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lunes, 1 de octubre de 2012

CAPÍTULO 22

Se libró de seguir torturándose con aquello cuando la hija de Sally, Katy, se acercó a tomar nota del pedido. La conversación decayó después de eso. Lali se bebió el vino, luchando contra la necesidad de preguntarle, de exigirle respuestas. Algunas personas entraron al patio para charlar y saludarlos. La mayoría sólo sentían curiosidad, otras, como Gaylen, se metían donde no debían. Aquello convirtió la cena en una experiencia exasperante y Lali deseó haber ido a Odessa. Era allí donde Thiago y ella solían salir a cenar, ya que, en Alpine, el hecho de que su esposo fuera tan popular implicaba que otras parejas se unieran a ellos cuando lo único que querían era disfrutar de una noche a solas. 
—¿Estás lista? —le preguntó Peter después de cenar, observando cómo ella jugueteaba con la copa de vino y fruncía el ceño. 
—Sí, vámonos.- Lali dejó la copa sobre el mantel cuando Peter levantó tras dejar una buena propina en la mesa. A ella le gustó que fuera tan generoso ya que Sally había dicho que la cena corría por cuenta de la casa.
La cogió del codo para guiarla fuera del restaurante y la joven se percató de que él no había mirado ni una sola vez a la mesa de Gaylen, desde la que su padre los había seguido con la vista. Algunas veces, Lali sentía realmente lástima por Grant Bedolla. Durante los años que compartió con Thiago, siempre tuvo la impresión de que aquel hombre quería más a su hijo de lo que demostraba. Thiago creía que su padre no sentía nada por él y que lo único que le importaba era su rancho. Para su sorpresa, después de la «muerte» de hijo, Grant intentó por todos los medios hacerse con el taller, aunque Lali jamás había sabido por qué. Había estado tan resuelto a conseguirlo como Gaylen Patrick o Mike Conrad. Como si fuera alguna clase de trofeo. Ella jamás entendió aquella postura y tampoco sabía si quería hacerlo. Lali se había preguntado muchas veces a lo largo de los últimos años por qué demonios se había quedado allí. Por qué seguir luchando, por qué intentar continuar sin Thiago. Ahora sabía por qué, y aquella seguridad tenía el poder de estremecerle el corazón. Se había quedado porque sabía que su esposo regresaría. El todoterreno estaba aparcado cerca de la entrada del restaurante. Peter la ayudó a subir sin decir una sola palabra y luego se dirigió al lado del conductor. Una vez tras el volante, Peter arrancó el motor y se quedó observando el restaurante en silencio. Al cabo de unos pocos segundos, Lali se dio cuenta de qué era lo que estaba mirando. Grant Bedolla los había seguido. Estaba en el porche del local con las manos en las caderas y los ojos azules entrecerrados y clavados en el todoterreno. 
—¿Es tu suegro? —le preguntó Peter con suavidad. Lali asintió y sostuvo la mirada a Grant durante un buen rato. Lo que vio en sus ojos la confundió. Hubiera podido jurar que era pena. Peter dio marcha atrás antes de maniobrar y salir del aparcamiento. No dijo nada, ni miró atrás. No parecía haber ni un rastro de pesar en su expresión ni en su actitud. Pero ella lo percibió. Sintió cómo lo inundaba. Grant era su padre, y ella sabía que Thiago siempre había esperado que llegara el día en que se reconciliaran. 
—¿Por qué te quedaste aquí después de que tu marido muriera? —inquirió al tiempo que se incorporaba a la carretera en dirección a la casa de la colina—. Podrías haberte ido a cualquier parte. 
Ella se encogió de hombros.
 —Mi marido estaba aquí.
. —Tu marido está muerto —sentenció Peter—. Te aferras a él como a un talismán, Lali. Como si todavía estuviera vivo, y no es así. 
—Te equivocas —afirmó la joven sacudiendo la cabeza—. Mientras permanezca aquí, con las cosas que él amaba, seguiré conservando una parte de él. Lo miró, percibiendo claramente cómo fluía el dolor entre ellos. 
—¿Crees que esto es lo que él habría querido para ti? —le espetó Peter con furia—. ¿Que te quedaras aquí, llorando por él? ¿Sufriendo la mezquina condena que he visto en esas personas? ¿Crees que te amaba tan poco? 
—El amor que sentía mi marido por mí no viene al caso —replicó—. Yo le amaba muchísimo. Y en cualquier caso, ¿qué puede importarte a ti, Peter? -Él apretó el volante con las manos. 
—Entonces fuiste una estúpida —gruñó al cabo de unos segundos—. O demasiado joven para saber lo que hacías. ¿Cuántos años tenías cuando murió? ¿Veinte? Se casó con una maldita niñita. 
La joven permaneció en silencio durante largos segundos. Observó la noche, sintiendo cómo la furia crecía en su interior. 
—Me pasé más de un año imaginando de cuántas maneras podía haber muerto mi marido —dijo al fin con frialdad—. Tenía veinte años cuando él se marchó a su última misión. Después de que me comunicaran su muerte, me despertaba cada noche gritando, rezando, viéndolo morir una y otra vez, sintiendo un dolor que me impedía respirar y seguir viviendo. —Lali había visto el infierno de Peter, ahora lo sabía—. No me digas que fui una estúpida. Le amaba. Nunca lo dudes. Puede que duermas algunas noches en su cama, o que conduzcas su todoterreno y te acuestes con su mujer, pero no tienes los papeles que te dan derecho a formarte un juicio sobre ella. 
Lali le estaba presionando y lo sabía. Peter le lanzó una mirada de reojo. 
—¿Qué demonios quieres decir? 
—No tienes ninguna licencia matrimonial, Peter. No eres mi marido, ni mi padre ni mi hermano. No eres quién para decirme nada. 
—Soy tu amante —gruñó él con furia—. Eso me da derecho. Y estoy cansado de oír hablar de Thiago. 
—Por lo que a mí respecta, no tienes ningún derecho —le informó ella—. Y, al fin y al cabo, es mi opinión la que cuenta. Por cierto, te has pasado la casa. 
—Ya lo sé. —Volvió a apretar los dedos en torno al volante—. Ha sido a propósito. - Ella le dirigió una mirada cautelosa. 
—Es bueno saberlo. 
Peter giró la cabeza y la fulminó con la mirada antes de volver a prestar atención a la carretera.
 —Tienes la molesta costumbre de ser algo sarcástica, Lali. -Y no había sido así antes, ella lo sabía. Lali logró contener una sonrisa. 
—¿Sólo algo? Maldición, y yo pensando que era muy sarcástica. Debo practicar más.
 La expresión de Peter era tensa y furiosa mientras miraba ominosamente la carretera que se extendía ante ellos. 
—Son unos bastardos —maldijo finalmente—. No soporto ver que te tratan como si no tuvieras cerebro. -Ella se rió. 
—Mi marido pensaba que no era más que una muñequita. La típica  tonta. El era alto y musculoso, y le encantaba que pareciera indefensa. 
Era la verdad y a Peter no le gustaba que fuera así. Lo odiaba. Le mostraba una faceta del hombre que había sido que no le gustaba en absoluto. Había querido que Lali dependiera de él y jamás se había dado cuenta de que había sido al contrario. De que había sido él quien había dependido de ella. Dependía por completo del amor de Lali para seguir siendo humano, para recuperar la risa y el humor al volver de una misión. 
—¿Y se lo consentiste? —le preguntó. 
—Me encantaba parecer indefensa ante él. Pero he madurado, Peter. No soy una muñequita ni tampoco una estúpida. Puedo sobrevivir sin tener un hombretón grande y fuerte en quien apoyarme. Me lo he demostrado a mí misma y también a cualquiera que pensara que no era más que la tonta que parecía. Sólo tenía dieciocho años cuando me casé con Thiago. Veinte, cuando él desapareció en aquella última misión. Lo amaba con toda mi alma; sin embargo, ahora soy una mujer y todos esos juegos no forman parte de la persona que soy ahora. Acostúmbrate a ello, porque ya no estoy dispuesta a fingir que no tengo cerebro. 
—Tu marido no te merecía. —Peter tenía la mandíbula tan tensa que parecía a punto de desencajarse. 
—Él lo era todo para mí —susurró Lali—. El hecho de que no me conociera por completo fue culpa mía. Mía y de mi juventud. Pero habríamos madurado el uno junto al otro. Estoy segura. Habríamos aprendido a conocernos con el tiempo.
 Observó con curiosidad cómo él tomaba un camino de tierra en vez de continuar hacia Odessa como pensaba que estaba haciendo. Las luces del todoterreno atravesaron la oscuridad como una lanza, iluminando los pinos y el camino hasta que se detuvieron frente a pequeño cañón.
-¿Para qué hemos venido aquí? —Lali miró la oscuridad que les rodeaba mientras él apagaba el motor. 
—Para esto. —Se giró hacia ella, le desabrochó el cinturón de seguridad y un segundo después el respaldo del asiento del copiloto cayó sobre el asiento trasero, formando una especie de cama.
 —No sabía que se podía hacer eso —comentó ella nerviosismo. Él la empujó sobre el asiento hasta que la cabeza de la joven descansó sobre el respaldo y luego la agarró por la cintura. Peter respiraba entre jadeos. Lali vio un brillo salvaje en sus ojos y el deseo reflejado en su rostro. 
—No deberías haberte quedado aquí. No soporto ver cómo esos bastardos te miran imaginándote en sus camas. Como si tú no fueras más que un juguete. Los celos lo atravesaban. Brillaban en sus ojos y despertaban un impulso de independencia que Lali no sabía que poseía. 
—¿Es eso lo que soy para ti? —La joven colocó las manos por encima de la cabeza. No lo apartó. No luchó contra el deseo que crecía en su interior—. Te quejas de algo que quieres para ti mismo, Peter. Poseerme.
 El abrió la boca como si fuera a hablar. A responderle. Un instante más tarde bajó la cabeza y le capturó los labios con fiereza. Como si hubieran acercado una cerilla a la gasolina, el deseo y la necesidad estallaron entre ellos con rapidez. Peter no podía explicar por completo la necesidad de hacerla suya en el todoterreno. El hecho de que le hubiera permitido conducirlo pensando que él era otro hombre, que se hubiera sentado junto a él, hacía que sintiera unos celos irracionales que lo devoraban vivo. Quería dejar su marca en el todoterreno y en la mujer. Quería estar condenadamente seguro de que ningún otro hombre conducía aquel vehículo ni se acostaba con aquella mujer. Los dos eran suyos. El instinto de poseerla se clavó en sus entrañas con crueles garras. La injusticia que estaba cometiendo con ella le preocupaba más que cualquier otra cosa, pero la necesidad dominaba su cuerpo y le dejaba incapacitado para luchar contra ello. Había sabido, ya antes de dejarla, durante su captura y después de ella, que había muchos hombres dispuestos a ocupar la cama de Lali. A veces, a lo largo de los años, había llegado a pensar que si la joven hubiera tenido un amante después de su supuesta muerte, él habría podido continuar su camino sin más, sin volver a la vista atrás. Pero al sentir la intensidad con que lo besaba, la desesperación con que lo aceptaba en su cuerpo, con un hambre que no hacía más que crecer en su interior, sabía que eso no habría importado. Habrían acabado juntos, de una manera u otra. Todo lo habría conducido hacia ella, cada segundo transcurrido. Su deseo por su esposa habría resultado, finalmente, demasiado poderoso. Sin embargo, esa noche había ido demasiado lejos. Sólo Rory sabía que Thiago había reajustado la palanca de los asientos del todoterreno de tal manera que permitiera crear una pequeña cama doble dentro del vehículo. Había reducido la altura de los asientos delanteros para que se encontraran al mismo nivel que los de atrás. Los respaldos se replegaban una vez que el asiento se bajaba automáticamente, creando una cuña entre ambos asientos y el suelo para sostenerlos. Había hecho esos ajustes con la intención de terminar haciendo aquello. De poseer a Lali en el todoterreno. Jamás había tenido la oportunidad de probarlo antes. Salvo ahora, cuando la obsesión por su esposa, contra la que siempre había luchado, crecía en su interior sin frenos, inundando su mente por completo. Ella pensaba que su marido había desaparecido. Que estaba muerto. Y ahora estaba permitiendo que otro hombre la tocara, la abrazara, condujera su maldito todoterreno.
Tras esa noche, no importaba lo que le deparara el futuro, ningún otro hombre tendría lo que era suyo. Le aferró las caderas con las manos y emitió un gruñido casi animal contra sus labios. Le acarició el interior de la boca con la lengua, devorándola, y se estremeció ante la necesidad que fluía a través de sus cuerpos, tensándolos. No sintió rigidez ni dolor en sus heridas. Tampoco le hubiera importado. Todo lo que sentía era a Lali, sus manos agarrándose al cuero del asiento trasero mientras lo besaba, deseándolo ardientemente. Echó la cabeza hacia atrás y se la quedó mirando fijamente. La luz de la luna entraba en la cabina del todoterreno, iluminándole el bello rostro, los ojos grises y los labios hinchados. Debajo de la fina blusa de seda, los pechos de la joven subían y bajaban cuando tomaba aire. Peter tuvo que apretar los dientes para contenerse y no arrancarle las ropas. Alzándose sobre ella, bajó la mirada por el cuerpo de Lali. La falda se le había subido por los muslos, casi por encima de las bragas, provocando una punzante reacción en el vientre de Peter que lo dejó sin aliento. Los muslos femeninos brillaban tenuemente bajo la luz de la luna, como si su piel fuera del más fino satén, como magia dulce y suave. Lali siempre había sido pura magia para él. Amarla había sido su salvación y su máximo tormento. Su más fiero deseo.
 —Eres perfecta. —Peter le puso la mano sobre el muslo y sintió bajo la palma cómo vibraban los músculos de la joven respondiendo a su caricia. 
—No es cierto —murmuró ella con un sonido ronco que penetró en los sentidos de Peter con una oleada de lujuria que apenas pudo contener. Peter le deslizó la mano por el muslo en una ardiente caricia que fue para él más potente que cualquier droga.
 —Quiero desnudarte. —No quería llenarse la cabeza con otra cosa que no fuera la visión y el tacto de su esposa—. Mantén los brazos por encima de la cabeza. —Le subió las manos hasta la parte superior del asiento, observando cómo curvaba los dedos en la unión entre el asiento y el reposacabezas—. Muy bien, buena chica. Ahora déjame tocarte. 
—Pero yo también quiero tocarte. —Lali se arqueó cuando los dedos de Peter se dirigieron a los pequeños botones de la blusa. Eran demasiado diminutos para aquellos dedos casi torpes. Dios, la deseaba tanto que temblaba de anticipación. La adrenalina lo atravesaba. Podía sentirla. Podía sentir cómo la lujuria crecía en su interior sólo ante el pensamiento de verla desnuda. No le ocurría con ninguna otra mujer. Sólo Lali tenía el poder de provocarle de esa manera. Incluso durante su estancia en el infierno, cuando la lujuria latía entre sus muslos en un estado de pura agonía, no podía soportar la idea de tocar a otra mujer. Siempre lo había sabido. No importaba cuan ciego de lujuria y aturdido por la droga estuviera. Ninguna de las mujeres con las que le habían tentado era Lali, lo sabía en cuanto las tocaba. Sabía que no eran su esposa, su vida, en el instante que las rozaba. 
—Sueño contigo —murmuró Peter cuando la blusa se abrió, revelando la piel pálida—. Sueño —tenía que estar soñando ahora— con tocarte. Con saborearte. 
—¿Por qué soñar? —Lali observó los oscurecidos ojos del hombre que amaba, con la pestañas sombreándole las mejillas—. No tienes por qué soñar, Peter. Estoy aquí. 
El le abrió la blusa por completo y se quedó mirando los senos de la joven, cubiertos por el fino encaje del sujetador. Sus pezones, duros y erizados, se erguían orgullosamente. Conocía su forma. Su color. Su exquisito sabor bajo su lengua, en su boca. Lo sabía y quería más. Ninguna mujer debería tener tanto poder sobre un hombre. Pero Peter lo había aceptado y amado hacía mucho tiempo. Era tan sólo una parte más de la necesidad y la pasión que fluían entre ellos.

Cogió las manos de Lali para levantarla y quitarle la camisa por los hombros, y luego le acarició la piel. Tuvo que apretar los dientes cuando los labios de la joven encontraron su cuello. Le atormentó con su lengua y le rozó con los labios. Peter quiso aullar ante el deseo que sentía en lo más profundo de los testículos. Apartó la blusa a un lado y le quitó el sujetador. Dios, sus pechos. ¿Qué teman los senos de una mujer para fascinar a los hombres hasta volverlos locos? Lali tenía los pezones duros y tensos. La respuesta de una mujer se mostraba en sus pechos. Se hinchaban, enrojecían. Los pezones se oscurecían, se erguían y sabían como el deseo, puros y dulces. Le pasó las manos por la espalda, medio incorporándola para poder bajar la cabeza hacia las anhelantes cimas de los pezones. Curvó la lengua en torno a uno de ellos y el gemido de Lali atravesó los sentidos de Peter como una caricia. 
—Adoro tus pezones —susurró, atrapando entre sus labios aquel punto tenso con un suave movimiento de succión—. Son tan dulces y tersos. Tan duros y calientes.
 Lali se puso rígida y se arqueó. Peter la deslizó al medio del asiento, se montó a horcajadas sobre sus piernas para inmovilizarla e inclinó la cabeza otra vez. —Voy a chuparte los pezones, Lali. Voy a chupártelos tan dulce y profundamente que te vas a correr sólo con eso. 
Lo había hecho antes, una vez. Hacía ya mucho tiempo. Unos meses antes de casarse. La había puesto tan caliente, tan mojada, había jugado con aquel cuerpo perfecto de una forma tan despiadada que la dulce succión de uno de sus pezones la había hecho correrse. Peter quería que ocurriese de nuevo. Quería sentir la salvaje excitación de Lali en los labios al lamer su clítoris. Quería saborear los jugos espesos y resbaladizos de su esposa. Quería que estuviese tan húmeda, tan excitada, que la huella de su lujuria quedara grabada en el interior de ese vehículo de tal manera que jamás permitiera que otro hombre estuviera allí dentro con ella. Lali se movió sensualmente bajo él cuando Peter inclinó la cabeza de nuevo. Le lamió el pezón y lo besó. Le rozó con los dientes la carne que circundaba el pezón. Le mordisqueó la piel cremosa y le dejó una marca suave y enrojecida mientras la atraía hasta su boca. El pequeño mordisco de amor se oscurecería, marcándola como suya. 
—Tan dulce y excitada. —Peter se quitó la camiseta por la cabeza sin dejar de mirarla y la dejó a un lado. 
—Quiero tocarte. —La voz femenina estaba ahora ronca de deseo, ávida, hambrienta—. Déjame tocarte, Peter. 
—Todavía no. —Le acarició los brazos con las palmas y le apretó las manos duramente entre el asiento y el respaldo—. Agárrate ahí. No muevas las manos o me detendré. 
Maldición, claro que lo haría. Si ella lo tocaba, estallaría en llamas y la penetraría con tal rapidez y dureza que ninguno de los dos sabría qué había pasado.
. —Quédate quieta, Lali. Quédate quieta y deja que te ame.

5 comentarios:

  1. OMG que buen capi me encantó y le dije que la Ama,
    @Masi_ruth

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  2. no podes dejarnos asi!! :(
    he leido tu nove toda ajer y ME ENCANTA!!
    maaaaaasss
    @catelanzani

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  3. quiero mas novelita :) no me dejes aasiiii !!

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  4. la tortura q es para los 2
    quiero masssssssssssssss
    beso

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  5. Estoy deseando k LAli le diga, k sabe quien es el.

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