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domingo, 16 de septiembre de 2012

CAPITULO 17

Se estremeció y se apretó las manos contra el estómago. Aquel hombre no era su marido, porque su marido jamás se habría mantenido alejado de ella durante seis años. No la habría dejado sola llorando por él. De ninguna manera. Peter era un agente que se parecía a Thiago en algunos momentos, se dijo a sí misma. Puede que incluso hubieran tenido el mismo entrenamiento. ¿Qué estaría haciendo en Alpine? Quizás estuviera allí por la milicia. Corrían rumores de que la milicia Black Collar estaba detrás de las cacerías de inmigrantes en el parque nacional. Hacía años que existían esos rumores. Tenía que ser por eso o por drogas. Y no había drogas en su taller, de eso estaba segura. Se frotó las manos antes de pasárselas por la cara, y se dio cuenta de que sus mejillas todavía estaban húmedas por las lágrimas. Fue a la cocina para coger un paño del cajón y, cuando lo sacó, notó algo extraño, un pequeño bulto en el medio. Apartó los demás paños y, para su sorpresa, encontró un arma. Una Glock. Conocía la marca y el modelo. Era el mismo tipo de arma que había usado su marido. Y además, Peter la guardaba en el mismo sitio. ¿Por qué? ¿Acaso tenían una maldita norma sobre dónde guardar las armas? Thiago jamás se había dado cuenta de que ella sabía exactamente dónde ocultaba sus armas durante los dos años que vivieron juntos. Lali nunca le dijo nada, pero siempre había sabido en qué lugar encontrarlas, tanto en la casa como en el apartamento. Cerró el cajón lentamente, se movió hacia el fregadero y humedeció el paño con agua fría. No iba a registrar el apartamento. Todavía no. Antes tenía que intentar calmarse. Pero podía sentir cómo el pánico la invadía, lenta e insidiosamente. ¿Quién era el hombre que estaba herido en el dormitorio? ¿Había conocido a Thiago? ¿La estaba investigando? ¿Sería por eso por lo que Peter había empezado a trabajar en su taller y había invadido su vida? ¿Formaría ella parte de aquella investigación? ¿O sólo el taller? Se puso el paño sobre la cara y contuvo el deseo de huir, de ocultarse. Sólo lo había hecho una vez en su vida, durante aquellos tres primeros años infernales, cuando las pesadillas y el dolor inundaban cada parte de su alma. Una vez que logró recuperarse lo suficiente para seguir viviendo, abandonó su refugio y luchó para seguir adelante. ¿Para qué? ¿Para que otro hombre, otro adicto a la adrenalina, tomara el control de su vida y la destruyera? El sonido de coches aparcando detrás del taller hizo que levantara la cabeza de golpe. Estaba camino del dormitorio cuando Nik salió, la cogió del brazo y la arrastró de vuelta a la salita. 
—¡Quédate ahí! —le ordenó con la cara y el cuerpo tensos mientras se acercaba a la puerta y la abría.
Lali dio un paso atrás y observó a los dos hombres que entraron. No sabía sus nombres, pero recordaba haberlos visto en la gasolinera. Los reconoció a pesar de que sus duras e inescrutables miradas transformaban sus rostros por completo. Poco después, llegaron Ian Richards y su esposa, Kira. Lali casi se rió. La histeria amenazaba con inundarla cuando se cruzó con la mirada compasiva y llena de pesar de su amiga. Maldición. Los Richards estaban involucrados en todo lo que estaba pasando, y Lali quería saber por qué. Esa vez no estaba siendo tan duro. 
Peter se agarró a las correas que Nik había atado a los postes del cabecero de la cama, apretó los dientes y resistió mientras Micah le suturaba las heridas. Podía sentir la sangre fluyendo con fuerza por su cuerpo y engrosando su miembro. Maldito «polvo de afrodita» y maldito también Diego Fuentes. Aquel bastardo estaba todavía vivo y sonriente, protegido por el servicio de protección de testigos, mientras Peter luchaba con sudor y sangre por recuperar la cordura. Los médicos le habían advertido que los efectos de la droga en su cuerpo habían sido tales que jamás se libraría por completo de ellos. Habría secuelas. En especial tras una dura oleada de adrenalina como la que había sufrido la noche anterior. La fiebre también empeoraba su estado. Las cuchilladas habían sido más profundas de lo que él había querido admitir, y las heridas se habían vuelto a abrir y a sangrar. Tenía que calmar la creciente lujuria que inundaba su cuerpo. No quería que Lali  lo viera así. Como un animal, pendiente sólo del sexo. Sexo duro, rápido y salvaje. La noche anterior había tomado todos los antibióticos, analgésicos e inhibidores de deseo que los médicos del ejército le habían recetado, pero nada había funcionado.
 —No deberíais haber venido —le dijo al antiguo agente del Mossad. Todos estaban ahora muertos para el mundo. Todos eran ahora jodidos hombres muertos. 
—Son órdenes de Jordán —le explicó Micah en voz baja—. Vinimos en el coche de Travis. No hay nadie vigilando el taller. Travis se ha asegurado de ello. ¿Te has inyectado algo? 
Peter asintió con la cabeza. 
—Anoche. Pero no sirvió de mucho.
. —Necesitarás una dosis mayor. Ian recibirá más medicamentos pronto. Enviaron el nuevo cargamento anoche.
. —Deberías marcharte —le espetó Peter—. No confío en los mecánicos. Y además, Lali  va a hacer muchas preguntas.
 —Jordán llamó a tu hermano antes de venir y le ordenó que vigilara a los mecánicos y que no dejara salir al chico del taller. En cuanto a la señora Bedolla... deberías haberle informado sobre esta operación desde el principio. Va a hacer que pagues por tu obstinación, no lo dudes. Pero ahora deja de preocuparte. Pareces mi madre.
. —Que te den por culo.
 —No me va, tío —gruñó—. Me gustan las pieles suaves, no esa especie de cuero que tú tienes. 
—Imbécil. —La risa de Peter se convirtió en tos.
. —Bueno, ¿acaso no lo somos todos? —Micah sonrió ampliamente, imitando el acento arrastrado de Tejas. Peter  dejó caer la cabeza en la almohada al sentir que la lujuria amenazaba con hacerle explotar allí mismo. Juraría que podía oler el aroma de Lali y lo único que quería era volver a enterrarse en su cuerpo. La fiebre y la adrenalina eran una mezcla explosiva. Había pensado que tendría tiempo de reponer las inyecciones cada vez que le herían, pero, evidentemente, se había equivocado.
. —Ian tiene tus medicinas, Peter —le dijo Micah con suavidad—. No podemos darte nada para el dolor hasta que te las tomes o tu estado empeorará. Pero los médicos han enviado algo nuevo, algo que creen que te servirá para el dolor y para... lo otro. 
Peter negó con la cabeza.
-No quiero más drogas. —Se iría, se escaparía a cualquier otro lugar hasta pudiera controlar su cuerpo de nuevo. Llevaba demasiados años luchando y había aprendido a pasar inadvertido, aunque, al parecer, no lo había hecho muy bien la noche anterior. 
—Tenemos que hacer algo con la fiebre, Peter —le advirtió Micah con los ojos oscuros y preocupados—. Tenemos mezclas de antibiótico y analgésico. Lo mismo que utilizaste cuando recibiste ese balazo hace tres meses. Entonces te alivió. ¿Por qué no le das una oportunidad?
 Nada podría aliviarle en aquella ocasión. Algunas veces, la medicación que los médicos le proporcionaban le ayudaba a conservar la cordura, sin embargo, no aliviaba la necesidad, la ardiente e imperiosa lujuria que sentía por una mujer. No cualquier mujer. Sólo la suya; su esposa. Parpadeó ante el sudor que le cubría los ojos y soltó las correas, intentando conservar la cordura. Lo había conseguido con una voluntad de hierro en los meses posteriores a su rescate. Había luchado hasta la extenuación contra aquella lujuria salvaje y furiosa que había inundado su cuerpo como una plaga. Todo lo que necesitaba era a Lali. Sólo lograría sobrevivir con su ayuda. Lo único que tenía que hacer era permitir que su dulce esposa lo envolviera de nuevo en su magia. Soltó un gemido entrecortado al pensar en ella. Tan estrecha y caliente, tan ceñida en torno a su miembro, succionándolo y aceptando todo lo que él le daba. 
—Ya está aquí Ian. —Nik se apartó de la puerta y volvió a la salita junto a Lali. Unos celos asesinos invadieron a Peter. Siempre había tenido que luchar contra los celos. Lali  jamás lo había sabido, ya que nunca se había mostrado celoso delante de ella, pero había tenido que contenerse cada vez que otro hombre se había acercado a su esposa demasiado. Y ahora Nik estaba en otra habitación con ella. Grande, rubio, y, sin duda, mucho más gentil. Peter dudaba que el ruso la poseyera sin preliminares, o que la sentara en una mesa mientras se desangraba sin importarle nada excepto hundir la cara entre sus muslos.
 —No te muevas, Peter. —Micah lo obligó a tumbarse en la cama cuando se incorporó de golpe—. Haz que se abran mis puntos y te dejaré fuera de combate yo mismo. 
Peter soltó un gruñido de risa. Había sido Micah quien le había ayudado cuando los médicos se habían negado a darle más analgésicos y él luchaba por no desmayarse de dolor. Su amigo se había acercado a su cama en el hospital y después sólo había habido oscuridad. Una oscuridad sin dolor. Pero no podía permitirse el lujo de perder el conocimiento ahora. La vida de su esposa estaba en juego. Si habían atentando contra Toby, también podrían hacerlo contra Lali. Era sólo cuestión de tiempo. Dios, debería haberla sacado de aquel infierno. 
—¿Qué estás haciendo? —Ian entró en la habitación. Tenía la voz ronca, casi tanto como la del hombre que le observaba desde la cama. Peter lo miró fijamente a los ojos. Cuando tenían diez años, había oído los gritos de Ian en el desierto que rodeaba el rancho de su padre. Desesperado, consiguió sacar a Grant de la cama y le hostigó hasta conseguir que lo acompañara en su angustiosa búsqueda. Siguieron los furiosos gritos de Ian y lo encontraron acunando a su madre moribunda. Cuando llegaron hasta él, tenía la voz quebrada. Habían sido amigos desde esa noche y su amistad nunca se había roto. Ni siquiera después de que Peter descubriera que Diego Fuentes era el padre de Ian. Ni siquiera después de que Fuentes casi destruyera a Peter. 
—No tienes buen aspecto —dijo Ian acercándose a la cama con los ojos oscurecidos por el dolor y el pesar. —Debería haber matado a ese bastardo cuando tuve la oportunidad. Lo siento, amigo. Fuentes debería haber muerto. —Iré a por él en cuanto esos bastardos de Seguridad Nacional levanten la prohibición. — Peter gruñó y respiró hondo antes de mirar a Ian con cólera—. Sacad a Lali de aquí. Que Jordán se la lleve al bunker. Que la proteja hasta que todo esto haya terminado. 
Podía olería, como lluvia cálida y dulce.
Esta vez es peor —le dijo Micah a Ian—. ¿Te han dado algo los médicos? 
—Esto. —Le lanzó a Micah la pequeña bolsa de cuero negra que llevaba y se volvió a Peter para decirle 
—: Tu esposa no es estúpida, Peter. Lo sabes. Tanto ella como Rory necesitan que les expliques parte de la misión. De todas formas, es probable que Lali ya haya descubierto por su cuenta que eres algún tipo de agente.
 —Odio todo esto. —Peter se incorporó en la cama ignorando la advertencia de su amigo, y lanzó una mirada airada a los dos hombres cuando Micah le clavó una jeringuilla en el hombro. 
—Vamos, Peter, la última vez te fue bien —le recordó Ian con brusquedad. 
—No. Crees que me fue bien porque no me oíste gritar — gruñó—. Pero yo sí que oí mis propios gritos en la cabeza. 
—¿Quieres que Lali te oiga gritar? —le preguntó entonces Micah. Peter negó con la cabeza. 
—Es la única razón por la que dejo que me inyectes esa mierda. 
Se recostó en la cama y observó cómo Micah le clavaba una segunda jeringuilla. 
—Te voy a romper los dedos. Así no podrás volver a inyectarme más mierda de esa. 
Micah le brindó una amplia sonrisa. Era lo normal. Se maldecían, se insultaban los unos a los otros y se amenazaban con aniquilarse mutuamente todos los días. Era lo que les mantenía vivos. 
—Sigue así y te meteré tanta mierda de ésta que la droga de Fuentes parecerá un juego de niños en comparación. ¿Quieres? 
Peter asintió ligeramente con la cabeza, se lamió los labios resecos y suspiró. —Eres un bastardo.
 —No puedo llevarme a Lali al bunker —dijo entonces Ian—. Sabes que no podemos hacerlo. 
Peter cerró los ojos. Dios, quería que ella estuviera a salvo. Que estuviera lejos de toda aquella locura, lejos del peligro que él había traído a su vida. No sabía si podría responder a las preguntas que sabía que le haría. ¿En qué había estado pensando? Jamás debería haber aceptado esa misión. Hubiera sido mucho mejor irse a Siberia.
 —Hemos seguido al coche que intentó atropellar a Toby. —Ian se sentó junto a la cama—-. Algunos de los mecánicos creen haberlo visto anoche, cerca del bar. Supongo que es de alguno de los hijos de perra que te atacaron. 
Peter asintió con la cabeza. 
—Sí, son unos estúpidos hijos de perra. Pensaron que podrían cortarme en pedazos y enviarme al infierno. Lo de Toby ha sido sólo un aviso de que van a ir a por mis amigos. 
—Bueno, en realidad, sí que te cortaron en pedazos —bufó Micah—. Ya te he suturado y vendado, soldadito, así que estás listo para jugar con todos esos niños malos otra vez. —
-Que te den por culo, bastardo —dijo Peter. —
-Se te ha olvidado que prefiero a las mujeres —se rió Micah. 
—¿Acaso no va eso contra tu maldita religión? No tienes que estar casado antes o algo así? —le espetó Peter. En general, ese tipo de improperios era como un juego. Una manera de aliviar la tensión. De distraer la mente del dolor, aunque no funcionara en el caso de Peter. 
—¿De qué religión hablas? —dijo Micah poniendo los ojos en blanco—. Desde que conocí yuhoo, todas mis creencias se han ido al diablo.
 —Yahoo —le corrigió Ian, sin dejar de mirar a su amigo. Peter respiraba lentamente, pero podía oler a Lali en cada inspiración. Podía sentir cómo la sangre hacía palpitar su miembro, cómo el deseo lo atravesaba de nuevo, tan salvaje como la primera vez que Fuentes le había metido la aguja en el brazo. Se retorció sobre la cama, deseando poder deshacerse de aquellos malditos vaqueros que constreñían su erección. Demonios, necesitaba follar.Y ahora no era como hacía seis años cuando tomar a una mujer hubiera significado quebrantar los votos sagrados que le había hecho a su esposa. Ahora significaba poseer de nuevo a su esposa. Sentirla dulce y apretada en torno a él. Significaba amarla, acariciarla. Calmar el fuego que consumía su vientre y, probablemente, acabar sangrando como un cerdo encima de ella otra vez. Respiró hondo, sintiendo cómo la medicación comenzaba a surtir efecto. Odiaba todo aquello, aunque al menos le permitía pensar con claridad. 
—Demonios. —Respiró hondo otra vez y miró a Ian—. Llévate a Micah, a Travis y a Nik fuera de aquí. Pon a Travis tras el rastro de Mike Conrad. Quiero saber por qué me atacaron anoche y por qué intentaron atropellar hoy a Toby. Dile a Rory que Toby y él no abandonen la oficina, Nik puede vigilarlos sin que nadie se dé cuenta. Quiero a Micah cubriendo el taller y la casa. No les resultará extraño que Ian y Kira hayan venido aquí, o que Nik haya ayudado a subir al amante de su jefa. Pero cualquier otra cosa podría llamarles la atención. Que todos los demás se larguen de aquí cuando estén seguros de que nadie los ve.
 —¿Y Lali? —preguntó Ian.
. —Lali se queda aquí. —Era demasiado tarde para hacerla desaparecer y él sabía que la seguirían allá donde fuera. Donde quiera que la escondieran. Y el bunker no era el lugar adecuado para ella. 
—Peter, ahora mismo no puedes tomar ese tipo de decisiones —dijo Ian en voz baja—. Sabes dónde te llevará todo esto. Esas drogas no han aplacado tu lujuria, amigo. Te arden los ojos. Puede que la cirugía te los oscureciera, pero ahora mismo, brillan igual que antes de lo de Fuentes. 
—Aún conservo el control. —Estaba seguro de ello. Sabía muy bien lo que estaba haciendo—. No le haré daño. —Jamás la lastimaría. Antes se rebanaría la garganta—. Y los ojos perderán intensidad en cuanto la medicina haga efecto.
 —Vas a tener que darle explicaciones. Cuéntale lo que está ocurriendo —le exigió Ian con dureza—. O al menos dile en qué le afecta esta misión. Créeme, te estás engañando a ti mismo si piensas que no terminará por darse cuenta de todo lo que está pasando. No has visto cómo nos ha mirado a Kira y a mí cuando hemos llegado. Peter inspiró profundamente. Lali le mataría, pero también se encargaría de eso. Su esposa jamás sospecharía quién era él en realidad. Después de todo, su marido nunca le había gritado, ni la había hecho suya como un animal, ni la habría metido en medio de una misión peligrosa. 
—Vas a volver a abrirte los puntos y empezarás a sangrar de nuevo —gruñó Micah. Peter negó con la cabeza. 
—Largaos de aquí ya. Y que Nik baje al taller y vigile el lugar. No podemos permitirnos el lujo de tener a todo el equipo aquí. Tenemos que estar preparados para el próximo movimiento que hagan esos bastardos. Hasta entonces, no podremos descansar o jamás los atraparemos.
 —¿Y si le cuentas todo a Lali? —dijo Ian—. Si le dices quién eres, lo que te pasó, ¿qué ocurriría?

4 comentarios:

  1. DIOSS COMO AMO TU NOVELAA!!!

    MASSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSS! :)

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  2. Ni aún en las condiciones en las k se encuentra, deja d dar órdenes a todos ,ni d sentir deseo ,solo desea a Lali.La droga del tal Fuentes es fuerte ,desde luego k lo tiene al borde d la locura,siempre erecto .

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  3. Pobre Peter lo que le han hecho no tiene nombre, el sufre mucho y espero que le cuente a Lali aunque sea parte de la verdad.
    @Masi_ruth

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