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sábado, 8 de septiembre de 2012

CAPITULO 10

Peter no sólo sonaba razonable sino que tema razón. Mucha razón. Había pensado que Duncan la entendía. Que aceptaría que la joven no podría darle lo que él quería. 
—Lo superará —murmuró ella finalmente—. Pero creo que será mejor que tú también te vayas. Estoy cansada. 
Rodeó la encimera para acompañarlo a la puerta principal, y se vio sorprendida al sentir que él la rodeaba con un brazo y la estrechaba con fuerza. 
—Ese tipo podría haberte hecho daño —masculló—. Sin embargo, sabes que estás a salvo conmigo. Admítelo. 
—También estaba a salvo con él —adujo ella quedamente—. No soy estúpida, Peter. Sé cómo protegerme. Y lo haré cuando sea necesario.
-Demuéstramelo. —Aquella voz ronca y áspera era una oscura tentación—. Intenta librarte de mí, Lali. 
Ella casi se rió ante el reto. Pero algo en su interior la hacía arder, implorar, estrecharse más contra él cuando la alzó contra su duro cuerpo.
—Me deseas —afirmó Petrr en voz baja.
 —No quiero desearte —susurró ella en respuesta—. Duncan tenía razón en una cosa: eres peligroso. Demasiado peligroso y demasiado misterioso para lo que yo necesito. Debería haberme comportado con más inteligencia y haberme deshecho de ti la semana pasada. 
—Eres una mujer muy inteligente. —Inclinó la cabeza y le rozó los labios con los suyos—. Lo suficientemente inteligente para saber cuáles son los brazos a los que perteneces. Lo suficientemente inteligente para saber dónde estás a salvo. 
Peter no quería forzar las cosas. Sabía que ahora no era el momento de hacerla suya de nuevo. El sentido común de Lali se rebelaría y la haría sentirse culpable cuando llegara el día, pero eso no mitigaba la adrenalina que corría por las venas masculinas. La mezcla de «polvo de afrodita» y lujuria torturaba su grueso miembro llenándolo de sangre, y sus testículos latían con fuerza contra sus muslos. Habían pasado seis años desde la última vez que había poseído a su esposa, desde que había disfrutado de la calidez y suavidad que siempre hallaba al introducirse en ella. Desde que la había devorado y lamido de los pies a la cabeza, desde que había oído los gritos de su esposa pidiéndole más. Todo lo que sentía ahora era deseo. Un deseo voraz que le impulsaba a estrecharla contra sí y reclamar sus labios. Inclinándose sobre ellos, le metió la lengua en la boca y saboreó aquel dulce y delicado sabor a pasión femenina y a vino. Quería derramar ese mismo vino sobre el cuerpo de Lali y lamerlo. Quería observar cómo el líquido se deslizaba por los pliegues femeninos y enterrar los labios entre sus muslos para beberlo. Quería emborracharse de ella, de lujuria, de necesidad y de un placer que jamás había podido olvidar. Del que nunca había podido escapar.
 —Dios, qué bien sabes —gimió él mordisqueándole los labios mientras Lali echaba la cabeza hacia atrás y lo agarraba por la nuca, hundiendo los dedos en su cabello. Oh, sabía lo que ella quería. Una dura sonrisa curvó los labios de Peter cuando, al alzarla entre sus brazos, le rozó el cuello con la barba y la sintió estremecerse. Sin previo aviso, Peter la sentó sobre la encimera y se colocó entre sus muslos. La delgada tela de los pantalones cortos de la joven no servía para protegerla de la dura longitud de su erección, cubierta por los vaqueros. Se meció contra ella, jurando que podía sentir el calor y la humedad de Lali, recordando lo estrecha y prieta que era y cómo temblaba cuando la penetraba. Los gemidos de la joven incrementaron las llamas del fuego que ardía dentro de él. Le lamió el cuello con la lengua, la acarició con la aspereza de su barba y sintió cómo ella se apretaba contra él. Ahora no los detendría ningún sheriff. Deslizó las manos por su camiseta y se percató de que Lali no llevaba puesto el sujetador. Sus hermosos pechos estaban libres y sus pezones duros y calientes. Quería saborearlos. Necesitaba saborearlos. Lali gimió, gritó ante las sensaciones que le recorrían el cuerpo. Eran peligrosas, carnales, y tan intensas que no podía pensar, que no quería pensar. El roce de la barba de Peter representaba para ella un placer oscuro y decadente, y su beso era como el vino más fuerte. Peter le hacía perder la cabeza, conseguía que se le nublaran los sentidos y que el corazón le martilleara con fuerza en el pecho. Necesitaba más. Necesitaba sus caricias. Cuando las manos masculinas se deslizaron bajo la camiseta, ella se apretó contra él, suplicando en silencio que aquellas palmas encallecidas le acariciaran los pezones, porque en ese momento lo necesitaba más de lo que nunca había necesitado nada. Más que cualquier otra cosa en el mundo. El deseo que ahora sentía por ese hombre era intenso y turbador; se le había clavado profundamente en las entrañas. Deseaba a Peter  más de lo que podía recordar haber deseado a su marido. El miedo la invadió. La sorpresa. La furia. Una furia dirigida hacia sí misma y hacia él. Lali reunió todas sus fuerzas para apartarse de él y obligarlo a soltarla, para saltar de la encimera y poner distancia entre ellos. 
—Esto es lo que no debería hacer. —Dio un paso atrás—. Esto es exactamente lo que no necesito. Ahora, por favor, aléjate de mí. Vete antes que de termine haciendo algo de lo que los dos nos acabemos arrepintiendo. Peter la miró durante un buen rato. Podía poseerla con facilidad. Podía tocarla, abrazarla, aliviar parte del dolor que veía en sus ojos. Y quería hacerlo. Lo necesitaba. Que Dios le ayudara, ¿qué le había hecho a su esposa? Ahí estaba, delante de él, mirándolo como si fuera su destrucción en vez de un hombre al que deseaba y ansiaba. Peter podía ver la culpa que la invadía. Culpa de que otro hombre pudiera conseguir que respondiera, de que otro hombre pudiera tocarla como sólo él, su marido, había hecho. Y a eso tenía que añadir aquellos malditos celos. Había partes de Thiago que no habían muerto como él había pensado. El hombre que era Peter, más oscuro, más dominante y arrogante, odiaba al hombre que había sido Thiago. Porque era a Thiago a quien ella quería. Pero era Peter quien estaba vivo y hambriento de ella. 
—Te veré mañana en el taller —le dijo finalmente, apartando de la cabeza aquellos pensamientos mientras se daba la vuelta y salía de la casa. Torturado, así era cómo se sentía. Con una palpitante y dolorosa erección y el pulso de la lujuria ardiendo como fuego líquido en sus venas.

A la mañana siguiente, Lali se arrastró fuera de la cama y caminó dando traspiés hacia la ducha. Para cuando terminó de ducharse y se dirigió a la cocina, el café ya estaba hecho gracias al temporizador de la cafetera. Se preguntó si lograría despejarse lo suficiente para llegar a tiempo al lugar donde había quedado con sus amigas, Sienna Grayson, la esposa del sheriff, y Kira Richards. Ian Richards había sido el mejor amigo de Thiago. Su boda con la famosa Kira Porter, hacía ya algunos años, había sido toda una sorpresa en la pequeña comunidad. Y todavía era más sorprendente el que regresaran cada verano a la casa de Alpine en la que Ian había vivido con su madre. Eran amigas desde hacía mucho tiempo; sin embargo, sólo durante el último año se había reunido con ellas para desayunar. A Sienna no le gustaba madrugar. Esa mañana, Lali la comprendía bien. Se sentía destrozada por los sueños que la habían atormentado durante la noche anterior. Las acusaciones de Duncan, los feroces ojos azules de Thiago clavados en los suyos con amor y dolor, y Peter, que había alargado la mano hacia ella, y que extrañamente tenía los mismos ojos de Thiago, la misma voz. Esos sueños habían sido más vividos, más aterradores, que cualquier otro sueño que hubiera tenido antes. O quizá sólo se lo había parecido porque llevaba algún tiempo sin tenerlos. Aparcó el coche delante de la casa de los Richards y vislumbró el Jeep de color marrón claro de Ian aparcado en el camino de entrada. Los Richards vivían en un rancho de una sola planta al lado del parque nacional. Rodeado de acantilados y pinos, poseía la belleza inhóspita y desolada característica de esa zona que siempre lograba robarle el aliento. Sienna aparcó detrás de ella.
 —Debería ser ilegal levantarse tan temprano, Lali —comentó su amiga cuando se bajaron de los coches—. Tendría que decirle a Rick que te arrestara. 
Lali miró a su amiga detenidamente. A pesar de su perfecto maquillaje, Sienna tenía oscuras ojeras bajo sus ojos verde lima y arrugas de preocupación en la frente. 
—Tengo que trabajar esta tarde —le recordó Lali—. Sólo puedo escaparme por las mañanas. —Frunció el ceño mientras le daba un rápido abrazo a su amiga, percatándose de que había perdido peso en las últimas semanas—. ¿Te encuentras bien? 
—¿Yo? —Sienna esbozó una sonrisa cansada—. Estoy bien. Rick ha estado muy ocupado y ya sabes cómo se pone cuando no logra resolver un caso. Todas esas muertes en un periodo de tiempo tan corto le están volviendo loco. 
—La milicia Black Collar —gruñó Lali—. Son unos bastardos. Conocía a una de las chicas que mataron.
 —Era agente del FBI. —Sienna suspiró mientras se dirigían a la casa—. No me lo podía creer cuando lo leí en el periódico. Por supuesto, Rick conocía todos los detalles, pero no me dijo nada. 
Lali sabía que Sienna llevaba años discutiendo con Rick porque él se negaba a contarle nada sobre los casos en los que trabajaba, aunque estuviera cerca de solucionarlos, y que aquello provocaba tensiones en su relación. 
—No puede contártelo, Sienna —le recordó Lali con suavidad—. Igual que Thiago no podía contarme nada de sus misiones. 
—Sí, pero tú no tenías que vivir con Thiago cuando estaba en una de sus misiones — refunfuñó Sienna—. Algunas noches ni siquiera regresa a casa —añadió con tristeza—. Odio que haga eso.
Lali no sabía qué más podía decirle. Entendía el comportamiento de Rick. Aunque Lali había comprendido que Thiago era un SEAL, Sienna jamás había aceptado la dedicación de Rick a su trabajo como sheriff.
 —Rick ni siquiera me contó el problema que tuvo con tu nuevo mecánico —dijo Sienna con un mohín cuando ya estaban delante de la puerta—. He tenido que enterarme por los rumores que corren en el pueblo.
 Intentando controlar el rubor, Lali llamó a la puerta y entornó los ojos. 
—Y te aseguro que no se equivocaron con respecto a lo del chupetón. —Sienna la miró de reojo e intentó disimular su risa—. Ese hombre sí que sabe hacer bien las cosas.
 —Buenos días, chicas. —Kira escogió ese momento para abrir la puerta e invitarlas a pasar—. El desayuno estará listo en unos minutos. Sólo me queda acabar las tortitas y podremos empezar. —Se interrumpió y miró a Lali con los ojos muy abiertos al tiempo que esbozaba una sonrisa cómplice—. Vaya, Lali, lo que se oye por ahí es cierto. Ese nuevo mecánico te ha dejado un buen chupetón, ¿no es así? 
Lali miró a su amiga con los ojos entrecerrados. 
—No quiero hablar sobre el nuevo mecánico. 
—¿El nuevo mecánico? —dijo Ian, que apareció en ese momento en la estancia—. Lali, ¿podrías decirle que luego voy a llevarle el Jeep? —Se detuvo, observó las marcas de la barbilla y el cuello de Lali, y miró a Kira arqueando las cejas. Su esposa sonrió con satisfacción. —El nuevo mecánico. Genial. 
—¿Es que acaso nunca habéis visto un chupetón?
 —Pero, ¿te has mirado al espejo? —Sienna se rió, aunque el sonido pareció forzado—. ¿O estás haciendo lo de costumbre e ignoras lo que no quieres ver? 
Lali se volvió hacia ella con los labios apretados.
 —¿Qué quieres decir? 
—Quiero decir que no sólo tienes un chupetón —se mofó Sienna—. Cariño, tu mecánico te hizo el chupetón del siglo, y lo hizo a conciencia. —Extendió la mano y tocó la marca bajo la barbilla de Lali, negando con la cabeza
—. Ojalá todas fuéramos igual de afortunadas.

 Lali  llegó al taller a media mañana y observó que había más de media docena de vehículos esperando a ser arreglados. Toby se había hecho cargo del surtidor de gasolina y varios estudiantes universitarios esperaban su turno en la tienda de suministros de la gasolinera. Rory se estaba encargando de la caja registradora en el taller cuando Lali entró en la oficina y cerró la puerta a sus espaldas. Se dirigió hacia la cafetera y, justo en ese instante, la puerta que comunicaba con el taller se abrió dando paso a Petrr. De inmediato, se sintió atraída por sus ojos. Siempre se sentía atraída por ellos. 
—Llegas tarde. ¿Va todo bien? —Peter cerró la puerta tras de sí. 
—He pasado más tiempo del que debiera desayunando con unas amigas. —Lali se encogió de hombros, se sirvió un café y fue hasta el escritorio. Casi sin darse cuenta, se ciñó la camisa que llevaba puesta. Había sido de Thiago. Estaba manchada de aceite, e imaginó que podía oler a él, aunque sabía que hacía mucho tiempo que el olor había desaparecido. Era una camisa cómoda y también una advertencia para los demás hombres. Ese día, necesitaba algo que detuviera a Peter, y rezaba para que eso funcionara. Observó cómo los ojos masculinos leían el monograma del bolsillo. El nombre de Thiago estaba bordado en él. Cuando su mirada se encontró con la de ella, Lali  pudo percibir un indicio de cólera. 
—¿Aún sigues aferrándote a él? —le preguntó suavemente con la voz más áspera de lo normal.
-Siempre. —Que pensara lo que quisiera. Había perdido las esperanzas de que Thiago volviera a casa tres años antes, pero no había olvidado lo que habían compartido. No importaba lo mucho que lo intentara.
. —Ya han pasado seis años. —Peter se sirvió un café y se sentó en la esquina del escritorio—. Demasiado tiempo para ser un frígida viuda, ¿no crees?
 —Duncan me lo dejó bastante claro anoche —le recordó—. No hace falta que me repitas el mensaje. 
Peter vio el dolor que se reflejó en los ojos de Lali y se enfureció. Era muy consciente de que se enfrentaba a unos recuerdos que él mismo compartía y eso le molestaba más de lo que quería admitir. No había esperado que ella se hiciera eso. Paralizar su vida de manera que nadie más pudiera tocarla, abrazarla. Como si fuera un animal malherido, ella se había refugiado en una madriguera para lamerse las heridas, pero éstas seguían abiertas y sangrantes. No podía culparla por ello. Él había hecho lo mismo. Se había cerrado a todo, concentrándose en el presente y en las batallas de la vida diaria. Había sido así hasta que regresó a casa y comprendió que nada era cómo él había pensado que sería. 
—Creo que necesitas vivir un poco. —Jamás había pretendido que ella estuviera sola si a él le ocurría algo. Pero, al igual que él, Lali había continuado aferrada a aquel vínculo que existía entre ellos. Peter había intentado romperlo, pero jamás lo había logrado. 
—Y yo creo que eso no es asunto tuyo. No le conociste y tampoco me conoces a mí. 
Peter gruñó al oír aquellas palabras. Bebió su café y miró fijamente la cabeza de Lali  inclinada sobre el libro de contabilidad. El había pasado por eso varias veces, intentando crear un orden perfecto. Una vez que ella había decidido salir de su estupor, se había concentrado en sacar el taller adelante. Y lo había conseguido porque, según Rory, se había negado a dormir y vivía prácticamente en el taller.
 —No necesito conocerlo —replicó Peter, apoyando el café en la rodilla sin dejar de observarla—. He tenido más que suficiente de él durante todo el tiempo que llevo aquí. Cada una de las personas que he conocido quería a ese «irlandés». —Casi escupió la palabra.
 Estaba tan celoso de sí mismo que apenas podía soportarlo. ¿Cuándo demonios habían decidido los habitantes de ese pueblo que Thiago había sido un gran hombre y que ningún otro podía comparársele? 
—Thiago tenía montones de amigos. —Ella se encogió de hombros, pasando los dedos por el borde del libro de contabilidad con expresión tensa.
 —Amigos que dejan que su viuda sufra —le recordó él—. ¿Qué sucedió, Lali? ¿Quién hizo que te dieras cuenta finalmente de que el taller estaba teniendo tantas pérdidas? Según Rory, estuviste encerrada en la casa de la colina y ni siquiera abriste la puerta durante días. ¿Cuándo te diste cuenta de que los Bedolla  estaban intentando destruirte?
 Ella apretó los labios. 
—Oh, sí, el viejo Thiago, el amado Thiago —se burló Peter—. Tan bueno, que su viuda se sintió abandonada y casi lo perdió todo mientras se encerraba en el dolor. ¿Qué demonios sucedió, Lali?
 —Te repito que eso no es asunto tuyo. —Pero su voz sonó más tensa, más afligida y su dolor desgarró las entrañas de Peter. Sabía lo que había sucedido. Su familia se había vuelto contra ella. Se rumoreaba que Mike Conrad le había ofrecido ayuda a cambio de ser su amante. Peter había tenido que contener su furia al saber aquello. Una vez que los Bedolla y el banco se habían vuelto contra ella, era difícil que alguien hubiera estado dispuesto a ayudarla. Sólo el hecho de que Thiago hubiera tenido amigos que no habían dejado de ir al taller, la había salvado de la ruina. Pero eran amigos que no tenían demasiado poder, y muchos de ellos también lo eran de Grant Bedolla o de Mike Conrad, por lo que su ayuda no había sido suficiente.
Sabía qué era lo que había querido Mike Conrad de Lali. El taller era el lugar perfecto para blanquear dinero y para que los miembros de la milicia se reunieran. Con el apartamento arriba, la fama del taller, y la buena reputación de Thiago, hubiera funcionado. El sheriff y su esposa habían permanecido fieles a Lali, aunque se rumoreaba que los amigos de Mike Conrad en el consejo municipal presionaban al sheriff para que escogiera un bando: el de Mike o el de Lali. Peter conocía a Rick Grayson, y si no formaba parte de la MBC, cuanto menos levantaba sospechas. Por suerte, el programa que Peter había instalado en el portátil de Mike les proporcionaría las pruebas que necesitaban para derrotar a aquel bastardo. A él y a sus amigos. El alcalde, uno de los amigos de la infancia de Grant Bedolla, había anulado la licencia del taller de manera ilegal, y Rory estaba asesorándose con un abogado de Odessa para demandarlo. Lo que le habían hecho a Lali era inaceptable y él no pensaba tolerarlo más. Los rumores y las habladurías que llenaban la vida pueblerina estaban allí para cualquiera que quisiera escucharlos. Y Peter había escuchado a cada uno de los clientes lo suficientemente curiosos y dispuestos a hablar con el hombre al que habían apodado «el irlandés». Había prestado atención y entre las murmuraciones había descubierto la verdad, una verdad que sólo había conseguido enfurecerlo aún más. 
—Sí que es asunto mío —afirmó Peter finalmente. La batalla que se avecinaba hubiera sido divertida si no hubiera tenido que librarla con su propia esposa. Tener que robar del corazón de Lali su propio recuerdo iba a ser un verdadero infierno.
 Observó cómo la joven levantaba la vista para mirarlo fijamente, y sintió cómo sus testículos se tensaban en respuesta. Sólo había visto esa mirada una vez en los dos años que habían vivido juntos. Lali separó los labios justo en el momento en el que la puerta que comunicaba la oficina con la tienda de suministros se abría para dar paso a Rory. La mirada de Peter se clavó en él, exigiéndole que se marchara, pero su hermano le respondió con una sonrisa y luego desvió la mirada al cuello de Lali. Ella ya comenzaba a estar harta. Menuda sorpresa, un hombre le había hecho un chupetón en el cuello. ¿Acaso nadie creía que era lo suficientemente mujer como para despertar la pasión de un hombre? Curvó los labios con ira antes de ponerse en pie, rodear el escritorio y salir dando un portazo. 
—Eres un maldito estúpido —masculló Rory mientras Peter miraba la puerta por la que ella había salido. Peter se giró hacia él. 
—Será mejor que te ocupes de ese contrato que llevas evitando todo el día. El nuevo mecánico vendrá mañana.- Rory hizo una mueca.
 —Genial, primero la cabreas y luego me envías a mí para que se descargue conmigo.
 —Hazlo —gruñó antes de ponerse en pie y dirigirse a la puerta del taller—. Y mantente alejado de mí durante un rato. 
Abrió la puerta y encontró a Lali junto al mostrador de los mecánicos, revisando la üsta de turnos. La joven frunció el ceño y luego miró en dirección al mecánico que Rory estaba a punto de despedir. Antes de que ella pudiera nada, Peter le arrancó el portapapeles de la mano, lo arrojó sobre la mesa y la arrastró de vuelta a la oficina.
 —¡Has perdido el juicio! —le gritó ella cuando la puerta se cerró tras ellos—. ¿Por qué no aparece el nombre de Timmy en la lista de turnos? Está allí, con las manos metidas en los bolsillos sin hacer nada, y quiero saber por qué. 
—Rory ha tomado cartas en el asunto —le explicó, optando por el camino más fácil—. Lo ha despedido. 
Lali entrecerró los ojos.
-Ha sido decisión de Rory o tuya? —La dulce furia sureña asomaba en su voz. Peter cruzó los brazos sobre el pecho y la retó con la mirada. 
—Rory comprendió que no hacía bien su trabajo y tomó una decisión. —Más o menos.
 —Ni hablar —rugió la joven con la cara pegada a la de Peter. Tenía los ojos grises casi negros por la ira, las mejillas enrojecidas y los puños apretados con fuerza a los costados—. Es mi taller. Mis empleados. Mis decisiones. Apretaba la mandíbula con tanta fuerza que Peter temió que se le desencajara. Sus labios, que formaban una línea tensa, se movieron, y él pudo observar la furia que ardía en su interior. Furia y deseo. El mismo deseo que consumía sus entrañas, y que encendió una chispa en la oscuridad que él intentaba mantener bajo control, en el ansia voraz que luchaba por no revelarle con tanta rapidez.
 —Rory jamás ha hecho nada sin preguntarme primero —siguió Lali—. Ha sido cosa tuya.- Peter se encogió de hombros.
 —Sólo se lo sugerí. 
—¡Bastardo! 
—Insúltame otra vez, Lali, y lo lamentarás —le advirtió. Ella jamás lo había insultado durante su matrimonio. Y rara vez había maldecido.
 —Eres un inadaptado y un maldito arrogante —le espetó sin medir las consecuencias. Aquello fue todo lo que Petervnecesitó para estallar. Sin darle tiempo a reaccionar, inclinó el hombro, la cargó sobre él, y se giró hacia la escalera que llevaba al apartamento, ignorando en todo momento los pequeños puños que le golpeaban la espalda, los gritos de furia, los intentos de Lali por liberarse. Su esposa no maldecía. Jamás había maldecido. Le había dirigido esa mirada recriminatoria de joven sureña cada vez que él lo hacía, preguntándole si quería que sus futuros hijos oyeran aquella sucia palabra de su boca. Casi había conseguido que él no dijera palabrotas durante dos años. Pero ahora, si ella quería decir palabrotas, iba a tener que lidiar con las consecuencias, porque eso le había puesto más caliente. Se preguntó qué otras cosas diría si usaba la persuasión adecuada. Cerró la puerta del apartamento de un golpe y luego la dejó en el suelo. Le atrapó los puños con los que pretendía golpearle la cara y le lanzó una mirada feroz.
 —¡Ya basta! -Algo brilló en la mirada de Lali, quizá una chispa de temor cuando él le soltó las muñecas y se apartó de ella. 
—No vas a despedir a Timmy —le espetó la joven mientras se ceñía aquella maldita camisa como si fuera un escudo. 
—Rory despedirá a Timmy y tú volverás a la oficina que es donde perteneces —gruñó Peter, observando el dolor repentino y abrumador que atravesó el rostro de Lali. 
—No, no lo haré. —Cuadró los hombros, alzó el mentón en actitud desafiante y lo miró con rabia—. Ni tú ni Rory podréis obligarme, Peter. Antes le prendo fuego al taller que permitir que me saques de él.
 La expresión de Lali era desafiante y furiosa, muy parecida a la que tenía la noche que él intentó obligarla a quedarse en casa en vez de salir con sus amigas. 
Peter le devolvió la mirada con el ceño fruncido. 
—Maldita sea,Lali, te estás matando ahí fuera. Es un trabajo duro y condenadamente sucio. No tiene sentido que trabajes así. Podrías irte a un Spa. Hacerte la manicura. ¿Acaso no te gustaría?

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