de Lali.
Peter había tejido una red tan enmarañada que ahora no sabía cómo salir de ella.
—¿Qué quieres de mí? —gritó la joven, provocándole un estremecimiento al ver que sus mejillas estaban llenas de lágrimas.
—¡No te atrevas a llorar! —le espetó—. No uses las lágrimas contra mí, Lali.
No podía soportar sus lágrimas. Eran lágrimas silenciosas. Jamás la había visto llorar.
Lali negó con la cabeza y se pasó la mano por el pelo. Se dio la vuelta y empezó a andar.
A Peter le llevó unos segundos comprender exactamente qué era lo que ella pretendía. Estaba caminando. Pasando de largo la moto y alejándose de él.
—Lali, no. —Acortó la distancia que los separaba, la agarró del brazo y se colocó frente a ella—. Tenemos que hablar de esto.
—No hay nada de qué hablar —respondió la joven—. No puedes llegar a cualquier pueblo, encontrar una chica a la que follarte durante unas pocas semanas y luego largarte. —Liberó el brazo de un tirón—. Dios, Peter. Me rompes el corazón y ni siquiera te importa.
—¿Cómo puedo romper algo que pertenece a otro hombre? —gritó él con celosa frustración—. En esa maldita casa hay fotos de Thiago por todas partes. Aún tienes su ropa en el armario del dormitorio que compartiste con él. Y mira esto. —Le levantó la mano, mostrando la alianza de oro que brillaba bajo las farolas, con el corazón roto porque la llevaba en la mano derecha y no en la izquierda—. Mira ese anillo, Lali. Todavía llevas su anillo.
Su propio anillo, el que ella le había deslizado en el dedo, le ardía contra el muslo. Peter lo llevaba siempre con él, metido dentro del bolsillo, formando parte de su ser.
Lali  lloraba ahora desconsoladamente. La respiración se le entrecortaba por los sollozos y sus ojos grises estaban húmedos y brillantes como diamantes por el dolor, resquebrajando el alma de Peter.
La joven abrió los labios, levantó la mano como si fuera a decir algo y, de pronto, resonó el eco de unas sirenas.
Lali se dio la vuelta justo a tiempo para ver que el todoterreno del sheriff se detenía en medio del camino y que Rick Grayson se apeaba de él. Le dirigió una mirada a la joven y después clavó los ojos con dureza en Noah.
—Entra en el coche, Lali. —Rick le señaló con la cabeza el asiento del pasajero.
—Lali, no lo hagas. —Peter permaneció inmóvil aunque todos sus instintos le gritaban que no la dejara ir con el sheriff. Rick no era sospechoso, pero Lali seguía siendo su esposa. Era suya y se iría con él—. Por favor. —La miró fijamente, deseando que recordara el peligro.
La joven paseó la mirada entre ambos hombres y Peter percibió un brillo de duda en sus ojos.
Rick permaneció en silencio, observándolos con el ceño fruncido y una mano apoyada en la culata de su arma.
—Deja que yo te lleve a casa —dijo entonces Peter—. Sólo te llevaré a casa. Te lo juro.
A Lali se le escapó un sollozo.
—Me estás matando.
—Lo sé, pequeña. —Por supuesto que lo sabía. Lali ni siquiera imaginaba que aquello también lo estaba matando a él.
La joven asintió con la cabeza y luego se dirigió a la Harley. Peter volvió a mirar al sheriff con atención, viendo el interés y la preocupación que mostraba por Lali mientras la seguía con la mirada.
Rick se giró entonces hacia Peter guardando silencio un buen rato. Finalmente, soltó la culata de su arma y apoyó los antebrazos sobre la puerta abierta del vehículo.

Había algo en la mirada del sheriff. Algo que despertó la sospecha de Peter y que lo hizo tensarse.
—¿Sabe? —dijo Grayson por fin—. He visto a muchos perdedores de paso por el pueblo.
—¿De veras? —masculló Peter como si la opinión del sheriff no le importara en absoluto.
—De veras. —Rick inclinó la cabeza—. Pero déjeme decirle que sin duda usted es el mayor de todos los perdedores que he conocido hasta la fecha. Y por alguna razón, pensaba que sería diferente.
—No necesito su opinión —gruñó Peter Echó un vistazo por encima de su hombro y vio que Lali se estaba enjugando las mejillas con la mirada perdida en el parque.
—Necesita que alguien le meta una bala en un sitio especialmente doloroso —le espetó Rick, sacudiendo la cabeza—. No se meta en líos, señor Lanzani. O de lo contrario, vamos a tener una conversación muy seria.
Peter arqueó las cejas antes de darle la espalda al sheriff y acercarse al lugar donde Lali esperaba junto a la Harley.
Le puso la cazadora y le levantó la barbilla observando sus ojos llenos de lágrimas. Le acunó el rostro entre las manos y le pasó los pulgares por los labios temblorosos.
—Una noche más, Lali —murmuró, tan duro, tan desesperado por ella que se preguntó si podría sobrevivir—. Danos una noche más.
La joven le sostuvo la mirada. La cólera, el dolor y el miedo se mezclaban en su interior junto con el deseo. Un deseo tan voraz que no pudo entender cómo había podido vivir sin él durante seis años.
—¡Eres un bastardo! —sollozó.
—El peor de los bastardos —murmuró él, besándole los labios y las lágrimas.
Lali respiró hondo y levantó las manos para agarrar las muñecas de Peter mientras sus sensibles labios recibían su beso, deseando más. Mucho más.
—Llévame a casa, Peter—susurró—. Por favor, llévame a casa.
No iba a llorar más.
Se agarró a Peter durante todo el trayecto y se permitió apoyar la cabeza contra su espalda para sentir el latido del corazón masculino contra la mejilla. Y, sin que pudiera evitarlo, su mente se centró en el futuro. En el futuro cercano y en el futuro lejano.
Levantó la cabeza cuando se detuvieron delante de la casa y esperó a que Peter la ayudara a desmontar de la Harley antes de hacerlo él mismo.
—¿Dónde tienes la llave?
«Su marido».
Peter siempre se había asegurado de comprobar su pequeño apartamento cada vez que la acompañaba a casa. Después, cuando se casaron, se convirtió en una costumbre. Siempre había sido muy protector con ella.
Le dio la llave y observó cómo él abría la puerta y entraba con cautela en la casa antes de devolvérsela. Ella también entró y esperó en la salita mientras Peter inspeccionaba las habitaciones.
Se envolvió aún más en la cazadora de Peter, aspirando su olor, y volvió a prometerse a sí misma que no habría más lágrimas.
¿Se manteniéndose firme en su cólera o le daría una noche más? ¿Cuántas noches más podría robarle antes de que se fuera? Porque la próxima vez que la dejara... Lali echó una mirada alrededor. La próxima vez que se fuera, ella sabía exactamente lo que iba a hacer.
Era la única manera de sobrevivir.
Lali siguió sin moverse de la salita, con la mirada clavada en la repisa de la chimenea, en las fotos. Su foto de bodas. Sus caras sonrientes, los feroces ojos azules dominando el retrato. La piel oscura de Thiago contra la suya más clara, y la expresión tranquila y confiada.
Se acercó a esa foto en concreto sin dejar de dar vueltas a la alianza que llevaba en el dedo anular de la mano izquierda. No era viuda. Seguía estando casada. Siempre sería la esposa de Peter sin importar el nombre que usara. ¿No era patético? No era de extrañar que él no hubiera querido volver a casa. Había tenido una esposa que no suponía ningún reto. Una esposa que sólo sabía amarle.
 
Peter entró en el dormitorio, comprobó los armarios que aún contenían sus ropas y el enorme cuarto de baño que Lali y él habían diseñado.
Cuando regresó al dormitorio se detuvo frente a la mesilla y se quedó mirando la fotografía de ellos dos juntos.
Sienna les había sacado esa foto poco después de su boda. En ella, él acariciaba la mejilla de Lali y la ancha alianza de oro brillaba en su dedo.
Metió la mano en el bolsillo de los vaqueros, sacó el anillo y lo hizo rodar entre sus dedos mirándolo fijamente. Ya no era nuevo, pero todavía era brillante y cálido al tacto.
Lo sostuvo durante unos segundos y luego se lo puso en el dedo. Cerró el puño con una mueca furiosa retorciendo sus labios y contuvo a duras penas la imperiosa necesidad de contarle todo a Lali. De poseerla. De ser el hombre por el que ella lloraba. El hombre que amaba. Pero el hombre que había surgido de los fuegos del infierno era muy distinto a Thiago. Y la vida que llevaba ahora, después de incorporarse a la unidad de Operaciones Especiales, no era la vida que la joven querría vivir. Una vida a la que él no podía renunciar. Thiago sí podría haber dejado los SEAL’s, pero si Peter intentaba dejar la unidad de Operaciones Especiales, sencillamente desaparecería y jamás volvería a saberse de él.
Era una vida de mentiras. Siempre escondiéndose. Maldición, ¿cómo había podido creer ni por un momento que podría quedarse con Lali y engañarla durante el resto de su vida? Había pensado que podría hacerlo; pero con su alianza en el dedo, se preguntó si no se habría equivocado. Intentó imaginar algo distinto y no pudo. Todavía era el hombre en el que se había convertido. Y aunque Lali fuera una mujer diferente a la que él recordaba, jamás aceptaría a la bestia que habitaba en su interior.
Era testaruda y decidida. Pensaba que sabía lo que él era, quién era, pero estaba equivocaba.
Se quitó el anillo del dedo, lo miró durante un buen rato y luego volvió a meterlo en el bolsillo de los vaqueros. Era su talismán. Su amuleto. Un recordatorio real de lo que podría haber sido.

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