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martes, 22 de enero de 2013

Capitulo 29



Buenoooooooooo primero que todo holaaa a tod@s, segundo perdon por no su ir pero es que mi vida es un gran lio ultimamente de verdad, yo me muero por subiros nove pero hasta hoy que he estado toda la tarde libre no he podido, en fin me parece que a partir de ahora voy a ir mas ligerita. Que tendré mas tiempo para subir si o es todos los dias cada dos, y por cierto ya queda poquitooo para que termine y creo que ya se cual voy a subir después. Bueno perdón por todo ya sabéis y os dejo con el caaap.



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Se puso las botas y luego se colgó los zahones al hombro con una amplia sonrisa al recordar la mirada en la cara de Lali cuando había visto su polla sobresaliendo de los vaqueros como un hierro candente y las piernas enfundadas en aquellos zahones. Ella casi había llegado al orgasmo al tomarlo en su boca.
Sacudió la cabeza antes de bajar las escaleras y recoger la camiseta del suelo para ponérsela. Encontró la cazadora y el chaleco, y los dejó junto a los zahones sobre una silla.
Inspeccionó la casa para mayor seguridad. Comprobó la parte trasera, la habitación de invitados y el cuarto de baño, y luego regresó a la puerta principal.
Recogió su ropa y salió. Cerró la puerta con llave antes de dirigirse a la Harley, que comprobó también, así como el pequeño BMW de Lali, para quedarse tranquilo.
No encontró nada.

Esa tarde, Lali bajó andando a trabajar. Vestida con unos vaqueros y una de las camisas viejas de trabajo de Thiago sobre una camiseta sin mangas, entró al taller y cogió del mostrador la lista de trabajos pendientes de los mecánicos.
Buscó a Peter con la mirada y lo encontró inclinado bajo el capó de un sedán antiguo. No estaba tan interesado en el motor como lo estaba en los vehículos que entraban en la gasolinera y las personas que se pasaban por la tienda de suministros.
Rory se encargaba del surtidor, riéndose y charlando mientras echaba gasolina. Y Toby estaba haciendo caja en la tienda.
Finalmente, llegó la noticia del arresto de Delbert Ransome, acusado de los horribles asesinatos de un joven matrimonio inmigrante. Se había comprobado que el ADN hallado en su todoterreno coincidía con el del marido. Según las noticias que estaban emitiendo en la radio, Ransome habría tenido que atropellar a la víctima varias veces para que las pruebas físicas hubieran quedado alojadas allí donde se encontraron.
El arresto se había producido gracias a una llamada anónima. Un excursionista que había estado en la zona reconoció el todoterreno y a Ransome como el hombre que había atropellado a la joven pareja.
El sheriff, Rick Grayson, había cursado la denuncia, los agentes federales habían registrado la casa de Delbert y, al cabo de unas horas, encontraron las pruebas.
Peter se volvió para mirar a Lali y entrecerró los ojos mientras ella oía las noticias. La joven sabía muy bien quién había encontrado las pruebas al revisar el todoterreno de Ransome.
Lali respiró hondo antes de pasear la mirada por el taller y darse cuenta de que uno de los mecánicos no estaba. Chuck León no era muy hablador, pero jamás había faltado un día al trabajo.
Se acercó a Peter con discreción y le preguntó:
—¿Dónde está Chuck?
—Aún no lo sé —respondió él en voz baja.
Lali se acercó todavía más.
—Fue él quien se encargó del todoterreno de Ransome, ¿verdad?
—Sí. —Peter asintió con la cabeza antes de inclinarse bajo el capó para comprobar una de las conexiones. 
—¿Lo habéis llamado? —susurró.
—Sí. Lo hizo Toby, aunque no obtuvo respuesta. —La voz de Peter era todavía más baja que la de ella—. Ve a trabajar, Lali. No andes haciendo preguntas y no te preocupes.
Peter levantó la mirada del capó al oír que otro vehículo entraba en la gasolinera.
Lali miró a su alrededor e hizo una mueca ante el creciente gentío. El taller de Thiago siempre había sido el lugar ideal para enterarse de todo lo que ocurría. Estaba en las afueras del pueblo, pero el aparcamiento era lo suficientemente grande para que los clientes no tuvieran que preocuparse por el espacio ni por cuánto tiempo se quedaban. Algunos ancianos permanecían de pie en la puerta de la tienda de suministros con un café en la mano mientras intercambiaban rumores, y otros clientes se reunían en otras zonas para hacer lo mismo.
—Quédate donde pueda verte —le masculló Peter a Lali, lanzándole una dura mirada—. Todo el tiempo.
La joven asintió con la cabeza antes de regresar al coche deportivo que estaba arreglando.
Peter observó a la gente, tomando buena nota de los trozos de conversación que podía escuchar.
A Ransome le gustaba correr con otros hombres, nombres que no habían salido- en la investigación, pero que la unidad investigaría ahora.

Negando con la cabeza, se alejó del coche que estaba reparando. Se dirigía a la parte trasera de la tienda de suministros cuando la campana tintineó de nuevo en la puerta de entrada y vio al hombre que entraba en la tienda.
Grant Bedolla.
Peter observó a través de la puerta de cristal de la nevera cómo Grant se acercaba a Rory, que estaba cogiendo un refresco de la otra nevera.
—¿Qué diablos pasa, Rory? —Grant agarró a su hijo por el brazo y lo sacudió antes de que éste se soltara.
—¿Qué haces tú aquí? —masculló Rory—. ¿De visita por los barrios bajos?
—No seas estúpido —rugió Grant—. ¿Cuándo vas a deshacerte de este lugar? ¿Cuántas veces tengo que decirte que acabarás metiéndote en líos?

—Vete al diablo —le espetó Rory, y Peter pudo ver la cólera que comenzaba a fluir entre ambos hombres—. Aún quieres arruinarnos la vida ¿verdad? Has olvidado la promesa que le hicimos a Thiago antes de que se marchara a su última misión y ahora quieres traicionar a su esposa.
Peter cerró la mano con fuerza alrededor de la botella de agua que sostenía mientras clavaba los ojos en la espalda de Grant . A los cincuenta y cinco años, todavía estaba en buena forma. Tenía el pelo completamente blanco, pero seguía teniendo la piel morena y los hombros erguidos. Los hombres Bedolla no envejecían mal, y Grant era la prueba viviente de ello.
—Ni tú ni ella atendéis a razones —graznó Grant—. Y tú corres peligro aquí. Todo el pueblo sabe lo de Ransome y que su todoterreno estuvo en este taller. ¿Qué demonios encontrasteis?
La expresión de Rory era de absoluta sorpresa.
—¿Has perdido la cabeza? —Empujó a su padre—. Si hubiera encontrado algo, me hubiera mantenido alejado de Delbert. Maldito seas, ¿es así cómo piensas destruir a Lali? ¿Esparciendo esos rumores para que venga alguien a cortarle la garganta?
Ya era suficiente.
—Rory. —Peter se giró, escupiendo el nombre de su hermano.
Los dos hombres lo miraron. Grant entrecerró los ojos y sus manos se convirtieron en puños cuando Peter caminó hacia ellos lentamente.
—Deberías estar ocupándote del surtidor. —Peter señaló la gasolinera con la cabeza—. Toby no puede encargarse de todo él solo.
Su hermano se pasó la mano por la cara con irritación. 
—Demonios. Justo lo que me faltaba. Que tú también interfieras en esto.
—El sólo se acuesta con ella. —Grant examinó a Peter, mirándolo a los ojos amenazadoramente—. ¿Por qué debería importarle que Lali muera?
Un segundo más tarde, Grant  se ahogaba.
Peter ignoró las uñas que su padre le clavaba en la muñeca cuando apretó con fuerza la mano en torno a su garganta, empujándolo e inmovilizándolo contra la nevera.
—Un día de estos, alguien te cortará esa maldita mano —masculló Rory antes de salir furioso de la tienda.
Peter clavó la mirada en los ojos de su padre. Las motas verdes brillaban sobre el tono azul irlandés que destacaba contra las mejillas repentinamente pálidas.
—Lárguese —le ordenó Peter lentamente—. Váyase y no vuelva por aquí.
Grant le devolvió la mirada. No había miedo en sus ojos, pero sí un indicio de reconocimiento que Peter no quiso ver.
—Ya es suficiente. —Fue la voz de Lali lo que atrajo su atención.
Peter giró la cabeza despacio y la miró.
—Suéltale —le pidió la joven con los labios pálidos—. Ya.
—Lali, termina de examinar ese coche —le sugirió Peter—. El señor Bedolla y yo sólo estamos manteniendo una charla amistosa.
Ella miró fuera de la tienda.
—Si no quieres tener público, suéltalo. Ya.
Peter le soltó muy despacio, observando cómo Grant lo miraba con algo parecido al horror. Levantó la mano y se frotó la garganta. Luego intentó hablar, pero mantuvo los labios sellados.
—Eso es —dijo Peter con suavidad—. No va a decir nada más. Súbase a su coche y lárguese de aquí ahora mismo. Porque no queremos tener nada que ver con usted. ¿Me ha entendido?
Grant parpadeó sin apartar la mirada de él.
—Aunque quizá sí tenga algo que decir. —Peter esbozó una lenta sonrisa—. Podemos discutirlo más tarde. ¿Qué le parece a medianoche? —Bajó la voz—. Puedo dejarme caer por su casa cuando esté bien arropado en la cama. Podría meterme en sus pesadillas y luego charlar sobre ello.
—No te atreverás —gruñó Grant—. No lo harás.
Peter sonrió ampliamente.
—Pruébeme. Si se atreve.
—Déjale marchar, Peter. Ahora. —La voz de Lali sonó inflexible, advirtiéndole que no hacía falta más provocación para enfurecerla del todo.
Él retrocedió y Grant se apresuró a abandonar el edificio.
—No vuelvas a interferir —le advirtió entonces Peter a Lali, mirándola con furia.
Se dio la vuelta y pasó junto a ella con paso airado, regresando al taller mientras una fría cólera le carcomía por dentro.
Su padre. Aquel hijo de perra era su padre, y él apenas pudo controlar el odio, el deseo de matarle cuando le oyó decirle a Rory que abandonara a Lali. Que rompiera el último vínculo que ella tenía con la familia. Sabía que su hermano jamás lo habría hecho, pero aun así le enfurecía hasta niveles insospechados que Grant siguiera intentado convencerlo. Y no sabía por qué. No lo entendía. Quitó el tapón de la botella de agua y se la bebió como si de esa manera pudiera aplacar la sed de venganza que le hacía arder por dentro. No funcionó y, antes de poder controlarse, estrelló la botella medio vacía contra la pared del taller, donde impactó con un sordo ruido antes de caer al suelo.
Nik levantó la cabeza del vehículo que estaba reparando, observó la botella, a Peter, y luego la puerta de la oficina.
Peter siguió la dirección de su mirada y vio a Lali con los ojos llenos de dolor fijos en él.
Aquélla era una de las razones por las que no podía quedarse, por la ardiente necesidad de acabar con cualquiera que le hiciera daño a Lali. La furia que crecía en su interior, que le despojaba de la lógica y el control, que le hacía querer saborear la sangre o la lujuria. Algunas veces, las dos cosas a la vez.
Ella se humedeció los labios y se acercó a él. Su rostro había perdido cualquier rastro de color y los ojos grises brillaban como diamantes por las lágrimas.
Se detuvo ante Peter y, sencillamente, apoyó la cabeza contra su pecho, calmando de esa manera su furia. La rodeó con los brazos y, tras el capó del coche que los protegía, la estrechó contra su cuerpo mientras aullaba por dentro. Porque la realidad era que no sabía si podría dejarla.
—Vuelve al trabajo. —Peter dio un paso atrás y se pasó la mano por el pelo, luchando contra la sensación de traición que le había inundado al oír lo que había dicho Grant sobre Lali.
En más de una década sólo le había pedido a su padre una cosa. «Si me pasa algo, protege a Lali. Cuida de ella». Y Grant le había jurado que lo haría. Pero le había mentido. Había permitido que Lali sufriera. Había hecho todo lo posible por arrebatarle la casa y el negocio que Thiago  le había dejado.
Sacudió la cabeza y regresó al trabajo. Relegó los pensamientos sobre Grant  al fondo de su mente y se prometió que lidiaría con ellos más tarde. Y también se encargaría de su padre, de eso no cabía ninguna duda.

Peter sentía que la misión estaba llegando a su desenlace; su sexto sentido le advertía que estaba a punto de ocurrir algo.
Cuando entró en la casa precediendo a Lali, tema los sentidos alerta y escudriñó cada rincón, cada mota de polvo, cada grieta del suelo.
Una vez comprobó que estaban a salvo, bajó las escaleras y encontró a Lali sentada en el sillón. Era algo que ella solía hacer antes. Pero no estaba mirándose las uñas ni viendo la tele. En vez de eso, tenía la cabeza gacha mientras jugueteaba con la alianza que ahora llevaba en el dedo correcto.
Miraba el anillo con el ceño fruncido y le daba vueltas en el dedo como si intentara adivinar cómo diablos había llegado hasta allí.
—Todo está en orden. —Terminó de bajar las escaleras y se dirigió a la cocina—. Tengo hambre. ¿Qué te parece si pido una pizza?
Al entrar en la cocina, su mirada fue atraída de nuevo hacia aquella condenada botella de vino centenario. Demonios, él la había reservado para el día que terminaran de pagar la hipoteca de la casa y el taller. Le había salido barata. La había cambiado por el Chevy del 57 que había reconstruido pieza a pieza.
También vio la botella de la que Kira y Lali habían dado buena cuenta. No dijo nada, pero estaba seguro de que se le había puesto el vello de punta. Frunció el ceño al pensar en ello y de pronto sintió que Lali entraba en la cocina tras él.
—Siéntete como en casa —comentó la joven con sarcasmo al ver que Peter descolgaba el teléfono de la cocina y marcaba el número escrito en el papel pegado en la pared. Era evidente que Lali pedía pizza a menudo.
—¿De qué quieres la pizza? —le preguntó Peter antes de terminar de marcar.
Ella le dirigió una mirada burlona.
—De cualquier cosa que pueda tragarse también el fregadero. —Se encogió de hombros.
Al menos eso no había cambiado con los años.
Peter acabó de marcar y pidió la pizza. Colgó, cogió una de las botellas y la levantó hacia ella.
—¿Tienes más?
Lali miró la botella y luego a él.
—Bastantes. Mi marido las coleccionaba.
—Podríamos bebemos una con la pizza —sugirió.
La joven observó la botella con el ceño fruncido mientras él la dejaba sobre la encimera.
—Están en el sótano. —Señaló la puerta—. Coge la que quieras.
Había una en particular que él quería derramar y saborear en el cuerpo de Lali. Un vino añejo sin precio que había reservado para alguna ocasión muy especial como sus bodas de plata o su primer hijo. Pero siempre con la intención de compartirlo con ella. Lo que, de hecho, iba a hacer ahora.
—No abras la puerta a nadie —le advirtió.
Ella puso los ojos en blanco.
—No pensaba hacerlo.
Peter asintió y se dirigió al sótano. Abrió la puerta y comenzó a bajar las escaleras de madera que él mismo había hecho.
Al llegar abajo miró a su alrededor. El sótano estaba bien iluminado y pudo ver que la tela plastificada que cubría la mesa de billar estaba llena de polvo. La estantería de madera donde guardaba su colección de vinos se había oscurecido y las botellas también estaban cubiertas de polvo.
Era obvio que Lali no había bajado muy a menudo. No lo había esperado tampoco. Ella había parecido comprender que aquél era su espacio privado, un lugar donde poder reflexionar.
Escogió una botella de vino y miró la etiqueta, sintiendo otra vez aquella opresión en el pecho. Había casi dos docenas de botellas de vinos añejos. Empezó a coleccionarlas al cumplir la mayoría de edad. Las había intercambiado o comprado a muy buen precio en algunas ocasiones. Y cada una tenía un significado especial para él. Había previsto en qué ocasión abriría cada una de ellas.
Se dio la vuelta y lanzó otra mirada al sótano, observando cómo Lali se detenía en la puerta y lo miraba.
Su rostro apenas era visible entre las sombras, pero podía sentir la preocupación que la embargaba.
—No he limpiado hace mucho —dijo suavemente mientras él volvía a las escaleras—. Es sólo un sótano. —Peter subió los escalones resueltamente mientras ella retrocedía a la cocina con una expresión pensativa—. Quizá debería hacerlo.
—Como has dicho, es sólo un sótano. No parece que lo uses mucho.
—No. No suelo bajar. —Negó con la cabeza antes de darle la espalda—. Tengo que darme una ducha.
Lali subió a la segunda planta con rapidez, apretando una mano contra el estómago y tratando de contener las lágrimas que amenazaban con escapar de sus ojos.
Podría conseguirlo, se dijo a sí misma. Podría manejar aquello y sobrevivir a cualquier cosa si Peter la dejaba.
Aun así, seguía aferrándose a la esperanza de que él no se fuera. Era lo único que podía hacer para mantenerse cuerda.
La pizza estaba buena y la media botella de vino que consumieron fue pura ambrosía. A pesar de estar a mediados de verano, Lali bajó el aire acondicionado y encendió la chimenea.
Comieron la pizza delante del fuego, con el aire frío del aire acondicionado susurrando a su alrededor mientras les calentaban las llamas de la chimenea.
Después de comer, arrastraron los pesados cojines del respaldo del sofá y los extendieron sobre el suelo para disfrutar de aquel momento de paz. A Lalu no le sorprendió que la cabeza de Peter acabara en su regazo. Así era como habían terminado siempre las frías noches de invierno. Con la cabeza masculina en su regazo y los dedos de ella jugueteando con su cabello.
Se preguntó si él también recordaría aquello mientras miraba fijamente el fuego con las manos cruzadas en el estómago. ¿Recordaría Peter las noches que habían compartido haciendo simplemente eso?
Además de otras cosas, claro.
Lali esbozó una sonrisa ante ese pensamiento. El fuego que habían encendido en la chimenea había sido muchas veces testigo de cómo hacían el amor. Habían pasado algunas noches sólo tocándose y abrazándose, y otras consumiéndose el uno en el otro, devorándose con suspiros, besos y pasión.
Lo miró fijamente a la cara. Las llamas se reflejaban en el feroz tono azul de aquellos ojos somnolientos. Deslizó la mirada por el cuerpo de Peter y sintió la familiar punzada de deseo ante la imagen de la pesada protuberancia que abultaba la bragueta de los vaqueros.
—¿Estás excitado? —La voz de Lali era tranquila, casi divertida.
El giró la cabeza y buscó su mirada.
—Si estoy contigo, estoy duro —admitió en tono sombrío—. Creo que eres una mala influencia para mí, Lali. Me provocas pensamientos inquietantes y salvajes.
—¿De veras? ¿Qué tipo de pensamientos inquietantes y salvajes son esos?
El se incorporó y la miró.
—Pienso en lo dulce y mojada que estarás para mí. —Le acarició la mejilla con una mano y enterró los dedos en el pelo que le enmarcaba el rostro—. En cómo sería tomarte y follarte hasta que grites mi nombre sin parar.
—Eso ya lo has hecho —susurró ella, recostándose en el cojín que tenía detrás—. Y más de una vez.
—Mmm, ¿de veras? —Peter inclinó la cabeza y posó los labios sobre los de Lali—. Quizá quiera volver a repetirlo.
La besó a conciencia. La joven gimió contra sus labios, sintiendo que Peter se hundía en ella con ese beso, que le hacía el amor a sus labios, a su boca, que la saboreaba, arrastrándola a un mundo en el que sólo existían ellos dos.
Lali le rodeó los hombros con los brazos y le clavó las uñas mientras él se tendía sobre ella.
Aquel era otro recuerdo, otro momento al que aferrarse. Sintió que Peter deslizaba la mano por su pierna, debajo del ligero vestido de verano que se había puesto tras la ducha.
La seda subió por sus muslos con facilidad, quedando casi a la altura de las caderas cuando él se apartó de ella para ponerse en pie.
La luz del fuego titiló sobre el cuerpo de Peter. Se había duchado antes de ponerse una camisa y unos vaqueros limpios. Se quitó toda la ropa con rapidez y se quedó desnudo. Su piel morena brillaba tenuemente bajo la suave luz de las llamas y su miembro sobresalía de su cuerpo, pesado y lleno de venas, más oscuro en el glande.
—Es tu turno. —Se arrodilló al lado de Lali, agarró el dobladillo del vestido y se lo sacó por la cabeza.
La joven no se había puesto ni bragas ni sujetador. Sólo llevaba una pulsera en el tobillo y la alianza.
Estaba casada. Maldita sea. Podían existir montones de razones para que él le ocultara quién era, pero seguía siendo su esposa. Por ahora. Por ahora, ella era Lali Bedolla, y él, Thiago Bedolla. Un fantasma. Una visión del pasado con otra cara, con otro nombre, pero seguía siendo el hombre que ella amaba.
—Bésame. —Se tumbó sobre la gruesa alfombra, increíblemente suave, que cubría el suelo delante de la chimenea.




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