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lunes, 27 de agosto de 2012

CAPITULO 2

El psicólogo seguía escribiendo frenéticamente en su bloc. La mirada penetrante de Thiago cayó sobre él. Como si pudiera sentir los dardos de furia que arrojaban en su dirección, el hombrecillo levantó la cabeza. Movió los hombros como si la chaqueta le resultara incómoda y, detrás de las gafas, los ojos castaños parpadearon con nerviosismo. La mirada de Thiago regresó bruscamente a su superior. —Me gustaría que se largaran todos, señor. El almirante Holloran le devolvió la mirada unos segundos antes de girarse en dirección a los médicos y señalar la puerta con la cabeza. Todos desaparecieron con rapidez. Ninguno estaba a gusto en presencia de Thiago. Jamás lo habían estado. Pero no podía culparles, ya que habían tenido que tratar con un animal durante los tres primeros meses que había estado bajo sus cuidados. El almirante Holloran suspiró y volvió a mirarlo. —Es tu última oportunidad, hijo —dijo con suavidad—. Podemos llamar a tu esposa. Enviaremos a alguien a buscarla. -El rechinó los dientes con furia. —No, señor. —El «señor» sonó forzado; la furia que impregnaba su voz, no. La ira bullía en su cuerpo, le nublaba la mente, le llenaba los sentidos con las imágenes de sus pesadillas. —Ya basta —intervino Jordán, rompiendo el silencio—. Ya le dije que no cambiaría de idea. —Usted también ha perdido el respeto que se le debe a un superior, Jordán —le espetó Holloran. —Y la paciencia —replicó Jordán—. Soy yo quien está al mando de esta unidad, almirante, y eso supera incluso a su rango. —Si cambia de opinión en el futuro, será demasiado tarde —señaló el almirante—. ¿Es eso lo que quiere para su sobrino, Jordán? —Si eso llegara a suceder, la decisión habrá sido mía, no suya ni de nadie más. —Había dureza en la voz de Jordán, una cólera sombría que Thiago jamás había visto antes—. Será transferido al centro de adiestramiento mañana y nuestros médicos se encargarán de él. —¡Ni siquiera le ha preguntado si está preparado! —El almirante se enfrentaba ahora abiertamente a Jordán. Las narices de ambos hombres apuntaban hacia arriba; dos increíbles voluntades enfrentadas. Habría sido divertido si Thiago hubiera estado de humor. No lo estaba. Se puso en pie y se dirigió a la puerta. —Thiago. Al escuchar su nombre, Thiago se detuvo y se dio la vuelta para mirar a su tío. Jordán no sólo era familiar suyo, sino su oficial superior cuando ambos habían sido SEAL’s, cuando Thiago todavía era un hombre, no el animal en que se había convertido. —Dime lo que sea cuanto antes. Tengo que terminar unos ejercicios. 
Jordán se puso en pie. —Hay más opciones que los SEAL’s. 
—¿Ah, sí? —Thiago arqueó las cejas—. ¿Qué puede ser mejor que pertenecer a los SEAL’s, tío? ¿El infierno? Ya he estado allí. De hecho, todavía sigo en él.- Jordán asintió lentamente. Sus brillantes ojos azules —los feroces ojos irlandeses como los había llamado su abuelo—, le devolvieron la mirada.
 —Hay otras opciones.
 —¿De veras? —Thiago paseó la mirada entre su tío y el almirante.
 —Sí. —Jordán asintió con la cabeza—. Puedes salir de aquí siendo un SEAL, siendo Thiago Bedolla .Pero, si vienes conmigo, Thiago Bedolla dejará de existir. —Si te vas con él, los SEAL’s habrán muerto para ti, Thiago—le explicó el almirante mientras se levantaba bruscamente de la silla y se dirigía al otro extremo de la habitación—. Los únicos hombres con los que tendrás contacto serán los de tu antiguo equipo, aquellos que se fueron con el comandante Chávez para adquirir una nueva formación. Estarás muerto para siempre. Thiago Bedolla ya no existirá. Ni para ti. Ni para tu esposa.


Thiago clavó la mirada en él, pero fue a Lali a quien vio. Ella, que odiaba una uña rota y se preocupaba por las arrugas, ¿cómo iba a enfrentarse al hecho de que su marido era poco más que un monstruo? Se giró hacia Jordán.
 —¿Dónde hay que firmar? -
Tres años después Jordán Malone estaba en su oficina frente al espejo de doble cara que le permitía observar el gimnasio sin ser visto. Tenía las manos metidas en los bolsillos de los vaqueros y fruncía el ceño mientras miraba a su sobrino. Thiago, que ahora respondía al nombre de Peter Lanzani, era sólo cinco años más joven que él. Jordán había sido una sorpresa para sus padres y un shock para sus hermanos mayores. Había sido más un hermano que un tío para el hombre que sudaba profusamente bajo las pesas en la estancia de al lado. El cambio operado en Thiago durante los últimos años había sido un auténtico milagro. Tan sólo el mero hecho de haber sobrevivido a los seis primeros meses había sido un milagro. Sin embargo, los últimos tres años habían sido muy duros. Las pesadillas y los efectos secundarios del «polvo de afrodita» casi habían conducido a Peter a la locura. Pero, ¿había sobrevivido realmente? Algunas veces, Jordán se preguntaba si el hombre que había presentado su renuncia a los SEAL era el mismo hombre que tenía ahora ante sus ojos. El rostro era diferente. La cirugía lo había hecho más anguloso, con huesos y músculos más definidos. Fuentes, el narcotraficante, se había ensañado con la cara de Thiago mientras estuvo en su poder. Le había destrozado los huesos y las operaciones para reconstruirlo habían sido interminables. Había sufrido un cambio drástico. Nadie que hubiera conocido a Thiago Bedolla lo reconocería ahora bajo su nueva identidad. Tema una constitución diferente. Su cuerpo era mucho más fibroso, más fuerte, más duro, y ahora poseía una voluntad de acero. Era más frío, un asesino de ojos gélidos. Ya no era Thiago Bedolla. Era realmente Peter Lanzani, porque Peter había borrado a Thiago de la faz de la tierra. El entrenamiento de Peter en la unidad de Reno Chávez los últimos años había preocupado a Jordán. El SEAL Thiago Bedolla había sido moderado y mataba sólo cuando era necesario. Por el contrario, Peter... —Jordán negó con la cabeza— mataba con una callada y mortífera eficiencia. Jordán recordó la noche en que rescató al hombre que una vez había sido Thiago de las garras de Fuentes. No había ni sólo hueso intacto en su cuerpo. Lo habían dejado destrozado, casi lo habían matado de hambre y le habían inyectado tanto «polvo de afrodita» que sus ojos resplandecían como los de un demonio. Pero había luchado. Se había negado a violar a la chica que habían encerrado en la celda con él, luchó por protegerla, e incluso intentó salir por su propio pie cuando lo liberaron. Jordán había estado seguro de que su sobrino no sobreviviría al síndrome de abstinencia que le había provocado la droga y a los efectos en su cerebro. Jamás creyó que Thiago se recuperaría, que sería más fuerte que antes. Más sombrío, con una personalidad tan diferente que Jordán apenas podía reconocer al hombre que fue.
 —Nunca volverá a ser el mismo, ¿verdad? —dijo el teniente Ian Richards con aire sombrío, admitiendo lo que ninguno de ellos se había atrevido a decir en voz alta durante todos esos años. Ian había formado parte del equipo de los SEAL’s que rescató a Thiago y, al igual que sus compañeros, había pasado los últimos años con el hombre al que ahora llamaban Peter. Aquello había sido todavía más duro para Ian si cabe, ya que había estado más unido a Thiago que el propio Jordán. Thiago sólo tenía diez años cuando oyó los gritos de Ian resonando en el desértico paisaje del rancho familiar. Había despertado a su padre y lo había presionado hasta que Grant Malone salió de la casa para auxiliar al niño cuya madre se estaba muriendo en sus brazos. Grant, en un sorprendente despliegue de compasión, había ayudado a la joven madre y al niño. Grant tenía sus momentos, pensó Jordán, pero eran contados. 
—No, jamás será el mismo —admitió Jordán ante Ian y ante sí mismo—. Ese hombre no es Thiago Bedolla, Ian. Es realmente Peter Lanzani. Y debemos aceptarlo de una vez.
 —Ahora es igual que una máquina —señaló Ian con pesadumbre. Su expresión era triste mientras observaba cómo Thiago se ejercitaba
—. Es el asesino más eficaz que he conocido jamás. Tan silencioso como los pensamientos. -Jordán se giró entonces hacia Reno Chávez, el comandante en jefe.
 —Ya no es un SEAL —afirmó Reno sacudiendo su oscura cabeza—. Cuestiona las órdenes continuamente, sigue sus propios planes, y siempre tiene otro plan de reserva si el primero sale mal. Si siente la necesidad de saltarse las normas, se las salta. Ya no es un subordinado, sino un líder. No cederá ante nadie a menos que haya dejado claro que su plan es la única manera de seguir adelante. Trabaja solo, Jordán, pero es muy eficiente. Es un depredador de sangre fría, meticuloso y mortal. Jordán inclinó la cabeza.
 —Gracias, Reno. Agradezco tu valoración. —Lo tienes todo por escrito en ese informe. —Reno señaló con la cabeza el dossier que reposaba sobre el escritorio de su jefe. Los informes mensuales no habían variado a lo largo de los años, y Jordán estaba seguro de que Thiago había perdido gran parte de su alma. 
—No sobrevivirá a esto —dijo Ian en voz baja, mirando por el cristal y observando al hombre que una vez había sido su mejor amigo—. Acabará autodestruyéndose. Cualquier día se meterá una bala en la cabeza. -Como si le hubiera oído, como si le hubiera sentido, Peter se incorporó en el banco de pesas y agarró una toalla. Su mirada se clavó en el espejo de doble cara y lo miró fijamente como si fuera capaz de ver a través de él. Sus ojos eran más oscuros, más feroces de lo que habían sido los de Thiago Bedolla. El azul brumoso destacaba en la cara morena y afilada.Cuando les dio la espalda, Jordán pudo vislumbrar el tatuaje de un sol negro atravesado por una espada roja en el omóplato izquierdo de Peter. Era el emblema de la unidad de Operaciones Especiales, otro recordatorio de que Peter había dejado atrás su pasado como Thiago. Había entregado su vida a una unidad que realizaba a menudo misiones suicidas.
 —Sobrevivirá —afirmó Jordán con tranquilidad, a pesar de la inquietud que sentía en su interior—. No está acabado, aunque él piense lo contrario. —Thiago no había regresado con su esposa, pero Peter, el hombre que era ahora, no había olvidado a aquella mujer. No se encontraría a sí mismo hasta que lo hiciera. Jordán había enviado a su sobrino a aquella unidad porque sabía que el hombre que quería como a un hermano jamás habría sobrevivido si hubiera tenido que enfrentarse al mundo y a su esposa después de salir de la clínica. El psicólogo había estado de acuerdo. Thiago habría desaparecido un día y jamás habría regresado. Todavía no estaba preparado para volver. Puede que no lo estuviera nunca, pero Jordán tendría que ponerlo a prueba de todas maneras.
 Un año después 
—No será fácil conseguir que acepte —le advirtió Ian Richards a Jordán mientras observaban por el espejo de doble cara a los seis hombres de la unidad de Operaciones Especiales que se ejercitaban en el gimnasio Peter era ahora más fuerte que nunca. Fibroso. Corpulento. Frío.
 —Aceptará —dijo Jordán con suavidad—. No dejará que ella corra peligro. Ian resopló y clavó los ojos en el hombre que ahora todos conocían como Peter. 
—¿Querrá ella que regrese de esta manera? —inquirió. Jordán se había hecho la misma pregunta. Lali Esposito llevaba seis años viuda, y en los últimos tres había comenzado a vivir otra vez. Tema citas. Existía una posibilidad de que otro hombre le arrebatara a Peter la esposa que no admitía tener. 
—Supongo que no tardaremos en descubrirlo —comentó Jordán pensativo. —Seremos vuestro respaldo en la misión de Alpine —intervino entonces Reno. Todos ellos habían sido asignados a la Unidad de Operaciones Especiales. Se trataba de un cuerpo de élite experimental, financiado en parte por capital privado, y en parte por el gobierno, formado por un grupo de hombres con oscuros y complejos pasados. En los últimos años se habían convertido en una unidad especializada que llevaba a cabo operaciones que otras agencias no podían asumir por cuestiones políticas o por el alto nivel de peligro que entrañaban. Jordán asintió lentamente antes de volver a observar a Peter.
 —Nos reuniremos en el centro de operaciones situado en el parque nacional Big Bend — les dijo—. Recibiréis las órdenes en un par de días. Ian y Reno asintieron y se fueron con rapidez a prepararse para la operación. Lo único que faltaba era que Peter Lanzani aceptara llevarla a cabo. Jordán se sentó en el escritorio, recogió el dossier de la misión y llamó a Peter a su despacho. Peter le hizo esperar. Cuando entró en la oficina, tenía el pelo todavía húmedo por la ducha reciente y sus fríos ojos azules estaban desprovistos de emoción, de vida.
 —¿Estamos preparados?
 —Casi —asintió Jordán, indicándole que tomara asiento en la silla que había frente al escritorio—. El centro de operaciones será desmantelado esta noche y trasladado a la nueva ubicación. Deberíamos tener todo preparado en las próximas cuarenta y ocho horas.
 Peter no dijo nada; sólo miró a Jordán, esperando. Al parecer, ahora tenía una paciencia infinita. Pero cuando entraba en acción, no había nada que lo detuviera ni nadie que fuera más mortífero que él. —Continúa —masculló al fin Peter con voz ronca y rota. Esa voz que una vez había sido fluida y profunda ahora era áspera, casi gutural. —La primera misión será en Tejas —le informó Jordán. Peter ni siquiera parpadeó al oír aquello. Como si en Tejas no hubiera nada que le concerniera. Como si allí no estuviera su familia, su abuelo, su hermano, su padre. Su esposa. —El centro de operaciones estará situado a sesenta kilómetros de Alpine. 
—No. —El tono de Peter resultó gélido. Jordán levantó la carpeta que contenía la información de la misión y la dejó caer delante de Peter. 
—Lee el dossier. Si no quieres llevar a cabo esta misión, respetaré tu decisión. Puedes encargarte del asunto de Siberia y hacer de niñera de esa científica que secuestraron el mes pasado hasta que se te congele el trasero. Pero antes vas a leer el dossier. 
Jordán salió de la oficina cerrando la puerta con un fuerte golpe y dejando a Peter a solas con la información recopilada. Peter —él jamás pensaba en sí mismo como Thiago— se quedó mirando el dossier como si éste fuera una serpiente de cascabel. No quería leerlo. No quería saber. Siberia era un destino tan bueno como cualquier otro. Demonios, aquella científica era la misión perfecta. Al parecer, le gustaba dedicarse a sus proyectos y odiaba tener compañía. Debería ir. Se puso en pie y luego se detuvo. Miró de nuevo el dossier y casi se giró para marcharse. Casi. Una foto se había deslizado desde el interior de la carpeta, y él conocía aquella barbilla.
La cogió lentamente. Sentía una opresión en el pecho, una do-lorosa agonía mientras levantaba la fotografía y fruncía el ceño. Sí, allí estaba la curva familiar de la frente y aquellos preciosos y suaves ojos grises. Pero que lo condenaran si reconocía a la mujer a la que pertenecían. Se parecía a Lali. Su Lali. Era su Lali. Pero había cambiado. Las trenzas eran ahora más oscuras, con algunos mechones casi castaños. Llevaba el pelo más largo. Le caía, espeso y pesado, por debajo de los hombros. Tenía  la cara más angulosa y la expresión más serena. Y no había ninguna sonrisa en sus labios. A menos que estuviese enfadada, Thiago jamás había visto a Lali sin una sonrisa en los labios. En algunas ocasiones soñaba con sus sonrisas, con su risa, su alegría. Algunas veces era lo único que mantenía a raya sus pesadillas. ¿A qué se aferraría ahora que su sonrisa había desaparecido? Sostuvo la foto en una mano, con los ojos fijos en Lali. Se había negado a leer los informes que Jordán tenía de ella y a oír cualquier cosa referente a su esposa en los últimos seis años. Sólo había querido saber la respuesta a dos preguntas cuando surgía su nombre. ¿Estaba viva? ¿Estaba a salvo? Jordán siempre asentía con la cabeza y Peter siempre se alejaba sin querer saber nada más. Tardó muy poco tiempo en leer el dossier de la misión; incluso menos del que necesitó para contener el aullido de furia que le ardía en la garganta.Mariana se encontraba en medio de una operación que había acabado con la vida de tres agentes del FBI y de la esposa de un prominente político. Hijo de perra. En toda su vida, sólo le había pedido una cosa a su padre: que si alguna vez le ocurría algo, cuidara de Mariana, y aquel mentiroso bastardo le había jurado que lo haría. Pero no lo había hecho. Mariana estaba indefensa. Sólo su hermanastro estaba intentando ayudarla. El dossier de la misión estaba lleno de información de Mariana, de su hermanastro, Rory, de su abuelo, Riordan, y del padre que había comenzado a odiar en aquel momento. Y también estaba lleno de peligro. Peligro que podía acabar salpicando a Mariana. Podía verlo. Podía ver los hilos que, si se movían en la dirección correcta, acabarían rodeando el cuello de una esposa que había sido suya, sin importar cuánto lo hubiera negado. Lali podía morir porque él no había cuidado de ella. Se sentó sin dejar de mirar la fotografía. Ya era suficientemente malo que el hombre que Lali había amado hubiera muerto, para que, además, la cascara vacía en la que se había convertido ni siquiera la hubiera protegido. Pasó el dedo por la foto siguiendo la curva de la mejilla mientras cerraba los ojos y recordaba su sonrisa, lo que había sentido al tocarla. Se permitió incluso recordar, al igual que lo hacía en sueños, cómo había sido amarla. 
—Go síoraí1 —susurró, aspirando el perfume de esos recuerdos—. Para siempre, Mariana. Te amaré siempre. Justo en aquel instante, apareció la primera grieta en la coraza de Peter Lanzani.

4 comentarios:

  1. sube mas porfa!, es muy bueuna y super original esta adaptacion!!!

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  2. me encanto esta muy buena
    sube mas
    quiero saber que pasa

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  3. es muy linda!!!!! quiero mas mas mas!!!

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