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viernes, 14 de septiembre de 2012

CAPITULO 15

Lali abrió los labios y la lengua de Peter se deslizó entre ellos. Pero ella no los había abierto para él, se dijo a sí misma, sino para respirar. Sólo para respirar, no para que aquella lengua cálida y voraz se rozara contra la de ella, saboreándola. 
—Peter, ¿te encuentras bien? —le preguntó sintiendo que se le aceleraba el corazón. 
—Más tarde. —Sus labios se amoldaron a los de ella, mordisqueándolos y devorándolos con una demanda hambrienta y ardiente. Lali gimió de placer. Se había mentido a sí misma. Lo sabía. No había ido allí para preguntarle nada, sino para que él la hiciera sentir viva de nuevo. —Llevas demasiada ropa —-rugió Peter, deslizando los labios por la barbilla y la mejilla de la joven—. Te quiero desnuda. —Le recorrió el vientre con la mano en una devastadora caricia hasta ahuecar la húmeda calidez que Lali sentía entre los muslos, por encima de la tela elástica de los pantalones cortos—. Quítate la camiseta. —La joven no se había puesto sujetador. Algunas veces dormía con esa ropa. Era cómoda y fresca y, al parecer, demasiado fina, porque el calor de la palma de Peter contra su monte de Venus la estaba volviendo loca. El presionó la palma contra ella.
 —Estás herido —susurró Lali sin aliento—. ¿Qué te ha sucedido? 
—Nada.
 —Peter... 
—Dios mío, sí, vuelves a decir mi nombre de esa manera —gruñó él—. Dime que me deseas salvaje y ardiente una vez más. Que me quieres dentro de ti, llenándote. Ahh... Te siento tan dulce, tan caliente y estrecha en torno a mí cuando te penetro... Ella contuvo el aliento. Podía sentir su sangre cálida bajo la mano, su miembro desnudo a través de las capas de tela que los separaban. —Peter, detente. ¿Estás sangrando? —Creía estar oliendo sangre.
 —No. Confía en mí. Es sólo un rasguño. —Le rozó la barbilla con los dientes y ella se estremeció ante la sensación que le produjo, como si estuviera siendo atravesada por pequeñas descargas eléctricas. 
—¿Qué tipo de rasguño? —gimió Lali. 
—Luego podrás curarme. —La voz de Peter era vibrante, más dura y profunda que de costumbre—. Más tarde. 
—Peter. —Ella exhaló su nombre al sentir que apartaba la mano de la unión entre sus muslos y la metía dentro de los pantalones y las bragas para acariciar la carne húmeda e hinchada que le esperaba allí. 
—Estás mojada, Lali. —Introdujo los dedos entre los suaves pliegues y la acarició de forma enloquecedora—. Dime que me deseas. Pídeme que te folle. Lali jadeó. Allí, contra la pared de la cocina, sólo podía pensar en sentirle en su interior. —Quiero sentir tu boca en mi polla otra vez. 
La excitaba oírle hablar así, de una manera tan desinhibida. 
—Quiero verte de rodillas ante mí, sentir tu boca succionándome el glande de nuevo. Dios, fue tan bueno correrme en tu boca de esa manera, viendo lo mucho que te gustaba... 
Introdujo un dedo en el interior de Lali. Sólo un dedo. Lo deslizó dentro de ella rozando sus terminaciones nerviosas, mientras apretaba la palma de la mano contra su tierna carne, girándola sobre su clítoris. El estaba sangrando, herido. Temblando, Lali se dijo que debería tratar de averiguar qué tipo de herida se había hecho, en vez de concentrarse en el dedo que ahora bombeaba en su interior. Cerró los ojos, separó aún más las piernas y un gemido tembloroso escapó de sus labios cuando él comenzó a usar aquel dedo para volverla loca. Penetrando lenta y profundamente en su interior, buscando, encontrando su zona más sensible y torturándola. 
—Peter. Es perfecto. —Lali movió la cabeza de un lado a otro contra la pared, sintiendo que se le aflojaban las rodillas-—. Es tan bueno.
-Condenadamente bueno —recalcó él—. Te siento mojada y tensa en torno a mi dedo, Lali. ¿Emitirás esos dulces gemidos que hacen que me excite al punto del dolor? ¿Te correrás para mí, pequeña? ¿Con mis dedos en tu interior? ¿Harás que me vuelva loco por el deseo de saborear cada milímetro de ti? 
Oh, Dios. Oh, Dios. Peter no debería hablar así. Lali podía sentir cómo sus fluidos seguían manando, mojando la mano masculina mientras empujaba las caderas contra aquel dedo que se movía en su interior. 
—Ahora vas a ser una buena chica —jadeó él—. Aprieta mi dedo con los músculos internos de tu vagina, Lali. Déjame sentir cómo te corres a su alrededor. 
Ella gimió. Aquello era demasiado escandaloso. Demasiado turbador. La joven jamás había hecho nada así, nunca había oído palabras como las que susurraba aquel hombre mientras la tocaba.
 —Dímelo —le murmuró Peter al oído—. Habla conmigo, pequeña. Dime lo que deseas. Ruégame que te haga mía con los dedos y te meteré otro dedo más. Te penetraré con dos dedos. ¿No te gustaría eso? ¿No quieres arder por mí? ¿No podía estar hablando en serio? ¿O sí? —Podría hacer que te corrieras de esta manera. —Le mordisqueó la oreja y presionó su miembro contra la cadera de Lali hasta conseguir que ella temblara violentamente—. Todo lo que necesito es oír tu dulce voz pidiéndomelo.
 Le lamió la sensible piel de debajo de la oreja, arañándola con los dientes. 
—Esto es una locura —gimió ella. 
—Dime lo excitada que estás —le exigió, jadeando ásperamente en el silencio de la noche. 
—Oh, Peter, voy a explotar... —Apenas las palabras abandonaron sus labios, Lali sintió cómo sus sensibles músculos internos palpitaban en torno a él, y que su vientre se contraía con fuerza. Peter se apretó contra ella, penetrándola dura y profundamente con el dedo. —No te detengas. —Lali quería gritar, pero apenas pudo emitir un gemido entrecortado cuando Peter enterró con rudeza el dedo de nuevo y luego se detuvo. 
—Dime que te folle con los dedos. —Le mordisqueó el cuello y ella se arqueó hacia él—. Dime que quieres tener dos dedos dentro de ti. Dime que quieres arder, Lali. 
—Fóllame —gimió ella, sintiendo que el calor crecía en su interior—. Por favor, Peter. Ahora. 
—Más. —La orden impresa en la voz masculina enardeció sus sentidos—. Dame más, Lali. 
Ella jadeó. Lo que le exigía era demasiado escandaloso. Demasiado escandaloso y demasiado tórrido. 
—Dos dedos —jadeó ella—. Peter, por favor, quiero que me metas dos dedos. Él sacó el dedo bruscamente, y cuando volvió a meterlo, eran dos. Dos dedos presionándola, abriéndola, estirando sus músculos internos y haciéndola sentir aún más. Lali gritó al sentir que sus fluidos internos se deslizaban por su cuerpo y cubrían los firmes dedos que se movían lenta y suavemente en su interior. —Quiero correrme —susurró—. Deja que me corra, Peter.
 Él gimió, gruñó. La penetró con fuerza con los dedos y ella casi explotó en torno a ellos.
. —Quítate la camiseta. —Peter se echó hacia atrás para que ella pudiera alzar la mirada y ver el salvaje brillo de sus ojos—. Quítatela, quiero verte los pezones.
. —Peter. 
—Dios, esos dulces y duros pezones rosados. Quiero succionarlos. Quítate esa condenada camiseta. —La dureza de su voz, el deseo que parecía desgarrarlo, atravesó a Lali haciéndola arder por dentro y provocando que un fuego devastador corriera a toda velocidad por sus venas. Estremeciéndose, emitiendo roncos jadeos que eran casi gemidos, la joven se agarró el dobladillo de la camiseta, se la sacó por la cabeza y la dejó caer al suelo.
-Mantén los brazos arriba —le ordenó Peter cuando ella comenzaba a bajarlos—. Bien arriba. —Le agarró las muñecas con una mano y se las apretó bruscamente contra la pared—. Así, pequeña. Así. —Clavó la mirada en sus pezones y ella sintió como si se los hubiera tocado. 
—¿Por qué me haces esto? —gimió. 
—Porque quiero devorarte viva. Quiero arrodillarme ante ti, Lali. Beber y saborear ese cálido néctar que me cubre los dedos. Lamerlo con mi lengua. 
Ella se arqueó hacia él. 
—Cuando haya terminado, quiero observar cómo te arrodillas ante mí. Ver cómo mi polla se hunde en esos hermosos labios y follarte la boca hasta correrme en tu garganta. —Movió los dedos en su interior y el sonido de las húmedas caricias inundó los oídos de Lali , resonando en su cabeza. —¿Tú también quieres eso, pequeña? 
—Sí. Oh, sí. —Quería todo eso y más. Lali sintió cómo Peter le deslizaba los pantalones cortos por las caderas, al tiempo que inclinaba la cabeza. Él dobló las rodillas lo suficiente para atrapar su tenso pezón con los labios y, por un momento, la joven temió desmayarse ante la intensidad de lo que sentía. Quería que la penetrara. Quería sentir los labios de Peter por todo el cuerpo y deslizar los suyos por su piel. Quería llevar a cabo todas y cada una de las escandalosas acciones que él le había susurrado al oído. Lali se retorció contra la boca que succionaba su dolorido pezón y una oleada de placer la atravesó por completo. Desesperada, se arqueó contra él ansiosa de recibir más. Peter estaba perdido en un mundo de turbadoras sensaciones debido a la violencia anterior y a la adrenalina que corría por sus venas. Durante los últimos años, la recuperación había sido un infierno. El entrenamiento había provocado en su cuerpo una oleada de lujuria tan fuerte, tan intensa, que nada había podido aliviarla. Más de una vez, había creído que perdería el juicio por desear precisamente aquello. A Lali entre sus brazos. Ardiente y salvaje por él, susurrándole aquellas atrevidas palabras al oído, exigiéndole que la poseyera, que hiciera todos esos actos carnales y pervertidos que habían llenado su cabeza cuando estaba bajo la influencia del afrodisíaco que Diego Fuentes le había inyectado. Ahora Lali estaba allí con él, y Peter ardía por ella al igual que ella ardía por él. Empujó de nuevo dos dedos en su interior, sintiendo el calor de su cuerpo mientras le mordisqueaba sin piedad los pezones. Todo en Lali era pequeño, comparado con él. Tan dulce y curvilínea, tan delicada, y con aquella voluntad de hierro que sólo conseguía ponerle más duro.
. —Peter, me estás matando —gimió ella en su oído, haciéndole arder la piel con su cálido aliento—. Me estás matando. Sólo un poco más. 
Peter gimió sobre su pezón, lo lamió y lo succionó. Quería oír más. Quería oír la voz de su Lali rota por la lujuria, exigente y carnal. 
—Dime cómo quieres que te tome. —Le mordió la curva del seno—. Dime cómo te gusta.
 La joven se estremeció, y él casi perdió el control al percibir que sus jugos le inundaban los dedos de nuevo. 
—Duro —jadeó ella—. Muy duro. Ahora. Hazlo ahora. 
—¿Aquí? ¿Contra la pared? 
—Oh, Dios. Donde quieras —jadeó ella—. Maldita sea. Métemela. Ya. 
—¿Estás lo suficientemente caliente? —La besó en el hombro y luego se lo mordió—. Hum... Creo que todavía no lo estás.
 Peter quería más. Quería oírselo decir. Jamás había necesitado oír las palabras antes, pero ahora sí. Quería que ella estuviera tan caliente que él se olvidara de sí mismo, que olvidara cómo solía amarla, acostumbrarla a aquella oscura lujuria que ahora lo consumía. 
—Estoy lo suficientemente caliente —musitó ella.
-Dime lo caliente que estás. —Le rodeó las caderas con el brazo libre, la alzó contra su cuerpo y buscó a tientas la mesa, ignorando el gemido femenino cuando colocó su trasero desnudo sobre el borde y se arrodilló entre sus muslos—. No, todavía no estás preparada. Déjame ayudarte. 
Colocó sus labios sobre los pliegues hinchados y tuvo que apretarse la base de su grueso miembro para no correrse. Dios, iba a estallar. Podía sentirlo en los testículos, en el glande palpitante. Sabía tan dulce. Los muslos de Lali se separaron cuando Peter le levantó uno de los pies y se lo colocó en el hombro, abriéndola todavía más. Allí había más luz, pero no la suficiente como para que ella pudiera ver la herida que él había estado intentando limpiar. Algunas cuchilladas habían sido lo bastante profundas para necesitar puntos y lo más lógico sería ir al Centro de Operaciones para que alguien le curara las heridas. Pero seguía allí, con los labios enterrados en el húmedos pliegues de su esposa, y disfrutando de cada instante. Lamió y saboreó cada centímetro de la sensible y rosada piel de la joven. Era tan dulce... El sabor de Lali explosionaba contra su lengua y él parecía no tener suficiente. La penetró con la lengua, sintiendo cómo sus músculos internos se contraían, oyendo el gemido de Lali cuando se echó hacia atrás para permitirle un mejor acceso a aquellos fluidos que era tan adictivos como cualquier droga. Oh, demonios. Quería pasarse la vida entre sus muslos. Quería sumergir sus sentidos en aquel dulce y suave sabor y en el limpio perfume femenino. Quería degustarla en el desayuno, en el almuerzo, en la cena, como tentempié a medianoche.
. —Háblame. —Las palabras de Peter eran duras, salieron bruscamente de sus labios cuando los desplazó al brote endurecido en que se había convertido el clítoris de Lali—. Dime cómo lo deseas. Suplícame que te devore. Que no pare de torturarte. 
Peter no aguantaría mucho más y antes quería arrancar esas palabras de los labios de su esposa, tal y como había soñado. Como había imaginado tantas veces. 
—Peter, lámeme el clítoris —gimió ella—. Hazlo. Oh, Dios. Sí. 
¿Le gustaba que le hiciera eso? Le abrió más los muslos para tener un mejor ángulo y trazó ardientes círculos con la lengua alrededor de su clítoris, dándole lo que le pedía, lo que necesitaba. Deslizó los dedos arriba y abajo por la gruesa erección, y un salvaje y agonizante gemido de deseo escapó de sus labios mientras ella retorcía las caderas, arqueándose y gritando su nombre. —Peter. Oh, sí. Así —jadeó con voz quebrada—. Oh, Dios. Voy a correrme. —Todavía no. —Él se retiró y ella casi gritó. Le cerró los puños sobre el pelo, reteniéndolo, y lo atrajo hacia la húmeda y cálida carne que ansiaba su lengua y sus labios.
 —Sigue lamiéndome. —El control de Lali había desaparecido, se había perdido en el placer. Peter le metió bruscamente la lengua en la prieta abertura de su cuerpo, la folló con ella y saboreó el dulce y caliente néctar que no dejaba de fluir. Maldita sea. A ese paso, se correría en su propia mano, y no quería eso. Quería alcanzar el placer hundido hasta el fondo en el cuerpo de su esposa, llenándola, colmándola. Quería marcarla con su semen. Quería estar tan profundamente enterrado en ella que Lali  jamás pudiera olvidar quién era el dueño de su cuerpo. Pero antes, tenía que apartarse de su sabor. Cielos, aquel sabor era tan dulce... Su aroma era tan caliente en su lengua, tan líquido y lleno de vida que no quería dejarlo. No quería detenerse. 
—Métemela. —La voz de Lali le enardeció los sentidos—. Maldita sea, métemela ya, Peter. Tómame de una vez. Quieres que te suplique. Oh, Dios, te suplicaré, pero métemela ya. 
Peter se puso en pie con la mano todavía cerrada en torno a su erección y con los sentidos inundados por el sabor de la joven, por su calor. Se impulsó hacia delante y la vio abrir los ojos. Hizo que el glande le acariciara el clítoris y observó cómo Lali jadeaba, cómo deslizaba la mano sobre el vientre. Luego, cuando él  recorrió con el glande sus suaves tejidos y empezó a presionar contra la prieta abertura de su cuerpo, aquellos dedos bonitos y gráciles se movieron hacia el clítoris. Tímidamente. Con vacilación. Durante su matrimonio, jamás la había dejado tocarse a sí misma mientras él la poseía. Había considerado que era su responsabilidad proporcionarle todo el placer. Pero ahora, ella ya no esperaba, y verlo casi le hizo correrse. Sólo había introducido un par de centímetros de su grueso miembro en el interior de Lali  y casi estaba fuera de control. Peter no dejó de mirar ni un solo instante los dedos de Lali mientras la penetraba, apretando la base de la erección para contener la furiosa liberación por la que clamaban sus testículos.
 —Sigue. —La voz de Peter era ronca y áspera—. Mueve los dedos. Enséñame cómo te gusta, pequeña. Maldición. Voy a follarte tan dura y profundamente que jamás volverás a rechazarme. ¿Me has oído, Lali? Jamás. Ella lo había rechazado esa mañana negándole su cama, negando lo que él sabía que había entre ellos. El porqué no importaba. Peter la estaba engañando, lo sabía. Le mentía en lo más elemental, y sabía que no podría arreglarlo con palabras. Pero aun así no iba a permitir que le negara aquello. La agarró por las caderas sin dejar de observar sus dedos. Oh, Dios, los movía con agilidad y elegancia sobre los rizos de su monte de Venus, sobre los húmedos pliegues de su sexo. Peter se sintió arder. Su duro miembro era puro fuego y aquello lo destruía. La embistió sin piedad apretando los dientes y haciendo una mueca ante el puro e intenso placer de sentirla. De observarla. Empujó una y otra vez, con envites duros y cortos, penetrándola mientras ella deslizaba los dedos sobre el clítoris, rodeándolo, mojándolo con sus propios jugos. El vientre de Peter se tensó. Tema los testículos tan duros que era una agonía. 
—Acaríciate —gruñó él—. Tócate el clítoris, pequeña. No aguantaré mucho más. Oh, demonios. —Se introdujo en ella hasta la empuñadura, sintiendo que los músculos internos de Lali palpitaban, ciñéndolo con firmeza. No podía detenerse. La sostuvo con fuerza y la joven le rodeó las caderas con las piernas, presionando los talones contra su trasero cuando él empezó a bombear con violencia dentro de ella. Lali gimió su nombre. El de él. No el nombre de su marido. Que Dios tuviera misericordia de Peter, ¿cómo había podido permanecer separado de aquella mujer tantos años? Cada día había sido una tortura.
 —Tómame —gimió Peter, casi sin poder contener las palabras que revelarían quién era en realidad—. Tómame, maldita sea. Tómame por completo.
 La joven se arqueó y sus músculos internos se contrajeron sin control en torno a él. Lali era pura sensación, sólo sentía un devastador y arrollador placer cuando se derrumbó en los brazos de Peter. Muriendo y renaciendo en ellos. Gritando su nombre y sintiéndose arrastrada hacia una insondable oscuridad por aquel placer. Un placer que sólo había sentido una vez. Con otro hombre. Con otro corazón. Pero no pudo evitar sentirlo latir a través de su cuerpo y el de Peter. Pulsando entre los dos. El eyaculó en lo más profundo de su interior, llenándola con su semen caliente mientras se hundía en ella hasta que se fundieron en un solo ser. Lali se estremeció con violencia, se retorció, se arqueó salvajemente cuando aquel intenso orgasmo la atravesó, y luego, finalmente, se desplomó sobre la mesa. Sudando, demasiado cansada para moverse, para respirar, para existir sin la ayuda de Peter. Y él todavía estaba duro. La joven abrió los ojos cuando Peter la alzó contra su cuerpo para llevarla al dormitorio, permaneciendo todavía en su interior. La depositó sobre la cama y se movió dentro de ella otra vez, con los ojos azules tan oscuros que dolía mirarlos.
-Te necesito. —Peter cerró los puños, negó con la cabeza y apretó los dientes con fuerza. Su voz fue ronca y áspera al volver a sentir los músculos internos de Lali contra la sensibilizada piel de su miembro—. Te necesito otra vez. «Para siempre». Lali apartó ese pensamiento de su mente. Nada duraba para siempre. Nada excepto el amor por el marido que la había poseído. Pero a medida que la noche avanzaba inexorable hacia el alba, la joven sintió como si aquello fuera realmente para siempre. Y cuando, finalmente, Peter se dejó caer a su lado con la respiración más calmada, húmedo de sudor, y la rodeó con sus brazos estrechándola contra su pecho, Lali se preguntó soñolienta, si, tal vez, él se sentía un poco como «su» Thiago.

3 comentarios:

  1. Por fin estoy al dia, te encontre ayer, y entre ayer y hoy me he leido todos los capitulos... y me encantala nove, me tiene atrapada, solo hay un pero...que necesito otro capitulo jajaja me he acostumbrado a leerlo de un tirón y ahora no puedo...porque no hay mas...y eso que has subido el capitulo 15 mientras yo leia el 12 jajaja

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    1. y con respecto a la nove...buf...que situación tan dura...no se, creo que Peter empieza a flaquear, empieza a cometer fallos porque Lali es su debilidad, y ella se dara cuenta, y no se para lali tiene que ser duro, primero la perdida de su amor, luego sentir lo que siente por Peter, entregarse a el como lo esta haciendo, sentirse culpable por hacerlo...y luego descubrir que relmente es thiago...no me gustaria estar en esa situación..

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  2. Peter está muy seguro d si mismo ,y los pequeños deslices k viene cometiendo ,no pasan desapercibidos para Lali.

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