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sábado, 1 de diciembre de 2012

Capítulo 28

Chiiiiicaas holaaaa cuanto tiempoo ¿cómo estáis todaaas? Bueno me quería disculpar por no haber subido en tanto tiempo, pero ya sabéis estudiar es lo primero, pero ya estoy aquí otra vez y ahora si voy a subir. Nada más chiquis gracias por leer . Un besazo a todas! Y gracias por vuestros comentarios!

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Lali le dio la espalda a la chimenea cuando oyó que Peter bajaba las escaleras. Sus ojos se encontraron un instante antes de que él deslizara la mirada a las fotografías que había tras ella.
De repente, su mirada se paró y la joven vio la sombría tristeza que titiló en los ojos masculinos durante un segundo.
—Fuiste una novia muy guapa —dijo él con suavidad, deteniéndose delante de ella con las piernas sólidamente plantadas y aquellos negros zahones de motorista enfatizando la pesada protuberancia en la bragueta de los vaqueros.
Dios, su gruesa erección amenazaba con romper los pantalones y Lali se moría de deseo. Lo deseaba como si hubieran pasado años desde la última vez que la había tocado en vez de sólo unos días.
—Thiago hacía que cualquier mujer pareciera hermosa a su lado —susurró la joven con tristeza—. La cámara lo adoraba.
—Y él te adoraba a ti. —No era una pregunta.
—Me amaba. —Sabía que lo había hecho—. Pero algunas veces me pregunto si me amaría ahora.
Peter ladeó la cabeza, observó las fotografías durante un instante y su expresión se suavizó mientras asentía lentamente.
—Lo haría. —Buscó la mirada de Lali de nuevo—. El hombre de esa foto sabía cómo amar. Cómo vivir. Se le ve en la cara. —Pero ya no lo hacía. No amaba y vivía para ese amor. Lali lo aceptaba. No le quedaba más remedio que hacerlo.
Dio un paso hacia él dejando traslucir todo el deseo que sentía, la necesidad que la había atormentado durante los últimos días. Peter había sido sincero con ella en el parque, le había abierto los ojos y le había mostrado a qué se enfrentaba ahora. No más sueños, ni más hermosos recuerdos del pasado.
Peter entrecerró los ojos cuando la joven dejó caer la cazadora al suelo.
—¿Una noche más? —le preguntó.
—Tantas como quieras darme —respondió él.
—¿Hasta que tengas que marcharte?
Peter se humedeció el labio inferior con la lengua y la joven sintió que la atravesaba una oleada de deseo.
—Hasta que tenga que irme —convino él.
Lali emitió una pequeña risa mezcla de amargura y provocación.
—¿Y quién dice que me va a importar que te vayas? —Avanzó lentamente hacia él, mirándole con los ojos entrecerrados—. ¿Sabes qué, Peter?
—¿Qué, Lali? —El modo en que arrastró las palabras puso sobre aviso a la joven del peligro que corría, pero no le importó.
Lali estaba haciendo algo que iba a provocar que la zurrase, y ella quería que lo hiciera.
Levantó el dedo y lo deslizó por su torso.
—Quizá sea mejor que te vayas.
—¿Qué quieres decir? —Por debajo del tono ronco y áspero de su voz había un indicio de aquel suave acento que ella siempre había amado.
Lali sonrió, se pasó la lengua por el labio superior y le lanzó una mirada juguetona.
—Sólo estaba pensando en voz alta. Has conseguido que comience a olvidarme de mi marido, así que sobreponerme a tu partida debería ser fácil. Tampoco es que hayas estado mucho tiempo por aquí, ¿verdad?
¿Se habían oscurecido los ojos de Peter? ¿Parecían más feroces?
—No me presiones, pequeña —le advirtió con suavidad.
Lali sonrió lenta y dulcemente antes de morderse el labio inferior y provocarle con la mirada.
—¿Acaso no quieres oír la verdad?
Peter la agarró de las caderas y una luz salvaje y hambrienta iluminó aquellos feroces ojos azules.
—Ésa no es la verdad —gruñó él.
Lali se puso de puntillas, le acarició el labio inferior con la lengua y luego se lo mordió. Con fuerza.
Él dio un respingo. Entrecerró los ojos y se lamió con la lengua aquella pequeña herida antes de estrecharla contra su cuerpo, presionando su erección contra el vientre de la joven.
—Pero te irás, Peter —siguió ella—. Como el viento. Igual que mi marido. —Miró de reojo las fotos.
La sonrisa cariñosa de Thiago se burlaba de ella en los marcos. Sus ojos azules, tan llenos de amor, tan suaves por el deseo, le mentían cada vez que los miraba.
Aquella era la parte más difícil de aceptar. La que le hacía desear no haber sabido nunca quién era Peter. Todo hubiera sido más fácil. No le habría amado con aquella profundidad y decirle adiós no le hubiera dolido tanto como le dolía ahora. Podría haber dejado que Peter se marchara sin una queja, porque le habría odiado por robar algo que pertenecía a su Thiago. Pero ¿cómo podía odiar al hombre que Thiago era ahora?
—Despídete de mí, Peter —le dijo—. Tienes toda la noche para hacerlo. Porque si tienes intención de salir de mi vida, éste puede ser un buen momento para que nos digamos adiós. No voy a llorar por otro hombre. Que me condenen si me convierto en un santuario viviente para otro.

Aquello lo excitó aún más.
Peter sentía cómo el impulso de dominar se hacía más fuerte ante el reto de Lali, ante su desafío, ante el hecho de que esa noche iba a ser su última noche.
Deslizó la mirada sobre su rostro, notando el leve temblor en el labio inferior que le recordaba que ella lo estaba presionando a propósito.
Aquellos suaves ojos grises estaban empañados por luces y sombras, y por las emociones que los desgarraban a ambos. Peter quería ser tierno. Quería que el último recuerdo de su mujer estuviera lleno de ternura. Pero no era ternura lo que ella quería. No era ternura lo que crecía en el interior de Peter.
 Peter vio el dolor en sus ojos y las lágrimas contenidas.
¿Qué le estaba haciendo a Lali? ¿Y a sí mismo?
 
Mi corazón palpita por el tuyo.
Mi alma vive por la tuya.
Mi cuerpo, mis manos, mis labios,
te aman sólo a ti.
 

La besó como un hombre que sabía que aquél sería el último beso que disfrutaría de los labios de la mujer que amaba. Que sería el último roce de sus lenguas, el último gemido de deseo, la última vez que disfrutaría de la suavidad de su cuerpo.

La cama de Lali volvía a oler a él. Cuando se despertó a la mañana siguiente, Peter la acunaba contra su cuerpo como si fuera una manta, y ella suspiró ante la certeza de que jamás dejaría de amarlo. Nunca. Y sólo Dios sabía qué ocurriría cuando terminara esa misión.
Le rozó el brazo con la mano sintiendo la aspereza del vello oscuro y por un momento se dejó llevar por el deseo que sentía por él.
Peter había sido salvaje. Apasionado. Tras tomarla en las escaleras, la había llevado de nuevo a la cama como si no pudiera tener suficiente de ella. Como si Lali no pudiera tener suficiente de él.
—Vuelve a dormirte —murmuró Peter a sus espaldas, y aquel tono, ronco por el sueño, le recordó los tiempos en que estaban casados.
—Pero ya estoy despierta —replicó con voz queda, casi en un susurro.
—Aún no es de día.
No, no lo era. Pero ella no quería desperdiciar ni un solo segundo de su tiempo con él.
—¿Alguna vez te has levantado para ver el amanecer? —Rodó sobre la espalda y lo miró a los ojos.
Las espesas pestañas le sombreaban las mejillas. Los pómulos de Peter no eran tan marcados como habían sido antaño y podía ver el lugar exacto donde se le había roto la nariz.
Dios, qué infierno debía haber soportado. Y había estado solo. ¿Cómo lo había resistido?
—A veces —dijo él entre dientes.
—Me encanta el amanecer. —Lali miró a la ventana. Daba al este y les permitía observar las primeras luces del alba—. Es cálido, incluso en invierno. Es como ver un nuevo comienzo. Una nueva razón para levantarse de la cama. Si el sol puede salir cada mañana, entonces hay una razón para la esperanza.

Peter abrió los ojos. Por una vez, su mirada no era feroz. Ni oscura. Lali apenas pudo contener un grito de sorpresa. Eran los ojos de Thiago. La mirada irlandesa. Como gemas titilando con amor y risa en su oscuro rostro.
—Eres muy rara —masculló antes de cerrar los ojos de nuevo y estrecharla más contra sí para apoyar la cabeza contra su cuello.
La joven le acarició el brazo que descansaba sobre su cintura y sonrió ante el gemido adormecido que él emitió antes de volver a abrir los ojos y mirar de reojo el reloj.
Peter se había demorado en despertarse tanto como pudo. Eran las seis. Dentro de dos horas se cursaría la orden de arresto contra Delbert Ransome. Tenía que estar preparado.
Se levantó de la cama y se la quedó mirando.
—Tengo que ir al apartamento.
Ella apartó la vista, apretó los labios y volvió a mirar hacia la ventana. Peter supo que le estaba haciendo daño otra vez. Y se le encogió el corazón al herirla de esa manera, haciéndole sentir que no era querida. Que no era amada. Cuando era todo lo contrario.
—Genial. Vete. —Le señaló la puerta con la mano—. Voy a ducharme.
Peter se inclinó sobre Lali manteniendo la sábana entre ellos y le acunó el rostro con las manos. La miró fijamente a los ojos, de aquel color gris suave, tan llenos de vulnerabilidad. Como si esperara algo más de él. Como si le suplicara que hiciera realidad un sueño imposible. El no podía cumplir los sueños de Lali, pero tampoco quería hacerle más daño. No podía permitirlo. Herirla lo destrozaba más que cuando pensó que moriría en aquella celda donde Fuentes le había confinado.
—Gatita. —Le mordisqueó los labios. Se los besó. Se permitió saborearlos sólo por un momento—. Si me quedo, jamás estaré listo a tiempo. Y tu seguridad es lo más importante para mí, pequeña. Más de lo que puedas imaginar.
Ella le sostuvo la mirada, más suave ahora, con una extraña sonrisa bailándole en los labios, y le rodeó los hombros con los brazos.
—¿Me echarías de menos si me ocurriera algo, Peter?
El sintió una punzada en las entrañas al pensar que pudiera su-cederle algo. Incluso un simple arañazo.
—Estallaría un infierno si algo te ocurriese, Lali —susurró mirándola fijamente, sintiendo que las emociones que había contenido durante tanto tiempo amenazaban con escapar a su control, y eso no podía consentirlo. No podía permitirlo—. Perdería la poca cordura que me queda, cariño. Y ni a ti ni a mí nos gustaría que pasase eso.
Enredó los dedos en el pelo de Lali mientras ella se movía sensualmente bajo su cuerpo, y no pudo evitar saborear sus labios otra vez. Unos labios dulces e hinchados por los besos que le había dado durante toda la noche. Que se fundían con los suyos y lo hacían arder de pasión. Unos labios que le recordaban la erección que le palpitaba entre las piernas.
—Dios, me dejas sin sentido. —Se apartó de ella, se pasó la mano por el pelo y recogió los calzoncillos y los vaqueros del suelo.
Se los puso mientras la joven se incorporaba en la cama y lo miraba con aquellos cálidos y somnolientos ojos grises. Se metió el miembro rebelde bajo los calzoncillos y los vaqueros, y se subió la cremallera lentamente observando la provocativa mirada de Lali.
—Me parece una vergüenza desaprovechar eso —comentó la joven levantándose de la cama y mostrando su desnudez con orgullo.
Peter sintió que se le secaba la boca al verla rodear la cama. La curva de su trasero lo tentaba. La piel desnuda de la unión entre sus muslos, aquellos pechos altos y orgullosos, y los pezones duros y enrojecidos. Maldición. Sentía tanta necesidad de follarla ahora como la primera vez que la había tomado.
—Me voy a la ducha —dijo Lali.
El gimió.
—Y yo al apartamento. Llámame antes de bajar, así podré vigilarte.
—Lo haré.
La joven cerró la puerta del baño y él se obligó a terminar de vestirse.

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