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jueves, 25 de octubre de 2012

CAPÍTULO 26

La joven se estremeció al escuchar aquello. Con los ojos cerrados y la cara enterrada en su torso, a Lali no le preocupaba que nadie viera el dolor que se reflejaba en su rostro, en sus ojos. El la ocultaba y la protegía. 
—No hay nada que echar de menos —respondió finalmente, obligándose a recordar que él iba a dejarla, que se alejaría de ella de nuevo. Peter le acarició la cabeza con la barbilla. 
—Te deseo, Lali. Quiero volver a esa enorme cama contigo. Quiero sentirte húmeda y caliente bajo mi cuerpo. 
—¿Por cuánto tiempo? —Ella sacudió la cabeza contra su pecho—¿Cuánto tiempo, Peter? ¿Una noche? ¿Dos? ¿Una semana? ¿Qué quieres de mí? ¿Qué te hace pensar que puedes entrar en mi vida como si nada, dormir en mi cama, y luego marcharte al atardecer sin mirar atrás?
 Peter podía percibir claramente el dolor en sus palabras, y se sentía desgarrado por los celos ante el recuerdo del hombre que había sido para ella y el hombre que era ahora. Lali  no se merecía al hombre en que se había convertido. Ella se merecía un hombre que no se pasara las noches luchando contra los restos de una condenada droga que le hacía perder el sentido, cuando el deseo y la lujuria se apoderaban de su cuerpo hasta tal punto que le aterraba estar cerca de cualquier mujer. En especial de Lali. Pero no podía decírselo. No podía hablarle sobre el animal que moraba dentro de él. No podía contarle su acuerdo con el cuerpo de Operaciones Especiales, sin olvidar que, después de que le rescataran del infierno, se había negado a que ella supiera que su marido aún estaba vivo. La verdad la destruiría igual que lo haría, finalmente, la mentira. Pero al menos, con esas mentiras, Lali tendría los recuerdos de su marido y de lo que ella había significado para él. 
—Hay muchas cosas que no sabes —suspiró al cabo de unos segundos contra la graciosa forma de la oreja de la joven—. Por qué estoy aquí. Y qué tengo que hacer. 
—Entonces, cuéntamelo, Peter. —Lali levantó la cabeza y lo miró con sus suaves ojos grises llenos de cólera y necesidad—. No soy una niña. No soy ninguna estúpida mujercita que no pueda comprender ni aceptar las realidades de la vida. 
Peter le sostuvo la mirada sintiendo el salvaje y feroz latido del deseo crepitando entre ellos y percibiendo la necesidad de conocer las respuestas brillando en los ojos de Lali. 
—Ya conozco una parte —dijo ella con suavidad—. ¿Puedes acostarte conmigo, torturarme con todo lo que no puedo tener, y no decirme la verdad? 

Eso sólo era una parte, y él lo sabía. Pero había otras partes, como lo que sucedería al día siguiente, que Lali tenía que conocer. Cuando la operación comenzara, se desarrollaría con rapidez. Necesitaba saber que ella estaba a salvo, tenía que saber que estaba segura. Por él y por su cordura. 
—Ven conmigo en la moto —la invitó, sabiendo que esa noche tendría que decirle sólo verdades a medias. Quién era y lo que había sido, tendría que seguir siendo un secreto para siempre. 
—Llevo pantalones cortos. 
El negó con la cabeza. 
—Tendré cuidado. —Dio un paso atrás cuando la música se detuvo—. Vamos a la moto. 
Lali le cogió de la mano con el corazón latiéndole pesadamente en el pecho y con la esperanza creciendo en su interior, aunque una parte de ella sabía y aceptaba que Peter no le diría quién era en realidad. Pero no por ello dejaba de esperarlo.

Fue consciente de los ojos que los observaban mientras dejaban el local. Rory y Toby se pusieron en pie cuando pasaron ante ellos, y Lali tardó un segundo en dirigirle a su cuñado una mirada entornada. Llegaría un día en que iba a tener que hablar con él. A fondo. Y ese día no estaba muy lejos. No se enfrentaría a él ahora, pero sí lo haría cuando Peter se fuera, porque necesitaba entender. Tema que saber qué le había sucedido a su marido, por qué no había regresado con ella. Incluso más; tema que saber que no la iba a volver a dejar. No importaba si Peter tema cosas que solventar ni si su intención era reclamarla de nuevo. Una vez fuera, Peter se quitó la cazadora y la ayudó a ponérsela. 
—Te avisó Rory, ¿verdad? —le preguntó Lali mientras la sujetaba para que subiera a la parte trasera de la Harley antes de montarse él mismo a horcajadas. 
—Así es. —Ahora tema la voz más dura. Más fría—-. ¿Qué te parece si damos una vuelta por el parque del pueblo? 
Ella asintió lentamente. 
—De acuerdo.
 La Harley volvió a la vida. El motor vibró con renovada fuerza antes de que Peter levantara el apoyo, acelerara y saliera del aparcamiento. El aire del verano alborotó el pelo de Lali. La sensación de libertad hizo que esbozara una sonrisa al tiempo que rodeaba la estrecha cintura de Peter con los brazos y se apoyaba en él mientras se dirigían al pequeño parque.
 Medina Park era pequeño, pero muy hermoso. Peter se dirigió al aparcamiento desierto y la ayudó a bajar de la moto. Sosteniéndole la mano, la guió por un estrecho camino hasta una zona protegida para picnics. Había una única mesa en el centro al lado de un horno de hierro para barbacoas. Lali se metió las manos en los bolsillos de la cazadora y se sentó a horcajadas en el banco de madera de la mesa.
 —¿Por qué aquí? 
—No hay nadie que pueda oírnos —respondió él, suspirando—. Y si lo hubiera, lo sabría. 
Sin embargo, movió la cabeza como si estuviera escrutando las sombras. 
—¿Acaso puedes ver en la oscuridad? —Thiago siempre había tenido una vista de águila, incluso en la oscuridad. 
—Sabes que estoy aquí por una razón, Lali —dijo él finalmente, sentándose tras la joven y rodeándola con sus poderosas piernas. La abrazó e hizo que se recostara contra su pecho—. ¿Has oído hablar de los cuerpos que han encontrado en el parque nacional? —inquirió. Lali asintió con cautela. —El año pasado encontraron a algunos inmigrantes, tanto legales como ilegales, y a tres agentes de FBI, víctimas de cacerías humanas —continuó Peter—. Estoy intentando descubrir quiénes lo hicieron, conseguir pruebas, y entregárselas a los agentes federales que trabajan en el caso.
 —¿No eres un agente? —Algo en el interior de Lali se tensó formando un nudo de dolor. 
—No, soy independiente. Trabajo por contrato —le explicó, rozándole los labios contra la oreja—. Esos bastardos no sólo actúan aquí, Lali. El grupo se ha extendido más allá de este pequeño condado y sigue creciendo. Se ha convertido en una amenaza para la seguridad nacional. No sé cuál será mi siguiente destino. 
Ella asintió suavemente. 
—¿Así que no te quedarás? 
Lali temblaba por dentro. No podía comprender cómo lograba aparentar calma y tranquilidad. Lo sintió tensarse a sus espaldas mientras la pregunta quedaba en suspenso entre ellos, llenando el aire caliente de tensión y pesar.
-Eres lo mejor que me ha ocurrido nunca —susurró él al cabo de unos segundos—. Abrazarte, tocarte, es lo mejor que me ha pasado en la vida. Pero las cosas son así, cariño. Nunca he querido hacerte daño. 
Lali sintió caer la primera lágrima y se aseguró de que fuera la última. Sin embargo, podía sentir el dolor en su interior. La desgarraba cruelmente, le rompía el corazón mientras contenía los sollozos que amenazaban con ahogarla. Le temblaron los labios, pero los contuvo. No supo cómo, pero lo hizo. —Quiero que estés a salvo —siguió él—. Te quiero fuera de aquí, lejos de los bares y del pueblo. Allí donde pueda vigilarte, donde pueda protegerte en caso de que alguien sospeche por qué estoy aquí o lo que estoy haciendo. 
—Entonces, ¿va a ocurrir algo? 
—Podría ocurrir algo en cualquier momento —asintió él—. Hemos acelerado las cosas y estoy seguro de que es inminente. Una vez que estalle el infierno, no habrá vuelta atrás y no quiero que te salpiquen las consecuencias. 
Lali asintió con la cabeza quedándose muy quieta y cerró los ojos con fuerza cuando los labios de Peter le dieron un beso lento y suave en el cuello desnudo. ¿Cómo era posible que no hubiera reconocido esos labios la primera vez que la habían besado, cuando el primer destello de placer había estallado en su vientre? Sólo su esposo, el hombre al que ella había entregado su alma podía hacer que se sintiera así. Antes de poder evitarlo, Lali ladeó la cabeza invitándolo a que repitiera el beso. Que Dios la ayudara, iba a volver a dejarla. Debería estar gritando, pataleando. Debería estar llorando. Pero la esperanza seguía viva en su destrozado corazón. Él le había contado mucho. La había preparado para lo que podría ocurrir. Pero no tema por qué alejarse de ella otra vez. No su Peter. No el hombre cuyas manos la estrechaban ahora, cuyo aliento se volvía pesado, cuyo deseo ardía sobre ella. Su Peter jamás volvería a alejarse de su vida de esa manera. No a propósito. No su marido.

-¿A quién estás persiguiendo, Peter? 
Lali le hizo la pregunta que él esperaba que no le hiciera. 
—Lo que importa es que tú estés segura. —Le deslizó los labios suavemente por la barbilla—. Y yo me aseguraré de ello. 
—El conocimiento es poder. —La joven inclinó la cabeza a un lado, permitiendo que los labios y la lengua de Peter le acariciaran un punto especialmente sensible en la base del cuello. 
—No en este caso. —El le mordisqueó el cuello—. En este caso, para ti, el desconocimiento es tu mejor arma. Y prefiero que siga siendo así, Lali. 
La sintió relajarse entonces, como si él le hubiera dado algo que ella necesitaba. ¿Qué había podido darle además de la seguridad de que la protegería, de que la quería a salvo? Dios sabía que la quería a salvo. Podría vivir sin sexo. Podría vivir sin que Lali formara parte de su vida. Pero no podría vivir si a ella le ocurría algo. Su corazón dejaría de latir. Cualquier vestigio de vida abandonaría su cuerpo. Lo había sabido desde antes de casarse con ella. La noche que había comprendido que su corazón pertenecía a aquella mujer menuda, Thiago había sabido que renunciaría al estilo de vida despreocupado que había disfrutado durante tanto tiempo y que se casaría con ella. Y ahora, dejarla otra vez le desgarraba el alma. Lo partía en tantos pedazos que estaba seguro que no quedaría nada del hombre que era esa noche. 
—He echado de menos dormir contigo. —Le quitó la cazadora y la dejó a un lado antes de acariciarle los hombros desnudos y los brazos. Las manos de Peter  rozaron el brazalete de plata que él le había regalado. Maldición, le quedaba bien. Como si fuera una feroz princesa engalanada para una batalla sensual. 
—Esto no resuelve nada —musitó Lali con voz débil, llena de dolor y deseo. Ese rastro de pesar en su voz rasgó el corazón de Peter. Algo se quebró en su pecho y tuvo que enterrar la cara en el cuello de Lali para tratar de contener el devastador dolor que le invadía. Pero no podía dejar de tocarla. No podía evitar estrecharla entre sus brazos. Era como una adicción, un deseo que no podía controlar. Necesitaba aquello, la necesitaba a ella. Cuando llegara la hora de marcharse, quería llevarse consigo tantos recuerdos como fuera posible. Los suficientes para ayudarle a sobrevivir a la pérdida, a las noches solitarias que sabía que le esperaban.
 —Te mereces mucho más —murmuró él, desrizándole las manos bajo la blusa y acariciándole la piel sedosa de los senos—. Un hombre completo. Eso es lo que mereces, Lali. Y yo ya no lo soy. Hace mucho tiempo que dejé de serlo. 
La joven contuvo el aliento y él supo que fue un sollozo lo que hizo que se estremeciera de pies a cabeza. —Mi Lali. —Hizo que se diese la vuelta, le colocó las piernas sobre sus muslos y la acunó entre sus brazos—. No voy a mentirte. No puedo hacerlo. No voy a decirte que voy a quedarme ni que vamos a hacer realidad nuestros sueños. —Le enjugó las lágrimas—. No podemos hacernos eso. No soy tu marido, Lali. Y los dos sabemos que nadie más va a ocupar el lugar que él tenía en tu corazón. 
La presionaba, tenía que presionarla. Ella tenía que comprender lo que podía ocurrir. Tenía que afrontarlo. Los ojos de la joven llamearon y Peter le agarró la mano que iba directa a su cara. La miró y vio que la cólera inundaba el rostro femenino. 
—Lali, ¿has intentado darme una bofetada? —le preguntó arrastrando las palabras.

Había sido una de las normas de su matrimonio. Ella podía arrojarle lo que quisiera a la cara, podía gritarle, maldecirle, llamarle sucio hijo de perra, pero no podía intentar golpearle. Ni sorprenderle. Ni correr hacia él, ni intentar asustarle. Thiago poseía unos reflejos muy agudos y el instinto de supervivencia estaba demasiado arraigado en él para que ella pudiera hacerle nada. No la lastimaría a propósito, pero podía dañarla por instinto rodeándole la garganta con las manos o tirándola al suelo antes de saber qué estaba haciendo. 
—¡Tienes suerte de que no intente pegarte un tiro! —Se levantó de su regazo y tropezó con el banco de tal forma que se habría caído si él no la hubiera sujetado. Peter la miró sorprendido. Un segundo antes Lali era dulce y suave en sus brazos y ahora lo rechazaba como una gata salvaje. 
—¿A dónde diablos vas? —Agarró la cazadora y la siguió mientras ella se dirigía con paso airado, casi corriendo, al aparcamiento—. Maldita sea, Lali. —¡Vete al infierno! 
—Ya he estado allí, gracias —replicó él—. Y créeme, prefiero no regresar. 
—Entonces vete a donde demonios quiera que vayas cuando te desapareces por la tarde. —Agitó la mano delante de él.
 Tanto la expresión de Lali como la tensión de su cuerpo denotaban su furia
—. Te lo dije la otra noche, Peter. Ya he tenido suficiente. 
—Puede que yo no —masculló él. Peter no había tenido bastante de sus dulces caricias ni, sin duda alguna, de su risa, de sus besos ni de su presencia a su lado. 
—Bien, pues es una pena. Porque a mí no me gustan tus reglas ni que juegues conmigo.

viernes, 19 de octubre de 2012

Capítulo 25

Y ahora ella ya lo sabía. Tendría que irse. No quería ningún tipo de compromiso. Negó con la cabeza, cogió el teléfono y llamó a un taxi. Esa noche no quería conducir. Quería disfrutar de aquella velada a la que Sienna la obligaba a ir. Quería olvidarse de todo, reírse con sus amigas, volver a ser de nuevo la mujer que fue antes de casarse. Había pasado mucho tiempo desde que se había sentido así, simplemente una mujer. Demasiados años desde que se había sentido... libre. Y esa sensación de libertad hería. Dolía como el infierno. Se metió una tarjeta de crédito y las llaves de casa en el bolsillo trasero de los vaqueros y salió al porche delantero para esperar el taxi. Lali sabía que estaba demasiado ebria para salir de casa. Demasiado dolida. Debería enfrentarse a Peter con todo lo que sabía, gritarle y exigirle la verdad, pero el orgullo se lo impedía. No quería que se quedara sólo porque su mujer le recordara que estaba casado. Cuando el taxi se detuvo en el camino de entrada, observó que Rory salía de la tienda de suministros y miraba en su dirección.
—Detente delante del taller —le dijo a Art Strickman, el joven que conducía el taxi. Su padre poseía tres, y eran un lucrativo negocio. En especial la noche de los viernes. 
—Sí, señora Bedolla. —El joven le dirigió una sonrisa antes de girar y conducir hasta la puerta de la tienda de suministros. Su cuñado la estaba esperando.
 —¿A dónde demonios vas? -Rory le echó una mirada y se quedó boquiabierto. Dios santo, Peter iba a cabrearse. Esa era la Lali que había conocido una vez. La mujer que permanecía delante de él mirándolo como una condenada diosa. Con el pelo alborotado alrededor de la cara, la mirada nublada bajo la tenue luz, las piernas interminables y las uñas pintadas de color rojo cereza. 
—Es la noche de las chicas. —Lali arqueó las cejas—. Regresaré tarde, así que asegúrate de cerrar bien y encárgate de llevar la recaudación al banco. Hasta mañana. 
—Demonios... hum, Lali. —Tragó saliva—. Espera un poco. Iré contigo. Estaré listo en una hora. 
—Es la noche de las chicas, Rory. —Le palmeó la mejilla con una sonrisa burlona—. Sienna y fura Richards cuidarán de mí. Acabo de beberme una botella de Thiago de vino francés de mil ochocientos y pico, y estoy dispuesta a divertirme. Podrás sobrevivir sin mí. 
Mierda. Mierda. Rory se pasó la mano por el pelo y miró a su alrededor mientras escuchaba que la puerta de la oficina se abría a sus espaldas.
 —Señora Bedolla... está impresionante —balbuceó Toby—. ¿Va a salir esta noche?
 —¿A que es un encanto? —Lali hizo un mohín—. Es la noche de las chicas, Toby. No vuelvas a casa andando, ¿me lo prometes? 
—Puede apostarlo —se rió Toby—. Dígame a dónde va. Podríamos quedar luego. 
Lali le dirigió una mirada penetrante.
 —¿Tengo cara de necesitar una niñera? —Deslizó la mano por su cuerpo hasta apoyarla en la cadera con sensual arrogancia. Su cuñado y Toby casi babearon. Rory estaba seguro de que Peter estallaría como una bomba nuclear cuando la viera, así que se aseguraría de que supiera que su esposa se paseaba por el pueblo como una diosa del sexo visitando antros de placer.

No era que Lali pareciera una cualquiera. Al contrario. Sencillamente estaba espectacular. Demasiado espectacular. Estaba realmente preciosa cuando se vestía como la mujer que era, y era demasiado inocente para saber que era una locura dejar que los vaqueros que salían en jauría los viernes por la noche le echaran un vistazo. Era una mujer dolida y cabreada. 
—No señora. —Toby fue el primero en hablar—. Sólo quiero estar cerca para ver los fuegos artificiales de después. 
Rory le dirigió a Toby una mirada de advertencia. Una que el joven ignoró. 
—¿Qué fuegos artificiales? 
—Los que va a haber en Alpine cuando el señor Lanzani la encuentre —dijo Toby, riéndose—. Habrá pelea este viernes por la noche. 
—Sí, ya... El señor no-quiero-compromisos Lanzani. No te preocupes. Tengo el presentimiento de que a él no le importará en absoluto. 
Y lo creía de verdad. Rory lo vio en su cara, en sus ojos. Lali creía en el fondo de su corazón que a Peter no le importaba nada. Demonios. Alguien iba a terminar herido esa noche, y sólo rezaba para que no fuera Lali. Ni Peter. Ni, Dios lo quisiera, él mismo. Con la suerte que tenía, Peter le arrancaría la cabeza sólo por haberla dejado marchar. Pero no tenía otra opción. Observó cómo el taxi se alejaba y respiró hondo. 
—¿Cuántos años tienes, Toby? 
—Diecinueve. Pero tengo amigos —respondió el muchacho—. Puedo entrar en cualquier local del pueblo. 
Rory le dirigió una mirada crítica a Toby. Bueno, podrían echarle unos veintiuno, que era la edad exigida para entrar en los locales nocturnos. 
—Estamos jodidos. ¡Peter nos matará a los dos! —rugió. —Olvídate de eso y céntrate en el problema. No puedes dejarla ir sola cuando está en peligro. Y no soy estúpido. Os he observado a Peter y a ti lo suficiente para saber que, definitivamente, corre peligro —le espetó Toby—. Tenemos que seguirla. Llama a Peter. Las cosas acabarán por ponerse feas. Es viernes, Rory. ¿Sabes cuántos hombres se le van a insinuar? Es como soltar una ovejita en medio de una manada de lobos. 
Rory le echó un vistazo al reloj y contuvo una maldición. Peter le había dicho que su móvil no tendría cobertura hasta dentro de dos horas. Sólo estaría operativo el móvil del tío Jordán. Maldita sea. Las cosas ya se estaban poniendo feas. 
—Vamos a cerrar. 
Se dieron la vuelta y entraron. Cerraron la gasolinera y apagaron las luces exteriores, ignorando el coche que entraba en ese momento pitando imperiosamente antes de detenerse delante de los surtidores.
 —Empieza a llamar a tus amigos. Averigua en qué bar está —le ordenó Rory media hora más tarde mientras se subía al todo-terreno—. Voy a intentar ponerme en contacto con Peter. ¿Qué grado de estupidez puede alcanzar un hombre? 
—Un grado muy alto —afirmó Toby. 
—Era una pregunta retórica —gruñó Rory—. Se suponía que no tenías que contestar. 

Jordan escuchó el frenético mensaje de voz de Rory, arqueó las cejas y miró por la ventana que daba acceso a la sala de reuniones donde los agentes del cuerpo de Operaciones Especiales estaban discutiendo las acciones a seguir. «Avisa a Peter. Rápido. No sé qué le ha hecho a Lali, pero ha decidido que hoy es la noche de las chicas y ha salido dispuesta a comerse el mundo, vestida como la fantasía de cualquier hombre. Ha quedado en el pueblo con Kira Richards y Sienna Grayson. Consígueme algún apoyo antes de que ese bastardo psicótico que está contigo se vuelva loco y decida que es culpa mía. Si vuelve a agarrarme por el cuello otra vez te juro por Dios, Jordan, que se lo cuento todo al abuelo. Y tu nombre también saldrá a la palestra. No querrás que haga eso, ¿verdad?» El mensaje se interrumpió bruscamente.
Jordán presionó el botón para oír el siguiente mensaje. Era igual de frenético y casi sonrió. Rory había perdido la cabeza y Peter sería el siguiente. «.Te lo advierto, si tengo que contárselo al abuelo, todos acabaremos pagándolo. Todos. Díselo a él. Si vuelve a cogerme por el cuello otra vez te juro que el abuelo lo sabrá todo. Díselo.» El mensaje se cortó de golpe. Rory amenazaba con delatarlos ante el abuelo. Demonios, casi se sentía joven de nuevo. Rory siempre le contaba todo al abuelo cuando pensaba que ellos se habían metido en problemas. Lo que Rory jamás supo fue que el abuelo ya lo sabía. Pero ser consciente de que aquel chico lo quería tanto como para confiar en él, siempre había conseguido que el anciano sé sintiera orgulloso. Por desgracia, esa vez, contárselo al abuelo no era una opción. Jordán se reclinó en la silla con los ojos clavados en su sobrino y casi esbozó una sonrisa. Casi. Porque Peter escogió ese momento para devolverle la mirada como si supiera que había pasado algo, y Jordán sabía exactamente qué era ese algo. Maldita sea, quería a ese hombre. Una parte de él había muerto al pensar que su sobrino estaba desaparecido, y había sentido como si le hubieran quitado un gran peso de encima al enterarse de que Thiago seguía vivo. Había estado muy preocupado por él. Más que preocupado, sobre todo cuando Thiago se negó a dejar que llamaran a Lali. Pero las cosas estaban saliendo bien. Se levantó del asiento y entró en la sala de reuniones. La vida de su sobrino estaba empezando a solucionarse. Y cuando lo hiciera... asintió para sus adentros. Bien. Cuando lo hiciera, todas las confabulaciones y manipulaciones a las que había recurrido, habrían valido la pena. Cada una de ellas. Si Peter  no lo mataba antes. 

Más tarde en una reunión 

-Revisa el dossier. Corren rumores por todo el pueblo de que la MBC quiere hacerse con ese taller. Lali siempre ha sido considerada una presa fácil, aunque la milicia nunca ha tenido intención de matarla. Saben que yo jamás habría pasado por alto el asesinato de la mujer de mi sobrino. Sin embargo, después de la pequeña incursión de Lali en la vida nocturna del pueblo, espero alguna reacción. Tenemos que ver quién demuestra interés.
 Peter se quedó paralizado. Clavó la mirada en su tío y la tensa bola de furia que se agitaba en su interior comenzó a liberarse. —Bueno, sigamos con el resto de los sospechosos que participan en esas cacerías. Si pasáis a la página... 
—¿Cómo has dicho? —inquirió Peter con suavidad, consciente del tono crispado de su voz y de la tensión que inundó la estancia cuando Jordán se interrumpió y lo miró sorprendido. 
—He dicho que si pasáis a la página... 
—¿Qué incursión en la vida nocturna del pueblo? —Peter apretó los dientes, sintiendo que algo le estallaba en la cabeza. Jordán arqueó una ceja con calma. 
—¿Importa? Lo único importante aquí es la ubicación del negocio de Lali y el interés que la milicia tiene en él. 
Peter se puso lentamente en pie, apretando la superficie de la mesa con tanta fuerza que los dedos se le pusieron blancos.
 —¿Qué incursión? ¿Qué vida nocturna? 
—Agente Lanzani, ¿no se olvida de algo? Nuestro objetivo es llevar a cabo la misión que nos han encomendado, no un bar donde las chicas solteras se reúnen con sus amigas para tomar unas copas, ¿de acuerdo?
 Algo estallo. Detonó. Peter sintió la explosión en la cabeza. Noche de viernes. En Alpine. En un bar. Noche de chicas, ja. Lali había aprendido la lección seis años antes. Sabía lo que ocurría los fines de semana en esos bares. Sabía que salir sola de juerga un viernes por la noche en Alpine era como arrojar carnaza a los lobos.
 —Y una mierda. —La fuerza de la imprecación atravesó la estancia antes de que Peter se levantara de un salto, estrellara la silla contra la pared y se dirigiera a la salida con paso airado.
Ignoró la orden de Jordán cuando lo llamó. Había aceptado la misión. Había aceptado su muerte y renunciado a su mujer. Eso era lo que se había dicho a sí mismo desde que había vuelto a Alpine. Estaba cumpliendo una misión. Y le estaba enseñando a Lali a vivir de nuevo, pero no a amar de nuevo. Iba a salir de su vida de la misma manera en que había entrado. Sin lágrimas ni angustias. Todo era muy sencillo. Punto. Dios. Amarla lo estaba destrozando. Lo estaba matando. Y pensar, saber, que ella se había tomado al pie de la letra lo de nada de compromisos, hacía que la cabeza le estallara en pedazos mientras bajaba a toda velocidad por las escaleras metálicas que conducían al aparcamiento. Apretó el botón de seguridad que abría el cerrojo de las pesadas puertas, se montó a horcajadas en la Harley y arrancó el motor. Antes de que las puertas terminaran de abrirse, salió a toda velocidad con las luces apagadas y la mirada fija en la oscuridad. Cuando dejó atrás el cañón y el camino de tierra y llegó a la carretera principal, encendió las luces y aceleró. ¿Una incursión en la vida nocturna de A.lpine un viernes por la noche? Ni hablar. Sacó el móvil del bolsillo en cuanto se alejó del bloqueo de señal que rodeaba el bunker. El icono que indicaba que tenía un mensaje de voz parpadeaba. Oprimiendo el botón, se llevó el teléfono a la oreja y escuchó las amenazas de Rory. ¿Así que pensaba contárselo todo al abuelo? Iba a estrangular a aquel pequeño bastardo. ¿En qué diablos estaba pensando al dejar que Lali saliera de marcha? Maldita sea. Todo aquello estaba a punto de estallar y ¿Lali se iba de marcha? ¿Una noche de chicas con Kira Richards y Sienna Grayson? Que Dios les ayudara. O mejor, que Dios le ayudara. Porque sabía lo que pensaba hacer. Lo que iba a hacer. Iba a sacar el trasero de Lali de aquel bar e iba a demostrarle quién mandaba allí, incluso a costa de destruirlos a ambos cuando se viera obligado a marcharse. No podía quedarse. Y si lo intentaba, tarde o temprano se delataría a sí mismo. Sabía que no podría ocultar siempre la verdad. Y una vez que ella lo supiera todo, una vez que ella supiera en qué se había convertido su marido, ¿cómo iba a perdonarle? No lo haría. Había dejado sola a su esposa durante más de cuatro años desde que le habían rescatado. No había permitido que volviera con él, y había dedicado su vida al cuerpo de Operaciones Especiales en vez de a ella. ¿Cómo iba a perdonarle eso? Tenía un contrato que no podía romper, misiones que no podía rechazar y cada vez más posibilidades de no regresar. Lali se había encariñado con Peter. Sin embargo, él no era más que un amante sustituto de su esposo muerto. Ella se habría dado cuenta con el tiempo, se había dicho a sí mismo. Había intentado convencerse de ello. Convencerla a ella. Pero cuando se acercaba al pueblo, el instinto de posesión, el deseo y la furia ardieron con más fuerza que nunca en su mente, y entonces lo supo. No tenía que convencerse de nada, porque sabía la verdad. Lali le poseía fuera quien fuera él. Siempre había sido suyo y siempre lo sería. Y pronto tendría que tomar una decisión. Si se marchaba, tendría que hacerlo para siempre. Y si se quedaba, tendría que decirle la verdad. Porque conocía a su Lali. Y ella acabaría por descubrir quién era. 

Lali
Pasar la noche del viernes en el bar 1M Frontera no era algo que una mujer debiera hacer sin su marido o sin su novio, pensó Lali con diversión mientras se tomaba un sorbo de vino y observaba a los vaqueros que no quitaban ojo a su mesa. Ya habían invitado a bailar a Kira, a Sienna y a ella unas cuantas veces. Sienna estaba bailando. Le gustaba bailar y no le importaba demasiado con quién lo hacía. Ian se había unido a Kira no mucho después de llegar. Se había sentado detrás de su esposa y apoyaba la barbilla en su hombro con una expresión divertida mientras hablaba con ella.
Terminó la canción y bailaron otra, y luego otra más. Lali dejó que su mente regresara al pasado, recordando las noches que Thiago y ella habían pasado bailando cuando salían con otras parejas. Había sido divertido. Era algo que, por una razón u otra, no habían vuelto a hacer desde que se casaron. Al fin, con las piernas débiles y la boca seca, rechazó con la mano el siguiente baile y se dirigió a la mesa. Vio un movimiento por el rabillo del ojo y se giró en aquella dirección. Se había abierto un pasillo hacia la puerta y Peter lo recorría como si fuera un depredador. Llevaba zahones sobre los vaqueros. Botas de motorista y una cazadora de cuero sobre una camiseta negra. Los ojos ardían como llamas del infierno y. Y venía derecho hacia ella. La música se transformó en ese momento en una melodía lenta y sensual que calentó la pista de baile, y Lali sintió que su respiración se volvía más áspera y profunda. Dos días. Llevaba dos días sin él. Y había sido un infierno. ¿Qué iba a hacer cuando se marchara definitivamente? Se acercó a ella con aquel aire peligroso que le secaba la boca y le disparaba el pulso, y, antes de que Lali se diera cuenta de su intención, la rodeó con los brazos y la guió entre la multitud. Era como hacer el amor. Como sexo lento y prolongado. Peter la agarró por las caderas y ella presionó las manos contra el fuerte torso masculino, curvando los dedos sobre la camiseta mientras se movían al compás de la música. 
—¿Te diviertes? —Tenía los ojos llenos de furia y la voz más ronca y oscura de lo habitual. 
—Por supuesto. —Lali deslizó las manos por el pecho de Peter hasta sus hombros, acercándose más y permitiéndose sentirle. Oh Dios, ¿qué iba a hacer sin él otra vez? ¿Cómo se suponía que debía seguir viviendo cuando se marchara? Estaba casada. No era viuda ni estaba divorciada. Estaba casada y todavía amaba a su marido, incluso si su amor por ella hubiera muerto. Dejó caer la cabeza contra el pecho de Peter y cerró los ojos. Viviría con los recuerdos, se dijo a sí misma. Tendría algo a lo que aferrarse cuando él se hubiera ido. Peter la estrechó con fuerza contra sí hasta que ella sintió en sus piernas desnudas los zahones de piel que le recordaban a los asientos de cuero del todoterreno y el olor a sexo que impregnaba ahora el vehículo.
Lali sentía cómo la llama de deseo que ardía en su vientre empezaba a consumirla, cómo se le hinchaban los pechos y el clí-toris. Su piel se volvió dolorosamente sensible, y cuando Peter deslizó las manos bajo el dobladillo de la blusa y le rozó la piel desnuda de la espalda, ella contuvo el aliento.
 —Te he echado de menos —le murmuró él al oído.

martes, 16 de octubre de 2012

CAPÍTULO 24


Quería un compromiso. Lali no era una mujer fácil, lo había sabido desde el momento en que la conoció. Y allí estaba él, sabiendo que tendría que marcharse cuando la misión finalizase. 
—Hay algunas cosas de las que tendré que ocuparme pronto —dijo finalmente. No podía prometerle nada, todavía no. No podía prometerle un «para siempre» hasta que no supiera si haberle entregado su vida a la unidad de Operaciones Especiales significaba no poder volver con su esposa. 
Lali cerró los ojos y contuvo el dolor que amenazaba con romperle el corazón. ¿Qué era peor—se preguntó—, perderle por una supuesta muerte o que se alejara de ella voluntariamente? Lo último dolía más, pero al menos no se haría más preguntas. Sabría que Peter estaba a salvo. Sabría que estaba vivo. Pero también aumentaba la ira que ardía en su interior.
 —Ya veo. —Se abrochó la blusa con movimientos bruscos antes de inclinarse a recoger el tanga y la falda. 
—¿Qué ves? —Peter parecía sentir auténtica curiosidad. 
—Que no piensas en el futuro. Sólo buscas un polvo rápido de vez en cuando. —Se encogió de hombros con despreocupación. Maldito fuera. Que se largara de una vez de su vida. Ya había tenido suficiente de todo aquello. Más que suficiente. Se puso la falda con brusquedad.
-Vístete. Quiero irme a casa. Tengo cosas que hacer mañana y ninguna es pasarme aquí todo el día. Ya he perdido demasiado tiempo con todo esto.
 —¿Qué demonios quieres decir? —La voz de Peter había cambiado. Ahora era furiosa y fría. 
Lali se volvió hacia él y le devolvió la mirada con los ojos entrecerrados y llenos de ira, observando cómo se incorporaba.
 —Exactamente lo que he dicho. Me he pasado seis años llorando por un hombre que no me amaba lo suficiente como para mantenerse vivo y regresar a casa conmigo. —Le lanzó una mirada desdeñosa—. Que me condenen si voy a malgastar un día más de mi vida con un hombre al que le importo tan poco que ni siquiera es capaz de decirme cuánto tiempo se quedará por aquí.
 —Las promesas son para los tontos, Lali —le dijo con aspereza—. Deberías haberlo aprendido de tu marido. 
—Tienes razón. Debería haberlo hecho. —Le lanzó los pantalones—. Debería haber aprendido muchas cosas de él. Comenzando por el hecho de que era un hijo de perra que no sabía amarse más que a sí mismo y a su maldito trabajo. Lección aprendida. No cometeré el mismo error contigo. 
Le lanzó la camisa a la cara.
 —Vístete. Ya he follado y ahora quiero dormir. En mi cama. Sola. 
—Ni en el infierno. 
—Infierno lo describe muy bien —masculló ella—. Pero no pienso dormir con un imbécil que sólo quiere follar y largarse. Ahora, llévame a casa. 
Lali tenía los ojos secos. Sin lágrimas. Observó cómo él se vestía, y el muy bastardo ni siquiera titubeó. La miraba con los ojos entrecerrados y feroces. —Pasaré la noche en esa cama contigo —le prometió—. Puede que sea un bastardo y un desgraciado hijo de perra, pero no lo olvides: mientras esté aquí, eres mía. 
Ella le devolvió la mirada. 
—Sigue soñando,Peter Lanzani. Porque mi cama es el último lugar donde vas a pasar la noche.

Dos días después, Peter hacía girar la llave inglesa entre los dedos y masticaba distraídamente un chicle mientras observaba a Lali. Ella no había bromeado. Lo había echado de su cama y, al parecer, también de su vida. Al menos de momento. La miraba de reojo al tiempo que fingía interesarse por las entrañas del SUV que en teoría debería estar arreglando. 
—Pareces haber encontrado alguna dificultad ahí dentro —dijo Nik apoyándose en el guardabarros y echando una ojeada al motor—. ¿Necesitas que te eche una mano? 
—Sí —respondió Peter con aire ausente—. ¿Hay noticias? 
Se refería a las pruebas de ADN que habían llevado al bunker y que Jordán había comenzado a examinar. Delbert había recogido su todoterreno aquella mañana. 
—Nada nuevo —respondió Nik—. Aunque necesitaré que me ayudes esta tarde si no estás muy ocupado. —Los dos miraron a Lali, que estaba en la oficina. La joven fruncía el ceño por algo que Toby le estaba diciendo. No se había trenzado el pelo esa mañana y tampoco había trabajado en el taller con los vehículos. Llevaba toda la mañana en la oficina, dedicándose a archivar documentos y a sacar a Toby de quicio. 
—No, al parecer no voy a estar muy ocupado —dijo arrastrando las palabras, mientras giraba la llave inglesa entre los dedos sin dejar de mirar las ondas de pelo color miel que enmarcaban el rostro de Lali. La joven estaba ocupada con el papeleo del taller y seguía frunciendo el ceño.
. —¿Hay algo que vaya mal entre vosotros? —inquirió Nik. La llave inglesa se detuvo un momento y luego volvió a moverse lentamente entre sus dedos.
—¿Quién ha dicho que haya algo que vaya mal? 
Lo había dicho su esposa antes de echarlo del todoterreno. Y lo que era todavía peor, lo había echado de su cama. Había llegado a amenazarle con llamar al sheriff si no se iba. Maldita sea. ¿Habría alguien más confuso que él en aquel momento? Lali tenía razón. Él era un bastardo. Un hijo de perra que no merecía estar cerca de ella. Lanzó la llave inglesa a la caja que tenía a su lado, y la herramienta cayó emitiendo un sonido metálico. 
—¿Qué necesitas? —le preguntó a Nik, limpiándose las manos en el trapo lleno de grasa que había colgado en el guardabarros. El enorme ruso se rascó la barbilla y miró la caja de herramientas. 
—Tengo que ir a ver a un amigo —dijo utilizando el código que habían acordado. Obviamente, se había convocado una reunión en el bunker. 
—¡Maldita sea! —Peter se pasó la mano por el pelo e hizo una mueca. Tenía que poner a Rory sobre aviso para que vigilara a Lali. Después del ataque a Toby, a Peter le aterraba dejarla sola. 
—Lo siento, pero me prometiste que vendrías. —Nik le dio una palmadita en el hombro— . He de reconocer que Lali es una buena chica. Sería la esposa ideal para cualquier hombre. Yo lo consideraría si fuera tú. Si la dejas, acabará encontrando a otro. ¿Es eso lo que quieres?
Peter apretó los labios al sentir que la furia comenzaba a arder en su interior. Le dirigió a su amigo una dura mirada y éste le recompensó con una sonrisa fría. No. Aquello no podía ser. Había firmado con su maldita mano aquellos papeles, entregándole su alma al cuerpo de Operaciones Especiales en vez de regresar con su esposa. Le habían advertido que jamás regresaría a su antigua vida. No podía renunciar, no había más opciones que seguir «muerto». Le resultaba imposible revelar quién era y lo que estaba haciendo allí, pero no había ninguna cláusula que dijera que Peter Lanzani no pudiera casarse o enamorarse. Pero, ¿podría vivir con Lali, quedarse allí, en su pueblo natal, fingiendo ser otra persona para siempre? El cuerpo de Operaciones Especiales no era una prisión, sin embargo, las consecuencias de romper el contrato que había firmado no eran agradables. Y acabar en Gitmo, la base naval de Guantánamo, no era precisamente lo que Peter quería. Si revelaba quién era, lo que era, sabía que lo enviarían allí y que lo tratarían como a un traidor. Nadie más volvería a verlo con vida. La cuestión era, ¿podría quedarse con Lali sin decirle nunca que él era el marido que había perdido? ¿Podría él vivir odiando esa parte de sí mismo que su esposa aún seguía deseando y que jamás había pensado que volvería a tener? Los celos le carcomían el alma y, a pesar de su determinación de quedarse con ella, Peter se preguntó cuánto tiempo podría vivir con Lali sin revelar sus secretos. Su esposa ya no era la muñequita que había dejado seis años atrás. La Lali que se había enfrentado a él unas noches antes sin lágrimas ni furia, no parecía la joven tierna y sensible que había dejado en casa cuando partió hacia aquella última y desafortunada misión. La mujer que él recordaba habría llorado al ver nuevas heridas en su cuerpo tras una misión. Se habría horrorizado ante un corte profundo. Peter había visto las pesadillas en los ojos de su esposa cuando regresaba, exhausto, tras haber estado seis semanas —a veces más— desplegado en lugares cuyos nombres ni siquiera sabía pronunciar. La Lali que él había conocido se habría desmayado al verle la cara, destrozada por tantas palizas. O la espalda, el pecho y los muslos marcados por el látigo. Hambriento y tan desesperado por el sexo que parecía un animal. La lujuria lo había dominado durante los últimos años. Se había masturbado tanto que llegó a tener el miembro irritado. Y en las misiones de entrenamiento había sido la muerte en persona. No hacía preguntas. No se andaba con miramientos. No le daba a nadie la oportunidad de atacarle ni capturarle. Peter había pensado que su vida con Lali se había acabado. La mujer que él había conocido no hubiera podido aceptar al hombre en el que se había convertido. Pero ahora sabía que jamás había conocido a la mujer que había amado. No por completo. Sólo había visto lo que había querido ver de ella. Su mujercita sureña tan indefensa. Tan sexy y vulnerable. Y tan joven. No había querido ver más allá, porque si hubiera visto la fuerza que Lali realmente poseía, sabría que ella habría permanecido fiel a él sin importarle su estado. Y él no podía consentirlo. Porque su orgullo —su condenado orgullo— no había querido considerar la idea de que ella lo viera como una sombra del hombre que fue. Invencible. Pero él no había sido invencible. Había sobrevivido a Fuentes durante meses; sin embargo, antes de que lo rescataran, Peter había sabido que no tardaría mucho en perder las ganas de vivir o luchar. Y a pesar de todo, Lali se había mantenido a su lado. En sus noches más oscuras, en sus días más desolados, ella había pasado por todo aquello con él, manteniéndolo cuerdo. 
Aquella condenada mujer era tan fuerte como el acero y poseía una mirada que podía desollar a un hombre a cien pasos. Si se dignaba a mirarle, claro. Era la mujer que había estado con él en el infierno, en sus sueños. Y él había pensado que ella no era lo suficientemente fuerte para aceptarlo, destrozado y dolorido.

Lali entró en la casa y cerró la puerta de golpe. Como siempre, fue recibida por las fotos. Docenas y docenas de fotografías que llenaban el salón. De Thiago a solas, de Thiago con ella, de Thiago con el abuelo, de Thiago con Rory. Y todas la miraban fijamente, burlándose de ella. Se acercó a la repisa de la chimenea y levantó un marco con tres fotos. Sonrió. Era su foto de bodas. Qué joven había sido. Qué tonta. Deslizó la yema del dedo por la firme mandíbula de Thiago. Ahora ya no era tan suave, era más angulosa, más afilada. Se había pasado toda la mañana delante del ordenador investigando qué tipo de daño podría haber ocasionado aquello. La causa más probable era que le hubieran roto los huesos y que estos no hubieran curado bien. Cerró los ojos y tragó saliva. La recuperación debía de haber sido casi tan dolorosa como el daño en sí mismo. Peter no tenía el labio inferior tan lleno como antes, y había una fina red de cicatrices apenas perceptible al lado de su boca.

-Te amo —susurró apoyando la frente en el marco de la foto del hombre con el que se había casado—. Te amo, Peter. —Porque ahora era Peter, y ella lo sabía. 
Thiago todavía vivía dentro de él, pero Lali tema la sensación de que Peter era el hombre que Thiago siempre le había ocultado. Dejó la foto en su sitio antes de dirigirse lentamente a las escaleras para darse una ducha. Les había prometido a Sienna y a Kira que se encontraría con ellas más tarde en un local del pueblo. Uno de los pocos sitios que Rick consideraba seguros para su esposa. Sacudiendo la cabeza, pensó que Rick era tan protector con Sienna como Thiago lo había sido con ella durante su matrimonio. Aún quedaban varias horas antes de reunirse con sus amigas. Lali entró en el dormitorio y miró fijamente la cama. Quitó las mantas y luego las sábanas. Las fundas de las almohadas todavía olían a él. Cambió la cama y bajó las sábanas a la lavadora. Añadió el detergente y el suavizante y después se acercó al sótano, cogió una de las botellas más caras de vino y la llevó arriba. Demonios, Peter no la necesitaba. No iba a quedarse allí, y estaba condenadamente segura de que no iba a volver a recoger sus cosas. Limpió la casa mientras se tomaba el vino. Quitó el polvo y fregó. Quería arrancar el olor de Peter de la casa. Cogió el edredón y las sábanas de la habitación de invitados y las llevó a su cama. Definitivamente, aquéllas no olían a Peter. Subió el volumen de la música. Godsmack, Nine Inch Nails. Grupos de rock duro que Peter siempre había odiado. Nunca había escuchado esa música cuando él estaba en casa. Se terminó el vino y dejó que la sensación de bienestar que le provocaba la inundara. Se limó y pintó las uñas de los pies y de las manos. Se dio una ducha y se hidrató la piel. Se peinó y maquilló como no había hecho desde que se quedó sola. Cogió una pulsera de tobillo que él le había comprado cuando salían juntos y se la puso. Esbozó una pequeña mueca burlona mientras se abrochaba un collar de plata, y luego se puso el brazalete de plata a juego que él le había comprado poco antes de «morirse». 
—Menudo bastardo —masculló—. Así que nada de compromisos, ¿verdad? Que se vaya al infierno. 
Ni siquiera le había pedido que le confesara la verdad. Sólo le había preguntado si pensaba quedarse. No era para tanto. No era una pregunta inadecuada y, desde luego, no lo estaba presionando. Era su marido. Miró la alianza de oro que se había quitado unos meses antes. Tuvo que parpadear para contener las lágrimas cuando la cogió. En el interior estaban grabadas las palabras «go síoraí». Las palabras que en gaélico significaban «para siempre». Eso era lo que realmente le había pedido. Su promesa de permanecer para siempre con ella. 
—Para siempre tampoco es tanto tiempo. —Pero deslizó la alianza en el dedo anular de la mano derecha. Era viuda, ¿no? Era en ese dedo donde las viudas llevaban sus alianzas. Su marido, sin duda, estaba muerto. Porque su marido jamás le habría dicho que no quería comprometerse. Respiró hondo, intentado ignorar la sensación de consuelo que le proporcionaba la alianza, aun estando en el dedo equivocado. Apretando los dientes, se vistió con unos pantalones cortos y una blusa sin mangas, obligándose a sí misma a acudir a aquella noche de chicas que Sienna estaba empeñada en tener. Se metió la blusa por dentro de los pantalones y deslizó el cinturón de cuero en las trabillas. Se puso un anillo en el dedo del pie. Otra cosa que él le había regalado. Movió los dedos de los pies, observando con aire crítico el esmalte de color rojo cereza de las uñas antes de calzarse unas elegantes sandalias de tiras de piel.
Se echó su perfume favorito y luego bajó las escaleras y se dirigió al porche trasero. Al atravesar la cocina, oyó la Harley y se acercó a la ventana para observar cómo la luz del faro delantero surcaba la oscuridad, alejándose velozmente del taller. ¿A dónde iría Peter? ¿A meterse en otra pelea? Estaba allí por una misión, se recordó a sí misma. De eso no cabía ninguna duda; lo que aún no había averiguado era de qué misión se trataba. No le había preguntado sobre ello, ya que hubiera sido una estupidez por su parte. Pero no había podido evitar preguntarle qué ocurriría cuando la misión finalizara, cuando él ya no tuviera razones para quedarse en Alpine.


Bueno lo primero que quiero era pedirosss perdón por n subir en tantoo tiempo, pero esque he empezadooo el institutoo y no he tenido nada de tiempoo pero en cuanto he podido he subido y estos días que n vamos a clasee voy a adelantar para poder subir. Nada más que gracias por leer y que ojalá os guste. Un besazooo!

miércoles, 3 de octubre de 2012

CAPÍTULO 23

¿Qué le estaba haciendo? Había algunos aspectos de Peter que no parecían propios del marido que ella recordaba, que liberaban partes de Lali que Thiago jamás había poseído. Igual que él revelaba partes de sí mismo que la joven no había conocido durante su matrimonio.
 Lali se arqueó cuando las manos de Peter le amasaron los senos con la dureza suficiente para despertar en ella una pequeña alarma ante el peligro y un deseo abrumadores.  La barba corta de Peter le raspaba la piel. Sus labios y su lengua la acariciaban y le marcaban los senos. Lali se arqueó, se retorció e intentó acercarse más a aquella lengua diabólica que con cada movimiento provocaba relámpagos de placer que le desgarraban el vientre. Estaba tan mojada. Tan preparada para él. Lo necesitaba tanto que los gemidos que salían de sus labios se convirtieron en súplicas, en gritos de implorante necesidad. 
—Te gusta lo que te hago. —-La confianza y el placer llenaban la ronca voz masculina cuando atrapó entre sus labios un duro pezón. 
—Lo odio —jadeó ella, sabiendo que era mentira.
 Peter se rió entre dientes y, por un momento, ella retrocedió en el tiempo. Aquella risa ahogada, ronca y aterciopelada, era un sonido del pasado y casi la hizo alcanzar el orgasmo.
. —Apuesto lo que quieras a que estás mojada —susurró—. Quiero saborear tu necesidad.
 A pesar de su dureza, su voz estaba impresa de una extraña ternura. . —Cuando llegue ahí abajo, tus rizos van a estar mojados, ¿verdad, Lali? -Ella le brindó una sonrisa.
 —Tendría que tener rizos para eso, Peter. 
El se quedó paralizado y le brillaron los ojos. Su rostro se contrajo con tanto deseo y lujuria, que al verlo Lali sintió un duro estremecimiento en el vientre. Oh, sí. Su Thiago adoraba que estuviera depilada. Le había encantado lamer y morder los aterciopelados y suaves pliegues de su sexo libres de vello, acariciarlos, besarlos.
 La respiración de Peter se hizo más áspera, y apretó los clientes.
 —¿Estás depilada? —Los músculos de su pecho y de los brazos se tensaron e hincharon. 
—Totalmente, Peter. —Lali esbozó una sonrisa lenta y provocativa—. Estoy toda suave y sedosa. Sin rastro de vello.
 Peter dio un respingo, como si le hubieran dado un latigazo. Se llevó una mano a los vaqueros, aflojó el cinturón y se los bajó casi desgarrándolos. El se incorporó de golpe y avanzó sobre el cuerpo de Lali. Enterró la mano en el pelo de la joven y le alzó la cabeza para darle exactamente lo que ella quería. Su grueso miembro se abrió paso entre los labios femeninos y ella lo succionó con ansia. Peter le desabrochó el cierre de la falda, le bajó la cremallera y le deslizó la prenda por los muslos. Lali alzó el trasero para ayudarle a despojarla de la falda, quedándose tan sólo con la ropa interior. El tanga de seda no ocultaba la humedad que surgía incontrolable de su cuerpo. 
—Estás jugando con fuego —musitó sonriendo con aprobación mientras ella seguía jugando con sus labios y su lengua. Lali se retiró y se pasó la lengua por los labios. Al verlo, Peter se estremeció contra ella y emitió un gemido desgarrador. Retiró los dedos de debajo del tanga y la miró con una inquietante promesa en los ojos antes de darle una ligera palmada sensual en el monte de Venus, sobre la mojada seda de la prenda interior. Ella se quedó paralizada. Le pasó la palma por encima del tanga mojado y oyó la rápida inspiración femenina. 
Peter se echó hacia atrás, la alzó y la colocó de tal manera que la cabeza de Lali quedó situada frente al volante. Le abrió las piernas y miró fijamente la seda mojada de color melocotón pálido que le cubría el monte de Venus. Le deslizó el tanga por los muslos, acariciándole las piernas y las rodillas, y lo dejó a un lado. Luego bajó la mirada a los pliegues rosados y a las nalgas. Recorrió con los dedos la provocativa curva del trasero femenino y se lo levantó más para palmearlo ligeramente. Sólo una suave cachetada. La luz de la luna brillaba sobre la pálida piel de Lali cuando Peter le pasó los dedos por la estrecha hendidura, provocándola, sintiendo los jugos que también cubrían la diminuta entrada de su ano.
. —¿Qué necesitas, pequeña? 
—Noah —gimió su nombre con voz desfallecida, clavando las uñas sobre los asientos de piel y marcándolos para siempre. Ver las marcas dejadas en el asiento llenó de satisfacción a Peter. Estaba marcado con su pasión. Igual que lo había marcado a él. Le bajó las piernas y se las abrió de nuevo, clavando los ojos en los hermosos pliegues rosados que protegían la estrecha entrada a su cuerpo. Apretó los dientes. Tenía que verla mejor. Encendió las luces de la cabina, tensó la mandíbula y rechinó los dientes ante la vista de la sedosa humedad que cubría el sexo de Lali. 
—Voy a devorarte —masculló él, apoyando una rodilla en el suelo del vehículo e inclinando la cabeza hacia la carne dulce y tersa que lo esperaba entre los muslos femeninos. Su Lali. Mojada. Caliente. 
—Dios mío. Peter. Sí. —La joven arqueó las caderas hacia él. 
—¿Qué quieres, Lali? —murmuró sobre su carne mojada—. Dímelo, pequeña. Dime lo que quieres. ¿Lo quieres suave y dulce? —Lamió los pliegues hinchados para saborear los jugos que fluían de su frágil cuerpo, y gimió ante el dulce y cálido sabor de su esposa. —¿O duro y profundo? —La alzó hacia él, le metió la lengua bruscamente en la vagina y escuchó que los labios de Lali dejaban escapar un grito agudo y suplicante. 
Peter sintió los delicados músculos femeninos apresándole la lengua, apretándola, y su gruesa erección se estremeció en respuesta. Le latía el engrosado glande, le palpitaba. Demonios. Si no la tocaba, la saboreaba, la poseía, si no la tenía una vez más moriría sin remedio. Lo quería todo de ella. Cada caricia, cada matiz de su sabor. Lali movió las manos y volvió a clavar las uñas en el asiento rasgando la superficie de piel. Otra marca. A ella nunca se le olvidaría. Jamás dejaría de recordar a quién pertenecía. A él. Le acarició la tierna y sensible carne de su sexo con un breve toque de su lengua. Lamió la dulce suavidad que chocó con su paladar, estimuló las terminaciones nerviosas ocultas de la joven.

Cuando Peter se derrumbó sobre Lali, rodeándola con los brazos, envolviéndola en su poderoso abrazo, la joven tuvo que luchar para contener las lágrimas y la necesidad de pedirle explicaciones. Poseía el cuerpo de su marido, poseía aquella oscura pasión que había vislumbrado en él tiempo atrás, pero no poseía su confianza. La confirmación de que no confiaba en ella, y de que sí le había contado lo que ocurría a su hermano, era un duro golpe para su corazón. Apretó los brazos en torno a él y una lágrima solitaria resbaló por su mejilla antes de poder contenerla. Por alguna razón, Peter estaba allí ahora. Lleno de deseo por ella. Todavía duro dentro de ella. Meciéndolos a ambos suavemente e inundando sus sentidos con rápidos jadeos
-¿Estás bien? —murmuró él cuando sintió que la joven volvía a respirar con normalidad. La risita de Lali fue temblorosa, casi llorosa.
. —¿Estar viva cuenta? —Lali habló en voz baja, como él. Como si hablar más alto perturbara de alguna manera la intimidad que los rodeaba. 
—Definitivamente, te quiero viva. —Peter sonrió y le acarició el brazo desnudo mientras ella apoyaba la cabeza en el otro. La joven se sentía relajada y laxa contra él. Como una gatita perezosa. Lo único que faltaba era que ronroneara. 
—Ha sido maravilloso —susurró mirándolo a los ojos y moviéndose sinuosamente contra sus caderas—. Estabas muy duro y excitado, ¿no es cierto, Peter? -El gruñó. 
—¿A eso le llamas estar duro? Pequeña, esto ha sido sólo el aperitivo. Un tentempié. 
Peter sonrió ampliamente al ver que Lali agrandaba los ojos con sorpresa.
 —Entonces no sé si sobreviviré cuando llegue el plato principal. —Frunció los labios al pensarlo—. ¿Tendré que doblar mi ración de vitaminas?
 El le mordisqueó la punta de la nariz, casi riéndose de su expresión cuando le deslizó los dedos por la cadera. 
—Eres una chica mala. —Se movió con suavidad—. Podrías acabar recibiendo una buena zurra. 
—Quizá me guste. —Lo miró de soslayo—. Es toda una amenaza, irl... —Lali se interrumpió.
Dios santo! La joven se pasó la mano por el pelo. Casi lo había llamado «irlandés». Casi había reconocido que sabía quién era.
. —¿Qué? —dijo Peter con una sonrisa. Lali se contuvo y sus labios dibujaron una sonrisa pesarosa.
 —Creo que eres un cuentista. 
El entrecerró los ojos.
 —Te demostraré lo contrario. 
—¿Esta noche? —Lali se rió con un sonido ronco y perezoso—. Antes volvamos a casa. La cama es más cómoda. 
A casa. El guardó silencio y bajó la mirada hacia ella.
 —¿A casa? 
Los ojos de Lali parpadearon como si un pensamiento incómodo hubiera invadido su mente de repente, y la mente de Peter se llenó de inquietantes preguntas. ¿Habría recordado la joven de pronto que él no era Thiago? ¿Que había dejado que otro hombre la abrazara, que la follara, aunque su corazón perteneciese a su marido muerto? Maldición, iba a tener que dejar de pensar en eso. Se volvería loco si no dejaba de sentir celos de... sí mismo. 
—Tenemos que volver a casa —dijo ella encogiéndose de hombros—. Supongo que «casa» es el sitio adonde quieras ir. No temas, no estoy sugiriendo que mi casa sea la tuya. Si prefieres la cama del apartamento, es cosa tuya. 
Se apartó de él, recogió la ropa del suelo del todoterreno y comenzó a vestirse. —Te he ofendido y no era mi intención hacerlo. —Peter le miró la espalda con el ceño fruncido. Maldita sea. Tenía que controlarse.
 —¿Cuánto tiempo vas a quedarte por aquí, Peter?
 La pregunta le sorprendió. Peter entrecerró los ojos, consciente de que ella le daba la espalda a propósito.
 —¿Quieres que me vaya? -Un pequeño sonido de irritación resonó en la cabina. Coqueto y lleno de ira. 
—¿Acaso te he pedido que te vayas? Quizá sólo sienta curiosidad por saber si tienes intención de quedarte aquí o si ya has hecho otros planes. —Había una tensión en la voz de Lali que puso en guardia a Peter. 
—¿Qué tipo de planes? 
—Por ejemplo, largarte. —Ella se encogió de hombros—. Has llegado al pueblo procedente de Dios sabe dónde y has asumido el control de mi vida y de mi cama. Me gustaría saber si me consideras algo más que un revolcón.

lunes, 1 de octubre de 2012

CAPÍTULO 22

Se libró de seguir torturándose con aquello cuando la hija de Sally, Katy, se acercó a tomar nota del pedido. La conversación decayó después de eso. Lali se bebió el vino, luchando contra la necesidad de preguntarle, de exigirle respuestas. Algunas personas entraron al patio para charlar y saludarlos. La mayoría sólo sentían curiosidad, otras, como Gaylen, se metían donde no debían. Aquello convirtió la cena en una experiencia exasperante y Lali deseó haber ido a Odessa. Era allí donde Thiago y ella solían salir a cenar, ya que, en Alpine, el hecho de que su esposo fuera tan popular implicaba que otras parejas se unieran a ellos cuando lo único que querían era disfrutar de una noche a solas. 
—¿Estás lista? —le preguntó Peter después de cenar, observando cómo ella jugueteaba con la copa de vino y fruncía el ceño. 
—Sí, vámonos.- Lali dejó la copa sobre el mantel cuando Peter levantó tras dejar una buena propina en la mesa. A ella le gustó que fuera tan generoso ya que Sally había dicho que la cena corría por cuenta de la casa.
La cogió del codo para guiarla fuera del restaurante y la joven se percató de que él no había mirado ni una sola vez a la mesa de Gaylen, desde la que su padre los había seguido con la vista. Algunas veces, Lali sentía realmente lástima por Grant Bedolla. Durante los años que compartió con Thiago, siempre tuvo la impresión de que aquel hombre quería más a su hijo de lo que demostraba. Thiago creía que su padre no sentía nada por él y que lo único que le importaba era su rancho. Para su sorpresa, después de la «muerte» de hijo, Grant intentó por todos los medios hacerse con el taller, aunque Lali jamás había sabido por qué. Había estado tan resuelto a conseguirlo como Gaylen Patrick o Mike Conrad. Como si fuera alguna clase de trofeo. Ella jamás entendió aquella postura y tampoco sabía si quería hacerlo. Lali se había preguntado muchas veces a lo largo de los últimos años por qué demonios se había quedado allí. Por qué seguir luchando, por qué intentar continuar sin Thiago. Ahora sabía por qué, y aquella seguridad tenía el poder de estremecerle el corazón. Se había quedado porque sabía que su esposo regresaría. El todoterreno estaba aparcado cerca de la entrada del restaurante. Peter la ayudó a subir sin decir una sola palabra y luego se dirigió al lado del conductor. Una vez tras el volante, Peter arrancó el motor y se quedó observando el restaurante en silencio. Al cabo de unos pocos segundos, Lali se dio cuenta de qué era lo que estaba mirando. Grant Bedolla los había seguido. Estaba en el porche del local con las manos en las caderas y los ojos azules entrecerrados y clavados en el todoterreno. 
—¿Es tu suegro? —le preguntó Peter con suavidad. Lali asintió y sostuvo la mirada a Grant durante un buen rato. Lo que vio en sus ojos la confundió. Hubiera podido jurar que era pena. Peter dio marcha atrás antes de maniobrar y salir del aparcamiento. No dijo nada, ni miró atrás. No parecía haber ni un rastro de pesar en su expresión ni en su actitud. Pero ella lo percibió. Sintió cómo lo inundaba. Grant era su padre, y ella sabía que Thiago siempre había esperado que llegara el día en que se reconciliaran. 
—¿Por qué te quedaste aquí después de que tu marido muriera? —inquirió al tiempo que se incorporaba a la carretera en dirección a la casa de la colina—. Podrías haberte ido a cualquier parte. 
Ella se encogió de hombros.
 —Mi marido estaba aquí.
. —Tu marido está muerto —sentenció Peter—. Te aferras a él como a un talismán, Lali. Como si todavía estuviera vivo, y no es así. 
—Te equivocas —afirmó la joven sacudiendo la cabeza—. Mientras permanezca aquí, con las cosas que él amaba, seguiré conservando una parte de él. Lo miró, percibiendo claramente cómo fluía el dolor entre ellos. 
—¿Crees que esto es lo que él habría querido para ti? —le espetó Peter con furia—. ¿Que te quedaras aquí, llorando por él? ¿Sufriendo la mezquina condena que he visto en esas personas? ¿Crees que te amaba tan poco? 
—El amor que sentía mi marido por mí no viene al caso —replicó—. Yo le amaba muchísimo. Y en cualquier caso, ¿qué puede importarte a ti, Peter? -Él apretó el volante con las manos. 
—Entonces fuiste una estúpida —gruñó al cabo de unos segundos—. O demasiado joven para saber lo que hacías. ¿Cuántos años tenías cuando murió? ¿Veinte? Se casó con una maldita niñita. 
La joven permaneció en silencio durante largos segundos. Observó la noche, sintiendo cómo la furia crecía en su interior. 
—Me pasé más de un año imaginando de cuántas maneras podía haber muerto mi marido —dijo al fin con frialdad—. Tenía veinte años cuando él se marchó a su última misión. Después de que me comunicaran su muerte, me despertaba cada noche gritando, rezando, viéndolo morir una y otra vez, sintiendo un dolor que me impedía respirar y seguir viviendo. —Lali había visto el infierno de Peter, ahora lo sabía—. No me digas que fui una estúpida. Le amaba. Nunca lo dudes. Puede que duermas algunas noches en su cama, o que conduzcas su todoterreno y te acuestes con su mujer, pero no tienes los papeles que te dan derecho a formarte un juicio sobre ella. 
Lali le estaba presionando y lo sabía. Peter le lanzó una mirada de reojo. 
—¿Qué demonios quieres decir? 
—No tienes ninguna licencia matrimonial, Peter. No eres mi marido, ni mi padre ni mi hermano. No eres quién para decirme nada. 
—Soy tu amante —gruñó él con furia—. Eso me da derecho. Y estoy cansado de oír hablar de Thiago. 
—Por lo que a mí respecta, no tienes ningún derecho —le informó ella—. Y, al fin y al cabo, es mi opinión la que cuenta. Por cierto, te has pasado la casa. 
—Ya lo sé. —Volvió a apretar los dedos en torno al volante—. Ha sido a propósito. - Ella le dirigió una mirada cautelosa. 
—Es bueno saberlo. 
Peter giró la cabeza y la fulminó con la mirada antes de volver a prestar atención a la carretera.
 —Tienes la molesta costumbre de ser algo sarcástica, Lali. -Y no había sido así antes, ella lo sabía. Lali logró contener una sonrisa. 
—¿Sólo algo? Maldición, y yo pensando que era muy sarcástica. Debo practicar más.
 La expresión de Peter era tensa y furiosa mientras miraba ominosamente la carretera que se extendía ante ellos. 
—Son unos bastardos —maldijo finalmente—. No soporto ver que te tratan como si no tuvieras cerebro. -Ella se rió. 
—Mi marido pensaba que no era más que una muñequita. La típica  tonta. El era alto y musculoso, y le encantaba que pareciera indefensa. 
Era la verdad y a Peter no le gustaba que fuera así. Lo odiaba. Le mostraba una faceta del hombre que había sido que no le gustaba en absoluto. Había querido que Lali dependiera de él y jamás se había dado cuenta de que había sido al contrario. De que había sido él quien había dependido de ella. Dependía por completo del amor de Lali para seguir siendo humano, para recuperar la risa y el humor al volver de una misión. 
—¿Y se lo consentiste? —le preguntó. 
—Me encantaba parecer indefensa ante él. Pero he madurado, Peter. No soy una muñequita ni tampoco una estúpida. Puedo sobrevivir sin tener un hombretón grande y fuerte en quien apoyarme. Me lo he demostrado a mí misma y también a cualquiera que pensara que no era más que la tonta que parecía. Sólo tenía dieciocho años cuando me casé con Thiago. Veinte, cuando él desapareció en aquella última misión. Lo amaba con toda mi alma; sin embargo, ahora soy una mujer y todos esos juegos no forman parte de la persona que soy ahora. Acostúmbrate a ello, porque ya no estoy dispuesta a fingir que no tengo cerebro. 
—Tu marido no te merecía. —Peter tenía la mandíbula tan tensa que parecía a punto de desencajarse. 
—Él lo era todo para mí —susurró Lali—. El hecho de que no me conociera por completo fue culpa mía. Mía y de mi juventud. Pero habríamos madurado el uno junto al otro. Estoy segura. Habríamos aprendido a conocernos con el tiempo.
 Observó con curiosidad cómo él tomaba un camino de tierra en vez de continuar hacia Odessa como pensaba que estaba haciendo. Las luces del todoterreno atravesaron la oscuridad como una lanza, iluminando los pinos y el camino hasta que se detuvieron frente a pequeño cañón.
-¿Para qué hemos venido aquí? —Lali miró la oscuridad que les rodeaba mientras él apagaba el motor. 
—Para esto. —Se giró hacia ella, le desabrochó el cinturón de seguridad y un segundo después el respaldo del asiento del copiloto cayó sobre el asiento trasero, formando una especie de cama.
 —No sabía que se podía hacer eso —comentó ella nerviosismo. Él la empujó sobre el asiento hasta que la cabeza de la joven descansó sobre el respaldo y luego la agarró por la cintura. Peter respiraba entre jadeos. Lali vio un brillo salvaje en sus ojos y el deseo reflejado en su rostro. 
—No deberías haberte quedado aquí. No soporto ver cómo esos bastardos te miran imaginándote en sus camas. Como si tú no fueras más que un juguete. Los celos lo atravesaban. Brillaban en sus ojos y despertaban un impulso de independencia que Lali no sabía que poseía. 
—¿Es eso lo que soy para ti? —La joven colocó las manos por encima de la cabeza. No lo apartó. No luchó contra el deseo que crecía en su interior—. Te quejas de algo que quieres para ti mismo, Peter. Poseerme.
 El abrió la boca como si fuera a hablar. A responderle. Un instante más tarde bajó la cabeza y le capturó los labios con fiereza. Como si hubieran acercado una cerilla a la gasolina, el deseo y la necesidad estallaron entre ellos con rapidez. Peter no podía explicar por completo la necesidad de hacerla suya en el todoterreno. El hecho de que le hubiera permitido conducirlo pensando que él era otro hombre, que se hubiera sentado junto a él, hacía que sintiera unos celos irracionales que lo devoraban vivo. Quería dejar su marca en el todoterreno y en la mujer. Quería estar condenadamente seguro de que ningún otro hombre conducía aquel vehículo ni se acostaba con aquella mujer. Los dos eran suyos. El instinto de poseerla se clavó en sus entrañas con crueles garras. La injusticia que estaba cometiendo con ella le preocupaba más que cualquier otra cosa, pero la necesidad dominaba su cuerpo y le dejaba incapacitado para luchar contra ello. Había sabido, ya antes de dejarla, durante su captura y después de ella, que había muchos hombres dispuestos a ocupar la cama de Lali. A veces, a lo largo de los años, había llegado a pensar que si la joven hubiera tenido un amante después de su supuesta muerte, él habría podido continuar su camino sin más, sin volver a la vista atrás. Pero al sentir la intensidad con que lo besaba, la desesperación con que lo aceptaba en su cuerpo, con un hambre que no hacía más que crecer en su interior, sabía que eso no habría importado. Habrían acabado juntos, de una manera u otra. Todo lo habría conducido hacia ella, cada segundo transcurrido. Su deseo por su esposa habría resultado, finalmente, demasiado poderoso. Sin embargo, esa noche había ido demasiado lejos. Sólo Rory sabía que Thiago había reajustado la palanca de los asientos del todoterreno de tal manera que permitiera crear una pequeña cama doble dentro del vehículo. Había reducido la altura de los asientos delanteros para que se encontraran al mismo nivel que los de atrás. Los respaldos se replegaban una vez que el asiento se bajaba automáticamente, creando una cuña entre ambos asientos y el suelo para sostenerlos. Había hecho esos ajustes con la intención de terminar haciendo aquello. De poseer a Lali en el todoterreno. Jamás había tenido la oportunidad de probarlo antes. Salvo ahora, cuando la obsesión por su esposa, contra la que siempre había luchado, crecía en su interior sin frenos, inundando su mente por completo. Ella pensaba que su marido había desaparecido. Que estaba muerto. Y ahora estaba permitiendo que otro hombre la tocara, la abrazara, condujera su maldito todoterreno.
Tras esa noche, no importaba lo que le deparara el futuro, ningún otro hombre tendría lo que era suyo. Le aferró las caderas con las manos y emitió un gruñido casi animal contra sus labios. Le acarició el interior de la boca con la lengua, devorándola, y se estremeció ante la necesidad que fluía a través de sus cuerpos, tensándolos. No sintió rigidez ni dolor en sus heridas. Tampoco le hubiera importado. Todo lo que sentía era a Lali, sus manos agarrándose al cuero del asiento trasero mientras lo besaba, deseándolo ardientemente. Echó la cabeza hacia atrás y se la quedó mirando fijamente. La luz de la luna entraba en la cabina del todoterreno, iluminándole el bello rostro, los ojos grises y los labios hinchados. Debajo de la fina blusa de seda, los pechos de la joven subían y bajaban cuando tomaba aire. Peter tuvo que apretar los dientes para contenerse y no arrancarle las ropas. Alzándose sobre ella, bajó la mirada por el cuerpo de Lali. La falda se le había subido por los muslos, casi por encima de las bragas, provocando una punzante reacción en el vientre de Peter que lo dejó sin aliento. Los muslos femeninos brillaban tenuemente bajo la luz de la luna, como si su piel fuera del más fino satén, como magia dulce y suave. Lali siempre había sido pura magia para él. Amarla había sido su salvación y su máximo tormento. Su más fiero deseo.
 —Eres perfecta. —Peter le puso la mano sobre el muslo y sintió bajo la palma cómo vibraban los músculos de la joven respondiendo a su caricia. 
—No es cierto —murmuró ella con un sonido ronco que penetró en los sentidos de Peter con una oleada de lujuria que apenas pudo contener. Peter le deslizó la mano por el muslo en una ardiente caricia que fue para él más potente que cualquier droga.
 —Quiero desnudarte. —No quería llenarse la cabeza con otra cosa que no fuera la visión y el tacto de su esposa—. Mantén los brazos por encima de la cabeza. —Le subió las manos hasta la parte superior del asiento, observando cómo curvaba los dedos en la unión entre el asiento y el reposacabezas—. Muy bien, buena chica. Ahora déjame tocarte. 
—Pero yo también quiero tocarte. —Lali se arqueó cuando los dedos de Peter se dirigieron a los pequeños botones de la blusa. Eran demasiado diminutos para aquellos dedos casi torpes. Dios, la deseaba tanto que temblaba de anticipación. La adrenalina lo atravesaba. Podía sentirla. Podía sentir cómo la lujuria crecía en su interior sólo ante el pensamiento de verla desnuda. No le ocurría con ninguna otra mujer. Sólo Lali tenía el poder de provocarle de esa manera. Incluso durante su estancia en el infierno, cuando la lujuria latía entre sus muslos en un estado de pura agonía, no podía soportar la idea de tocar a otra mujer. Siempre lo había sabido. No importaba cuan ciego de lujuria y aturdido por la droga estuviera. Ninguna de las mujeres con las que le habían tentado era Lali, lo sabía en cuanto las tocaba. Sabía que no eran su esposa, su vida, en el instante que las rozaba. 
—Sueño contigo —murmuró Peter cuando la blusa se abrió, revelando la piel pálida—. Sueño —tenía que estar soñando ahora— con tocarte. Con saborearte. 
—¿Por qué soñar? —Lali observó los oscurecidos ojos del hombre que amaba, con la pestañas sombreándole las mejillas—. No tienes por qué soñar, Peter. Estoy aquí. 
El le abrió la blusa por completo y se quedó mirando los senos de la joven, cubiertos por el fino encaje del sujetador. Sus pezones, duros y erizados, se erguían orgullosamente. Conocía su forma. Su color. Su exquisito sabor bajo su lengua, en su boca. Lo sabía y quería más. Ninguna mujer debería tener tanto poder sobre un hombre. Pero Peter lo había aceptado y amado hacía mucho tiempo. Era tan sólo una parte más de la necesidad y la pasión que fluían entre ellos.

Cogió las manos de Lali para levantarla y quitarle la camisa por los hombros, y luego le acarició la piel. Tuvo que apretar los dientes cuando los labios de la joven encontraron su cuello. Le atormentó con su lengua y le rozó con los labios. Peter quiso aullar ante el deseo que sentía en lo más profundo de los testículos. Apartó la blusa a un lado y le quitó el sujetador. Dios, sus pechos. ¿Qué teman los senos de una mujer para fascinar a los hombres hasta volverlos locos? Lali tenía los pezones duros y tensos. La respuesta de una mujer se mostraba en sus pechos. Se hinchaban, enrojecían. Los pezones se oscurecían, se erguían y sabían como el deseo, puros y dulces. Le pasó las manos por la espalda, medio incorporándola para poder bajar la cabeza hacia las anhelantes cimas de los pezones. Curvó la lengua en torno a uno de ellos y el gemido de Lali atravesó los sentidos de Peter como una caricia. 
—Adoro tus pezones —susurró, atrapando entre sus labios aquel punto tenso con un suave movimiento de succión—. Son tan dulces y tersos. Tan duros y calientes.
 Lali se puso rígida y se arqueó. Peter la deslizó al medio del asiento, se montó a horcajadas sobre sus piernas para inmovilizarla e inclinó la cabeza otra vez. —Voy a chuparte los pezones, Lali. Voy a chupártelos tan dulce y profundamente que te vas a correr sólo con eso. 
Lo había hecho antes, una vez. Hacía ya mucho tiempo. Unos meses antes de casarse. La había puesto tan caliente, tan mojada, había jugado con aquel cuerpo perfecto de una forma tan despiadada que la dulce succión de uno de sus pezones la había hecho correrse. Peter quería que ocurriese de nuevo. Quería sentir la salvaje excitación de Lali en los labios al lamer su clítoris. Quería saborear los jugos espesos y resbaladizos de su esposa. Quería que estuviese tan húmeda, tan excitada, que la huella de su lujuria quedara grabada en el interior de ese vehículo de tal manera que jamás permitiera que otro hombre estuviera allí dentro con ella. Lali se movió sensualmente bajo él cuando Peter inclinó la cabeza de nuevo. Le lamió el pezón y lo besó. Le rozó con los dientes la carne que circundaba el pezón. Le mordisqueó la piel cremosa y le dejó una marca suave y enrojecida mientras la atraía hasta su boca. El pequeño mordisco de amor se oscurecería, marcándola como suya. 
—Tan dulce y excitada. —Peter se quitó la camiseta por la cabeza sin dejar de mirarla y la dejó a un lado. 
—Quiero tocarte. —La voz femenina estaba ahora ronca de deseo, ávida, hambrienta—. Déjame tocarte, Peter. 
—Todavía no. —Le acarició los brazos con las palmas y le apretó las manos duramente entre el asiento y el respaldo—. Agárrate ahí. No muevas las manos o me detendré. 
Maldición, claro que lo haría. Si ella lo tocaba, estallaría en llamas y la penetraría con tal rapidez y dureza que ninguno de los dos sabría qué había pasado.
. —Quédate quieta, Lali. Quédate quieta y deja que te ame.

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