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martes, 16 de octubre de 2012

CAPÍTULO 24


Quería un compromiso. Lali no era una mujer fácil, lo había sabido desde el momento en que la conoció. Y allí estaba él, sabiendo que tendría que marcharse cuando la misión finalizase. 
—Hay algunas cosas de las que tendré que ocuparme pronto —dijo finalmente. No podía prometerle nada, todavía no. No podía prometerle un «para siempre» hasta que no supiera si haberle entregado su vida a la unidad de Operaciones Especiales significaba no poder volver con su esposa. 
Lali cerró los ojos y contuvo el dolor que amenazaba con romperle el corazón. ¿Qué era peor—se preguntó—, perderle por una supuesta muerte o que se alejara de ella voluntariamente? Lo último dolía más, pero al menos no se haría más preguntas. Sabría que Peter estaba a salvo. Sabría que estaba vivo. Pero también aumentaba la ira que ardía en su interior.
 —Ya veo. —Se abrochó la blusa con movimientos bruscos antes de inclinarse a recoger el tanga y la falda. 
—¿Qué ves? —Peter parecía sentir auténtica curiosidad. 
—Que no piensas en el futuro. Sólo buscas un polvo rápido de vez en cuando. —Se encogió de hombros con despreocupación. Maldito fuera. Que se largara de una vez de su vida. Ya había tenido suficiente de todo aquello. Más que suficiente. Se puso la falda con brusquedad.
-Vístete. Quiero irme a casa. Tengo cosas que hacer mañana y ninguna es pasarme aquí todo el día. Ya he perdido demasiado tiempo con todo esto.
 —¿Qué demonios quieres decir? —La voz de Peter había cambiado. Ahora era furiosa y fría. 
Lali se volvió hacia él y le devolvió la mirada con los ojos entrecerrados y llenos de ira, observando cómo se incorporaba.
 —Exactamente lo que he dicho. Me he pasado seis años llorando por un hombre que no me amaba lo suficiente como para mantenerse vivo y regresar a casa conmigo. —Le lanzó una mirada desdeñosa—. Que me condenen si voy a malgastar un día más de mi vida con un hombre al que le importo tan poco que ni siquiera es capaz de decirme cuánto tiempo se quedará por aquí.
 —Las promesas son para los tontos, Lali —le dijo con aspereza—. Deberías haberlo aprendido de tu marido. 
—Tienes razón. Debería haberlo hecho. —Le lanzó los pantalones—. Debería haber aprendido muchas cosas de él. Comenzando por el hecho de que era un hijo de perra que no sabía amarse más que a sí mismo y a su maldito trabajo. Lección aprendida. No cometeré el mismo error contigo. 
Le lanzó la camisa a la cara.
 —Vístete. Ya he follado y ahora quiero dormir. En mi cama. Sola. 
—Ni en el infierno. 
—Infierno lo describe muy bien —masculló ella—. Pero no pienso dormir con un imbécil que sólo quiere follar y largarse. Ahora, llévame a casa. 
Lali tenía los ojos secos. Sin lágrimas. Observó cómo él se vestía, y el muy bastardo ni siquiera titubeó. La miraba con los ojos entrecerrados y feroces. —Pasaré la noche en esa cama contigo —le prometió—. Puede que sea un bastardo y un desgraciado hijo de perra, pero no lo olvides: mientras esté aquí, eres mía. 
Ella le devolvió la mirada. 
—Sigue soñando,Peter Lanzani. Porque mi cama es el último lugar donde vas a pasar la noche.

Dos días después, Peter hacía girar la llave inglesa entre los dedos y masticaba distraídamente un chicle mientras observaba a Lali. Ella no había bromeado. Lo había echado de su cama y, al parecer, también de su vida. Al menos de momento. La miraba de reojo al tiempo que fingía interesarse por las entrañas del SUV que en teoría debería estar arreglando. 
—Pareces haber encontrado alguna dificultad ahí dentro —dijo Nik apoyándose en el guardabarros y echando una ojeada al motor—. ¿Necesitas que te eche una mano? 
—Sí —respondió Peter con aire ausente—. ¿Hay noticias? 
Se refería a las pruebas de ADN que habían llevado al bunker y que Jordán había comenzado a examinar. Delbert había recogido su todoterreno aquella mañana. 
—Nada nuevo —respondió Nik—. Aunque necesitaré que me ayudes esta tarde si no estás muy ocupado. —Los dos miraron a Lali, que estaba en la oficina. La joven fruncía el ceño por algo que Toby le estaba diciendo. No se había trenzado el pelo esa mañana y tampoco había trabajado en el taller con los vehículos. Llevaba toda la mañana en la oficina, dedicándose a archivar documentos y a sacar a Toby de quicio. 
—No, al parecer no voy a estar muy ocupado —dijo arrastrando las palabras, mientras giraba la llave inglesa entre los dedos sin dejar de mirar las ondas de pelo color miel que enmarcaban el rostro de Lali. La joven estaba ocupada con el papeleo del taller y seguía frunciendo el ceño.
. —¿Hay algo que vaya mal entre vosotros? —inquirió Nik. La llave inglesa se detuvo un momento y luego volvió a moverse lentamente entre sus dedos.
—¿Quién ha dicho que haya algo que vaya mal? 
Lo había dicho su esposa antes de echarlo del todoterreno. Y lo que era todavía peor, lo había echado de su cama. Había llegado a amenazarle con llamar al sheriff si no se iba. Maldita sea. ¿Habría alguien más confuso que él en aquel momento? Lali tenía razón. Él era un bastardo. Un hijo de perra que no merecía estar cerca de ella. Lanzó la llave inglesa a la caja que tenía a su lado, y la herramienta cayó emitiendo un sonido metálico. 
—¿Qué necesitas? —le preguntó a Nik, limpiándose las manos en el trapo lleno de grasa que había colgado en el guardabarros. El enorme ruso se rascó la barbilla y miró la caja de herramientas. 
—Tengo que ir a ver a un amigo —dijo utilizando el código que habían acordado. Obviamente, se había convocado una reunión en el bunker. 
—¡Maldita sea! —Peter se pasó la mano por el pelo e hizo una mueca. Tenía que poner a Rory sobre aviso para que vigilara a Lali. Después del ataque a Toby, a Peter le aterraba dejarla sola. 
—Lo siento, pero me prometiste que vendrías. —Nik le dio una palmadita en el hombro— . He de reconocer que Lali es una buena chica. Sería la esposa ideal para cualquier hombre. Yo lo consideraría si fuera tú. Si la dejas, acabará encontrando a otro. ¿Es eso lo que quieres?
Peter apretó los labios al sentir que la furia comenzaba a arder en su interior. Le dirigió a su amigo una dura mirada y éste le recompensó con una sonrisa fría. No. Aquello no podía ser. Había firmado con su maldita mano aquellos papeles, entregándole su alma al cuerpo de Operaciones Especiales en vez de regresar con su esposa. Le habían advertido que jamás regresaría a su antigua vida. No podía renunciar, no había más opciones que seguir «muerto». Le resultaba imposible revelar quién era y lo que estaba haciendo allí, pero no había ninguna cláusula que dijera que Peter Lanzani no pudiera casarse o enamorarse. Pero, ¿podría vivir con Lali, quedarse allí, en su pueblo natal, fingiendo ser otra persona para siempre? El cuerpo de Operaciones Especiales no era una prisión, sin embargo, las consecuencias de romper el contrato que había firmado no eran agradables. Y acabar en Gitmo, la base naval de Guantánamo, no era precisamente lo que Peter quería. Si revelaba quién era, lo que era, sabía que lo enviarían allí y que lo tratarían como a un traidor. Nadie más volvería a verlo con vida. La cuestión era, ¿podría quedarse con Lali sin decirle nunca que él era el marido que había perdido? ¿Podría él vivir odiando esa parte de sí mismo que su esposa aún seguía deseando y que jamás había pensado que volvería a tener? Los celos le carcomían el alma y, a pesar de su determinación de quedarse con ella, Peter se preguntó cuánto tiempo podría vivir con Lali sin revelar sus secretos. Su esposa ya no era la muñequita que había dejado seis años atrás. La Lali que se había enfrentado a él unas noches antes sin lágrimas ni furia, no parecía la joven tierna y sensible que había dejado en casa cuando partió hacia aquella última y desafortunada misión. La mujer que él recordaba habría llorado al ver nuevas heridas en su cuerpo tras una misión. Se habría horrorizado ante un corte profundo. Peter había visto las pesadillas en los ojos de su esposa cuando regresaba, exhausto, tras haber estado seis semanas —a veces más— desplegado en lugares cuyos nombres ni siquiera sabía pronunciar. La Lali que él había conocido se habría desmayado al verle la cara, destrozada por tantas palizas. O la espalda, el pecho y los muslos marcados por el látigo. Hambriento y tan desesperado por el sexo que parecía un animal. La lujuria lo había dominado durante los últimos años. Se había masturbado tanto que llegó a tener el miembro irritado. Y en las misiones de entrenamiento había sido la muerte en persona. No hacía preguntas. No se andaba con miramientos. No le daba a nadie la oportunidad de atacarle ni capturarle. Peter había pensado que su vida con Lali se había acabado. La mujer que él había conocido no hubiera podido aceptar al hombre en el que se había convertido. Pero ahora sabía que jamás había conocido a la mujer que había amado. No por completo. Sólo había visto lo que había querido ver de ella. Su mujercita sureña tan indefensa. Tan sexy y vulnerable. Y tan joven. No había querido ver más allá, porque si hubiera visto la fuerza que Lali realmente poseía, sabría que ella habría permanecido fiel a él sin importarle su estado. Y él no podía consentirlo. Porque su orgullo —su condenado orgullo— no había querido considerar la idea de que ella lo viera como una sombra del hombre que fue. Invencible. Pero él no había sido invencible. Había sobrevivido a Fuentes durante meses; sin embargo, antes de que lo rescataran, Peter había sabido que no tardaría mucho en perder las ganas de vivir o luchar. Y a pesar de todo, Lali se había mantenido a su lado. En sus noches más oscuras, en sus días más desolados, ella había pasado por todo aquello con él, manteniéndolo cuerdo. 
Aquella condenada mujer era tan fuerte como el acero y poseía una mirada que podía desollar a un hombre a cien pasos. Si se dignaba a mirarle, claro. Era la mujer que había estado con él en el infierno, en sus sueños. Y él había pensado que ella no era lo suficientemente fuerte para aceptarlo, destrozado y dolorido.

Lali entró en la casa y cerró la puerta de golpe. Como siempre, fue recibida por las fotos. Docenas y docenas de fotografías que llenaban el salón. De Thiago a solas, de Thiago con ella, de Thiago con el abuelo, de Thiago con Rory. Y todas la miraban fijamente, burlándose de ella. Se acercó a la repisa de la chimenea y levantó un marco con tres fotos. Sonrió. Era su foto de bodas. Qué joven había sido. Qué tonta. Deslizó la yema del dedo por la firme mandíbula de Thiago. Ahora ya no era tan suave, era más angulosa, más afilada. Se había pasado toda la mañana delante del ordenador investigando qué tipo de daño podría haber ocasionado aquello. La causa más probable era que le hubieran roto los huesos y que estos no hubieran curado bien. Cerró los ojos y tragó saliva. La recuperación debía de haber sido casi tan dolorosa como el daño en sí mismo. Peter no tenía el labio inferior tan lleno como antes, y había una fina red de cicatrices apenas perceptible al lado de su boca.

-Te amo —susurró apoyando la frente en el marco de la foto del hombre con el que se había casado—. Te amo, Peter. —Porque ahora era Peter, y ella lo sabía. 
Thiago todavía vivía dentro de él, pero Lali tema la sensación de que Peter era el hombre que Thiago siempre le había ocultado. Dejó la foto en su sitio antes de dirigirse lentamente a las escaleras para darse una ducha. Les había prometido a Sienna y a Kira que se encontraría con ellas más tarde en un local del pueblo. Uno de los pocos sitios que Rick consideraba seguros para su esposa. Sacudiendo la cabeza, pensó que Rick era tan protector con Sienna como Thiago lo había sido con ella durante su matrimonio. Aún quedaban varias horas antes de reunirse con sus amigas. Lali entró en el dormitorio y miró fijamente la cama. Quitó las mantas y luego las sábanas. Las fundas de las almohadas todavía olían a él. Cambió la cama y bajó las sábanas a la lavadora. Añadió el detergente y el suavizante y después se acercó al sótano, cogió una de las botellas más caras de vino y la llevó arriba. Demonios, Peter no la necesitaba. No iba a quedarse allí, y estaba condenadamente segura de que no iba a volver a recoger sus cosas. Limpió la casa mientras se tomaba el vino. Quitó el polvo y fregó. Quería arrancar el olor de Peter de la casa. Cogió el edredón y las sábanas de la habitación de invitados y las llevó a su cama. Definitivamente, aquéllas no olían a Peter. Subió el volumen de la música. Godsmack, Nine Inch Nails. Grupos de rock duro que Peter siempre había odiado. Nunca había escuchado esa música cuando él estaba en casa. Se terminó el vino y dejó que la sensación de bienestar que le provocaba la inundara. Se limó y pintó las uñas de los pies y de las manos. Se dio una ducha y se hidrató la piel. Se peinó y maquilló como no había hecho desde que se quedó sola. Cogió una pulsera de tobillo que él le había comprado cuando salían juntos y se la puso. Esbozó una pequeña mueca burlona mientras se abrochaba un collar de plata, y luego se puso el brazalete de plata a juego que él le había comprado poco antes de «morirse». 
—Menudo bastardo —masculló—. Así que nada de compromisos, ¿verdad? Que se vaya al infierno. 
Ni siquiera le había pedido que le confesara la verdad. Sólo le había preguntado si pensaba quedarse. No era para tanto. No era una pregunta inadecuada y, desde luego, no lo estaba presionando. Era su marido. Miró la alianza de oro que se había quitado unos meses antes. Tuvo que parpadear para contener las lágrimas cuando la cogió. En el interior estaban grabadas las palabras «go síoraí». Las palabras que en gaélico significaban «para siempre». Eso era lo que realmente le había pedido. Su promesa de permanecer para siempre con ella. 
—Para siempre tampoco es tanto tiempo. —Pero deslizó la alianza en el dedo anular de la mano derecha. Era viuda, ¿no? Era en ese dedo donde las viudas llevaban sus alianzas. Su marido, sin duda, estaba muerto. Porque su marido jamás le habría dicho que no quería comprometerse. Respiró hondo, intentado ignorar la sensación de consuelo que le proporcionaba la alianza, aun estando en el dedo equivocado. Apretando los dientes, se vistió con unos pantalones cortos y una blusa sin mangas, obligándose a sí misma a acudir a aquella noche de chicas que Sienna estaba empeñada en tener. Se metió la blusa por dentro de los pantalones y deslizó el cinturón de cuero en las trabillas. Se puso un anillo en el dedo del pie. Otra cosa que él le había regalado. Movió los dedos de los pies, observando con aire crítico el esmalte de color rojo cereza de las uñas antes de calzarse unas elegantes sandalias de tiras de piel.
Se echó su perfume favorito y luego bajó las escaleras y se dirigió al porche trasero. Al atravesar la cocina, oyó la Harley y se acercó a la ventana para observar cómo la luz del faro delantero surcaba la oscuridad, alejándose velozmente del taller. ¿A dónde iría Peter? ¿A meterse en otra pelea? Estaba allí por una misión, se recordó a sí misma. De eso no cabía ninguna duda; lo que aún no había averiguado era de qué misión se trataba. No le había preguntado sobre ello, ya que hubiera sido una estupidez por su parte. Pero no había podido evitar preguntarle qué ocurriría cuando la misión finalizara, cuando él ya no tuviera razones para quedarse en Alpine.


Bueno lo primero que quiero era pedirosss perdón por n subir en tantoo tiempo, pero esque he empezadooo el institutoo y no he tenido nada de tiempoo pero en cuanto he podido he subido y estos días que n vamos a clasee voy a adelantar para poder subir. Nada más que gracias por leer y que ojalá os guste. Un besazooo!

2 comentarios:

  1. Lali se auto impone un límite ,k no va a poder llevar ,amaba a Thiago ,y ama a Peter.Pero k hace Peter ,k en dos días ni se acerca.?

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  2. Me encanta la nove ,lali sab que peter va volver y le va a rrogar que le de otra oportunidad.
    Me avisasor twitter cuando subas la proxima
    @MariaPia0598

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